1.09.12

San Gregorio y la música

A las 12:57 AM, por Raúl del Toro
Categorías : General

 

San Gregorio fue sin duda un pontífice Magno. Lo muestra bien su gran labor en la evangelización de los anglosajones o en la administración material de la ciudad de Roma, por poner sólo dos ejemplos. 

En cuanto al canto gregoriano, se pensó durante siglos que había sido compuesto o recopilado por él. Por eso desde el siglo IX fue llamado así, canto gregoriano. Hoy sabemos que es más bien fruto de la fusión entre el antiguo canto litúrgico de la iglesia de Roma y el canto del rito galicano, fenómeno acontecido en la segunda mitad del siglo VIII. Fecha, por tanto, bastante más tardía que el siglo VI en que Gregorio consumió la mayor parte de sus días terrenos. Ahora bien, ¿Cómo se originó la creencia respecto a San Gregorio?

Para resumir el asunto será bueno considerar dos elementos. El primero es la clásica iconografía en la que San Gregorio aparece escribiendo lo que le dicta el Espíritu Santo en forma de paloma posada sobre su hombro. Esta imagen parece provenir de Inglaterra, tierra cuya evangelización (más bien re-evangelización) tuvo como principal promotor al papa Gregorio. En el relato original lo que el Espíritu dicta a Gregorio es un comentario al libro del profeta Ezequiel, pero luego este mismo argumento de autoridad se querrá aplicar también, como veremos, al canto litúrgico. 

El segundo elemento es la atribución a San Gregorio de la composición o recopilación de los cantos litúrgicos. En el siglo VIII el obispo de York, Egberto, escribe que San Gregorio había entregado a aquella iglesia “su antifonario y misal”. Algo más avanzado ese mismo siglo VIII, el Cantatorium de Monza, uno de los más antiguos libros de canto litúrgico conservados, cita a San Gregorio como su autor y a la Schola Cantorum (los cantores de la basílica de San Pedro) como destinataria original.

Ambos elementos, el iconográfico y la atribución de autoría, aparecen en cierta manera unidos en la Vita Gregorii Magni escrita a finales del siglo IX por Juan el Diácono. Por una parte comenta la imagen de San Gregorio dictando a un copista lo que el Espíritu en forma de paloma le sugiere. Por otra, se refiere a San Gregorio como recopilador de un libro de cantos para el aprendizaje de los cantores y fundador de la Schola Cantorum.

En los años siguientes este tipo de referencias a San Gregorio se irán repitiendo en los libros de canto litúrgico, e incluso la propia iconografía adoptará el elemento musical. En uno de los más famosos códices gregorianos, el manuscrito Hartker copiado en el monasterio suizo de San Galo a finales del siglo X, se reproduce la clásica representación de San Gregorio con la paloma, pero ahora lo que el copista escribe al dictado de Gregorio son signos inequívocamente musicales. 

Tengamos finalmente en cuenta que la enorme autoridad que San Gregorio aportaba al canto litúrgico romano era una herramienta sumamente útil de cara al ideal carolingio de reunificar la Europa cristiana. Carlomagno quería facilitar este proyecto mediante la implantación del rito romano en todos los reinos, y no olvidemos que en Europa existían otros ritos muy arraigados y venerables (sin ir más lejos, el hispano-visigótico en España) cuya sustitución no era cosa fácil.

Aunque los orígenes del canto gregoriano no estén unidos a San Gregorio tan directamente como se pensaba, sí será interesante recordar un episodio que tuvo importantes consecuencias para la música litúrgica.

El 5 de julio del año 595, con motivo de un sínodo celebrado en San Pedro de Roma, San Gregorio pronunció un discurso en el que reprobaba severamente la costumbre de que algunos cantores fueran elegidos para el diaconado. O, por decirlo de otra manera, que algunos fueran llamados al diaconado sólo o en parte por cantar bien. 

Ocurría al parecer que estos cantores-diáconos, una vez ordenados, se centraban tanto en su actividad musical como cantores que descuidaban sus obligaciones como diáconos respecto a la predicación y distribución de las limosnas. A juicio de San Gregorio esto era la consecuencia de “buscar una voz agradable en lugar de una vida coherente”, de modo que “el cantor ministro enfadaba a Dios con sus costumbres mientras deleitaba al pueblo con su voz”.

San Gregorio prohibió cantar a los ministros del altar, ordenando que se limitasen a la lectura del Evangelio en las misas. Estableció también que el canto de los salmos y las restantes lecturas pasaran a los subdiáconos o, incluso, “si la necesidad lo exigiera”, a las órdenes menores.

Una consecuencia del decreto de Gregorio fue que el grupo de cantores profesionales o Schola Cantorum asumió la función previamente desempeñada por los diáconos, con lo que ganó importancia y peso en la liturgia. La Schola Cantorum fue también la encargada de componer muchas de las piezas musicales de la liturgia romana. Entre ellas los introitos o cantos de entrada, y los graduales y tractos que vinieron a sustituir al primitivo salmo responsorial, testimoniado por San Agustín y reestablecido en la reforma litúrgica posterior al Vaticano II.

El hecho de que la parte musical de la liturgia recayese en una institución compuesta por músicos profesionales permitió que el canto del rito romano levantara un poderoso vuelo artístico, cuyo impulso andando los siglos acabaría cambiando la faz musical de Occidente y del mundo.