ALGO MÁS QUE PALABRAS

ASCENDER A LA AUTONOMÍA Y NO A LA SUMISIÓN

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 02.09.2012


            Cualquier avance, por ínfimo que nos parezca, en materia de educación para todos, debemos celebrarlo y extender dicha ovación por todo el mundo. Ahora bien, educar es uno de los términos que más se ha prostituido. Por desgracia, en muchos países se adoctrina más que se educa, se propone el sometimiento a una clase dirigente que no siempre tiene actitudes ejemplares. No olvidemos que la mejor manera de transmitir valores humanos es predicar con el ejemplo, y el modelo ha de ser un buen ciudadano. Cada uno tiene que desarrollar su propia vida, alfabetizándola acorde con su desarrollo, de manera que pueda vivir conviviendo y vivir desviviéndose por su misma estirpe. ¡Qué menos!

En otras naciones, el objetivo es generar obediencia al poder, como si la educación fuese una doma a la persona, cuando de lo que se trata, es de ahondar en el aprendizaje de los somos para luego poder discernir, y, así, poder luego ser gobernados por nosotros mismos. Aprender a reflexionar es una sana virtud, uno tiene que labrarse su futuro y conocerse meditando sobre su propio sentido existencial. Únicamente, de este modo, se puede entender el mundo. Por lo pronto, urge que retornen a sus moradores tantas dignidades perdidas en los últimos tiempos.

También, en otros lugares del planeta, aún no ha llegado la alfabetización, algo que resulta esencial para erradicar la pobreza y recobrar la libertad del ser humano como tal. Ciertamente, la realidad es la que es, y son muy pocas las culturas que transmiten una educación por y para la ciudadanía, libre de ataduras, capaz de obtener del educando lo mejor de sí mismo. La cuestión no radica en saber muchas cosas, sino en saber utilizar esas cosas, en beneficio de la colectividad. Ahí reside la auténtica alfabetización, en la manera de ayudarse las personas entre sí ante tanta diversidad, en comprender lo que es la vida a través de las más amplias ventanas y en dejar vivirla, en poder ascender, en definitiva, a la autonomía y no vivir en la continua sumisión.

Es verdad que, desde hace más de cuarenta años, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), nos viene recordando a todos que la educación es un derecho humano imprescindible para la convivencia. Precisamente, el 8 de septiembre se viene conmemorando el día internacional de la alfabetización, este año bajo el sugerente lema de cultivar la paz. Desde luego, un pueblo que sabe recapacitar está preparado para comprender a cada ciudadano según su individualidad, mucho más que otro que no entiende de razonamientos. Ya lo dijo, en su tiempo, Descartes: “La razón o el juicio es la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los animales”. Está visto que todo cuanto hemos madurado, nos lleva a una comprensión más verdadera. Quien no entiende un abrazo tampoco entenderá una larga explicación. Así de claro.

Además, se cumple este año, el decenio de las Naciones Unidas para la alfabetización (2003-2012), con el propósito de una educación para todos. En consecuencia, resulta primordial trabajar, para que todas las gentes puedan alcanzar sus metas socializadoras, a través de acciones inclusivas y universalistas. Puede haber más niños escolarizados que antaño, pero también son muchos más los que fracasan y abandonan los estudios. ¿Qué es lo que falla? A mi juicio, lo que ha quebrado es el término educación como valor de valores. Pueden enseñarnos a leer, y de hecho nos enseñan a leer, pero no se avanza hacia esa lectura comprensiva, y así, se es incapaz de enseñar a digerir lo leído, para después saber discernir lo que vale la pena ver en profundidad. ¿Qué otro libro se puede estudiar mejor que el de la observación de la vida humana? Realmente hay cosas que no se pueden enseñar, uno las descubre por sí mismo, a base de releerse en los labios de la humanidad y en los de la vida.

Por tanto, el bien de esa humanidad no está en hacer carrera, sino en que cada individuo pueda aprender a buscarse la vida, sin disminuir la vida de los otros. Pero, cuidado, para hallar esa vida antes hay que estar bien formados. A menudo nos encontramos con personas que no han tenido acceso a la escuela y, si lo han tenido, la abandonan. Suelen vivir una vida de miseria, totalmente excluidos, en poblados de marginalidad, en parte porque este sistema productivo no integra, más bien separa a los humanos entre sí. No es de recibo moral que sigamos así, descartando vidas. ¿Quiénes somos nosotros para hacerlo? Pienso que debemos cuanto antes recuperar al ciudadano que vive en desventaja con otros, analizar el problema, mantener el gasto social en derechos inherentes al ser humano como lo es la educación y luchar para que las desigualdades no se acrecienten. Algo que muchos gobiernos no toman en consideración, sabiendo que la desigualdad y la ignorancia matan vidas tanto como no tener un trozo de pan.

Al fin y al cabo, el objetivo no es llegar a los marginados, sino que salgan de la marginación. Que puedan vivir de manera autónoma, sin servidumbres que les trate como esclavos. Si en verdad queremos transformar la sociedad y configurar una cultura más integradora, es preciso injertar el alma humana en aquello a transmitir. Sepamos que cada exclusión es una destrucción del espíritu solidario. En conclusión, todas las culturas tienen la esencial responsabilidad de asegurar la creación de entornos que cautiven y cultiven. Y con la desigualdad lo que hay que hacer es justicia, mejor hoy que no mañana.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
2 de septiembre de 2012