29.07.12

 

Se cumplen ahora 12 años de la llegada de mi familia a tierras aragoneses. Las circunstancias fueron un tanto difíciles ya que mi mujer acababa de sufrir una cesárea para que naciera nuestra hija pequeña, que vio la luz en el sexto mes de embarazo y pesando menos de un kilo. La placenta había dejado de funcionar y no quedó más remedio que sacarla antes de tiempo.

Como quiera que teníamos que desalojar la casa de Madrid, no quedó otra que venirnos a Sariñena (Huesca) antes de que la cría saliera de la incubadora en Madrid. La situación fue por tanto, harto complicada porque no era posible estar haciendo 400 kms de ida y vuelta todos los días para ver a la nena y además teníamos que organizarlo todo en la nueva casa. A Dios gracias, todo salió bien y a principios de septiembre la teníamos ya en casa. Muy pequeñaja, pero bien de salud.

Se cumplía también entonces el primer año de nuestro regreso a la Iglesia Católica. Llegábamos a una diócesis en la que el pastor, Mons. Javier Osés, se estaba muriendo debido a un cáncer. Incomprensiblemente se tardaron dos años en nombrar un nuevo obispo, que además lo sería también de la diócesis hermana y vecina de Jaca. En ese tiempo tuvimos como administrador apostólico a Mons. Omella, por entonces obispo de Barbastro -también diócesis vecina- y hoy obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño.

Sariñena, el pueblo en el que nos instalamos, era capital de comarca y cabeza de arciprestazgo. Por razones que se pueden ustedes imaginar, me interesé en saber qué hacía la Iglesia en los Monegros. Asistí a reuniones de pastoral, de catequesis, etc. Mi actitud al principio era sobre todo de la ver, oír y callar, pero no pasó demasiado tiempo hasta que me atreví a tomar la palabra. Me acuerdo que la primera vez que lo hice fue en una reunión de catequistas en la que pedí que la catequesis fuera instrumentos de despertar al sacerdocio y la vida religiosa. Nuestra diócesis sufría -y sufre- una gran crisis vocacional y me pareció que la primera cosa que se debía hacer para poner fin a la misma era que los catequistas, sobre todo los de confirmación, fueran instrumentos del Señor para despertar vocaciones en los jóvenes.

Como suele ocurrir en ese tipo de reuniones, todo el mundo dice sí a las ideas más o menos buenas y luego no se hace nada para ponerlas en marcha. En otra ocasión advertí de la muy probable llegada a la comarca de grupos evangélicos y sectas raras (si digo “y", no digo “o"), sobre todo debido a la inmigración procedente de Hispanoamérica. Propuse hacer un trabajo de seguimiento especial entre los inmigrantes católicos para que no acabaran uniéndose a esos grupos. Un sacerdote me dijo que tal cosa era muy improbable, pero lo cierto es que no pasó medio año antes de que un secta pentecostal “solo Jesús” (no trinitarios), alquilara un almacén en las afueras del pueblo para celebrar su cultos.

Sin embargo, el día más complicado para mí fue aquel en el que se trató sobre la actuación de Cáritas. La crisis económica que actualmente padecemos estaba todavía muy lejos de asomar su cara y por tanto la prioridad era la atención a los inmigrantes. Entre ellos, no pocos musulmanes. Se me ocurrió entonces proponer que Cáritas hiciera algo más que darles comida y ropa. Propuse que se les hablara del evangelio. Y que, igualmente, Cáritas fuera un banderín de enganche a la participación de los inmigrantes católicos hispanoamericanos. Inmediatamente fui objeto de miradas de asombro y estupor. Una de las responsables de Cáritas -no sé si de la zona o de la diócesis- me dijo que debíamos respetar a todo el mundo, pues Dios es un Dios de todos. En otras palabras, que nada de evangelizar a los no católicos ni de usar la acción social de la Iglesia como instrumento de nueva evangelización de los ya bautizados. Que yo recuerde, nadie apoyó mi tesis.

Me he acordado de todo esto cuando he publicado hoy la noticia sobre la iniciativa de Mons. Xavier Novell, obispo de Solsona. El obispo más joven y más activo de Cataluña y de España ha dicho, ni más ni menos, que «los colaboradores de Cáritas tienen que aprender a evangelizar». Es más, ha propuesto formarles adecuadamente para que puedan serlo. Don Xavier sabe bien que los pobres necesitan ropa, comida y atención, pero sobre todo necesitan a Cristo.

El mero hecho de ser pobre no convierte a nadie en cristiano ni en buena persona. Y la primera misión de la Iglesia es evangelizar. La atención material a los necesitados es fundamental pero más lo es la atención espiritual. En España hay muchísima más pobreza espiritual que material.

No sé si al obispo de Solsona le mirarán con cara rara. Lo bueno es que no estamos ante un mero seglar con ideas más o menos “revolucionarias” sino ante un pastor. Por tanto, ante alguien con cierta capacidad de poner en marcha las buenas ideas que tenga. Obviamente necesita que sus sacerdotes y sus fieles obren en consecuencia. Un obispo por sí solo no puede hacer casi nada. No va a ser Mons. Novell el que vaya por todas las cáritas parroquianas a evangelizar a los pobres alejados de la Iglesia. Aunque conociéndole como le vamos conociendo, no descarto que lo haga en alguna ocasiones.

Lo que dice don Xavier vale para su diócesis y para todas las diócesis de Cataluña y del resto de España, por no decir del resto del mundo. La Iglesia no es una mera ONG social. Es el instrumento de Dios para la evangelización de todos los hombres y mujeres del planeta. No se trata de hacer un proselitismo agresivo hacia los más necesitados aprovechando que vienen a nosotros a pedir ayuda. Se trata de ofrecerles la verdadera comida y verdadera bebida para el alma. Y como dice San Pablo “ay de mí si no predicara el evangelio” (1ª Cor 9,15). No deja de ser triste que algo tan elemental como lo que plantea el obispo de Solsona sea noticia. Debería de ser la cosa más normal del mundo. Y no lo es.

Luis Fernando Pérez Bustamante

Por si alguno llega a pensar que creo que es poco importante la labor social de la Iglesia:
El pobre
Cristo también se viste de carrilero