19.06.12

 

La razón de que lleve tanto tiempo sin escribir en mi blog sobre la posible regularización canónica de la FSSPX es que es casi imposible hacer un juicio equilibrado sobre lo que están pasando, habiendo tanta filtración -casi siempre procedente de los sectores lefebvrianos-, tanto anuncio anticipado de acuerdo y tanta precipitación.

Al día siguiente del último encuentro del Card. Levada con Mons. Fellay (13 de junio), el comunicado vaticano informaba que el cardenal había presentado “la evaluación de la Santa Sede del texto remitido por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X el pasado mes de abril como respuesta al ‘Preámbulo doctrinal’ enviado por la Congregación el 14 de septiembre de 2011 a esa Fraternidad“. Y que en caso de que se llegase a un acuerdo, podría ofrecerse a la Fraternidad constituirse en la Iglesia como una Prelatura personal.

Pero de la Nota se deduce que el acuerdo no se había producido todavía. Lo que se expresa más claramente en el comunicado de la Casa General de la FSSPX del 14 junio 2012:

“Durante este encuentro, Mons. Fellay escuchó las explicaciones y precisiones del cardenal Levada, al que presentó la situación de la Fraternidad San Pío X y expuso las dificultades doctrinales que presentan el concilio Vaticano II y el Novus Ordo Missae. La voluntad de clarificaciones suplementarias podría derivar en una nueva fase de discusiones".

Resulta alarmante que, tras muchos meses de conversaciones, todavía Mons. Fellay se esfuerce en explicarle al cardenal Levada “las dificultades doctrinales que presentan” el Concilio y el Novus Ordo. Estoy convencido de que todos en la Iglesia sabemos cuál es la opinión de la FSSPX sobre esas cuestiones. Es decir, según parece, estamos en un punto en el que las conversaciones han de proseguir, pues no se ha alcanzado un acuerdo suficiente. Es necesario el complemento de “una nueva fase de discusiones". De ser así, recordemos que no estamos ante dos interlocutores con el mismo nivel “eclesial”. En un lado de la mesa está la Santa Sede. En el otro, no.

Por otro lado, a algunos nos cuesta entender cómo es posible que Mons. Fellay haga declaraciones que ayudan más bien poco el acuerdo buscado, como las realizadas en la entrevista publicada en DICI el 7 de junio de 2012, una semana antes del encuentro con la Santa Sede. En ellas dice, por ejemplo:

“Así pues, es la actitud de la Iglesia oficial la que ha cambiado, nosotros no. No somos nosotros los que hemos pedido un acuerdo, es el Papa el que quiere reconocernos. Podemos pues preguntarnos el porqué de este cambio. ¡Todavía no estamos de acuerdo doctrinalmente, y sin embargo el Papa quiere reconocernos! ¿Por qué?”

Aparte del poso de soberbia corporativa (la de la Fraternidad) que, en mi opinión, traslucen esas palabras, ¿no se da cuenta Mons. Fellay de que lo único que consigue al decir eso es hacer aún más difícil al Santo Padre la reintegración de la Fraternidad en la plena unidad de la Iglesia? Y aún dice más:

Las autoridades oficiales no quieren reconocer los errores del Concilio. Ellas no lo dirán nunca de manera explícita. Sin embargo, si leemos entre líneas, se puede ver que quieren remediar a algunos de estos errores.

Como ejemplo de lo que afirma cita los documentos pontificios sobre la santidad sacerdotal, en torno al Año Sacerdotal y a la fiesta reciente del Sagrado Corazón. No se trataría en estos documentos de reafirmar las formidables enseñanzas del Vaticano II sobre el sacerdocio (Christus Dominus, Presbyterorum ordinis, etc.), liberándolas de interpretaciones falsas, y asegurando su verdadera interpretación, la que guarda continuidad con el Magisterio precedente, sino que se trataría de corregir implícita y vergonzantemente “los errores del Concilio“. Es ésta una interpretación falsa y pésima.

O mucho me equivoco, o Mons. Fellay, con buenas palabras y un tono más amistoso que el resto de los obispos lefebvrianos, no se mueve un milímetro de la postura típica de la FSSPX en las últimas décadas. Ya lo dice en la Entrevista aludida: “Mi posición es la de la Fraternidad y la de Mons. Lefebvre".

De él no oiremos afirmaciones como ésta de los otros tres obispos lefebvrianos:

¿Cómo se podría conciliar un acuerdo y una resistencia pública a las autoridades, entre ellas, al Papa? Y después de haber luchado durante más de cuarenta años, ¿la Fraternidad deberá ahora ponerse entre las manos de modernistas y liberales de los cuales acabamos de constatar su pertinacia?

De él no cabe esperar la contundencia de Mons. Tissier, que asegura en una entrevista reciente que quien está en situación irregular no es la Fratenidad sino la Roma modernista. Tampoco leeremos de Mons. Fellay algo tan brutal como lo que afirmó en una de sus últimas cartas Mons. Williamson:

La Nueva Iglesia de Benedicto XVI incluye a la vez elementos católicos y no católicos. Pero lo que no es católico en parte, no es católico como un todo. Por consiguiente la Nueva Iglesia Ecuménica de Benedicto no es, como tal, la Iglesia Católica.

Ni llega Mons. Fellay a afirmar abiertamente lo que el P. Cacqueray, Superior del Distrito francés de la Fraternidad decía en carta publicada en diciembre de 2011: “Los hombres de Iglesia y el mismo papa se han extraviado".

Pero aunque no llegue a semejantes despropósitos, Mons. Fellay permanece unido a sus hermanos de la Fraternidad en varias convicciones fundamentales, que nunca ha corregido y que muchas veces ha reafirmado: Que Mons. Lefebvre obró bien ordenando cuatro Obispos, y éstos aceptando la ordenación. Que su excomunión fue inválida e inexistente. Que los sacerdotes de la FSSPX no están “suspendidos a divinis” y que ejercitan lícitamente sus ministerios. Que los miembros de la Fraternidad no necesitan “reintegrarse en la unidad de la Iglesia", pues están ciertamente “dentro” de ella. Etc. En esta disposición de ánimo, no parece que el Superior General de la FSSPX vaya a aceptar, así sin más, las explicaciones que la Iglesia le ha ofrecido sobre el Concilio Vaticano II.

Para colmo de los colmos, hay quien difunde por ahí la idea de que desde la Congregación para la Doctrina de la Fe se está boicoteando el acuerdo de la Santa Sede con la Fraternidad. Cuando llevamos ya años comprobando al mismo tiempo la benevolencia del Papa y la discreción verbal de la Santa Sede, en contraste con la obstinación de la Fraternidad y la procacidad de sus declaraciones, ahora va a resultar que es Roma la que no cesa de poner obstáculos para la unión.

Más aún, se ha llegado a insinuar que el Card. Levada o quizá más exactamente, el Arzobispo Secretario de la Congregación de la Fe, hayan puesto en el último encuentro nuevas exigencias y nuevos obstáculos para la unión, obrando en desacuerdo con las disposiciones del Papa, más proclive al acuerdo.

Es una acusación gravísima y falta en absoluto de todo fundamento real e informativo. En serio, ¿a alguien le cabe en la cabeza que Mons. Ladaria es capaz de hacer algo así? ¿Acaso no es una ofensa intolerable contra el arzobispo español la mera insinuación de que haya cometido semejante barbaridad? Por muy arzobispo que sea, ¿un simple secretario de un dicasterio va a enmendarle la plana al Papa, mientras el Cardenal Prefecto mira al techo?

Aún hay otra grave dificultad para la unión, que no nace precisamente de Roma. Mientras que la Santa Sede ofrece a la Fraternidad, una vez logrados los acuerdos precisos doctrinales, la figura de las Prelaturas personales, “que consten de presbíteros y diáconos del clero secular” (Código, c. 294), la Fraternidad, y concretamente Mons. Fellay, al parecer pretenden más bien un Ordinariato. En la entrevista aludida dice el Superior General de la Fraternidad:

“Seamos claros, si una prelatura personal nos fuese dada, nuestra situación no sería la misma [de los miembros del Opus Dei, la única actualmente existente]. Para entender mejor lo que sucedería, creo que nuestra situación sería mucho más similar a la de un Ordinariato Militar, porque tendríamos una jurisdicción ordinaria sobre los fieles. Seríamos una especie de diócesis cuya jurisdicción se extiende a todos sus fieles, independientemente de su situación territorial".

 

Dicho en otras palabras, la Fraternidad no aceptaría el estatuto de Prelatura personal tal como se describe en el Código (cc. 294-297), sino que exige que sus miembros laicos estén bajo la jurisdicción de la “Prelatura", y sean así sacados de la jurisdición del Obispo de la Diócesis en que vivan.

Esto es muy fuerte. No soy canonista, por supuesto, pero todo parece indicar que la FSSPX no se conforma con una Prelatura personal, sino que pide un Ordinariato como el que tienen, por ejemplo, los anglicanos. Y todavía algunos pro-lefebvrianos echan a la Santa Sede la culpa de poner exigencias excesivas para lograr la unión. La imposibilidad por ahora del acuerdo y la plena unión de la Fraternidad con la Iglesia Católica no procede solamente de los tres Obispos lefebvrianos radicales, sino también, aunque en otro grado, de Mons. Fellay.

Seamos pacientes. Es mejor un buen acuerdo que deje todo atado y bien atado, que una solución de compromiso que suponga un quebradero de cabeza constante a medio-largo plazo, con incesantes y graves problemas con los Ordinarios católicos del lugar. El Papa quiere a la FSSPX dentro de la Iglesia, pero no la quiere de cualquier forma y a cualquier precio. Debemos orar para que se cumpla su voluntad, y se cumpla así la voluntad de Dios.

Luis Fernando Pérez Bustamante