Fe y Obras

Vencer el analfabetismo

 

 

15.05.2012 | por Eleuterio Fernández Guzmán


No me refiero al que supone no tener un conocimiento básico de la lectura o la escritura. Ni siquiera al que se llama funcional y que determina que hay personas que, aunque sí sepan leer y escribir tienen un déficit de comprensión de lo que, por ejemplo, leen.

Me refiero al que ha identificado el cardenal Mauro Piacenza, a la sazón prefecto de la Congregación para el Clero y en el marco del Congreso Internacional sobre la catequesis que, hace unos días se ha celebrado en Roma y que organizó el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE).

Se refería, en su homilía de la celebración de la Santa Misa del 8 de mayo, a lo que denominó “analfabetismo religioso” y que es, tristemente, más que grave entre católicos y en el que incurrimos, seguramente, cada uno de nosotros en determinados momentos.

Así, dijo, por ejemplo, que “La dimensión doctrinal, no obstante, bien lejos de ser secundaria, representa el modo concreto de la narratio, la cual de otro modo correría el riesgo de hacerse arbitraria y subjetiva y, por tanto, no creíble. Como ha recordado el Santo Padre en la homilía de la Santa Misa Crismal, nos encontramos ante ‘un analfabetismo religioso que se difunde en medio de nuestra sociedad tan inteligente’”.

Esto lo hace, seguramente, porque hay católicos que deben creer que les basta, para vivir una fe fecunda, con haber recibido una formación durante su época de catecúmenos infantiles y que es más que suficiente par el resto de su vida. Sin embargo, aquella fe infantil debe crecer como, es más que cierto, creció el cuerpo del infante que se preparaba para recibir, por primera vez (Dios quiera que no la última en muchos años) el Cuerpo y, si eso es así, la Sangre de Cristo.

No basta, pues, con ser niños en la fe porque una cosa es que Cristo dijera que había que ser como niños para entrar en el Reino de los Cielos y otra muy distinta es que creamos que eso quiere decir que no evolucionemos en la fe y la tengamos raquítica, menguada y casi sin fructificar.

Ser adultos en la fe supone, por lo tanto, vencer el analfabetismo religioso, aquí católico, que nos impide ver el mundo con los ojos de un hijo de Dios que se reconoce como tal y necesita del alimento de la Palabra de Dios que, como el Agua Viva que sació a la samaritana en el pozo de Sicar en aquel momento de conversión de su existencia mundana, fluya hasta su corazón y lo vivifique en la fe.

Pero hay más porque en aquella misma homilía dijo el cardenal que “Los elementos fundamentales de la fe, que antes sabía cualquier niño, son cada vez menos conocidos. Pero para poder vivir y amar nuestra fe, Pero para poder vivir y amar nuestra fe, para poder amar a Dios y llegar por tanto a escucharlo del modo justo, debemos saber qué es lo que Dios nos ha dicho; nuestra razón y nuestro corazón han de ser interpelados por su palabra”.

“Que antes sabía cualquier niño…” En realidad, el ambiente de secularización terrible en el que vivimos, ha hecho posible que lo que antes era ordinario ahora se haya vuelto poco normal y, así, si un niño tenía unos conocimientos y, al fin y al cabo, una formación católica casi sin salir de su casa ahora, al tener poco apoyo a tal respecto, tiene que ser, por ejemplo, en la catequesis o en los centros escolares donde aún pueda recibir clase de religión y moral católicas, donde, en efecto, las reciba.

No basta, por lo tanto, para vivir la fe católica, con decir que somos católicos sin llegar más allá. Muy al contrario es la verdad porque, en realidad, tal forma de comportarse denota cierto abandono de la fe que se dice profesar y confesar.

Un ejemplo puede servir muy bien al caso: imaginemos que un testigo de Jehová se presenta en casa de cualquier creyente católico o, incluso, lo aborda cuando va andando por la calle. Por mucho que se diga lo que se diga y que sepamos que se trata de una secta no cristiana, no es poco cierto que tienen una formación, en su sectario ser, profundo y que, a su vez, el católico, tiene que estar bien formado para poder responder y no decir el simple “no quiero saber nada” porque, en realidad, nada se puede decir para defender la fe que tiene.

Es necesario, por lo tanto, un notable incremento en el conocimiento de la fe católica. Disminuiremos, así, el terrible analfabetismo en el que muchas veces incurrimos pero, sobre todo, daremos a nuestro corazón y a nuestra alma un alimento sin el cual no pueden vivir ni el primero ni la segunda.

En realidad, otra cosa no debería ansiar nuestra voluntad que saber, a verdad cierta, qué es nuestra fe.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net