7.07.12

Mons. Muller

A raíz del nombramiento como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe del arzobispo Gerhad Müller, ha surgido una polémica a causa de varias de las expresiones presentes en algunas de sus obras anteriores, que pueden interpretarse de manera poco ortodoxa y hasta herética. Es comprensible la preocupación de muchos católicos, ya que de ser cierto, no sería una buena elección para quien se espera que custodie la integridad de la fe católica dentro de la Iglesia de Jesucristo.

Algunas de estas expresiones fueron reproducidas por mi compañero Andrés Beltramo en su blog, y posteriormente también en la Buhardilla de Jerónimo fue publicada una entrevista donde Mons. Müller intenta clarificar esos puntos polémicos. Uno de esos puntos controversiales aborda el dogma de la virginidad perpetua de María, en la cual según el arzobispo no concierne tanto a específicas propiedades fisiológicas del proceso natural del nacimiento…”.

Sin conocer a fondo la obra en cuestión, y contando solo con la traducción que hace el blog vecino, no veo fundamento suficiente como para suponer que Mons. Müller haya negando nada, ni siquiera la virginidad en el parto desde el punto de vista biológico. Y es que decir que el dogma no depende tanto de las particularidades fisiológicas (integridad del himen) no necesariamente implica afirmar positivamente que dicha integridad haya sido comprometida. De ser así, se trataría por tanto, de una mala interpretación, quizá producto de una inexacta traducción, y en ese sentido habría que ser cuidadoso, porque nos podríamos estar apresurando a acusar de heterodoxo públicamente a un obispo sin fundamento moral suficiente, y eso según la enseñanza de la Iglesia se llama juicio temerario.

Pero más allá de la polémica surge la pregunta: ¿cómo entender el dogma de la virginidad de María, específicamente cuando decimos que permaneció virgen en el parto?. Particularmente no creo que la virginidad dependa de la integridad del himen de la mujer, así como creo que las mujeres que nacen sin himen o las que lo pierden por algún ejercicio o accidente no dejan por eso de serlo, pero para clarificar el tema considero útil estudiar cómo ha entendido el dogma tradicionalmente la Iglesia, por lo que reproduzco la explicación que da un reconocido manual de teología dogmática (Ludwig Ott) al respecto:

Virginidad en el parto

María dio a luz sin detrimento de su integridad virginal (de fe por razón del magisterio universal de la Iglesia).

El dogma afirma el hecho de la permanencia de la virginidad corporal de María en el acto de dar a luz, sin precisar ulteriormente la explicación fisiológica de este hecho. La Iglesia ha creído siempre que el acto mismo del nacimiento de Cristo se realizó de un modo extraordinario; María tuvo un papel activo en este nacimiento (Mt 1, 25; Lc 2, 7), pero su parto se diferenció en el aspecto mismo somático-fisiológico del parto común de las demás mujeres. La explicación última de este hecho extraordinario y misterioso hay que dejarla a la omnipotencia divina.

SAN AGUSTÍN dice: «En tales cosas la razón íntegra del hecho es la omnipotencia de quien lo hace» (Ep. 137, 2, 8); S.th. III 28, 2.

En la antigüedad cristiana impugnaron la virginidad de María en el parto: TERTULIANO (De carne Christi 23) y, sobre todo, Joviniano, adversario decidido del ideal cristiano de perfección virginal. En los tiempos modernos lo ha impugnado el racionalismo (Harnack: «una invención gnóstica»).

La doctrina de Joviniano («Virgo concepit, sed non virgo generavit») fue reprobada en un sínodo de Milán (390) presidido por SAN AMBROSIO (cf. Ep. 42), en el cual se hizo referencia al símbolo apostólico: «Natus ex Maria Virgine». La virginidad de María en el parto se halla contenida implícitamente en el título «Siempre Virgen» que le otorgó el V Concilio Universal de Constantinopla el año 553; Dz 214, 218, 227. Esta verdad es enseñada expresamente por el papa SAN LEÓN I en la Epístola dogmática ad Flavianum) () Ep) 28, 2), que fue aprobada por el concilio de Calcedonia. La enseñaron también expresamente el sínodo de Letrán (649) y el papa PABLO IV (1555); Dz 256, 993. PIO XII nos dice, en su encíclica Mystici Corporis: «Ella dio la vida a Cristo nuestro Señor con un parto admirable» («mirando partu edidit»). La fe universal de la Iglesia en este misterio halla también expresión en la liturgia. Cf. el responsorio de la v lección de la Natividad del Señor y el de la vm lección de la fiesta de su Circuncisión.

Is 7, 14 anuncia que la virgen dará a luz (en cuanto virgen). Los santos padres refieren también en sentido típico al parto virginal del Señor aquella palabra del profeta Ezequiel que nos habla de la puerta cerrada (Ez 44, 2; cf. SAN AMBROSIO, Ep. 42, 6; SAN JERÓNIMO, Ep. 49, 21), la del profeta Isaías sobre el parto sin dolor (Is 66, 7; cf. SAN IRENEO, Epid. 54; SAN JUAN DAMASCENO, De fide orth. iv 14) y la del Cantar de los Cantares sobre el huerto cerrado y la fuente sellada (Cant 4, 12; cf. SAN JERÓNIMO, Adv. Iov. 1 31; Ep. 49, 21).

SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA designa no sólo la virginidad de María, sino también su parto, como un «misterio que debe ser predicado en alta voz» (Eph. 19, 1). Claro testimonio del parto virginal de Cristo lo dan los escritos apócrifos del siglo 11 (Odas de Salomón 19, 7 ss; Protoevangelio de Santiago 19 s; Subida al cielo de Isaías n , 7 ss), y también escritores eclesiásticos como SAN IRENEO (Epid. 54; Adv. haer. m 21, 4-6), CLEMENTE ALEJANDRINO (Strom. vn 16, 93), ORÍGENES ( In Lev. hom. 8, 2; de otra manera en In Luc. hom. 14). Contra Joviniano escribieron SAN AMBROSIO (Ep. 42, 4-7), SAN JERÓNIMO (Adv. Jov. 1 31; Ep. 49, 21) y SAN AGUSTÍN (Enchir. 34), quienes defendieron la doctrina tradicional de la Iglesia. Para explicar de forma intuitiva este misterio, los padres y teólogos se sirven de diversas analogías: la salida de Cristo del sepulcro sellado, el modo con que Él pasaba a través de las puertas cerradas, como pasa un rayo de sol por un cristal sin romperlo ni mancharlo, la generación del Logos del seno del Padre, el brotar del pensamiento en la mente del hombre.

Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Editorial Herder, Barcelona 1966, pág. 322-324