17.08.12

Vatileaks: certezas e interrogantes

A las 7:27 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : El Vaticano

La sentencia de procesamiento dictada esta semana por el juez vaticano Piero Antonio Bonnet contra el ex mayordomo papal Paolo Gabriele por el delito de robo agravado dejó pocas certezas y numerosas interrogantes sobre el famoso “vatileaks”, el escándalo por la filtración a la prensa de documentos confidenciales del papado de Benedicto XVI.

Han pasado ya seis meses desde la aparición en la TV italiana de los primeros textos reservados, las cartas que revelaron un encendido conflicto por las licitaciones en el seno de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano. Medio año es –en realidad- un tiempo relativamente corto en la historia de la Iglesia, pero para la Santa Sede ha parecido una eternidad.

El lunes 13 de agosto la sala de prensa vaticana vivió una jornada histórica, por primera vez entregó a los periodistas acreditados las actas de un proceso judicial vaticano. Más de 30 páginas de extensión que ofrecieron una serie de detalles sobre las investigaciones conducidas por los magistrados pontificios para descubrir a los responsables del “vatileaks”.

Gracias a ellos se lograron establecer varias certezas. La primera de todas y la más importante: Benedicto XVI quiere llegar a fondo en este asunto, lo cual no es cosa menor. El Papa se posicionó por encima de las presiones y pidió la verdad, simple y sencillamente. Una actitud valiente, poco común en la costumbre del Vaticano, como lo afirmó el propio vocero de la Santa Sede, Federico Lombardi.

Por otra parte quedó claro que el mayordomo es un eslabón importante de toda la trama, pero no el único. Él mismo fotocopió, durante meses, los documentos confidenciales. Él se encargó de entregar los textos a Gianluigi Nuzzi, autor del libro “Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI” y también fue él quien apareció camuflado durante una entrevista televisiva con el mismo periodista. Adicionalmente se puedo establecer que Paolo Gabriele no actuó por dinero, al menos no por un pago de parte de la prensa.

Más allá de estas certezas escasas, el proceso judicial ha dejado infinidad de incógnitas. La primera corresponde a los testigos y los posibles cómplices del mayordomo. En las actas se hace referencia a unas 20 personas, la mayoría testigos, pero sus identidades fueron cubiertas por el anonimato y sus nombres suplantados por letras que van de la A a la Y. El único testigo identificado abiertamente fue Georg Gaenswein, secretario privado de Benedicto XVI.

Algunas de estas letras esconden a personajes con claros indicios de complicidad con Gabriele. La situación de Claudio Sciarpelleti, el informático empleado de la Secretaría de Estado del Vaticano y enviado a juicio con el mayordomo por “favorecimiento”, encierra un ejemplo emblemático.

Durante un cateo en su oficina se descubrió un sobre cerrado con documentos confidenciales dentro (incluidos en el libro de Nuzzi) y la inscripción “Personal P. Gabriele”. En un primer momento él dijo haber recibido el paquete del propio ayudante de cámara, pero luego retractó sus dichos. Tras pasar una noche en una celda de seguridad de la Gendarmería Vaticana decidió cambiar su declaración y aseguró que ese sobre se lo había dado W para que lo entregase al mayordomo.

Todo parece apuntar que Sciarpelleti fungía como mensajero entre el personaje W y Gabriele. Lo cual significaría que ambos cruzaron información pero no sólo. Porque, a través del informático, pudieron tener relación con el mayordomo al menos tres personas, además de W también un tal X y un tal Y. A decir del programador, Gabriele veía en W la clave para llegar a otro sujeto misterioso, indicado con la letra Y.

“Paolo Gabriele me pidió encontrar a W y, a través suyo, conocer a Y, de tal manera que se había tenido un doble intercambio de sobres para entregar a W y de W para Gabriele. Me recuerdo sólo ahora de haber recibido un sobre similar, siempre cerrado, con algunos timbres y del cual ignoro el contenido, de parte de X, quien pensó en confiarme el paquete por mis frecuentaciones en la secretaría del Santo Padre”, fueron algunas de las declaraciones de Sciarpelleti.

Otra figura particular del entorno de Paolo Gabriele también se mantiene en el anonimato. Se trata de su padre espiritual, a quien los magistrados vaticanos identificaron con la letra B. De acuerdo con la sentencia, entre febrero y marzo de 2012, B recibió del imputado una caja con el escudo pontificio que contenía una recopilación de documentos confidenciales, la cual supuestamente destruyó días después.

“Sabía que esta documentación en fotocopia era fruto de una actividad no legítima y no honesta y temía que se pudiese hacer un uso también no legítimo y no honesto”, dijo el padre espiritual, un sacerdote obviamente, en uno de los interrogatorios. Pero más inquietante hacen al personaje B las declaraciones de Gabriele según las cuales él, en calidad de su confidente personal, le recomendó no aceptar ninguna culpa en la filtración de documentos.

“Por otra parte mi actitud de negación de las responsabilidades, seguía también las indicaciones de mi padre espiritual que me había dicho de esperar las circunstancias y salvo que el Santo Padre me lo preguntase personalmente, no aceptar mi responsabilidad”, declaró el mayordomo en uno de los interrogatorios.

Todos estos pasajes de la sentencia vaticana demuestran que el ayudante de Benedicto XVI no estaba sólo y tenía contactos con diversas personas que conocían sus inquietudes. Algunos cruzaron con él información, se pasaron documentos que seguramente terminaron en manos de otros personajes. Por eso, a esta altura de las circunstancias, negar la existencia de una red más o menos formal en torno a Gabriele resulta prácticamente imposible.

A final de cuentas el mismo juez Piero Antonio Bonnet lo reconoció en su texto: “Las pesquisas, que no han aún llevado plena luz sobre todos los articulados e intrincados asuntos que constituyen el objeto complejo de esta instrucción, se desplegaron en varias direcciones”.