Un superviviente de la matanza de Garissa relata los hechos

«Los primeros en caer fueron tres niños que fueron ejecutados como animales»

 

Diez y veinte de la mañana del pasado domingo. En las entrañas de la Africa Inland Church, una pequeña iglesia situada en la localidad de Garissa, al noreste de Kenia, es tiempo de liturgia y celebración para cerca de 150 feligreses. Apenas sesenta segundos después, el tabernáculo comienza a retorcerse entre lágrimas. Supervivientes del atentado de este domingo contra dos iglesias kenianas relatan la masacre en el lugar de los hechos a Eduardo S. Molano, enviado especial del diario español ABC,

03/07/12 6:13 AM


(ABC) «Al principio pensaba que alguien estaba lanzado piedras contra el tejado», destaca a ABC Joseph Munyambu, quien desde hace décadas se encarga del cuidado del centro. En sus ojos, el horror del equívoco todavía es visible. «Poco después de explosionar dos granadas, tres hombres vestidos de uniforme militar (otra fuentes aseguran que se trataban de cuatro) comenzaron a abrir fuego contra los feligreses que estábamos en el interior», destaca este menudo anciano, en cuya camisa todavía se muestran visibles las marcas de la masacre. «No he tenido ni tiempo de limpiar las manchas de sangre», se lamenta. Nadie le culpa.

«Todo era un caos. Los primeros en caer fueron tres niños que fueron ejecutados como animales con varios disparos en la cabeza y el pecho. Después, los terroristas comenzaron a ordenar que nos apiláramos contra uno de los muros de la iglesia. Yo, sin embargo, me escondí entre los bancos rezando para que todo acabara».

Quince minutos después, las plegarias del bueno de Joseph encuentran respuesta y los atacantes huyen hacia un vehículo. Su balance no puede ser más atroz: diecisiete personas fallecidas y más de 60 heridos.

Víctimas, con nombre y apellidos: Issa Mohammed Aden. Musulmán. Transferido hacía tan solo unos días desde la capital -Nairobi- por los mandos policiales, era uno de los encargados de la vigilancia del centro. Fue ajusticiado a la entrada.

La joven Anne Kaleli, cristiana, tuvo más suerte. «Apenas un disparo en la pierna», sonríe a la cámara apostada en una camastro del principal hospital de Garissa. A su lado, Joseph Mutunga, párroco del centro, aún no se explica lo ocurrido.

«¿Por qué? Ésa es la gran pregunta que nos hacemos todos. Nosotros solo somos hombres de paz», destaca a este diario.

Desconocidas las causas morales, de la autoría no queda ninguna duda. El del domingo es el primer incidente severo contra una iglesia del país desde que tropas del Ejército de Kenia se adentraran, el pasado mes de octubre, 100 kilómetros en Somalia, como medida de castigo a los últimos secuestros de extranjeros protagonizados en la frontera (entre ellos, el de las españolas Montserrat Serra y Blanca Thiebaut).

En respuesta, Sheikh Ali Rage, portavoz y número dos de la milicia islamista de Al Shabab, advirtió que Kenia debería «afrontar las consecuencias» por haber «comenzado la guerra» con el despliegue de sus tropas en territorio somalí.

Precisamente, ayer, tan solo veinticuatro horas después de producirse la masacre, Al Shabab asumía en uno de sus principales foros (Al Kataib) la autoría de «las ofensivas militares de la ciudad de Garissa» (de forma paralela al atentado en la Africa Inland Church, el grupo armado llevaba a cabo un ataque similar en otra iglesia de la ciudad, aunque sin víctimas morales).

«Nunca antes habíamos tenido un problema con nuestros hermanos musulmanes. La convivencia entre comunidades es perfecta», destaca el párroco Mutunga.

Simple terrorismo

A solo un par de kilómetros de estas palabras, y entre excelsas medidas de seguridad, Mohammed Bishar, de las asociación de jóvenes islámicos, reiteraba también su convencimiento a este diario: «Estos ataques no pueden ser calificados de guerra entre religiones, tan solo de simple terrorismo. Pero no vamos a ceder».

Y las palabras parecen traducirse en hechos. Ayer, centenares de musulmanes (situada en las cercanías de Somalia, la mayor parte de la población de Garissa profesa este credo) hacían cola en los centros médicos para rendir pleitesía a los supervivientes de la masacre.

De los atacantes, eso sí, ni rastro. «No temo que vuelvan. Ahora estaremos preparados», aseguraba el bueno de Joseph Munyambu.

Mientras, y con la mirada puesta en el futuro, el pequeño anciano se afanaba a última hora de la tarde por limpiar la sangre que recorría muros y suelos de su querida iglesia. En su camisa, las heridas de la masacre todavía eran visibles: «El próximo domingo, volveremos. Y seremos aún más. No nos derrotarán».