13.07.12

Presentamos nuestra traducción de la entrevista que Don Nicola Bux ha concedido a Riposte Catholique, en la cual pone de manifiesto que el Santo Padre desea de todo corazón la reconciliación con la Fraternidad San Pío X.

 

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Don Nicola Bux, junto al Card. Brandmuller y a Mons. Marchetto, usted ha publicado recientemente una obra en la que expone las claves interpretativas del Concilio por parte de Benedicto XVI. Ahora es precisamente la cuestión de la interpretación del Concilio y del valor de su magisterio la que ha retrasado la regularización canónica de la Fraternidad San Pío X. En el último documento sometido a Mons. Fellay el 13 de junio, los encargados de su redacción habrían reintroducido la exigencia de que la Fraternidad reconozca la autoridad del Concilio en su totalidad. Parece, por lo tanto, que en Roma hay muchos modos diferentes de entender la “hermenéutica de la continuidad”: si por parte de algunos se plantea como principio base el reconocimiento preliminar del Vaticano II, otros hacen del Concilio mismo el objeto de la crítica (De Mattei), mientras una tercera interpretación sería la de razonar sobre el valor del magisterio del Concilio (en esta línea el padre Barthe habla de “magisterio incompleto”). ¿Es realmente así y se puede esperar que Roma de un paso atrás sobre la exigencia de un reconocimiento integral del Concilio? ¿Podemos acercar a Monseñor Di Noia, el nuevo vicepresidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, a esta tercera línea interpretativa? Él, de hecho, ha declarado a la agencia CNS que “los textos conciliares no deben leerse según el punto de vista de los liberales presentes en el Concilio” y que “es posible tener disensos y estar de todos modos en comunión con el Papa”, y ha explicado también que tiene la tarea de “ayudarlos a encontrar una fórmula que respete su especifica integridad teológica”. ¿Está cerca el entendimiento final?


 

 

El Concilio Ecuménico Vaticano II debe ser colocado, en primer lugar, en la larga historia de la Iglesia, de donde resulta la continuidad con aquellos que lo han precedido, aún con sus características propias, que constituyen también una novedad. ¿En qué sentido? En primer lugar, porque el Espíritu, que asiste a la Iglesia, hace nuevas todas las cosas. Luego, porque la tradición es recibir y transmitir. La renovación, o reforma, por lo tanto, tiene lugar en la continuidad, tema tratado a la luz del binomio inseparable, para la Iglesia Católica, “nova et vetera”. Y además la correcta hermenéutica es la primera “clave” indicada por Su Santidad Benedicto XVI en el famoso discurso a la Curia Romana en lo concerniente a la interpretación y la ecumenicidad del Vaticano II.


 

Sus documentos han sido descontextualizados respecto a la Tradición de la Iglesia y con frecuencia usados como expresión del “aggiornamento” (que habría debido poner juntos nova et vetera), minimizándolo y haciendo valer sólo lo nuevo. Así se lo transformaba en una suerte de ideología, en un “superdogma”, como llegó a decir el entonces cardenal Ratzinger a los obispos chilenos. Por lo tanto, se necesita una veraz presentación histórica del Vaticano II, entendido como instrumento de “aggiornamento”, es decir, de “renovación en la tradición”.


 

Un punto más bien olvidado en el discurso sobre el Vaticano II es el del consenso, es decir, cómo se forma, el camino que para alcanzarlo se debe realizar a través del diálogo entre opiniones, llegando a elegir una vía de síntesis, en cuanto a la doctrina no definida y en legítimo desarrollo. Las nuevas adquisiciones no necesariamente son definitivas e irreformables, sino que son orientaciones y preceptos del magisterio extraordinario de la Iglesia en sí y para su misión en el mundo. No por casualidad el magisterio ordinario pontificio sucesivo las ha interpretado, aclarado y desarrollado ulteriormente.


 

 

Se debe tener en cuenta también el diverso género de los documentos, que no son todos, en su totalidad y en su interior, de la misma naturaleza. Creo que en este sentido trabajará Mons. Di Noia. ¿Por qué no debería ser permitido también para el Vaticano II aquel estudio crítico que se ha aplicado al resto de los concilios?


 

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Otro elemento que podría hacer pensar en un retraso en la reconciliación entre Roma y Econe, es el nombramiento de Mons. Müller como Prefecto de Doctrina de la Fe. Al mismo tiempo, sin embargo, se ha tenido el nombramiento de Mons. Di Noia como vicepresidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei. En la nota de explicación del nombramiento emitida por la Congregación para la Doctrina de la Fe se afirmaba: “El nombramiento de un prelado de alto rango en este puesto es un signo de la solicitud pastoral del Santo Padre por los católicos tradicionalistas en comunión con la Santa Sede y de su fuerte deseo de reconciliación con aquellas comunidades tradicionalistas que no están en comunión con la Sede de Pedro”. ¿Es Mons. Di Noia el hombre encargado por el Santo Padre para alcanzar finalmente el reconocimiento de la Fraternidad San Pío X? ¿Los hombres lograrán llegar allí donde el Espíritu Santo parece haber trabajado tan bien?


 

 

Con seguridad éste es el intento del Santo Padre, al cual le importa mucho la reconciliación y la unidad de los cristianos. Cada cristiano, en base a lo que he dicho antes, debe amar la tradición, por lo tanto es “tradicional” – mejor que tradicionalista. En la Iglesia, todo aquel que recibe un encargo no promueve sus ideas sino que debe servir a la verdad, fiel a la enseñanza del Romano Pontífice.


 

Por eso, tenemos necesidad de una segunda “clave” para interpretar no sólo el concilio Vaticano II, sino toda la vida de la Iglesia: la “clave” de la fe, indicada también por Benedicto XVI con la convocatoria del Año de la Fe. De hecho, ¿para qué debe servir todo el debate sobre el Vaticano II? Para redescubrir la naturaleza del cristianismo, que es necesario para la salvación del hombre. Así los cristianos, con la inteligencia de la fe, deben contribuir a la inteligencia de la realidad. Éste es el contenido esencial de la fe, y el Papa advierte la urgencia de volver a anunciarlo frente a concepciones que la reducen a discurso, o a sentimiento, o a ética.


 

Es necesario rezar para que todos en la Iglesia sean dóciles al Espíritu Santo, Spiritus unitatis.


 

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Monseñor Fellay se ha expuesto mucho para favorecer las condiciones para la reconciliación. Como Superior general de la Fraternidad San Pío X, es depositario del carisma específico de ésta pero también de la herencia de Mons. Lefebvre, su fundador, y debe vigilar que tanto uno como otro sean preservados. La Iglesia, por otra parte, tiene todo el interés en que este carisma particular se ejerza plenamente en su interior, como usted ha tenido oportunidad de subrayar haciéndose intérprete del pensamiento del Papa. Algunas veces, sin embargo, se tiene la impresión de que Roma no facilita mucho las cosas a Mons. Fellay a través de decisiones que parecen no tener en cuenta esta doble responsabilidad suya. ¿No es simplemente porque en Roma no se conoce casi para nada el universo tradicionalista y, en particular, la FSSPX, su historia y sus protagonistas? ¿Puede ser también una cierta falta de conocimiento del pensamiento del Papa que no desea “apagar” el vigor de la FSSPX sino sólo dirigirlo correctamente en la Iglesia?


 

 

En la Carta a los Obispos, que Benedicto XVI escribió después del levantamiento de la excomunión, ha demostrado conocer bien y amar a esta amplia parte de los fieles, que son también sus hijos. Los pasos que ha dado están inspirados por la “paciencia del amor”, aquella que según el Apóstol debe caracterizar a todos los discípulos de Jesús. Considero que también el Superior General, Mons. Fellay, ha trabajado en la misma dirección y como tal toda la Fraternidad debería seguirlo, en primer lugar los Obispos y sacerdotes, venciendo el orgullo que viene del Maligno. Aprendamos de Jesús que es manso y humilde de corazón. Un obispo, un sacerdote, un cristiano, debe considerar la unidad como el bien más precioso, dice san Juan Crisóstomo, que ha costado la Sangre preciosísima del Señor. Precisamente antes de la Pasión, Él ha rezado: ut unum sint!


 

Luego, incluso si algunos hombres se equivocan, la Iglesia es indefectible, porque Jesús la ha fundado sobre la roca de fe constituida por Pedro, que “viene de piedra”, dice san Agustín. Su unidad es inamissibilis, no se podrá perder nunca, porque es como la túnica de Jesús, sin costuras, hecha de una sola pieza, que precisamente este año ha sido venerada solemnemente en Tréveris. Las divisiones de los cristianos no pueden destruir la unidad de la Iglesia.


 

El primado del Papa es superior al concilio. Y la Iglesia no es un concilio permanente. A Pedro y a sus sucesores el Señor ha dado el “poder de las llaves” de atar y desatar en la tierra y esto al mismo tiempo lo hace Él en el Cielo.


 

Afortunadamente, junto a la Escritura, los cristianos tienen en el Papa un antivirus visible contra el conformismo: el “pastor de la Iglesia que os guía”, advierte Dante en el V canto del “Paraíso”, “baste esto para vuestra salvación”.


 

Por lo tanto, que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X – precisamente esto el Santo Padre lo está pidiendo a la Santísima Virgen María – acoja la reconciliación y confíe en el Santo Padre, y así conocerá un renovado desarrollo que será para beneficio de toda la Iglesia católica.


 

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Fuente: Riposte Catholique


 

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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