28.05.12

 

El diario El Mundo publica hoy en su edición digital -y supongo que en la de papel- una entrevista de José Manuel Vidal al cardenal Ennio Antonelli, presidente del Pontificio Consejo de la Familia. Aunque el titular de la misma señala a las declaraciones del purpurado sobre el comportamiento homosexual, que lógicamente son las mismas que haría cualquier otro obispo católico porque la enseñanza de la Iglesia es la que es, lo que más me llama la atención es la siguiente pregunta de Vidal:

- ¿Cómo se explica el que los divorciados vueltos a casar no puedan comulgar, en cambio un homicida que se arrepiente, sí?

Sí, lo han leído bien. No me lo invento. Y por el amor de Dios, no me pregunten cómo se explica que un periodista experto en información religiosa haga esa pregunta a un cardenal católico.

Analicemos bien la cuestión. Por un lado, se pone en un lado de la balanza a miles y miles de fieles, por no decir millones, que no pueden comulgar por divorciase y volverse a casar, y en el otro a asesinos. ¿Pensaría el periodista que el cardenal se vería tentado de dar una respuesta políticamente correcta en plan “tendremos que pensar lo de los divorciados"?

El caso es que en la propia pregunta va la respuesta. Si el asesino se ha arrepentido, ¿qué puede impedir que comulgue? ¿acaso el asesinato forma parte de los pecados que no pueden ser perdonados en un confesionario?

Creo que no hace falta ser doctor en teología para entender que es condición necesaria el arrepentimiento para poder recibir el perdón sacramental. Y eso vale para asesinos, ladrones, adúlteros e incluso pederastas. Y decir esto no es poner a la misma altura a unos y otros. Es obvio que el asesinato es un pecado más grave que el adulterio, pero igual de cierto es que el destino eterno de los asesinos, el infierno, es el mismo que el de los adúlteros si unos y otros no se arrepientes de sus pecados.

La clave de todo esto es que hace casi 20 siglos hubo un señor que iba predicando por Israel lo siguiente:

El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio, y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.
Lucas 16,18

Ese señor no era un simple maestro de moral. Era el Verbo de Dios encarnado, Salvador nuestro, Rey de Reyes y Señor de Señores, Cabeza de Aquella que es columna y baluarte de la verdad.

Son muchos los que no están de acuerdo con las palabras de Jesucristo. Sus propios seguidores reaccionaron con estupor ante esa enseñanza:

Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse.
Mateo 19,10

Pero el Señor no se retractó de lo que acababa de decir. Como tampoco se echó atrás cuando muchos de sus discípulos le abandonaron una vez que anunció que había que comer su carne y beber su sangre para ser salvos.

¿Qué puede hacer la Iglesia siglos después de que su Señor indicara que los divorciados vueltos a casar son adúlteros? ¿negar esa realidad? ¿mirar para otro lado? ¿permitirles profanar el sacramento de la Eucaristía admitiendo que comulgen en pecado mortal? ¿O es que esta advertencia del apóstol San Pablo ha de ser dejada a un lado?:

De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.
1ª Cor 11,27

Señores, la Iglesia no es una mala madre cuando impide comulgar a sus hijos adúlteros. Tampoco lo es cuando les advierte que de no arrepentirse, se van a condenar. Ya sabemos que es muy difícil solucionar la situación para un divorciado vuelto a casar. Es harto complicado que dos adúlteros que conviven bajo un mismo techo dejen de compartir lecho. Pero quien dio ese paso sabía muy bien lo que estaba haciendo. Y mientras no se arrepientan de su pecado, su situación seguirá siendo de adulterio. Y el problema con los adúlteros no es que no puedan comulgar. Es que van camino del infierno. Eso sí que es grave. Eso sí que no tiene solución. Eso es lo que debería preocuparnos a todos.

La gracia está a disposición de todos los pecadores, sea cual sea su pecado. Esa gracia no solo nos abre las puertas al perdón, sino que nos capacita para no vivir más en pecado. En el caso de los adúlteros, la gracia de Dios es más que suficiente para que no sigan pecando. Si hay hijos de por medio, no es necesario que dejen de compartir el mismo techo con la otra persona. Pero antes está la fidelidad a Cristo que las componendas para no llamar pecado a lo que es pecado. No tiramos la primera piedra. Decimos a los adúlteros que no pequen más. Lo que está en juego no es otra cosa que su salvación. Puede que eso le importe poco al mundo y a determinados periodistas. Pero no a la Iglesia ni a los que somos fieles a las enseñanzas del Señor.

Luis Fernando Pérez Bustamante