Fe y Obras

La presencia de Cristo da buenos frutos

 

 

16.08.2012 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Dice el catecismo “Jesús es el Señor” (capítulo 1, página 11) “Con nuestros ojos no vemos a Jesús pero, donde está Él, las personas cambian, se hacen mejores, se ayudan, se perdonan, comparten sus cosas están alegres; es decir, se aman.

Así, Jesucristo está presente de tal manera en nuestra vida que, aún sin verlo, produce en nosotros, sus discípulos, un efecto benéfico para nuestro espíritu y, así, para nuestra vida.

 

Ser mejores

No hay duda que, considerando la vida de Jesucristo, su actuación y la doctrina que vino a traer o, mejor, a recordar a sus olvidadizos contemporáneos, el conocimiento de ella y, además, la creencia en su validez para nuestra vida, ha de causar en nosotros un cambio del corazón: de uno de piedra (en cuanto pueda serlo, más o menos, todos lo tenemos) a uno de carne (propio de uno que lo es misericordioso)

Por eso, ser mejores, como fruto de la presencia de Cristo en nuestra vida, ha de ser el camino ordinario de comportamiento que tenemos que llevar a cabo. Es, por eso mismo, una obligación grave para nosotros: ser mejores no se puede negociar con nuestro corazón porque se ha ser mejor que cuando no se conocía al Hijo de Dios.

 

Ayudarse

Si hay algo que identifica o, al menos, que debería identificar a los discípulos de Cristo, es el ansia de ser manos para quien las necesite y, así, ponerse a disposición de quien está en peores condiciones (materiales o espirituales) que nosotros.

No hay, por tanto, que olvidar que, como cristianos, un fruto necesario de la presencia de Cristo en nuestra vida ha de ser el ansia de ser corazón a tiempo, siempre a punto para el bien.

 

Perdonarse

Aprender a perdonarse es una asignatura muy difícil de aprobar. No sólo para un cristiano, claro, pero, sobre todo, para un cristiano.

Sin embargo para los discípulos de Cristo es, seguramente, lo que más puede identificarnos. Aquel “Mirad como se aman” bien puede transformarse en “Mirad como se perdonan” porque perdonarse es resultado del amor y el amor consecuencia del conocimiento de Dios.

 

Compartir

Estar junto a quien lo necesita, dar de lo que “no” nos sobra sino, mejor, de lo que necesitamos (¿Qué mérito tenemos, si hacemos lo contrario?) muestra que se ha recibido la influencia de Jesucristo y que el ejemplo de su paso por el mundo, de su primer paso no ha quedado en nada sino que ha fructificado en nosotros.

Compartir no es sólo dar sino que, además, supone saber que se da porque se ama al prójimo, porque es tu hermano, porque, así, haces la voluntad de Dios, Creador tuyo y suyo.

 

Estar alegres

Si hay algo que un cristiano no puede hacer es tener un sentido negativo de la vida y creer que todo es malo, ver, digamos, siempre la botella medio llena.

Como sabemos, Dios es nuestro Señor. Entonces, “¿A quién temeré?”

La respuesta es clara: a nadie, porque si Dios es nuestro Padre y lo tenemos como Creador... todo podemos afrontarlo y, entonces, la alegría ha de presidir no sólo nuestra casa sino, sobre todo, nuestro corazón.

Estar alegres...obligación, también grave, para nosotros, los hijos de Dios que no podemos obviar ni dejarla olvidada como si no nos interesara saber que, en realidad, siempre estamos bajos las manos amorosas del Padre.

 

Amarse

Y, como colofón de lo aquí, apenas, dicho, amarse ha de ser el resultado de la confluencia de todos los frutos que recibimos por el simple hecho de ser discípulos de Cristo; discípulos y hermanos.

Amar... amarse no es, sólo, algo voluntarioso sino que es, sobre todo, una actitud que, firmemente tomada en serio, nos capacita para llamarnos, ciertamente, hijos de Dios.

Por eso, todos estos son, por eso mismo, frutos de la presencia de Cristo en nuestra vida y, por extensión, en la vida del mundo.

Por eso, nos conviene estar a lo que dice San Pablo en  la Primera Epístola a los  Tesalonicenses (5:16-22):

“Estad siempre alegres.
Orad constantemente.
En todo dad gracias,
pues esto es lo que Dios,
en Cristo Jesús, quiere de vosotros.
No extingáis el Espíritu;
no despreciéis las profecías;
examinadlo todo y quedaos con lo bueno.
Absteneos de todo genero de mal”.

Así, atendiendo a cuando Cristo dijo a Su Padre que le daba gracias  porque había “revelado estas cosas, no a los sabios y entendidos, sino a los sencillos”, podremos considerarnos de aquellos que, aún sin ser sabios, pueden cobijarse en el corazón de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net