3.09.12

Serie Huellas de Dios .-7.- La distancia que no nos ha de separar

A las 12:08 AM, por Eleuterio
Categorías : General
Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Por el respeto a la libertad religiosa

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Presentación de la serie

Huellas de Dios

Las personas que no creen en Dios e, incluso, las que creen pero tienen del Creador una visión alejada y muy distante de sus vidas, no tienen la impresión de que Quién los mira, ama y perdona, puede manifestarse de alguna forma en sus vidas.

Así, cuando el Amor de Dios lo entendemos como el actuar efectivo de quien no vemos puede llegar a parecernos que, en definitiva, poco importa lo que pueda hacer o decir Aquel que no vemos, tocamos o, simplemente, podemos sentir.

Actuar de tal manera de permanecer ciego ante lo que nos pasa y no posibilitar que Dios pueda ser, en efecto, alguien que, en diversos momentos de nuestra vida, pueda hacer acto de presencia de muchas maneras posibles.

En diversas ocasiones, por tanto, se producen inspiraciones del Espíritu Santo en nuestro corazón que muestran la presencia de Dios de forma firme y efectiva. Las mismas son, precisamente, “Huellas de Dios” en nuestras vidas porque, en realidad, nosotros somos su semejanza y, como tal, deberíamos encontrar a nuestro Creador, sencillamente, en todas partes.

No es algo dado a personas muy cualificadas en lo espiritual sino posibilidad abierta a cada uno de nosotros. Por eso no podemos hacer como si Dios estuviera en su reino mirando a su descendencia sin hacer nada porque cada día, a nuestro alrededor y, más cerca aún, en nosotros mismos, se manifiesta y hace efectiva su paternidad.

Las huellas de Dios son, por eso mismo, formas y maneras de hacer cumplir, en nosotros, la voluntad de Creador que, así, nos conforma para que seamos semejanza suya y, en efecto, lo seamos porque, como ya dejó escrito San Juan, en su primera Epístola (3, 1) es bien cierto que, a pesar de los intentos de evadirse de la filiación divina, no podemos preterirla y, como mucho, miramos para otro lado porque no es de nuestro egoísta gusto cumplir lo que Dios quiere que cumplamos.

Sin embargo, el Creador no ceja en su voluntad de llamarnos y sus huellas brillan en nuestro corazón siendo, en él, la siembra que más fruto produce.

7.- La distancia que no nos ha de separar

Si miramos, por ejemplo, desde una ventana que nos pueda ofrecer un paisaje lejano podemos entrever, en la distancia, objetos que, sin embargo, no sabemos identificar porque nuestra vista, hecha para, quizá, lo cercano, no es capaz de distinguir lo que se encuentra a muchos metros, menos kilómetros, de ella.

Entonces, en muchas ocasiones, equivocamos lo que creíamos era una persona y resulta ser otra; no somos capaces, al fin y al cabo, de acertar con nuestro pronóstico de qué es lo que veíamos.
Así, algo parecido nos pasa con Dios y con la relación que, desde nuestra fe, podemos trazar con el prójimo que nos rodea: no acertamos a distinguir entre los que nos conviene y lo que, en realidad, no es, sino, mera ilusión o vista errada.

En muchas, seguramente demasiadas ocasiones, tenemos a Dios como a Alguien que, por mucho que nos digan que nos creó, que nos dio la vida, está muy alejado de nosotros. No admitimos que Quien da la vida luego no se pronuncie sobre la misma hasta, es de creer, el definitivo juicio: demasiado tiempo entre un momento y otro de nuestra vida (física y espiritual), demasiados encuentros que, debido a tal realidad (utilizada muchas veces de excusa), no hemos querido propiciar.

Y solemos apartarnos de Dios porque, a partir de la apreciación, tan subjetiva, de nuestra parte, de separación, no queremos, siquiera, intentar volver a encontrarnos con él. Es muy posible que sea por miedo o por falta de una solidez en nuestra fe lo que nos impulsa al adiós del Padre porque preferimos lo pragmático que el mundo nos ofrece.

También, y además, en nuestra relación con el prójimo, nos acaece que está, muchas veces, alejado de nosotros. Quizá de forma consciente o, lo que es más probable, de forma inconsciente, trazamos una fosa (a la que tanto se refiere el salmista) sobre la que no somos capaces de construir ningún puente que nos acerque al que, al fin y al cabo, es nuestro hermano porque también fue creado por Dios.

Por tanto, hemos de tratar de que la distancia que, originariamente o de forma voluntaria dándole forma, nos hace lejanos de Dios o del prójimo, se acorte. No valen, aquí, ningún tipo de elucubraciones sobre que es Alguien a Quien no podemos alcanzar y que el prójimo no nos comprende. De ninguna de las maneras caben tales excusas.

Al contrario, tratar de reconocer que Dios nos espera, que siempre quiere que no haya distancias; que su voluntad es que le llamemos, que invoquemos su misericordia y su perdón por haber permitido, nosotros, que exista tal separación, es trazar un camino recto hacia Su definitivo Reino.

Al igual que hacemos con el Padre hemos de hacer con el prójimo: de cada posibilidad de encuentro se ha de derivar un acortamiento de la distancia; de cada palabra una certera forma de renovar nuestra fraternidad (por eso somos, todos, hijos de Dios), y, así, cada día un nuevo paso hacia su encuentro.

Y es que, aunque haya distancia entre Dios, el prójimo y nosotros existe un corazón que es el mismo y bombea el mismo amor y la misma raza: la raza de los hijos de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán