20.06.12

 

Una historia apasionante, en la línea de la conversión de la «atea de remate». Todas las conversiones lo son, pero estas tienen su ingrediente especial.

La influyente bloguera Leah Libresco acaba de anunciar que su blog alojado en Patheos en la categoría de ‘ateismo’ se movía a la de ‘catolicismo’. Un modo bien original de comunicar la dicha que lleva dentro y que parece que le explota desde el Domingo de Ramos, después de un «debate» con amigos católicos.

Leah es una joven filósofa, especializada en ética, que no ha hecho más que recorrer la senda de cualquier pensador honrado, como recomendaba Antony Flew, «sigue el argumento hasta sus últimas consecuencias». Leah era la antítesis de los neoateos, no sólo es amable, abierta, dialogante también se enfrentaba a la realidad con ansia de búsqueda, sin temor y sin prejuicios.

Empantanada en una disciplina en la que se ahogan los ateos que no abrazan sucedáneos de tipo utilitarista, la ética; Leah profundizó en sus estudios. En su preocupación por el transhumanismo y la moral fundamental descubrió la coherencia del pensamiento cristiano. Como en un brindis lejano da las gracias a otro filósofo que recorrió ese mismo camino en la década de los 80, Alasdair MacIntyre, que le ayudó a descubrir la virtud y a cruzar el Tiber. Lo resume muy bien ella:

Yo creía que la Ley Moral no era más que una verdad platónica, abstracta y distante. Resulta que ahora creo que es una especie de Persona, además de la Verdad.

No hubo una comprehensión (sí, con hache) total de Dios. No. Las «conversiones intelectuales» en este sentido no existen. Existen personas que se convierten. En estos casos suele haber una mezcla de maravilla ante la Verdad o de remoción de un obstáculo que impide la acción de la Gracia que siempre estuvo ahí. La Fe se puede perder, pero no se puede ganar, es don. Así se encuentra la joven filósofa, sabiendo que todavía tiene que encajar algunas piezas intelectualmente, pero confiada y como le gusta repetir, orante, «rezando la Liturgia de las Horas».

Al margen de los interesantes aspectos teológicos que han movido a Leah Libresco, me interesa otro aspecto de su historia, y que quizá ayude a los alumnos que a la vuelta del verano entrarán en la Universidad.

Leah creció en un ambiente muy descreído, tanto que cuando llegó a la universidad –Yale– uno de sus compañeros en clase de Historia preguntó si los luteranos todavía existían. Para ella fue un shock encontrarse con cristianos que no sólo amaban las matemáticas, es que en su perfección veían una prueba de la existencia de Dios. Se encontró con cristianos con los que podía «debatir», y que le retaban en sus convicciones. Nunca rehuyó el desafío.

Comenzó ‘a salir‘ con un chico creyente, a pesar de los inconvenientes que podía plantearle la situación, de ahí el título de su blog «Unequally Yoked» –yugo desigual– [1]. Llegaron a un acuerdo: ella iría a misa los domingos con él y él a baile de salón con ella.

Intercambiaron libros. Él comenzó con Lewis y Chesterton. Más tarde San Agustín, Newman, y Edith Stein. Ella tuvo problemas para dárselos a él, ya que la mayoría de los «libros de ateismo» no son propositivos, simplemente se centran en rebatir a los evangélicos. No había nada que compartir con su novio. Fue uno de los propósitos del blog: buscar y debatir.

Compartieron dos años de noviazgo, de ilusiones, luego la cosa no marchó y con naturalidad tomaron rumbos distintos.Y con esa naturalidad, la Leah atea contaba su historia. Estaré pendiente por si la amplía, debe ser maravilloso poder mirar atrás y ver iluminado de otro modo todos esos acontecimientos.

Ojalá hubiese muchas experiencias universitarias similiares.

Supongo que incidir sobre la importancia del apostolado de amistad, de la necesidad de formación, de las buenas lecturas, de que Cristo también está en las actividades intelectuales, sería insultar la inteligencia de mis lectores, así que no lo haré.


Nota

[1] ¡No unciros en yugo desigual con los infieles! Pues ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas? (II Cor 6, 14)