2.07.12

La "perversa Jezabel del norte" y los católicos ingleses

A las 1:55 AM, por Alberto Royo
Categorías : General

ISABEL I Y LA CONSOLIDACIÓN DEL PROTESTANTISMO EN INGLATERRA

 

Hija de Enrique y de Ana Bolena, a los tres años perdió al mismo tiempo a su madre y su rango, pues su padre que hizo decapitar a su esposa acusada de adultera y declaro bastarda a su propia hija. Pero aunque alejada de la corte, la niña tuvo buenos maestros con los que, gracias a su inteligencia natural, pudo adquirir una cultura bastante amplia y una sólida formación clásica. Cuando su madre murió fue dejada al cuidado de Lady Margaret Bryan hasta que su hermano nació y después fue educada por Katherine Ashley.

Isabel vivió retirada de la Corte, lejos de su padre y de sus sucesivas esposas, aunque la última de estas, Catalina Parr, medió para que padre e hija se reconciliaran. Isabel, junto con su medio hermana María Tudor, hija de Catalina de Aragón, recobró sus derechos en la línea sucesoria, detrás de su hermano el príncipe Eduardo hijo de Jane Seymour, gracias al Acta de Sucesión de 1544. Tenía diez años cuando regresó a Greenwich, donde había nacido y estaba instalada la corte. Era una hermosa niña, despierta, pelirroja como todos los Tudor y esbelta como Ana Bolena. Allí, de manos de mentores sin duda cercanos al protestantismo, recibió una educación esmerada que le llevó a poseer una sólida formación humanística. Leía griego y latín y hablaba perfectamente las principales lenguas europeas de la época: francés, italiano y castellano.

Conocidas son las vicisitudes de la sucesión de la corona inglesa cuando en 1547 se produjo el deceso de Enrique VIII y ocupó el trono su hijo, Eduardo VI, hermanastro de Isabel, quien falleció a la prematura edad de 15 años. Ocupó entonces el trono Jane Grey,, quien gobernó pocos días. Era sobrina de Enrique VIII, pero fue designada, contraviniendo lo dispuesto en el acta de Sucesión, para impedir el ascenso al trono de la católica María Tudor, medio hermana de Isabel. Sin embargo, Jane Grey fue derrocada y luego ejecutada, tras la rebelión protestante encabezada por Thomas Wyatt. De este modo, María Tudor, se convirtió en reina de Inglaterra y contrajo matrimonio con quien se convertiría en Felipe II, rey de España.

Isabel, castigada por favorecer la causa protestante, permaneció recluida en la Torre de Londres, hasta que fue liberada tras engañar a su hermanastra afirmando que aceptaría la fe católica. En 1558, tras la muerte de María, Isabel subió al trono, siendo coronada el 15 de enero de 1559, en lo que fue la última ceremonia de coronación en latín de Inglaterra. Era mucho más popular que su hermana María y se dice que, tras la muerte de esta, el pueblo lo celebró por las calles. La nueva reina unía a sus extraordinarias dotes de gobierno un autentico cinismo en su vida privada. Con certera intuición encarriló a su país por el camino que durante los siglos posteriores llevaría a Inglaterra al vértice de su poderío político y económico: la industrialización, apoyada, sobre todo, en las industrias textiles; la hegemonía naval arrebatada a España y celosamente custodiada y defendida contra cualquier amenaza; la expansion colonial; el desarrollo comercial a escala mundial, y la protección brindada a cuantos luchaban contra el imperialismo español. Inglaterra se convertía al mismo tiempo, asi, en campeona de la resistencia contra el catolicismo.

El protestantismo se afirmó definitivamente en Inglaterra con Isabel, y desde entonces el amor a la patria y la fidelidad a la dinastía reinante quedaron unidos estrechamente con la hostilidad al papado y al catolicismo, hasta convertirse en uno de los componentes esenciales del alma inglesa, por lo menos hasta el siglo XIX. Así se comprende la explosión de furor popular que acogió la restauración de la jerarquía católica en Inglaterra en 1850 y la angustia de Newman al convertirse, cosa que le haría pasar por traidor a los ojos de toda la nación. A los católicos, especialmente en la segunda mitad del siglo XVI, les resultó extremadamente difícil conciliar un patriotismo sincero y, sobre todo, una autentica lealtad hacia la Reina, con una ortodoxia rígida, y manifestar en público esta actitud. Una vez mas lo político se mezclaba con lo religioso.

En 1559 fue promulgada la ley que reconocía a la Reina como “gobernador supremo de la Iglesia de Inglaterra” y se impuso a los eclesiásticos y a los funcionarios estatales un juramento de fidelidad al soberano. Todos los obispos, con una sola excepción, rechazaron el juramento; entre el clero inferior, por el contrario, hubo una aceptación de un tercio más o menos. A la cabeza de la nueva jerarquía fue puesto Matias Parker, que había sido capellán de Ana Bolena y fue consagrado en diciembre de 1559 por un obispo católico pasado al anglicanismo, William Barlow, según el ritual publicado en tiempos de Eduardo, es decir, usando una formula ("Accipe Spiritum Sanctum") que en si misma y en esas concretas circunstancias no expresaba suficientemente el significado sacramental del rito y omitía deliberadamente cualquier alusión al orden que se confería y al poder sacerdotal de ofrecer el sacrificio consagrando y administrando al eucaristía.

La supresion voluntaria en el ritual de Eduardo de cualquier referencia al sacrificio de la Misa demuestra que el significado objetivo de la formula usada no era el de conferir el poder de celebrar el sacrificio eucarístico; Barlow, al elegir deliberadamente este rito, en lugar del previsto en el pontifical romano restaurado en tiempos de María, demostraba una intención contraria al sacramento e incompatible con él. Por consiguiente, la consagración de Parker fue invalida por un defecto sustancial en la forma y en la intención, y a fortiori fueron nulas todas las consagraciones episcopales impartidas por él, que dieron origen a la nueva jerarquía anglicana, ya que, además, a los argumentos expuestos se unía en estos casos la falta de caracter episcopal del consagrante.

Roma tuvo siempre por invalidas las ordenaciones anglicanas, y en 1896 León XIII confirmó solemnemente en la bula “Apostolicae curae” las conclusiones negativas a que había llegado una comisión que había examinado oficialmente el problema, recogiendo una iniciativa de Lord Halifax y del abad Ferdinand Portal: “Pronunciamos y declaramos que las ordenaciones recibidas según el rito anglicano fueron invalidas y son del todo nulas”. La decisión de Leon XIII se refería a una verdad histórica ligada estrechamente a la vida y a la enseñanza de la Iglesia y según la doctrina más común entre los teólogos, caía también dentro del ámbito de su infalibilidad; el Papa, según esto, hubiera podido pronunciarse infaliblemente sobre este tema. Y si bien algunos historiadores han afirmado que no parece que la sentencia de León XIII hubiese pretendido un carácter infalible, por otra parte los argumentos históricos y dogmaticos en los que se funda hacen la conclusión históricamente cierta. Por consiguiente, a pesar de algunas voces surgidas, como la de Hans Kung, hay que considerar como definitiva esta decisión.

En el gobierno de Isabel hay que distinguir dos periodos, antes y después de 1570. Hasta este año los católicos gozaron de cierta tolerancia, si bien ya en 1559, la reina apoyó la revolución religiosa de John Knox, líder protestante escocés, que buscaba eliminar la influencia católica en Escocia. En 1568 Isabel se sintió amenazada por la durísima represión del Duque de Alba de las revueltas protestantes en Holanda. Al año siguiente, 1569 se produjeron dos levantamientos: la llamada Rebelión del Norte, liderada por nobles católicos de dicha zona, que esperaban contar con el apoyo de España contra Isabel, y la primera rebelión de Desmond contra el gobierno inglés en Irlanda, liderada por James Fitzmaurice Fitzgerald. La firmeza de Isabel en reprimir dichas rebeliones y la reacción del Papa hicieron que la situación de los católicos ingleses cambiase radicalmente.

El 25 de febrero de 1570 Pío V excomulgó y depuso a Isabel y libró a los súbditos del vinculo de obediencia con la bula “Regnans in excelsis”. El resultado fue absolutamente contraproducente, ya que la Reina se encontró con un bonito pretexto para considerar a los católicos como rebeldes políticos, al menos potencialmente. Por haber actuado con una mentalidad típica del Medievo, sin tener en cuenta la situación política del momento y renovando el error cometido por Bonifacio VIII, que a pesar de todo merece mayores atenuantes en consideración de la situación histórica de su tiempo, San Pio V sin querer vino a perjudicar seriamente a los católicos ingleses.

Otros hechos vinieron a agravar la situación de la Iglesia en Inglaterra: algunas conjuras tramadas contra Isabel con la intención de dar el trono a María Estuardo; la agitación provocada con motivo de la matanza de San Bartolomé en Francia (1572); las voces que corrieron, no sin fundamento, sobre ciertos planes para matar a Isabel, la “perversa Jezabel del Norte” (el mismo cardenal secretario de Estado de Gregorio XIII dio en 1580 su aprobación explicita a estos planes, declarando la empresa como meritoria); la guerra en un primer momento fría y luego caliente entre España e Inglaterra, que culminó en la famosa derrota de la Armada Invencible española (1588). Ciento veinticuatro sacerdotes y sesenta y un laicos fueron condenados a muerte y otros quedaron detenidos por largo tiempo en las duras cárceles de Londres.

Particularmente difícil era la condición de los candidatos al sacerdocio que no podian seguir en Inglaterra un curso normal de teología. El cardenal Allen fundó en 1587 un colegio en Douai (Flandes) y Gregorio XIII abrió otro en Roma. Pero una vez vueltos a la patria los sacerdotes educados en el continente tenían que afrontar continuos peligros, viéndose obligados a ocultar su verdadera condición y en muchos casos muriendo mártires. Por eso se lee en la Biografía de san Felipe Neri que, en sus muchas relaciones con los seminaristas del Venerable Colegio Inglés de Roma, saludaba a los futuros sacerdotes ingleses con la expresión: “Salvete, flores martyrum”

Isabel cayó enferma el 24 de marzo de 1603, padeciendo debilidad e insomnio. Murió el 24 de marzo en el palacio de Richmond, a los 69 años de edad, siendo enterrada en la abadía de Westminster, al lado de su hermana María I. Sobre sus tumbas se puede leer la siguiente inscripción: “Compañeras en el trono y la tumba, aquí descansan dos hermanas, Isabel y María, en la esperanza de una resurrección”

Incluso bajo la nueva dinastía de los Estuardo, en el siglo XVII, continuó siendo la situación de los católicos más bien difícil y, por desgracia, a las dificultades externas vinieron a sumarse fuertes divergencias internas, unas veces debidas a los celos y a las envidias entre el clero secular y los jesuitas, que no querían someterse al superior de la misión inglesa (en un primer momento el llamado “arcipreste”, después un vicario apostólico) y otras a las discusiones en torno a la legitimidad del juramento impuesto por Jacobo I, que negaba al Sumo Pontífice el derecho a deponer a los reyes y que había sido reprobado por Pablo V, si bien eran muchos en Inglaterra los que lo consideraban licito.

La desesperación empujó a algunos católicos a la “conjura de la polvora”, que pretendia hacer saltar por los aires al Rey con el parlamento (1605). Los conjurados fueron descubiertos y ajusticiados; el padre Garnett, provincial de los jesuitas, que bajo secreto de confesión estaba al corriente de los preparativos, se vio envuelto en el proceso y también fue condenado a muerte. Bajo Oliver Cromwell la situación en que se hallaban los irlandeses provoco una revolución que fue cruelmente reprimida: a los labradores se les privo de sus tierras, muchos fueron alistados por la fuerza en el ejército, a otros se les deportó a América y los supervivientes fueron confinados en la región menos fértil del país. Aun a lo largo de la mayor parte del siglo XVII no solo se les negó a los irlandeses cualquier tipo de libertad religiosa y se vieron excluidos del parlamento y de cualquier cargo público, sino que además hubieron de aguantar vejaciones y restricciones de todo género. Se abrió un respiradero únicamente cuando, como consecuencia de la revolución americana, empezó el gobierno a sentirse menos seguro y tuvo que granjearse el apoyo de la base. Irlanda, a pesar de todo, se mantuvo siempre católica, a excepción de la parte septentrional, el Ulster, donde se habían concentrado muchos emigrantes de Inglaterra y de Escocia.

Suele presentarse a Inglaterra como la patria de la democracia moderna, como la nación que habitualmente va por delante de las otras, como el Estado que alcanza, sin sacudidas y antes que los demás pueblos, el progreso que estos conquistan solo tarde y a base de revoluciones cruentas. La observación es sustancialmente valida, pero hay que completarla recordando que por lo que se refiere a la libertad religiosa y a la tolerancia en general, Inglaterra ha ido con retraso en relación con otros países. La emancipación de los católicos irlandeses no ocurrió hasta 1829, siendo así que hacía ya mucho tiempo que los protestantes gozaban en países católicos de la plena igualdad civil y política.