Fe y Obras

Nuestra fe tiene sus raíces

 

 

22.08.2012 | por Eleuterio Fernández Guzmán


En no pocas ocasiones nos preguntamos dónde están las raíces de nuestra fe porque en algunas ocasiones las dudas asaltan nuestro corazón y nos pueden producir daños graves que, a lo mejor, son irreparables y  quedamos en manos, tan sólo, de la Misericordia de Dios para ser perdonados.

Así, bien podemos decir que las raíces de nuestra fe están en una serie de momentos de la vida de Jesucristo y, sobre todo, en una especie de, digamos, mensaje que se plasma en los gestos que el Hijo de Dios hizo a lo largo de los últimos momentos de su vida terrena. Así, bien podemos considerar como raíces de nuestra fe a los siguientes momentos de la vida del Mesías: en su Pasión; en la Última Cena, en la Eucaristía, en Su Sangre y Su Carne.

 

Última Cena

Tenemos por muy conocido, y amado, que Jesucristo, cuando se reunió con aquellos primeros nosotros, en lo que sería su última cena, no quiso que fuera una cena pascual cualquiera sino que, al contrario, quiso que quedara en los corazones de los presentes la sensación de que se encontraban ante un momento histórico de no poca importancia.

Seguramente se puede decir que fue siglos después cuando se comprendió a la perfección el sentido de aquella Última Cena. Sin embargo, si que es bien cierto que una importante raíz de nuestra fe se sembró en aquella estancia donde Jesús compartió la pascua judía con sus discípulos y la convirtió en la primera de muchas otras cenas sacrificiales pues no otra cosa fue lo que, luego, sucedió: sacrificio en beneficio nuestro, de la humanidad toda.

 

Eucaristía

Lo que, sobre todo, caracteriza, a la Última Cena es que fue la ocasión elegida por Jesucristo para institucionalizar la Eucaristía. Aquellos gestos, aquella forma de comunicar cómo deberían (y deberíamos) recordarlo siempre a través de una determinada forma de actuar, fue lo que Cristo quiso dejar como herencia espiritual a aquellos que, viendo lo que vieron, supieron seguirle.

La Eucaristía quedó, para siempre, dibujada y formada por las manos del Hijo de Dios y fue, por decirlo así, la mejor forma de que entendiéramos lo que, poco después, iba a suceder.

Raíz espiritual que nunca podemos ni debemos olvidar.

 

Sangre y Carne

Y es en la Eucaristía donde, por efecto de su divinidad, Cristo comunicó, a las especies pan y vino lo que, en realidad, eran, Su Cuerpo y Su Sangre.

Desde entonces, transfiguración mediando, en cada Eucaristía que celebramos, encontramos lo que, en realidad, es una raíz destacada de nuestra fe: Sangre de Cristo que nos vivifica;  Cuerpo de nuestro hermano que nos ilumina el camino hacia el definitivo Reino de Dios.

Sangre y Carne son, para nosotros, todo lo que nos es necesario para llevar una vida de fe adecuada al fin buscado: la vida eterna.

 

Pasión de Cristo

Como colofón esperado por el mismo Jesucristo y como ejemplo de lo que era la voluntad de Dios, los insultos, escupitajos, latigazos y demás heridas  causadas en la Pasión, Su Pasión, nos sirve, sobre todo, para reconocernos en la cruz misma en la que fue colgado.

Por eso la cruz, Su cruz y nuestra cruz, no es, sólo, la fijación de dos maderos que forman tal lugar de sacrificio. Supone, yendo más allá de la madera y de los clavos, una forma de actuar de la que nunca podemos huir: cada cual cargando con la suya siguiendo a  Cristo.

Cruz es, para nosotros, nuestra misma y particular Pasión, nuestro proceder en un mundo que quiere apartarse de Dios y que prefiere lo mundano a lo divino, lo superficial a lo sobrenatural y profundo.

Cruz es, también, sobre todo, raíz de fe, aquello de donde, con toda sencillez, podemos obtener la savia espiritual que nos sirva para caminar hacia el definitivo Reino de Dios al que muchos, llevados por un actuar relativista y hedonista, han preterido o dejado atrás sin darse cuenta que sin tal raíz del alma su vacío es seguro y la fosa en la que caerán, profunda.

Eleuterio Fernández Guzmán
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