29.06.12

Eppur si muove - ¿Debe callar la jerarquía eclesiástica?

A las 12:18 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Eppur si muove

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Nadie puede negar que la Iglesia católica ha sufrido, está sufriendo y sufrirá acoso por parte de quien no está de acuerdo con ella. Sin embargo, no es poco triste decir y saber que sucede otro tanto por parte de creyentes católicos. Es lo que llama, por ejemplo, el P. Iraburu, infidelidades y que traen a mal traer a los que, en el seno de la Iglesia católica, se toman las cosas un poco en serio.

Es cierto que a la persona que voy a traer aquí hoy es más que posible que no la conozca ningún lector de este blog. Sin embargo, me parece que vale la pena dejar constancia de lo que ha escrito porque, con casi toda seguridad, será lo mismo que piensen y crean otros muchos católicos que sí son conocidos y que, como teólogos, los tenemos como díscolos y algo alejados, al fin y al cabo, de la Iglesia a la que dicen pertenecer.

Se llama Rafael Plaza Veiga.

Ha escrito, por ejemplo, que

Las jerarquías católicas -española y vaticana- están endureciendo en los últimos tiempos (bueno, viene endureciéndose desde que “renegaron” del Concilio Vaticano II) su actitud, y multiplicando sus condenas a varios de los teólogos españoles más comprometidos con el mensaje del Jesús “histórico”, tanto en sus escritos como en sus conferencias o congresos públicos y abiertos.

Dejando aparte la cantinela o el mantra de que hay miembros de la Iglesia católica que se ocupan de los más altos menesteres de la misma que, al parecer, han renegado del Concilio Vaticano II, lo bien cierto es que lo más preocupa es que don Rafael diga que hay una especie de persecución contra ciertos teólogos españoles que, es de suponer, son, por ejemplo, Tamayo, Masiá, Castillo, Forcano, o así) porque es como decir que la jerarquía debe callar ante lo que muchas veces se dice o escribe.

Es más que cierto que existe el deber de poner los puntos sobre las vocales que sea necesario poner. En realidad, quien así actúa, llevando códigos, normas y doctrinas a su justo lugar, sólo hace lo que tiene que hacer y otra forma de actuar no se debería permitir y ni siquiera esperar.

Dice el P. Iraburu, acerca de las infidelidades, que

“Nunca la Iglesia, en ninguna época, ha contado con un cuerpo de doctrina tan amplio y tan perfecto, se trate de temas litúrgicos, bíblicos, dogmáticos, morales, pastorales, filosóficos, sociales, políticos o de cualquier otro campo. Ningún católico, pues, tiene derecho a estar confuso y a perderse en la selva de verdades y mentiras en que ha de vivir.

Para que Dios saque a un cristiano de las tinieblas del error y le guarde en el esplendor de su verdad, éste no tiene más que «perseverar a la escucha de la enseñanza de los apóstoles», como los primeros cristianos (Hch 2,42). Sobre cualquier tema hallará preciosos documentos de la Iglesia. Y en todo caso siempre podrá hallar fácilmente la luz en el Catecismo de la Iglesia Católica (1992). (En las últimas ediciones –no así en las primeras– se incluyen unos índices excelentes).”

Infidelidades, pues, deberían haber pocas pero, en realidad, las hay como es fácil comprobar leyendo ciertos artículos de determinados, y muy concretos, teólogos, siempre a la greña con la doctrina católica y nunca a favor de nada que se diga desde ciertas instancias jerárquicas. Esto lo hacen porque ven a la jerarquía como a un enemigo contra el que tienen que luchar a machamartillo sin darse cuenta de que lo único que hacen es sembrar la cizaña que luego, con cierta lentitud, se tiene que cortar y quemar cuando es el caso de que se corte y se queme, claro.

Pero también se pregunta el P. Iraburu esto que sigue:

“¿Cómo es posible que durante tantos años hayan podido difundirse en la Iglesia Católica obras tan perniciosas, tan contrarias a la tradición católica y al Magisterio apostólico, sin que se haya detenido a tiempo su difusión? ¿Cómo podrá ahora remediarse el daño tan grande y extenso que esas obras –y tantas otras– han causado?”

Y es que resulta triste que, a pesar de las pruebas, más que suficientes de muestras de infidelidad y del hecho mismo de tratar de confundir a muchos con sus teologías y de llevar por el mal camino a muchos sencillos en la fe, no haya reacciones más contundentes que no serían, al fin y al cabo, más que cumplir con la misión que tienen encomendada aquellos que la tienen encomendada.

Seguramente, lo que salve, al fin y al cabo, a la Iglesia católica no son sus miembros sino Quien la fundó, Jesucristo, pues atendiéndole con oídos de hermanos e hijos de Dios, el devenir de su Esposa pueda ser el que debería ser y no el que procuran los que actúan como si no fueran, en realidad, hijos suyos.

Y eso, Dios mediante, será lo que nos salve.

Eleuterio Fernández Guzmán