23.06.12

San Juan, crecer y menguar

A las 12:57 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Los astros, como los demás componentes de la naturaleza, ocupan un lugar en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia: “Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en Él las huellas de su Creador. La luz y la noche, el viento y el fuego, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad” (Catecismo, 1147).

En la Natividad de san Juan Bautista, de entre todos los elementos creados sobresale la luz: Una luz que crece y que mengua. La luz de Juan es una luz menguante. La solemnidad de su nacimiento coincide casi exactamente con el solsticio de verano, cuando, en el hemisferio norte, el día es el mayor del año y la noche la menor de todas las noches.

A diferencia de la luz de Juan, que se va aminorando poco a poco, la luz de Cristo es una luz creciente. La solemnidad del nacimiento del Señor coincide con un fenómeno inverso: el solsticio de invierno, cuando el día es el más pequeño de los días y la noche la más larga de las noches.

Con relación a Cristo, la Luz que crece, Juan es la luz que mengua. En realidad, Juan no es la Luz, sino testigo de la Luz. Juan – escribe san Agustín – es “como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo” (“Sermón” 293); es el Antiguo Testamento que preludia el Nuevo, la definitiva Alianza entre Dios y los hombres sellada en Cristo Jesús.

San Juan Bautista es el precursor, el que va delante de Cristo, enviado para preparar el camino al Señor, como el último profeta; como aquel que inaugura el Evangelio. Juan Bautista es el que señala a Jesús, el que lo reconoce como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Juan es el testigo que da testimonio del Salvador con su predicación, con el bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf Catecismo, 523).

Celebrar esta solemnidad nos compromete a caminar en pos de Cristo con fidelidad, como verdaderos discípulos. Nos compromete a convertirnos en señales, en signos vivos, que apunten a Jesús, que remitan a Él, que ayuden a los demás hombres y mujeres a buscarlo, a encontrarlo, a amarlo. Nos compromete a morir cada día, a ceder nuestro tiempo, nuestro espacio, nuestra posición, en favor de otros, para que el Señor se manifieste. Nos impele a dar, sin cansancio, testimonio de la verdad. De una verdad que puede ser incómoda o ingrata a los poderes de este mundo, pero que, en todo caso, es una verdad que hace libres.

Qué el Señor, por la intercesión de San Juan Bautista, testigo de la Luz, enderece nuestros pasos por el camino de la salvación y de la paz. Amén.

Guillermo Juan Morado.