17.05.12

 

Todos sabemos que hay un grupo no pequeño de católicos para los que términos como “pecado", “conversión personal", “gracia santificante", etc, deberían desaparecer del lenguaje de la Iglesia. Viven tan empapados de la secularización mundana que lo que debería sonar a música celestial en sus oídos, resulta un sonido chirriante.

Lo cierto es que cuando Juan el Bautista empezó a predicar, su mensaje era contundente:

En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Mt 3,1-2

Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras!¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento.
Mt 3,5-8

¿Y qué fue lo que hizo Cristo al comienzo de su ministerio público? Exactamente lo mismo:

Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Mt 4,17

¿Alguien piensa que la Iglesia hizo algo diferente nada más recibir el Espíritu Santo en Pentecostés? Pues se equivoca:

 

Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Hch 2,37-38

 

Y por último, ¿a qué se dedicaba el conocido como apóstol de la gracia?

Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.
Hch 26,19-20

Ante la claridad de los versículos que he citado, ¿cómo puede haber una sola persona que se llame cristiana a sí misma y le parezca mal una predicación en la que se llama al arrepentimiento y la conversión? ¿qué tipo de católicos son los que se rasgan las vestiduras cuando un obispo o un sacerdote predica igual que el Bautista, los apóstoles y el mismísimo Cristo? ¿a quién pretenden engañar los profetas y seguidores del buenismo?

Vamos a ser claros. Solo Satanás puede mostrarse feliz de que a los hombres no se les muestre el camino de la salvación. Y quienes se oponen a los pastores que muestran ese camino, sirven al Padre de toda mentira y se convierten en instrumentos de perdición para sí mismos y para los demás. No hay peor enemigo de Cristo que el que se pone ante la puerta estrecha que lleva a la salvación para empujar a otros a la puerta ancha que lleva a la perdición.

La buena nueva del mensaje cristiano no consiste solamente en anunciar la existencia del pecado. Es sobre todo, el anuncio de que la conversión es posible por medio de la gracia. Lo que para el hombre es imposible, volver su corazón a la comunión plena con Dios, el Señor lo hace posible. És Él quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer (Fil 2,13), de manera que no hay excusa para no fundirnos en sus brazos de amor y de perdón. Si Cristo murió por nosotros, si Él nos abre el cielo, ¿cómo vamos a seguir viviendo en el infierno del pecado y de la separación de Dios?

Y sin embargo, ¿habrá quien pretenda que el ofrecimiento gratuito de la salvación no requiere nada del hombre? ¿habrá quien piense que la sola fe salva? ¿habrá incluso quien crea que como Dios quiere salvar a todos, todos se salvarán independientemente de lo que hagan?

Pues no es eso lo que enseñó Cristo:

¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?
Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca.
Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa.
Luc 6,46-49

No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.
Juan 5,28-29

San Pablo fue contundente a la hora de decir lo que hay que hacer con los que predican otro evangelio o se oponen a la predicación del verdadero:

Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo.
Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.
Gal 1,6-8

No queda otra opción que separar de la Iglesia a quienes quieren que la misma enseñe otro evangelio. Es un deber pastoral de primer orden limpiar la casa del Señor de todo tipo de herejías, pero especialmente esa que cierra las puertas a la conversión de las almas. Lo que está en juego es, ni más ni menos, que la salvación de millones de almas. Esto no es un tema menor. Sobran los buenistas, sobran los que quieren una predicación hecha a imagen y semejanza de un mundo perdido y entregado al pecado. Sobran los que, como he dicho antes, sirven a Satanás aunque sus labios pronuncien el nombre de Cristo.

Debemos predicar que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús“. ¿Y quiénes son esos? “los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom 8,1). Los solafideístas se quedan en la primera parte de ese versículo. Los católicos sabemos que no se puede estar en Cristo viviendo conforme a la carne. Y eso es solo posible mediante la conversión, que es la obra de gracia que Dios hace en nuestras vidas si, también por gracia, dejamos que actúe en nosotros. Si no te han predicado esto, vives en el engaño y la mentira.

Luis Fernando Pérez Bustamante