15.06.12

 

Germinans publica hoy una entrevista al P. Ignasi Fuster, párroco de Sant Celoni y “ex-vicepresidente dimisionario del Patronato del Hospital de Sant Celoni“… en contra del criterio de su obispo, Mons. Saiz Meneses, que le pidió expresamente que no saliera del patronato. Y, conviene decirlo de una vez, en contra del criterio de Mons. Pujol, arzobispo de Tarragona, a quien une con el P. Fuster la condición haberse formado sacerdotalmente en el Opus Dei. El arzobispo dijo en su día, a quien le quiso oír, que la decisión del sacerdote era un gravísimo error: “¿Es que quieren que los políticos tomen el control total de esos hospitales? ¿Cómo podremos luchar entonces contra lo que se hace mal en ellos?“. Si el sacerdote, o cualquier lector, tiene alguna duda sobre esto que acabo de decir, que pruebe a llamar a Mons. Pujol.

En esa entrevista, el P. Fuster hace una serie de afirmaciones un tanto peculiares y, en mi opinión, contradictorias. Por un lado, apoya lo que está haciendo su obispo:

Por esto me alegra que el Sr. Obispo esté trabajando, luchando, gestionando para encontrar una solución positiva, es decir, que se cambien las cosas, y los Patronatos atiendan a la petición de la representación eclesiástica. En este sentido animo al Sr. Obispo en esta tarea –siempre lo he hecho-.

Fabuloso, ¿no? Sí, pero me pregunto cómo es posible que el sacerdote apoye lo que hace el obispo cuando en su día decidió no colaborar con su pastor en esa tarea. O sea, si le parece bien que Mons. Saiz Meneses trabaje, luche y gestione lo que sea necesario para encontrar una solución positiva, ¿por qué se quitó de enmedio? ¿por qué salió del patronato, no atendiendo a la petición expresa de su obispo? Él responde a estas preguntas:

 

Pero el problema aparece cuando se ha intentado y no es posible arreglar las cosas. Aquí aparece el cargo moral y la responsabilidad de la Iglesia, en este caso, de su jerarquía. Si se ha luchado sin éxito en estas materias, pienso que la Iglesia debe ser libre, coherente, y ofrecer su testimonio ante Dios y el mundo. Debemos agotar todas las vías de diálogo, pero cuando se cierran del todo, es cuando debemos plantearnos seriamente el acto valiente de abandonar el Patronato y adherirnos al Cuerpo místico de Cristo y su verdad.

O sea, le parece bien que el obispo haga lo que hace, pero él mismo ya ha decidido que lo que hace el obispo no vale para arreglar las cosas y por tanto hay que abandonar el patronato y, ojo a la frase, “adherirnos al Cuerpo místico de Cristo y su verdad". Habrá más de uno que pensará que al padre Fuster, por mucho que diga lo contrario, no le debe de parecer muy bien que el obispo haga lo que hace ya que él decidió dejar el patronato.

Dice el sacerdote:

No nos podemos permitir, una vez agotadas las posibilidades, y viendo el negro horizonte, permanecer, porque entonces nos hacemos cómplices del mal. No olvidemos que se trata de una presencia en la dirección de un centro hospitalario. Se trata de una connivencia institucional con el mal , y las generaciones futuras se avergonzarían de nuestra tibieza, o como diría Kierkegaard, de nuestra falta de seriedad, de profundidad, de lucidez.

Esa es una opinión respetable. Pero da la casualidad de que la Congregación para la Doctrina de la Fe envió al obispo de Tarrasa un dictamen, firmado por el Arzobispo Secretario, en el que se “indicaba que si los eclesiásticos han hablado con claridad y han votado con coherencia en las reuniones de los respectivos patronatos, no parece que pueda haber una cooperación al mal moralmente ilícita“. O sea, donde el P. Fuster ver una complicidad con el mal, la Congregación para la Doctrina de la Fe no ve tal complicidad.

Hasta que se ha conocido la existencia del dictamen de la CDF, la postura del P. Fuster le había llevado a no seguir las indiciaciones de su obispo. Ahora, al insistir públicamente en que mantenerse en los patronatos es cooperar con el mal, se opone al dictamen del dicasterio de la Santa Sede encargado de velar por la sana doctrina.

En otras palabras, con esta entrevista, el P. Fuster no solo no se arrepiente de haber ido por libre, sin aceptar la petición de su obispo (al ordenarse dijo aquello de “prometemos obediencia a ti y a tus sucesores"), sino que se niega a aceptar el criterio de la CDF.

Ahora bien, el P. Fuster asegura, y sabemos que es cierto, que tomó aquella decisión porque así se lo dictaba su conciencia. Sí, aquella que según el Beato Newman, es el primero de los vicarios de Cristo. Dice el Catecismo:

1778 La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina:
La conciencia «es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza […] La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo» (Juan Enrique Newman, Carta al duque de Norfolk, 5).

Y también dice:

1790 La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar afectada por la ignorancia y puede formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos.

No seré yo quien juzgue la conciencia de ese sacerdote. Tal juicio solo corresponde a Dios. Ahora bien, pregunto ¿debemos fiarnos solo de nuestro parecer personal a la hora de tomar una decisión importante, que además va afectar a otras personas e incluso a la diócesis a la que pertenecemos? ¿no es recomendable ayudar a que nuestra conciencia se forme mejor atendiendo al criterio de aquellos que han recibido la gracia de estado correspondiente a la condición de sucesores de los apóstoles, sobre todo cuando no hay nada en la actuación de ellos que nos lleve a pensar que están faltando a su deber pastoral?

Dice el P. Fuster:

Algunos aducen que se puede permanecer para cambiar un día las cosas. ¿Y mientras tanto me hago cómplice del mal presente sin saber hasta cuándo? Son argumentos falaces, si lo pensamos bien. Es la hora de la libertad, de la lucha y de las decisiones auténticas.

No, padre, no. No son argumentos falaces. Son los argumentos de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Usted verá en qué embolado se ha metido con esta entrevista. Usted verá si es sabio y prudente insistir en que es un mal grave aquello que un dictamen firmado por el Arzobispo Secretario de ese dicasterio ha aprobado.

A Roma pueden apelar los que no están conformes con ese dictamen. Que escriban cartas al cardenal Levada si quieren. Pero mientras Roma responde, la única forma de servir bien a la Iglesia y no ser instrumento de división, es acatar el dictamen, apoyar al obispo que hace lo que la Santa Sede le ha indicado que haga y, si caso, pedir al resto de los obispos que sigan ese camino.

Luis Fernando Pérez Bustamante