18.06.12

Meditaciones sobre el Credo 8.- Creo en el Espíritu Santo

A las 12:39 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie meditaciones sobre El Credo
Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

El Credo

El Credo representa para un católico algo más que una oración. Con el mismo se expresa el contenido esencial de nuestra fe y con él nos confesamos hijos de Dios y manifestamos nuestra creencia de una forma muy concreta y exacta.

Proclamar el Credo es afirmar lo que somos y que tenemos muy presentes en nuestra vida espiritual y material a las personas que constituyen la Santísima Trinidad y que, en la Iglesia católica esperamos el día en el que Cristo vuelva en su Parusía y resuciten los muertos para ser juzgados, unos lo serán para una vida eterna y otros para una condenación eterna.

El Credo, meditar sobre el mismo, no es algo que no merezca la pena sino que, al contrario, puede servirnos para profundizar en lo que decimos que somos y, sobre todo, en lo que querríamos ser de ser totalmente fieles a nuestra creencia.

La división que hemos seguido para meditar sobre esta crucial y esencial oración católica es la que siguió Santo Tomás de Aquino, en su predicación en Nápoles, en 1273, un año antes de subir a la Casa del Padre. Los dominicos que escuchaban a la vez que el pueblo aquella predicación, lo pusieron en latín para que quedara para siempre fijado en la lengua de la Iglesia católica. Excuso decir que no nos hemos servido de la original sino de una traducción al castellano pero también decimos que las meditaciones no son reproducción de lo dicho entonces por el Aquinate sino que le hemos tomado prestada, tan sólo, la división que, para predicar sobre el Credo, quiso hacer aquel Doctor de la Iglesia.

8.- Creo en el Espíritu Santo

Espíritu Santo

Poner la confianza en el Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, supone haber dado un gran paso hacia la vida eterna porque comulgar con tan gran verdad es, seguro, manifestación de saber quién se es y qué se es en materia de fe católica.

Decimos en el Credo que ponemos nuestra confianza, que creemos, en el Espíritu Santo. Eso, en realidad, ¿qué quiere decir?

En muchas ocasiones en el Antiguo Testamento el Espíritu Santo, Espíritu de Dios, aparece en los textos sagrados. Así, ya desde el mismo Génesis (1,2) se dice que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” mientras el Creador, precisamente, creaba.

Pero (Gen 2,7)

“Entonces Yahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”

En realidad no debería resultarnos nada extraño que el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, se haga presente desde el mismo comienzo de la historia de la humanidad. Así lo recoge el Salmo 33 (6) cuando dice que

Por la palabra de Yahvéh fueron hechos los cielos,
por el soplo de su boca toda su mesnada ”

donde Palabra y soplo son instrumentos de Dios para llevar a cabo la creación o, lo que es lo mismo, recordando aquello que escribió San Juan en su Evangelio acerca de que (Jn 1, 2)

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”

y que (Jn 1, 14)

“Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”

podemos estar en la seguridad de que en el momento de la creación tanto el Hijo como el Espíritu Santo estaban junto a Dios.

 

Sabemos, también, que Dios no se sentó a descansar cuando llevó a cabo la creación en el sentido de que dejar de tenerla en cuenta. Muy al contrario es lo cierto. Por eso el Salmo 104 (29-30) dice que

Escondes tu rostro y se anonadan,
les retiras su soplo, y expiran
y a su polvo retornan.
Envías tu soplo y son creados,
y renuevas la faz de la tierra

(Sal. 104, 29-30).

El Espíritu Santo, siempre el Espíritu de Dios entre todo lo bueno y mejor que hace el Creador. Por eso creemos en él y por eso mismo confiamos en su intervención a lo largo de la historia de una humanidad deudora con su Padre y heredera, muchas veces sin merecerlo, de su Reino.

Jesucristo sabía que era muy importante que fuera a la Casa del Padre. No lo hacía por egoísmo de querer estar junto al Creador sin, más bien, para beneficiar, con su muerte, a los que Dios había entregado (cf. Jn 17, 6) Pero dijo que nos decía la verdad y que nos convenía que se fuera. Y esto porque “si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré” (Jn 16,7)”. Por eso poco antes, en el misma Última Cena recoge San Juan lo que es muy importante sobre el Espíritu Santo y es que, según dijo Cristo (Jn 16, 13-15)

“Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros”.

Y vino. Tanto cuando los discípulos están escondidos por miedo a los judíos (cf. Jn 20, 19) como en Pentecostés (Hch 2, 1-4) el Espíritu Santo llenó los corazones de los presentes y, desde entonces, ya no fueron los mismos sino que se sabían llenos del mismo Dios. Y por eso mismo creemos que el Espíritu Santo, en los últimos tiempos que se inician con la Encarnación y el posterior nacimiento del Hijo de Dios, se revela a la humanidad y a partir de cuando el ser humano, creación del Padre, puede reconocerlo y acogerlo.

De muchas formas se le llama al Espíritu Santo. Así, bien le llamemos Paráclito o Espíritu de la Verdad, Señor y dador de vida o santificador, el caso es que sigue siendo una de las tres personas de la Santísima Trinidad y cada una de las acepciones del término Espíritu y de la cualidad Santo son el mismo Dios. También existen, como es más que conocido por cualquiera, variantes con su propio significado de la forma del Espíritu Santo. Por eso, aunque lo identifiquemos con el Agua, el Fuego, la Nube o la Luz, el viento o la paloma, no dejamos de reconocer que el Creador, valiéndose del mismo, nos ha puesto en el camino recto que lleva a su definitivo Reino.

Y, sin embargo, aunque el Espíritu Santo pueda resultar dificultoso de entender porque no existe, digamos, de forma material como sí existió Cristo, no es poco lo que supone para los que creemos en su existencia.

Así por ejemplo, como sabemos que somos templo del Espíritu Santo, que está en nosotros y que lo hemos recibido de Dios (cf. 1 Cor 6, 19) no nos conviene entristecerlo (cf. Ef 4,30) porque se basa, para su hacer, en la verdad revelada. Y tal entristecimiento se produce a causa del pecado pues reconocemos que tal forma de actuar es contraria al amor y, así, a la caridad. No debemos, pues, pecar porque por el hecho mismo de caer en tal tentación, nos ponemos en una difícil relación con Dios y, por eso mismo, con su Espíritu Santo.

El Espíritu de Dios tiene la fuerza que el Creador le entrega. Y la misma nos sirve,

para elevarnos y asimilarnos al Creador en nuestro ser y en nuestro obrar,

para hacernos partícipes de su amor, y

para abrirnos a las personas divinas y que no se alejen de nosotros.

En realidad, el ser mismo del discípulo de Cristo y del hijo de Dios que se reconoce como tal es uno que lo está animado por el Espíritu Santo y que le permite luchar contra lo que intente separarle de su condición de hijo del Creador y contra lo que pueda impedir, en un momento determinado, amar y servir a Dios en el nuevo orden espiritual, como recoge el apóstol de los gentiles en Rm 7,6, donde dice que

“Mas, al presente, hemos quedado emancipados de la ley, muertos a aquello que nos tenía aprisionados, de modo que sirvamos con un espíritu nuevo y no con la letra vieja.”

Y, así, gracias al Espíritu Santo, hemos venido a tener un nuevo corazón, ya no de piedra sino de carne y a instaurar, en nuestro corazón, la ley más importante del Reino de Dios que es la del amor o, lo que es lo mismo, de la caridad. Por eso, todos estamos llamados a seguir a Cristo y, llevados por el Espíritu de Dios, Espíritu Santo, caminar por el camino recto que nos lleva al encuentro con nuestro Creador.

¡Alabado sea Dios que nos entregó su Espíritu!

Leer 1.-. Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra

Leer 2.- Creo en Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor

Leer 3.- Que fue concebido del Espíritu Santo y nació de la Virgen María

Leer 4.- Padeció Bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado

Leer 5.- Descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de entre los muertos

Leer 6.- Ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre

Leer 7.- Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos

Eleuterio Fernández Guzmán