14.08.12

Un “espía” infiltrado por el Espíritu Santo

A las 4:52 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : El Vaticano

Un amante del espionaje, un mentiroso con una personalidad fácilmente sugestionable y delirios de grandeza. Un hombre sin muchas luces que ideó prácticamente solo un plan capaz de hundir a la Santa Sede en una de sus más profundas crisis en los últimos años. Y un ladrón. He ahí unos trazos de la personalidad de quien, durante más de seis años, se desempeñó como uno de los más estrechos colaboradores del Papa: el mayordomo del “vatileaks”.

Un sorprendente (e inquietante) perfil psicológico que emerge revisando las 24 páginas de los dos documentos, difundidos apenas ayer por la sala de prensa del Vaticano en el marco del proceso judicial que se sigue al ex ayudante de cámara de Benedicto XVI por el delito de “robo agravado”. Se trata, por una parte, de la requisitoria con la cual el promotor de justicia (fiscal), Nicola Piccardi, solicitó el enjuiciamiento y expuso sus argumento. El segundo texto corresponde a la sentencia de “envío a juicio” del imputado, que lleva la firma del juez Piero Antonio Bonnet.

Más allá de los detalles de un proceso judicial histórico (se puede profundizar aquí y aquí), los informes revelaron el esquema mental del “cuervo”, como se llamó a quien –desde las sombras- orquestó el robo y la filtración de documentos confidenciales del pontífice.

Paolo Gabriele, 46 años y padre de tres hijos, lo tenía todo. Contaba con un trabajo fijo en el Estado más pequeño del mundo, casa y seguridad económica; además ayudaba cada día en las labores domésticas a uno de los grandes líderes religiosos del mundo. Pero, tras aquel hombre rígido y laborioso, se escondía una personalidad frágil; necesitada de afecto y contención.

Durante los 50 días que estuvo detenido, el mayordomo fue sometido a una pericia psiquiátrica realizada por dos médicos diversos. ¿El resultado? Su personalidad está caracterizada “por una profunda necesidad de recibir atención y afecto de parte de los otros”.

“(Esto lo lleva) a acceder a las necesidades de quien se muestra acogedor con él, amigable y disponible a demostrarle estima y confianza. En este caso Gabriele puede ser sujeto de manipulación de parte de aquellos que muestra esas actitudes”, indicó la sentencia. Uno de los peritos estableció que su identidad es “incompleta e inestable”, propensa a ser sugestionada, además de estar imbuida por “sentimientos de grandeza” y “alterada rigidez moral”.

Pero la conclusión de los magistrados vaticanos fue que esta condición psiquiátrica nunca afectó el pleno uso de las facultades mentales del imputado, que siempre actuó con plena conciencia de sus actos. Lo cierto es que, en el “vatileaks”, Gabriele jugó un rol de primer plano y luego justificó sus acciones en una pretendida lucha contra la suciedad dentro de la Iglesia católica.

De acuerdo con sus propias declaraciones, la corrupción dentro del Vaticano lo llevó a una manía desenfrenada por fotocopiar cientos de documentos confidenciales del Papa para luego almacenarlos caóticamente tanto en su casa como en la residencia estiva del Vaticano, ubicada en Castelgandolfo.

“Viendo mal y corrupción por todas partes en la Iglesia, llegué en los últimos tiempos, aquellos de la degeneración, a un punto de no retorno, bajándose en mi los frenos inhibitorios. Estaba seguro que un shock, incluso mediático, habría podido ser saludable para regresar a la Iglesia a su justo carril. Además, en mis intereses, siempre ha estado el del espionaje, en algún modo pensaba que en la Iglesia este rol fuese justamente aquel del Espíritu Santo, del cual me sentía en cierta manera infiltrado”, reconoció en uno de los interrogatorios.

Ni más ni menos que un “espía” enviado por el Espíritu Santo. Así se sintió quien, para cumplir su misión, llegó incluso a mentir descaradamente ante sus principales colegas de trabajo el 21 de mayo pasado, cuando fue convocada una tensa reunión de la llamada “familia pontificia”, de la cual él formaba parte. Realizada a puerta cerrada, participaron en ella los dos secretarios privados de Benedicto XVI, Georg Gaenswein y Alfred Xuereb, así como la religiosa Birgit Wansing, cuatro señoritas consagradas que asisten al pontífice.

Dos días antes, el sábado 19, había salido a la venta el libro “Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI” del autor italiano Gianluigi Nuzzi. En él se publicaron decenas de documentos confidenciales, algunos de los cuales apuntaron las sospechas sobre el mayordomo. A pesar de haberse reunido en numerosas ocasiones con Nuzzi en secreto, cuando Gaenswein en aquel encuentro le preguntó directamente si él había sido el responsable de la filtración, Gabriele negó con firmeza, mintiéndole en la cara.

Pero su suerte ya estaba echada, el 23 de mayo Gaenswein le informó que había sido suspendido de su puesto durante una llamada telefónica en la cual el mayordomo insistió en su mentira, dijo ser un “chivo expiatorio” y agregó, fríamente, que tenía la conciencia tranquila luego de un coloquio con su padre espiritual.

Finalmente la verdad salió a la luz y Gabriele fue arrestado. Aunque en los primeros interrogatorios guardó silencio, luego confesó su culpa reconociendo que había procedido a la duplicación de los documentos fotocopiándolos en su oficina y llevándolos posteriormente a su casa. Y aceptó que, incluso en medio del peligro, siguió robando informes. “En los últimos tiempos, cuando la situación degeneró, me encargaba de no quedarme sin copias duplicándolas mediante la fotocopiadora incluida en la impresora del ordenador”, sostuvo.

Todos los textos sustraídos fueron tomados de entre aquellos que se encontraban directamente en el escritorio de Gaenswein o en una mesa cercana. “Nunca fui a revisar los expedientes cuando estaban puestos fuera del escritorio”, aclaró. Aún así sus movimientos estuvieron siempre acompañados de una gran dosis de peligro.

“Aunque la posesión de tales documentos es una cosa ilícita he considerado tener que hacerlo empujado por diversas razones como mis intereses personales, además consideraba que también el Sumo Pontífice no fuese correctamente informado sobre algunos hechos. (.) Naturalmente sabía de correr peligros, en el sentido que existía el riesgo de ser descubierto. Sobre todo por las graves consecuencias de este comportamiento. Sabía también que no habría podido escapar o sustraerme porque esto habría sido expresión de cobardía”, dijo enlos interrogatorios.

Por lo tanto él era consciente de las dificultades que afrontaba, pero igual siguió adelante. Casi como si el robo sistemático de documentos fuese una droga o una enfermedad irresistible. Un comportamiento contrastante con la idea que el secretario papal Georg Gaenswein tenía de él. En la sentencia se pueden leer algunos párrafos del testimonio del sacerdote sobre su opinión del mayordomo: “Era una persona que tenía necesidad de ser continuamente guiado. Era un ejecutor al cual no se podía confiar tareas de naturaleza diversa, aún más, a veces era necesario repetirle las cosas más de una vez”.

Según el secretario, opinión coincidente con los peritos, el artífice del “vatileaks” tenía un carácter más bien sugestionable a las influencias del externo. Pero la sentencia difundida sugirió que, sustancialmente, él sólo ideó el plan para la fuga de noticias. Aunque si dejó entrever que otros en la Curia Romana sabían de su accionar y hasta cruzaron información reservada con él. Pero las identidades de todos los testigos, incluidos los posibles cómplices y aquellos que sabían, fueron cubiertas por el anonimato. Los magistrados vaticanos asignaron a cada uno de ellos una letra, de la A a la W. Más de dos docenas de personas cuyas declaraciones, de alguna manera, sirvieron para armar un intrincado cuadro.

Este es, sin duda, el punto clave de todo el proceso judicial. Porque no es difícil pensar en la posibilidad que otros personajes hayan influenciado las decisiones de Gabriele. Pero, por ahora, no se refieren nombres. Muchos menos se habla de “cómplices” o “autores intelectuales”. En contraparte se aclara que las investigaciones seguirán su curso, en un itinerario que puede extenderse más de lo previsto.

“Fui sugestionado por las circunstancias del ambiente, en particular de la situación de un Estado en el cual existían condiciones que determinaban escándalo para la fe, que alimentaban una serie de misterios no resueltos y que despertaban difundidos malhumores”. Esa es la versión del mayordomo. ¿Un espía de Dios o el instrumento de una trama mucho más grande? La interrogante sigue abierta. Las explicaciones del Vaticano son, por ahora, insuficientes.