Fe y Obras

La familia de los hijos de Dios

 

 

30.08.2012 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Hay realidades, espirituales y materiales, que, en determinadas ocasiones, nos son difíciles de asimilar en su totalidad. Como muchas veces tenemos un concepto equivocado de las cosas es más que posible que confundamos lo que en verdad importa con nuestros propios gustos o intereses.

Un ejemplo de esto es el caso muy particular de la familia y de lo que es más importante: de la que formamos parte todos aquellos que somos, y lo sabemos, hijos de Dios.

“No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros”.

Con estas palabras, S. Josemaría, en su “Es Cristo que pasa” (106) ya escribía acerca de lo que es, en realidad, una gran verdad: Dios es Creador de la raza humana y, por tanto, la misma se ha de manifestar como lo que es y que no es otra cosa que una sola raza y, en consecuencia, una sola lengua que no es la física sino, más bien, la espiritual.

¿Qué es y qué significa constituir una sola familia humana?

Qué es

Muy al contrario de lo que los poderes del mundo pretenden, los seres humanos, creación predilecta de Dios a quien el Creador dejó la creación para ser administrada, no está dividida en cuanto filiación divina en diversos grupos.

Por tanto que el ser humano constituye una sola familia, la familia de los hijos de Dios, viene a querer decir que no caben separaciones artificiales y puramente humanas que, a largo de los siglos se han producido por aplicación de los diversos poderes mundanos.

Ser, así, hijos de Dios, es formar parte de la única gran familia que, en el mundo, hay, existe y peregrina hacia el definitivo reino de Dios. 

Qué significa

Sin embargo, una vez que se reconoce la realidad arriba expresada y que no es otra cosa que saberse miembro de la gran familia de los hijos de Dios, ha de tener significado para nosotros porque, de otra forma sería como reconocer una verdad a la que no prestamos atención.

Por ejemplo, deberíamos seguir, en nuestra conducta, un comportamiento en el que, por ejemplo:

-No negásemos a nadie nuestro perdón porque todos somos hijos del mismo Padre.

-Supiésemos comprender a los demás porque pueden tener, es más que seguro, pensamientos muy contrarios a los nuestros pero siguen siendo hermanos nuestros.

-Fuésemos capaces de reconocer nuestros errores mostrando, así, una humildad muy querida por Dios, Padre Creador de la humanidad.

-Amásemos al prójimo como Cristo dijo que los amásemos: como a nosotros mismos pues, no obstante, también fueron creados por Dios. Y eso, claro, sin esperar nada a cambio.

-Sintiésemos formar parte de la familia de los hijos de Dios porque será la única forma de cumplir con nuestras obligaciones como miembros de la misma.

-Hiciésemos efectiva la comunión que supone ser y saberse hijos de Dios.

Por tanto, formar parte de la familia de los hijos de Dios tiene que ser, para nosotros, causa de gozo por saber, de tal manera, que nos creó el Padre con la buena y benéfica intención de que se transmitiese la existencia de Su Reino, de Su Ley y de Su Palabra.

De todas formas, no deberíamos olvidar nunca olvidar al apóstol Juan cuando dejó escrito, en 1Jn 3, 1, “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”.

Y es que, ciertamente, lo somos aunque en más ocasiones de las que convendría no nos interese reconocer tan gran e importante verdad.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net