ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 5 de septiembre de 2012

Santa Sede

El santo padre Benedicto XVI retomó su catequesis sobre la Oración
Centró la meditación en los primeros capítulos del Apocalipsis de san Juan

La ley es un don que debe ser vivido con alegría
Mensaje de Benedicto XVI a sus ex alumnos al final del "Ratzinger Schülerkreis"

Mundo

Vietnam: Colocan las primeras piedras de la futura basílica de Nuestra Señora de La Vang
Esfuerzo evangelizador en una de las "Iglesias del silencio"

España: La Iglesia no debe "recortar" su solidaridad evangélica
Carta del presidente de la CONFER

Identidad y misión del Religioso Hermano
Inaugurado el I Encuentro intercongregacional sobre la misión educativa

Jornadas Mundiales de la Juventud

Llegan inscripciones de todo el mundo para la JMJ Río2013
El papa Benedicto XVI fue el primero en inscribirse

Himno oficial de la JMJ será presentado en la "Fiesta de la Aventura de la Cruz"
Nuncio Apostólico en Brasil presidirá la misa de anuncio

Espiritualidad

Madre Teresa, a los quince años de su muerte: un lápiz en las manos de Dios
Al hilo de la película Teresa de Calcuta: su noche oscura la engrandece aún más e ilumina la nuestra

Foro

No podemos vivir sin creer
Carta del obispo de Sigüenza-Guadalajara

Concluidas las XXXVII Jornadas españolas de los profesores de liturgia
El tema estuvo centrado en el arte y la liturgia

Documentos en la página web de Zenit

La oración en la primera parte del Apocalipsis
Texto de la catequesis semanal del santo padre Benedicto XVI

Homilia del papa Benedicto XVI en la misa de clausura del "Ratzinger Schülerkreis"
Finalizado el XXXVI encuentro anual

Laicos corresponsables en la Iglesia y en la sociedad
Mensaje del santo padre al Foro Internacional de la Acción Católica


Santa Sede


El santo padre Benedicto XVI retomó su catequesis sobre la Oración
Centró la meditación en los primeros capítulos del Apocalipsis de san Juan
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 5 septiembre 2012 (ZENIT.org).- La Audiencia General de esta mañana se llevó a cabo nuevamente en el Aula Pablo VI en el Vaticano, adonde el santo padre se trasladó desde su residencia de verano en Castel Gandolfo.

En su discurso dirigido a los fieles, el papa retomó el ciclo de catequesis sobre la oración, habiéndose centrado esta vez en los primeros capítulos del Apocalipsis, donde con claridad el apóstol Juan transmite la relación de Jesús con su Iglesia, revelada por Él mismo.

Terminada la enseñanza, y luego de haber resumido su Catequesis en diversas lenguas, Benedicto XVI incluyó un saludo a los fieles de habla española, con las siguientes palabras:

"Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la diócesis de Santander, acompañados por su Obispo, así como a los demás grupos provenientes de España, Argentina, Venezuela, Colombia, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a descubrir la presencia de Cristo en nuestra vida. Mientras más oremos, con constancia e intensidad, mejor nos asimilaremos a Jesús, y Él entrará en nuestra existencia y la guiará, colmándonos de alegría y paz."

A continuación, la catequesis íntegra del papa:

*******

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, después de las vacaciones, retomamos las audiencias en el Vaticano, continuando en esa "escuela de oración", que estoy viviendo junto a ustedes en estas Catequesis de los miércoles.

Hoy quisiera hablar de la oración en el libro del Apocalipsis, que, como ustedes saben, es el último del Nuevo Testamento. Es un libro difícil, pero que contiene una gran riqueza. Este nos pone en contacto con la oración viva y palpitante de la asamblea cristiana, reunida "en el día del Señor" (Ap. 1,10); es esta, en efecto, la traza de fondo en el que se mueve el texto.

Un lector presenta a la asamblea un mensaje confiado por el Señor al evangelista Juan. El lector y la asamblea son, por así decirlo, los dos protagonistas del desarrollo del libro; a ellos, desde el principio, se les dirige un saludo festivo: "Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía" (1,3). Mediante el diálogo constante entre ellos, surge una sinfonía de oración, que se desarrolla con una gran variedad de formas hasta la conclusión. Escuchando al lector que presenta el mensaje, escuchando y observando a la asamblea que responde, su oración tiende a ser nuestra.

La primera parte del Apocalipsis (1,4-3,22) tiene, en la actitud de la asamblea que ora, tres etapas sucesivas. La primera (1,4-8) consiste en un diálogo --único caso en el Nuevo Testamento--, que se lleva a cabo entre la asamblea apenas reunida y el lector, el cual le dirige un saludo de bendición: "Gracia y paz a ustedes" (1,4). El lector subraya el origen de este saludo: este deriva de la Trinidad, del Padre, del Espíritu Santo, de Jesucristo, que participan juntos en llevar adelante el proyecto creativo y de salvación para la humanidad. La asamblea escucha, y cuando siente nombrar a Jesucristo, es como una explosión de alegría y responde con entusiasmo, elevando la siguiente oración de alabanza: "Al que nos ama, y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén" (1,5b-6). La asamblea, rodeada por el amor de Cristo, se siente liberada de la esclavitud del pecado y se proclama "reino" de Jesucristo, que le pertenece por completo.
Reconoce la gran misión que por el bautismo se le ha confiado para llevar al mundo la presencia de Dios.

Y concluye su celebración de alabanza mirando de nuevo directamente a Jesús y, con creciente entusiasmo, le reconoce "la gloria y el poder" para salvar a la humanidad. El "amén" final, concluye el himno de alabanza a Cristo. Ya estos primeros cuatro versículos contienen una gran riqueza de indicios para nosotros; nos dicen que nuestra oración debe ser, ante todo, escucha de Dios que nos habla. Inundados de tantas palabras, no estamos acostumbrados a escuchar, sobre todo ponernos en la disposición del silencio interior y exterior para estar atentos a lo que Dios nos quiere decir. Estos versículos nos enseñan también que nuestra oración, a menudo solo de súplica, debe ser antetodo de alabanza a Dios por su amor, por el don de Jesucristo, que nos ha traído la fuerza, la esperanza y la salvación.

Una nueva intervención del lector señala a la asamblea, aferrada al amor de Cristo, el compromiso de captar su presencia en la propia vida. Dice: "Miren, viene acompañado de nubes; todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas" (1,7a). Después de ascender al cielo en una "nube", símbolo de la trascendencia (cf. Hch. 1,9), Jesucristo regresará así como subió a los cielos (cf. Hch. 1,11b). Entonces todos los pueblos lo reconocerán y, como exhorta san Juan en el cuarto evangelio, "Mirarán al que traspasaron" (19,37). Pensarán en sus pecados, causa de su crucifixión, y, como aquellos que lo habían visto directamente en el Calvario, "se golpearán el pecho" (cf. Lc. 23,48) pidiéndole perdón, para seguir en la vida y así preparar la plena comunión con Él, después de su regreso definitivo. La asamblea reflexiona sobre este mensaje y dice: "Sí. ¡Amén!"(Ap. 1,7 b). Expresa con su "sí", la acogida plena de lo que se le ha comunicado y pide que esto pueda convertirse en realidad. Es la oración de la asamblea, que medita sobre el amor de Dios manifiestado de modo supremo en la Cruz, y pide de vivir con coherencia como discípulos de Cristo.

Y esta es la respuesta de Dios: "Yo soy el Alfa y la Omega, Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso" (1,8). Dios, que se revela como el principio y el final de la historia, acepta y toma en serio la petición de la asamblea. Él ha estado, está y estará presente y activo con su amor en los asuntos humanos, en el presente, en el futuro, así como en el pasado, hasta llegar a la meta final. Esta es la promesa de Dios. Y aquí nos encontramos con otro elemento importante: la oración constante despierta en nosotros un sentido de la presencia del Señor en nuestra vida y en la historia, y la suya es una presencia que nos sostiene, nos guía y nos da una gran esperanza, aún en medio de la oscuridad de ciertos acontecimientos humanos; además, cada oración, incluso aquella en la soledad más radical, nunca es un aislarse y nunca es estéril, sino que es el elemento vital para alimentar una vida cristiana cada vez más comprometida y coherente.

La segunda fase de la oración de la asamblea (1,9-22) profundiza aún más la relación con Jesucristo: el Señor aparece, habla, actúa, y la comunidad más cercana a él, escucha, reacciona y acoge. En el mensaje presentado por el lector, san Juan relata su experiencia personal de encuentro con Cristo: se encuentra en la isla de Patmos por causa de la "palabra de Dios y del testimonio de Jesús" (1,9), y es el "día del Señor" (1,10a), el domingo, en el que se celebra la Resurrección. Y san Juan está "tomado por el Espíritu" (1,10a). El Espíritu Santo lo llena y lo renueva, ampliando su capacidad de aceptar a Jesús, quien lo invita a escribir. La oración de la asamblea que escucha, poco a poco asume una actitud contemplativa, marcada por los verbos "ve", "mira": completa, es decir, lo que el lector le propone, internalizándolo y haciéndolo suyo.

Juan oyó "una gran voz, como de trompeta" (1,10b), la voz lo obliga a enviar un mensaje "a las siete Iglesias" (1,11) que se encuentran en Asia Menor y, por su intermedio, a todas las Iglesias de todos los tiempos, junto con sus Pastores. El término "voz… de trompeta", tomada del libro del Éxodo (cf. 20,18), recuerda la manifestación divina a Moisés en el Monte Sinaí e indica la voz de Dios que habla desde su cielo, desde su trascendencia. Aquí es atribuida a Jesucristo Resucitado, que de la gloria del Padre habla, con la voz de Dios, a la asamblea en oración. Dando la vuelta "para ver la voz" (1,12), Juan ve "siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros, como a un Hijo de hombre" (1,12-13), término particularmente familiar para Juan, que le indica al mismo Jesús. Los candeleros de oro, con sus velas encendidas, indican la Iglesia de todos los tiempos en actitud de oración en la Liturgia: Jesús Resucitado, el "Hijo del hombre", está en medio de ella, y, revestido con las vestiduras del sumo sacerdote del Antiguo Testamento, desarrolla la función sacerdotal de mediador ante el Padre. En el mensaje simbólico de Juan, sigue una manifestación luminosa de Cristo resucitado, con las características propias de Dios, que se producen en el Antiguo Testamento. Se habla de "... cabellos blancos, como la lana blanca, como la nieve" (1,14), símbolo de la eternidad de Dios (cf. Dn. 7,9) y de la Resurrección. Un segundo símbolo es el del fuego, que en el Antiguo Testamento se refiere a menudo a Dios para indicar dos propiedades. La primera es la intensidad celosa de su amor, que anima su pacto con el hombre (cf. Dt. 4,24).

Y es esta misma intensidad ardiente del amor, que se lee en los ojos de Jesús resucitado: "Sus ojos como llama de fuego" (Ap. 1,14a). El segundo es la capacidad incontenible de vencer el mal como un "fuego devorador" (Dt. 9,3). Así que incluso "los pies" de Jesús, en camino para enfrentar y destruir el mal, tienen el brillo del "metal precioso" (Ap. 1,15). La voz de Jesucristo, entonces, "como voz de grandes aguas" (1,15c), tiene el rugido impresionante "de la gloria del Dios de Israel", que se traslada a Jerusalén, mencionado por el profeta Ezequiel (cf. 43,2).

Siguen todavía otros tres elementos simbólicos que muestran lo que Jesús Resucitado está haciendo por su Iglesia: la mantiene firmemente en su mano derecha –una imagen muy importante: Jesús tiene a la Iglesia en la mano--, le habla con el poder penetrante de una espada afilada, y le muestra el esplendor de su divinidad: "Su rostro, como el sol cuando brilla con toda su fuerza" (Ap.1,16). Juan quedó tan impresionado por esta maravillosa experiencia del Resucitado, que se siente desfallecido y cae como muerto.

Después de esta experiencia de la revelación, el Apóstol tiene delante al Señor Jesús hablando con él, lo tranquiliza, le coloca una mano sobre la cabeza, le revela su identidad como el Crucificado Resucitado, y le encarga transmitir su mensaje a las Iglesias (Ap. 1,17-18). Una cosa hermosa de este Dios, ante el cual desfallece y cae como muerto. Es el amigo de la vida, y le pone su mano sobre la cabeza. Y así será también con nosotros: somos amigos de Jesús. Por tanto, la revelación del Dios Resucitado, del Cristo Resucitado, no será terrible, sino será el encuentro con el amigo. Incluso la asamblea vive con Juan un momento particular de luz delante del Señor, unido, sin embargo, a la experiencia del encuentro cotidiano con Jesús, experimentando la riqueza del contacto con el Señor, que llena cada espacio de la existencia.

En la tercera y última fase de la primera parte del Apocalipsis (Ap.2-3), el lector propone a la asamblea un mensaje séptuplo en el cual Jesús habla en primera persona. Dirigido a las siete Iglesias en Asia Menor situadas alrededor de Éfeso, el discurso de Jesús parte de la situación particular de cada Iglesia, para luego extenderse a las Iglesias de todos los tiempos. Jesús entra en el corazón de la situación de cada iglesia, haciendo énfasis en las luces y sombras, y dirigiéndoles un llamamiento urgente: "Arrepiéntanse" (2,5.16; 3,19c), "Mantén lo que tienes" (3,11), "vuelve a tu conducta primera" (2,5)," Sé pues ferviente y arrepiéntete" (3,19b) ... Esta palabra de Jesús, si es escuchada con fe, de inmediato comienza a ser efectiva: la Iglesia en oración, acogiendo la Palabra del Señor, se transforma.

Todas las iglesias deben ponerse en una escucha atenta al Señor, abriéndose al Espíritu como Jesús pide con insistencia repitiendo esta indicación siete veces: "El que tiene oídos, oiga lo que el Espíritu le dice a las Iglesias" (2,7.11.17.29;3,6.13.22). La asamblea escucha el mensaje recibiendo un estímulo para el arrepentimiento, la conversión, la perseverancia, el crecimiento en el amor, la orientación para el camino.

Queridos amigos, el Apocalipsis nos presenta una comunidad reunida en oración, porque es justamente en la oración donde experimentamos siempre en aumento, la presencia de Jesús con nosotros y en nosotros. Cuanto más y mejor oremos con constancia, con intensidad, tanto más nos asemejamos a Él, y Él realmente entra en nuestra vida y la guía, dándole alegría y paz. Y cuanto más conocemos, amamos y seguimos a Jesús, más sentimos la necesidad de permanecer en oración con Él, recibiendo serenidad, esperanza y fuerza en nuestra vida. Gracias por su atención.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.
© Librería Editorial Vaticana

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La ley es un don que debe ser vivido con alegría
Mensaje de Benedicto XVI a sus ex alumnos al final del "Ratzinger Schülerkreis"
CASTEL GANDOLFO, miércoles 5 septiembre 2012 (ZENIT.org).- El santo padre Benedicto XVI, concluyó la reunión anual con sus ex alumnos --en la cual estudiaron los avances del ecumenismo con los anglicanos y los luteranos--, con una misa celebrada este domingo 2 de septiembre, en el centro Mariápolis de Castel Gandolfo.

Conocida también como "Ratzinger Schülerkreis", esta tradición iniciada desde la universidad donde el papa ejercía la docencia, llega ahora a su trigésima sexta edición.

En su homilía, (cf. www.zenit.org/article-43061?l=spanish), Benedicto XVI indicó que la ley de Dios debe ser vivida por los católicos con la alegría de un don y no solo como un vínculo. Criticó los triunfalismos que se exaltan a sí mismos, recordando que con el pasar del tiempo, al don de Dios se le añadieron costumbres humanas que son un vínculo que es necesario superar.

Expuso que la Iglesia es Israel --que se ha vuelto universal--, con el núcleo esencial de la ley, y sin las contingencias del tiempo ni de un pueblo. Y que este núcleo es simplemente Cristo.

En su homilía el papa advirtió: “La idea de verdad e intolerancia hoy están casi fusionadas entre ellas, y es así que no logramos creer de hecho en la verdad o hablar de la verdad”. Y cuando se objeta que nadie puede tener la verdad, “es necesario recordar que es la verdad la que nos debe poseer”.

Benedicto XVI recordó también cómo en el centro del Oficio Divino del Corpus Domini, la Iglesia toma las palabras del Deuteronomio: “¿Cuál es el pueblo que puede decir que Dios le está tan cerca?”, y señalando el don de la eucaristía concluyó: “Dios está aquí, me ama, es nuestra salvación”. 

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Mundo


Vietnam: Colocan las primeras piedras de la futura basílica de Nuestra Señora de La Vang
Esfuerzo evangelizador en una de las "Iglesias del silencio"
ROMA, miércoles 5 septiembre 2012 (ZENIT.org).- En la mañana del pasado 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Virgen María, se celebró una misa solemne en el santuario de Nuestra Señora de La Vang, ubicado en la provincia de Quang Tri en el centro de Vietnam, para dar inicio a la construcción de un nuevo templo dedicado a la patrona de los vietnamitas, según informa la agencia Eglises d'Asie. 

La ceremonia fue presidida por el presidente de la Conferencia Episcopal de Vietnam y arzobispo de Hà Nôi, monseñor Pedro Nguyên Van Nhon, quien estuvo acompañado por el representante no residente de la Santa Sede en Vietnam, el arzobispo Leopoldo Girelli, así como por el arzobispo emérito de Huê, monseñor Etienne Nguyên Nhu Thê y dieciséis obispos de las tres provincias eclesiásticas de Vietnam. Participaron cientos de sacerdotes y más de 200.000 peregrinos.

El gesto simbólico elegido para la inauguración, quiso presentar el futuro lugar de culto como fruto del esfuerzo de todo un país. No solo es una piedra, sino 27 las que han sido colocadas en los cimientos del edificio. 26 de ellas simbolizaban el mismo número de diócesis de la Iglesia en Vietnam, y la 27ª representaba la participación de toda la diáspora vietnamita católica en el mundo. Los trabajos de construcción inaugurados el 15 de agosto siguen adelante y en 24 horas ya se habían contado cerca de medio millón los peregrinos que fueron a orar por un día o más al santuario mariano.

La guerra del Vietnam había dejado al Santuario de Nuestra Señora de La Vang en un estado lamentable. Las paredes en ruinas de la antigua basílica menor aún lo testifican. Sin embargo en los años posteriores al cambio de régimen de 1975 los peregrinos continuaron visitando el santuario cada vez más. Las peregrinaciones diocesanas han sido organizadas sin autorización de las autoridades locales al principio, pero luego fueron oficialmente permitidas.

Un poco de historia

A pesar de la falta total de infraestructuras de acogida, toda la zona del santuario fue confiscado por el Estado. Durante años, la conferencia episcopal y el arzobispo de Huê, demandaron sin resultado a las autoridades la restitución de los bienes. El obispo auxiliar de la época, ahora arzobispo, subrayó que las 23 hectareas de tierras --propiedad del santuario como se evidencia en los documentos irrefutables--, había sido robada por el Estado. No fue sino hasta el 10 de marzo del 2008 que la situación se desbloqueó. Ese día, la oficina de asuntos religiosos del arzobispado dio a conocer la intención del gobierno de restituir a la Iglesia, 21 de las 23 hectáreas. La propuesta fue aceptada por la conferencia episcopal bajo ciertas condiciones.

El 10 de abril, en una reunión con el arzobispo y el obispo auxiliar de Huê, el vicepresidente del comite popular de la provincia de Kuang Tri confirmó a los obispos que el problema estaba resuelto.

Una vez que se confirmó la restitución y se oficializó, entonces se formalizó la situación. Fue elaborado un proyecto global del centro de peregrinación mariana, bajo la presidencia del arzobispo de Huê, en estrecha colaboracion con la comisión de Arte Sacro.

Se incluyó por lo tanto una nueva basílica, pero tambien otras construcciones, como un centro de acogida para los peregrinos, un centro de salud y hospitalización y auditorios, que según el prelado Mateo Nguyên Van Khôi, obispo de Quy Nhon y responsable de la comisión de Arte Sacro que supervisa el proyecto: "es una realizacion arquitectónica en armonía con la cultura vietnamita, que refleja el entorno natural y la convierte en un lugar adecuado para la oración y el encuentro de peregrinos de todo el mundo".

Traducción del francés por Raquel Anillo

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España: La Iglesia no debe "recortar" su solidaridad evangélica
Carta del presidente de la CONFER
MADRID, miércoles 5 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Con motivo de un nuevo año de actividades pastorales, académicas y sociales de las congregaciones religiosas en España, el presidente de la Conferencia Española de Religiosos, padre Elías Royón, SJ, ha enviado un mensaje que reproducimos para nuestros lectores.

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Dadles vosotros de comer… (Mc. 6,37)

Queridos hermanos y hermanas:

Quisiera saludaros al inicio de un nuevo curso, que el Señor nos ofrece para seguir “gastándonos y desgastándonos” por el Evangelio (cfr 2 Cor 12,15) llevando la esperanza de Jesucristo a nuestro mundo.

Con mi saludo deseo compartir con vosotros y vosotras algunas reflexiones sobre la situación que más preocupa a nuestra sociedad y que está afectando ya a un número dramático de personas y familias: la crisis económica y social. Una situación que nos afecta como ciudadanos y de modo particular como hombres y mujeres seguidores de Jesucristo, pobre y amante de los pobres, que ha proclamado la igualdad y la fraternidad entre todos los hombres. A este Jesús hemos prometido imitarle con una vida pobre y una entrega gratuita para servir a sus predilectos.

Es justo reconocer que a niveles institucionales y personales, la Vida Religiosa está respondiendo con gran generosidad, de mil maneras diversas, a tantas urgencias y tantas tragedias, cuyas lágrimas y angustias conocemos bien, cuyos nombres y apellidos son para nosotros rostros concretos, más allá de una solicitud burocrática de ayuda.

Comprendemos bien que llamados a ser testigos de Jesucristo en esta Iglesia y esta sociedad, no podemos permanecer insensibles ante una sociedad que egoístamente ha desplazado a los márgenes a aquellos que para Jesús son el centro. “Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos guardianes de nuestros hermanos…” (Benedicto XVI, Cuaresma 2012), y que preguntemos con inquietud y libertad evangélica a los responsables de la toma de decisiones si se están repartiendo justamente las cargas, si se busca con eficacia y creatividad poner realmente todos los recursos posibles para remediar lo que ya son necesidades primarias como el comer y la salud; si la honradez, la integridad y la verdad presiden siempre las actuaciones de los políticos. (Intención del Papa para el mes de septiembre del Apostolado de la Oración).

Como cristianos y religiosos no podemos ser ajenos al compromiso con la justicia que nace de la fe en Jesucristo; no acoger a los que más sufren los efectos económicos y morales de la crisis: las familias. La caridad nos debe llevar a denunciar las injusticias en el reparto de sus consecuencias; a ser palabra de los obligados de mil maneras a callar; a proteger a los que hemos dejado “sin papeles” arrebatándoles su dignidad de personas, de hijos de Dios; a ser consuelo para los que viven en el abandono y la soledad, y esperanza para los jóvenes desilusionados y frustrados de tantas vanas promesas sociales y políticas.

Tal vez nos podría ayudar reflexionar en los equipos de trabajo pastoral y en las comunidades sobre estas dos cuestiones: la compasión humana hacia la persona que ayudamos y sobre nuestra pobreza religiosa.

Efectivamente, nuestra acción caritativa y social no respondería a la dimensión evangélica si no integrara una cercanía compasiva a las personas, si no nos interesara y compartiéramos sus sentimientos, su vida. Jesús cautiva a la muchedumbre porque tiene un corazón compasivo, porque se le conmueve las entrañas ante el dolor y el sufrimiento humanos. La situación de crisis debería ser leída por nosotros como “un signo de los tiempos,” una palabra de Dios, una llamada a la reflexión orante respecto a nuestra pobreza religiosa. No vivimos con largueza pero sí lejos de las carencias de muchos. Que no solo ayudemos
con la presencia, sino también compartiendo nuestro poco, nuestros cinco panes y nuestros pocos peces. Aquel joven del evangelio no sabía que Jesús los multiplicaría, sólo supo poner a disposición de los demás lo que tenía. En nosotros no cabe hablar de “recortar” tantos por cientos, sino de una voluntad decidida y eficaz de solidaridad evangélica que nos lleve a compartir lo que se tiene, llegando en ocasiones a hacerlo incluso de lo necesario. No lo dudemos el Señor sabrá multiplicarlo.

Todos necesitamos convertir el corazón.Y es que la injusticia hunde sus raíces en un problema que es espiritual. Por eso su solución requiere una conversión espiritual del corazón de cada uno y una conversión cultural de la sociedad, de tal manera que prevalezca la voluntad de cambiar las estructuras de pecado que afligen a nuestro mundo.

3 septiembre 2012

Elías Royón, SJ
Presidente de CONFER

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Identidad y misión del Religioso Hermano
Inaugurado el I Encuentro intercongregacional sobre la misión educativa
ROMA, miércoles 5 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Fue inaugurado el pasado lunes 3 --y se desarrollará durante todo el mes de septiembre--, el primer programa de formación intercongregacional de ocho Institutos de Religiosos Hermanos dedicados a la misión educativa, inspirados bajo el título "Todos somos hermanos" (Mt. 23,8).

Participan religiosos de todo el mundo pertenecientes a los siguientes Institutos de Hermanos: Escuelas Cristianas (La Salle), San Gabriel, de la Instrucción Cristiana, de la Misericordia, Maristas, de la Sagrada Familia, del Sagrado Corazón y el Edmund Rice Christian Brothers.

El evento tiene entre sus objetivos el profundizar en el tema de la 'común identidad y misión' como religiosos hermanos en la Iglesia y en el mundo actual, así como compartir una experiencia de formación conjunta que pueda dar cauce a otras acciones formativas en el futuro.

En la cita, que se desarrolla en la Casa General de los Hermanos de La Salle en Roma, también se quiere fomentar una reflexión que sea llevada a nivel local en las diversas provincias y distritos de las congregaciones, y trabajar en la elaboración de materiales que ayuden a la oración y la reflexión sobre el tema.

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Jornadas Mundiales de la Juventud


Llegan inscripciones de todo el mundo para la JMJ Río2013
El papa Benedicto XVI fue el primero en inscribirse
RÍO DE JANEIRO, miércoles 5 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Las inscripciones para la Jornada Mundial de la Juventud Río 2013 comenzaron el 28 de agosto y solo en 24 horas ya eran 4.000 los jóvenes inscritos provenientes de los cinco continentes, ...y el número se incrementa día a día.

El primero que aparece en los registros de inscricpión fue el mismo papa Benedicto XVI, a quien irán a escuchar los jóvenes del mundo entero.

El arzobispo de Río, monseñor Orani João Tempesta, dijo con alegría: "Ya vivimos el clima de la JMJ". Para el prelado, el inciio de las inscripciones representa "un paso importante" para la realización del evento.

La inscripción es la puerta de entrada para el peregrino que asistirá a la JMJ Río2013 y es por este medio que el joven pasa a formar parte oficalmente del evento mundial, creado por inspiración del beato Juan Pablo II en 1986.

El link oficial para las inscripciones es: www.rio2013.com/es/inscripciones

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Himno oficial de la JMJ será presentado en la "Fiesta de la Aventura de la Cruz"
Nuncio Apostólico en Brasil presidirá la misa de anuncio
RIO DE JANEIRO, miércoles 5 setiembre 2012 (ZENIT.org).- Es grande la expectativa de los jóvenes para la presentación del Himno Oficial de la Jornada Mundial de la Juventud Río 2013, del cual ya se viene produciendo el video-clip. Según uno de los responsables por el Sector de Preparación Pastoral del Comité Organizador Local, padre Leandro Lenin, el himno, se presentará el día 14 de septiembre, durante la "Fiesta de la Aventura de la Cruz", con una concelebración eucarística presidida por el nuncio apostólico en Brasil, monseñor Giovanni d'Aniello.

“Nos encontramos en un compas de espera positivo que nos va a ayudar, en el momento del estreno del himno, a sorprendernos a todos", dijo el padre Leandro, quien también resaltó que fue elegido el 14 de septiembre, porque este día se conmemora la Exaltación de la Santa Cruz, "cosa que nos remite a la misma cruz peregrina."

El autor del Himno oficial es el padre José Cândido, de la parroquia de San Sebastián en Belo Horizonte, quien tituló a su composición "Cruz de la Esperanza". En recientes declaraciones al sitio oficial de la JMJ 2013, el padre José define su obra como de una "letra y melodía simple", cuyo mensaje principal servirá para convocar a los jóvenes a ser amigos de Dios y, a través de esta amistad, anunciar a Jesús como discípulos.

"Me presenté al concurso incentivado por mis amigos", contó el ganador del concurso, "y la compuse inspirado en la exuberante naturaleza de Río de Janeiro, en el Cristo Redentor con los brazos abiertos y en el tema de la JMJ: Vayan y hagan discípulos a todas las gentes". El padre José Cândido es compositor de otros 200 títulos de canciones litúrgicas, entre las que destacan "Toda biblia es comunicación" y "Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo".

En octubre del año pasado, se abrió el concurso de la letra del himno, y desde noviembre hasta marzo fueron realizadas las inscripciones. El Sector de Preparación Pastoral recibió aproximadamente 180 letras. Todas ellas pasaron por un proceso de evaluación doctrinal, de creatividad, de belleza y de poesía, todo eso evaluado por profesionales del ámbito musical. En la segunda etapa de selección, de esas 180 letras, fue elegido un bloque de las 20 mejores, entre las que salió la ganadora.

Según el padre Leandro, el tema relacionado con la posibilidad de traducción para otros idiomas, también fue tomado en consideración. “No siempre es fácil transportar la poesía y todo el brillo de cuanto fue realizado en una sola lengua, para todas las demás".

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Espiritualidad


Madre Teresa, a los quince años de su muerte: un lápiz en las manos de Dios
Al hilo de la película Teresa de Calcuta: su noche oscura la engrandece aún más e ilumina la nuestra
ROMA, miércoles 5 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Hoy, que la Iglesia universal celebra la fiesta litúrgica de la beata Teresa de Calcuta, las miradas y oraciones se dirigen hacia esta religiosa, pequeña en físico, pero un gigante en caridad y en obras apostólicas, que son hoy una referencia para creyentes y no creyentes, para seglares y consagrados.

Zenit se complace en ofrecer a sus lectores el editorial con el que la revista Ecclesia honra hoy a la Madre Teresa, en la firma de su director, el padre Jesús de las Heras Muela.

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Ahora que se cumplen quince años de la muerte de Teresa de Calcuta y que se ha desatado una artificial e interesada polémica sobre sus años de sequedad y aridez espiritual, he releído algunos de sus libros y pensamientos y he vuelto a ver una película que sobre ella hizo la televisión italiana y que llegó en el invierno de 2006 a los cines españoles. Este artículo se centrará en este filme, icono de su existencia y experiencia humana y cristiana.

Pero antes séame permitido afirmar que, después de conocer su “noche oscura”, su figura se acrecienta en mi y en la de tantos creyentes. Dios visita a sus mejores hijos con la cruz y con la prueba. Nos “hiere” y purifica así con su Amor para seamos testigos y servidores de ese amor único, verdadero y transformante. Gracias, Madre Teresa, tu noche oscura ilumina la nuestra y la puebla y colma de esperanza.

Los cines españoles nos regalaban unos años una de esas películas que bien merecen la pena y que llena el alma de la mejor de las músicas y de los regustos. Es una película hermosa, entrañable, interpeladora y verdadera. Narra la historia de una vida de película. Narra la historia de un gran amor y su llegada a España ha coincidido -maravillosa casualidad, que para los creyentes es providencia- con la publicación de la encíclica del Papa Benedicto XVI “Deus caritas est” (“Dios es amor”). Y es que pocas imágenes, pocos iconos, pocos ejemplos más luminosos y significativos para hablar del amor que el de Madre Teresa de Calcuta, la protagonista de esta película que ahora comentamos.

Una historia de amor

Narra esta película la historia de un gran amor porque no cabe duda de que fue el amor la clave de su vida, de la vida de la protagonista del filme en cuestión. Fue el amor de Dios el que llenó toda su humanidad. Y fue su respuesta de amor la que el filme se transmite espléndidamente. Nada hay más importante y más decisivo que el amor. Que el amor verdadero, generoso, desinteresado, entregado, ofrendado, inmolado, servido.

La película es la historia de un amor amasado en la escucha de la llamada y en la escucha del gemido de los pobres. Es la historia de un amor horneado en la Eucaristía y en la oración; cocido en el fuego lento de la austeridad y de la pobreza; sazonado en el seguimiento radical de Jesucristo crucificado; madurado en la reciedumbre y la autenticidad de su servicio. Es la historia de un amor repartido -como pan reciente, tierno, crujiente, saciador e inolvidable- en la mesa de los pobres, de los parias, de los enfermos y de los moribundos como el pan del amor y de la esperanza. La película de la que hablo es la historia de un amor y la historia de una santa porque, como dice Benedicto XVI en su encíclica XVI, nadie como los santos han sabido tanto de amor y nadie como ellos han servido
a los pobres y necesitados.

La película de la que hablo es la historia del amor, amor encarnado, de una mujer débil, frágil, enjuta, pobre y arrugada. Es la historia del amor una mujer que escribió también algunos libros, de los cuales dos de ellos forman parte de mi Biblioteca del alma y cuyos solos títulos muestran y definen ya quién fue esta cristiana excepcional: “Tú -por Dios- me das el amor” y “La alegría de darse a los demás”. Esta historia de este amor es la síntesis y el compendio de los mandamientos y del Evangelio. Y esta historia de un amor es la historia, sí, de la Beata Teresa de Calcuta, de la Madre de los pobres, de la santa del pueblo, que ahora se acerca a nosotros en una película sobre una vida de película, en una película que quizás no recibirá premios, pero sí siembra en el alma el deseo e premiar y regalar a los demás con el mejor de los premios y de los regalos: el amor.

Cincuenta años para la eternidad

El filme arranca el 10 de septiembre de 1946. La hermana Teresa -Agnese Gontxa era su nombre de pila y había nacido en Albania en 1909- es la directora en Calcuta de un Colegio de las Hermanas de Loreto, fundadas en el siglo XVI por María Ward. La hermana Teresa, que vivía y servía en Calcuta desde 1928 está experimentando en su corazón “una llamada dentro de la llamada” en favor de los más pobres y necesitados. Emprende un viaje desde Calcuta a Darjeeling para realizar unos días de retiro espiritual. En la estación de Calcuta, bien repleta y abigarrada de humanidad, se encuentra con un moribundo tirando junto al andén. Nadie le hace caso y el corazón de Teresa estalla en dolor y en solidaridad. La llamada dentro de la llamada le urge a servir a los últimos, a los más pobres de entre los pobres. Siente la necesidad de hacer algo nuevo, distinto, de ser un lápiz en las manos de Dios para que El escriba lo que quiera y como quiera y de servir a “las víctimas del amor”, del desamor para irradiar en sus almas el verdadero y gratuito amor.

Durante años es preciso discernir esta llamada con sus superioras, con el arzobispo local, con un enviado de la Santa Sede. Contra todo pronóstico, la Santa Sede autoriza a Teresa a vivir y servir desde su consagración religiosa en las calles y en los suburbios y a fundar una nueva congregación religiosa, a la que añadirá un cuarto voto de consagración, servicio y vida entre y con los pobres más pobres. Misioneras de la Caridad será su nombre. La sombra de un árbol servirá de la primera escuela y taller de Teresa, “la monja de los suburbios”. Pronto se le sumaron antiguas alumnas suyas. El 17 de agosto de 1948 ella y sus primeras hermanas pueden ya vestir el sari blanco orlado de azul en honor de la Virgen

Su obra, es escritura -la obra y la escritura del Dios del Amor- empezará a caminar, no sin dificultades de todo tipo. Los niños, los enfermos y los moribundos serán el objeto preferente del servicio de amor de las Misioneras de la Caridad porque Teresa sabía que cada vez que tocaba sus rostros famélico, herido o macilento, era a Jesucristo a quien tocaba, porque cada vez que servían a uno de estos los más pobres Teresa y sus hermanos, era a Jesús quien a quien servían y amaban.

Teresa será desde entonces un lápiz en las manos de Dios y no es posible frenar ni parar el lápiz de Dios. El grano de mostaza se convertirá en un gran árbol; la fama de Madre Teresa llega a todos los confines; en 1979 le conceden el premio Nobel de la Paz; los Papas se desviven por atenderla y escucharle, y ella, en el corazón de la cristiandad, en Roma, descubrirá la otra y letal pobreza de occidente: la soledad y la ausencia del amor y allí también acudirá solícita. Su fortaleza está en Dios, en su vida interior, en su docilidad a la voluntad del Señor.

El 5 de septiembre de 1997, a los 87 años de edad, en Calcuta fallece en clamor de multitudes y en amor de santidad. El 19 de octubre de 2003 es solemnemente beatificada y su canonización es muy próxima. Como acontece con los santos, su muerte no es el final de su vida sino el comienzo y según pasan los años se agiganta su figura y se legada. Como el solo que cuanto más se aleja de la tierra, más y mejor calienta.

Ficha técnica

“Teresa de Calcuta”, título en España de esta coproducción británica, italiana y española, se rodó y montó en 2003. Su destino inicial era una serial de televisión para la RAI, que la emitió en dos entregas de hora y media cada una de ellas en “prime time” con una audiencia, en cada uno de los días de su emisión, de más de diez millones de telespectadores. Ahora, la distribuidora española “Boca a Boca” la presenta en versión cinematográfica de 110 minutos de duración.

El director del filme es el italiano Fabrizio Costa. El papel de Madre Teresa lo encarna magistralmente la actriz británico-argentina Olivia Hussey, que hizo de María de Nazaret en “Jesús de Nazaret” y de Julieta en “Romero y Julieta”, ambas de Franco Zefirelli, en los años setenta del siglo pasado. Otros primeros actores del filme son la española Ingrid Rubio y la italiana Laura Morante. La película fue rodada en Sri Lanka y cuenta con numerosísimos extras, en una cuidada puesta en escena y magnífica producción de Lucca Bernabei. También es muy hermosa la música.

Dios es amor y lo encontramos apodíctico, fehaciente y fecundo en vidas y en testimonios como el de Madre Teresa de Calcuta. Por esta razón, por la calidad del filme, por la belleza de su textura cinematográfica y por tantas otras razones, “Teresa de Calcuta” es una de las películas que bien merecen la pena y que han de formar parte de la filmografía del alma de los creyentes y de las personas de buena voluntad.

Padre Jesús de las Heras Muela
Director de la revista Ecclesia

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Foro


No podemos vivir sin creer
Carta del obispo de Sigüenza-Guadalajara
ROMA, miércoles 5 septiembre 2012 (ZENIT.org).- A pocas semanas de la inauguración de la Asamblea del Sínodo de los Obispos para la Nueva Evangelización y del Año de la Fe a los que ha convocado el papa Benedicto XVI, ofrecemos la carta de monseñor Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara en España, donde aborda el tema de la fe.

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Cuando pronunciamos conscientemente la palabra “creo” estamos constatando una realidad que acontece en la convivencia diaria. Cada uno, al relacionarse con sus semejantes, no puede hacerlo sin creer en él y en lo que dice. Aunque en alguna ocasión tenga que contrastar determinadas afirmaciones por considerarlas exageradas o poco ajustadas a la verdad, sin embargo no puede vivir desconfiando constantemente de los demás. La confianza está en la base de la convivencia familiar y social. Por eso, para que no fomentar la desconfianza hacia los demás, la mentira y el engaño deberían estar desterrados de las
relaciones sociales.

Esta fe y confianza en los demás podemos apreciarlas fácilmente en los niños y jóvenes. Lo que aprenden en el hogar familiar y en el colegio, lo admiten y asumen porque creen en la bondad de sus padres y porque se fían de los conocimientos de sus profesores. La propia experiencia nos dice que muchos de nuestros conocimientos se deben a la acogida confiada de los saberes e informaciones recibidos de otras personas, en las que confiamos. Creer, por lo tanto, no es una actitud exclusivamente religiosa, sino una realidad humana absolutamente general que invade nuestras informaciones cotidianas.

Cuando analizamos las relaciones humanas podemos observar que el creer en el otro se nos impone. No podemos vivir en la sociedad sin confiar, es decir, sin tener fe en nuestros semejantes. El amor y la amistad con quienes convivimos cada día serían imposibles, si no creyésemos en ellos. Ambas se sustentan en una fe entre las personas que se aman, hasta tal punto que cada uno puede confiar y esperar la fidelidad del otro en el presente y en el futuro.

De acuerdo con lo dicho hasta aquí, podemos afirmar que el acto de creer es un acto esencial de la condición humana y, por tanto, auténticamente humano. Confiar en los otros forma parte de nuestra vida independientemente del creer religioso. Por lo tanto, prescindir del creer o relegarlo a un segundo plano en la vida, no sólo sería una contradicción existencial, sino una negación de lo que realmente somos.

Ahora bien, si creemos en las personas con las que nos relacionamos cada día y aceptamos su testimonio sobre distintos aspectos de la realidad, tendríamos que preguntarnos: ¿Por qué no creer en el testimonio de los millones de hombres y mujeres que a lo largo de la historia nos han dicho con sus palabras y obras que Dios existe?. ¿Por qué no fiarnos de quienes nos lo siguen diciendo en nuestros días?. ¿No estaremos siendo contradictorios al aceptar el testimonio sobre determinados aspectos de la realidad y cerrarnos a los testimonios religiosos?

La teología católica afirma que la fe no depende de la razón, pero que no es irracional. Aunque la fe supere la capacidad racional del ser humano, sin embargo no va en contra de la razón. Cuando creemos y nos fiamos de lo que nos dicen tantas personas conocidas, no actuamos contra la razón, sino que la descubrimos potenciada. El Papa Benedicto XVI, consciente de los intentos de la cultura actual de separar la fe de la razón, no cesa de recordarnos que no existe oposición entre fe y razón, entre el saber teológico y científico, sino complementariedad. Que el Señor nos ayude a creer y confiar en Él y en los hombres.

Con mi bendición, feliz día del Señor.

+ Atilano Rodríguez
Obispo de Sigüenza-Guadalajara

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Concluidas las XXXVII Jornadas españolas de los profesores de liturgia
El tema estuvo centrado en el arte y la liturgia
MADRID, miércoles 5 septiembre 2012 (ZENIT.org).- En los días 29 al 31 de agosto, la Asociación Española de Profesores de Liturgia ha celebrado sus trigésimo séptimas Jornadas. El lugar elegido para el encuentro ha sido El Escorial, concretamente el Real Centro Universitario “María Cristina”. El tema marco sobre el que se ha reflexionado: «Arte y Liturgia», es continuación y complemento del abordado en las jornadas del año pasado sobre «Arquitectura y Liturgia».

Ofrecemos una crónica enviada a Zenit por Luis Piñero Carrasco, participante en el evento por la diócesis de Asidonia-Jerez.

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Comenzamos en la mañana del miércoles 29 con palabras de saludo de D. Aurelio Macías, presidente de la Asociación, a los profesores y cultores, seguidas de una bienvenida a los nuevos miembros y a los representantes de los talleres de arte litúrgico españoles, que han acudido a la invitación que se les ha hecho. De antemano indica que será un intercambio enriquecedor.

Termina su intervención presentando al P. Antonio Gascón Aranda, SM que nos ofrece una ponencia bajo el título «Per viam pulchritudinis, arte y liturgia». Nos indica que seguirá al P. Verdon, y comienza con la pregunta ¿qué está sucediendo?, pues hay un cambio en el modo de comprender el arte sacro y religioso cristiano. Concluimos la mañana con la celebración de la Eucaristía.

En la tarde D. Ignasi Fossas Colet, OSB pronuncia la ponencia «El arte sacro al servicio de la liturgia». Ofrece esquema con un amplio elenco de documentos magisteriales y otros textos que nos ilustran sobre el tema. Él mismo dirá que los católicos tenemos documentos para todo, lo difícil es ponerlos en práctica. Finaliza dejándonos cuatro preguntas para el debate y la reflexión, que cuando tengamos las actas de las jornadas será interesante releer.

Continúa la tarde con la ponencia «La belleza de los objetos litúrgicos» a cargo de D. Narciso Jesús Lorenzo Leal. Nos invita a pensar que se entiende por bello y a considerar la sagrada misión de los objetos litúrgicos; señala una gran responsabilidad: la de hacer de su uso algo bello y santo. El culmen de la tarde será el canto de las Vísperas.

El rezo de las Laudes, inicia el jueves. A las diez tenemos la ponencia de D. Ramón Navarro Gómez, «Iconografía y liturgia». Propone unas reflexiones sencillas que susciten el diálogo, a la vez que hace una valoración de la iconografía litúrgica actual, en muchas ocasiones carente de un estilo propio y definido, y con ausencia de un programa iconográfico que lleva a la improvisación. Plantea la necesidad de crear criterios: teológicos, litúrgicos y artísticos.

La sesión matinal continúa con la Asamblea Ordinaria de la AEPL. El presidente D. Aurelio Macías recuerda con afecto a D. Bernardo Velado, y dará una serie de informaciones y propuestas que son sometidas a votación; el secretario D. Luis García, hace serie de comunicaciones y presenta a los nuevos miembros. D. Emilio Vicente de Paz, tesorero, presenta el resumen económico y el vocal de publicaciones D. Pedro Manuel Merino agradece la rapidez en la entrega de trabajos y ponencias para su edición. El broche final de la mañana lo pone D. Hortensio Velado, con palabras elocuentes y emotivas hacia su hermano y hacia el sacerdocio.

En la tarde, con el objetivo de conocer y contemplar la belleza y el simbolismo iconográfico de la obra realizada por el Centro Aletti, bajo la dirección del P. Rupnik, cursamos visita a la Catedral de la Almudena (Sacristía mayor, sala capitular, y capilla del Sagrario) y a la capilla de la Sucesión Apostólica en la sede de la Conferencia Episcopal. En esta última celebramos la Eucaristía con Vísperas, presididos por el P. Juan María Canals. Tras la cena ya en el
Escorial, tuvimos una amena e ilustrativa tertulia con los representantes de los talleres de arte litúrgico que nos han acompañado estos días.

El viernes comenzó con la alabanza divina y la celebración de la Eucaristía. Continuamos con la última ponencia de las jornadas «Valoración del arte litúrgico actual», presentada por D. Elisardo Temperán Villaverde. Hace una llamada a aprender a ver y a contemplar, a integrar belleza de formas y expresividad; presenta luces y sombras de estos nuevos tiempos y plantea la necesidad de control y rigor a la hora de construcciones y restauraciones.

En esta última jornada hemos contado con la grata asistencia de D. Juan Miguel Ferrer, subsecretario de la Congregación para el culto divino y disciplina de los sacramentos,
también miembro de nuestra asociación. Finaliza la mañana y clausura las Jornadas, la visita amplia al Monasterio de El Escorial, guiados e informados por un padre agustino.

Desde aquí, nuestro reconocimiento y agradecimiento a esta comunidad que con entrega y buen hacer custodian estos bellos y santos lugares. En el sentir de todos está la acción de gracias a Dios, que nos ha regalado estos buenos momentos.

Luis Piñero Carrasco, Diócesis de Asidonia-Jerez

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Documentos en la página web de Zenit


La oración en la primera parte del Apocalipsis
Texto de la catequesis semanal del santo padre Benedicto XVI
La oración en la primera parte del Apocalipsis (Ap. 1,4-3.22)

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, después de las vacaciones, retomamos las audiencias en el Vaticano, continuando en esa "escuela de oración", que estoy viviendo junto a ustedes en estas Catequesis de los miércoles.

Hoy quisiera hablar de la oración en el libro del Apocalipsis, que, como ustedes saben, es el último del Nuevo Testamento. Es un libro difícil, pero que contiene una gran riqueza. Este nos pone en contacto con la oración viva y palpitante de la asamblea cristiana, reunida "en el día del Señor" (Ap. 1,10); es esta, en efecto, la traza de fondo en el que se mueve el texto.

Un lector presenta a la asamblea un mensaje confiado por el Señor al evangelista Juan. El lector y la asamblea son, por así decirlo, los dos protagonistas del desarrollo del libro; a ellos, desde el principio, se les dirige un saludo festivo: "Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía" (1,3). Mediante el diálogo constante entre ellos, surge una sinfonía de oración, que se desarrolla con una gran variedad de formas hasta la conclusión. Escuchando al lector que presenta el mensaje, escuchando y observando a la asamblea que responde, su oración tiende a ser nuestra.

La primera parte del Apocalipsis (1,4-3,22) tiene, en la actitud de la asamblea que ora, tres etapas sucesivas. La primera (1,4-8) consiste en un diálogo --único caso en el Nuevo Testamento--, que se lleva a cabo entre la asamblea apenas reunida y el lector, el cual le dirige un saludo de bendición: "Gracia y paz a ustedes" (1,4). El lector subraya el origen de este saludo: este deriva de la Trinidad, del Padre, del Espíritu Santo, de Jesucristo, que participan juntos en llevar adelante el proyecto creativo y de salvación para la humanidad. La asamblea escucha, y cuando siente nombrar a Jesucristo, es como una explosión de alegría y responde con entusiasmo, elevando la siguiente oración de alabanza: "Al que nos ama, y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén" (1,5b-6). La asamblea, rodeada por el amor de Cristo, se siente liberada de la esclavitud del pecado y se proclama "reino" de Jesucristo, que le pertenece por completo.
Reconoce la gran misión que por el bautismo se le ha confiado para llevar al mundo la presencia de Dios.

Y concluye su celebración de alabanza mirando de nuevo directamente a Jesús y, con creciente entusiasmo, le reconoce "la gloria y el poder" para salvar a la humanidad. El "amén" final, concluye el himno de alabanza a Cristo. Ya estos primeros cuatro versículos contienen una gran riqueza de indicios para nosotros; nos dicen que nuestra oración debe ser, ante todo, escucha de Dios que nos habla. Inundados de tantas palabras, no estamos acostumbrados a escuchar, sobre todo ponernos en la disposición del silencio interior y exterior para estar atentos a lo que Dios nos quiere decir. Estos versículos nos enseñan también que nuestra oración, a menudo solo de súplica, debe ser antetodo de alabanza a Dios por su amor, por el don de Jesucristo, que nos ha traído la fuerza, la esperanza y la salvación.

Una nueva intervención del lector señala a la asamblea, aferrada al amor de Cristo, el compromiso de captar su presencia en la propia vida. Dice: "Miren, viene acompañado de nubes; todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas" (1,7a). Después de ascender al cielo en una "nube", símbolo de la trascendencia (cf. Hch. 1,9), Jesucristo regresará así como subió a los cielos (cf. Hch. 1,11b). Entonces todos los pueblos lo reconocerán y, como exhorta san Juan en el cuarto evangelio, "Mirarán al que traspasaron" (19,37). Pensarán en sus pecados, causa de su crucifixión, y, como aquellos que lo habían visto directamente en el Calvario, "se golpearán el pecho" (cf. Lc. 23,48) pidiéndole perdón, para seguir en la vida y así preparar la plena comunión con Él, después de su regreso definitivo. La asamblea reflexiona sobre este mensaje y dice: "Sí. ¡Amén!"(Ap. 1,7 b). Expresa con su "sí", la acogida plena de lo que se le ha comunicado y pide que esto pueda convertirse en realidad. Es la oración de la asamblea, que medita sobre el amor de Dios manifiestado de modo supremo en la Cruz, y pide de vivir con coherencia como discípulos de Cristo.

Y esta es la respuesta de Dios: "Yo soy el Alfa y la Omega, Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso" (1,8). Dios, que se revela como el principio y el final de la historia, acepta y toma en serio la petición de la asamblea. Él ha estado, está y estará presente y activo con su amor en los asuntos humanos, en el presente, en el futuro, así como en el pasado, hasta llegar a la meta final. Esta es la promesa de Dios. Y aquí nos encontramos con otro elemento importante: la oración constante despierta en nosotros un sentido de la presencia del Señor en nuestra vida y en la historia, y la suya es una presencia que nos sostiene, nos guía y nos da una gran esperanza, aún en medio de la oscuridad de ciertos acontecimientos humanos; además, cada oración, incluso aquella en la soledad más radical, nunca es un aislarse y nunca es estéril, sino que es el elemento vital para alimentar una vida cristiana cada vez más comprometida y coherente.

La segunda fase de la oración de la asamblea (1,9-22) profundiza aún más la relación con Jesucristo: el Señor aparece, habla, actúa, y la comunidad más cercana a él, escucha, reacciona y acoge. En el mensaje presentado por el lector, san Juan relata su experiencia personal de encuentro con Cristo: se encuentra en la isla de Patmos por causa de la "palabra de Dios y del testimonio de Jesús" (1,9), y es el "día del Señor" (1,10a), el domingo, en el que se celebra la Resurrección. Y san Juan está "tomado por el Espíritu" (1,10a). El Espíritu Santo lo llena y lo renueva, ampliando su capacidad de aceptar a Jesús, quien lo invita a escribir. La oración de la asamblea que escucha, poco a poco asume una actitud contemplativa, marcada por los verbos "ve", "mira": completa, es decir, lo que el lector le propone, internalizándolo y haciéndolo suyo.

Juan oyó "una gran voz, como de trompeta" (1,10b), la voz lo obliga a enviar un mensaje "a las siete Iglesias" (1,11) que se encuentran en Asia Menor y, por su intermedio, a todas las Iglesias de todos los tiempos, junto con sus Pastores. El término "voz… de trompeta", tomada del libro del Éxodo (cf. 20,18), recuerda la manifestación divina a Moisés en el Monte Sinaí e indica la voz de Dios que habla desde su cielo, desde su trascendencia. Aquí es atribuida a Jesucristo Resucitado, que de la gloria del Padre habla, con la voz de Dios, a la asamblea en oración. Dando la vuelta "para ver la voz" (1,12), Juan ve "siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros, como a un Hijo de hombre" (1,12-13), término particularmente familiar para Juan, que le indica al mismo Jesús. Los candeleros de oro, con sus velas encendidas, indican la Iglesia de todos los tiempos en actitud de oración en la Liturgia: Jesús Resucitado, el "Hijo del hombre", está en medio de ella, y, revestido con las vestiduras del sumo sacerdote del Antiguo Testamento, desarrolla la función sacerdotal de mediador ante el Padre. En el mensaje simbólico de Juan, sigue una manifestación luminosa de Cristo resucitado, con las características propias de Dios, que se producen en el Antiguo Testamento. Se habla de "... cabellos blancos, como la lana blanca, como la nieve" (1,14), símbolo de la eternidad de Dios (cf. Dn. 7,9) y de la Resurrección. Un segundo símbolo es el del fuego, que en el Antiguo Testamento se refiere a menudo a Dios para indicar dos propiedades. La primera es la intensidad celosa de su amor, que anima su pacto con el hombre (cf. Dt. 4,24).

Y es esta misma intensidad ardiente del amor, que se lee en los ojos de Jesús resucitado: "Sus ojos como llama de fuego" (Ap. 1,14a). El segundo es la capacidad incontenible de vencer el mal como un "fuego devorador" (Dt. 9,3). Así que incluso "los pies" de Jesús, en camino para enfrentar y destruir el mal, tienen el brillo del "metal precioso" (Ap. 1,15). La voz de Jesucristo, entonces, "como voz de grandes aguas" (1,15c), tiene el rugido impresionante "de la gloria del Dios de Israel", que se traslada a Jerusalén, mencionado por el profeta Ezequiel (cf. 43,2).

Siguen todavía otros tres elementos simbólicos que muestran lo que Jesús Resucitado está haciendo por su Iglesia: la mantiene firmemente en su mano derecha –una imagen muy importante: Jesús tiene a la Iglesia en la mano--, le habla con el poder penetrante de una espada afilada, y le muestra el esplendor de su divinidad: "Su rostro, como el sol cuando brilla con toda su fuerza" (Ap.1,16). Juan quedó tan impresionado por esta maravillosa experiencia del Resucitado, que se siente desfallecido y cae como muerto.

Después de esta experiencia de la revelación, el Apóstol tiene delante al Señor Jesús hablando con él, lo tranquiliza, le coloca una mano sobre la cabeza, le revela su identidad como el Crucificado Resucitado, y le encarga transmitir su mensaje a las Iglesias (Ap. 1,17-18). Una cosa hermosa de este Dios, ante el cual desfallece y cae como muerto. Es el amigo de la vida, y le pone su mano sobre la cabeza. Y así será también con nosotros: somos amigos de Jesús. Por tanto, la revelación del Dios Resucitado, del Cristo Resucitado, no será terrible, sino será el encuentro con el amigo. Incluso la asamblea vive con Juan un momento particular de luz delante del Señor, unido, sin embargo, a la experiencia del encuentro cotidiano con Jesús, experimentando la riqueza del contacto con el Señor, que llena cada espacio de la existencia.

En la tercera y última fase de la primera parte del Apocalipsis (Ap.2-3), el lector propone a la asamblea un mensaje séptuplo en el cual Jesús habla en primera persona. Dirigido a las siete Iglesias en Asia Menor situadas alrededor de Éfeso, el discurso de Jesús parte de la situación particular de cada Iglesia, para luego extenderse a las Iglesias de todos los tiempos. Jesús entra en el corazón de la situación de cada iglesia, haciendo énfasis en las luces y sombras, y dirigiéndoles un llamamiento urgente: "Arrepiéntanse" (2,5.16; 3,19c), "Mantén lo que tienes" (3,11), "vuelve a tu conducta primera" (2,5)," Sé pues ferviente y arrepiéntete" (3,19b) ... Esta palabra de Jesús, si es escuchada con fe, de inmediato comienza a ser efectiva: la Iglesia en oración, acogiendo la Palabra del Señor, se transforma.

Todas las iglesias deben ponerse en una escucha atenta al Señor, abriéndose al Espíritu como Jesús pide con insistencia repitiendo esta indicación siete veces: "El que tiene oídos, oiga lo que el Espíritu le dice a las Iglesias" (2,7.11.17.29;3,6.13.22). La asamblea escucha el mensaje recibiendo un estímulo para el arrepentimiento, la conversión, la perseverancia, el crecimiento en el amor, la orientación para el camino.

Queridos amigos, el Apocalipsis nos presenta una comunidad reunida en oración, porque es justamente en la oración donde experimentamos siempre en aumento, la presencia de Jesús con nosotros y en nosotros. Cuanto más y mejor oremos con constancia, con intensidad, tanto más nos asemejamos a Él, y Él realmente entra en nuestra vida y la guía, dándole alegría y paz. Y cuanto más conocemos, amamos y seguimos a Jesús, más sentimos la necesidad de permanecer en oración con Él, recibiendo serenidad, esperanza y fuerza en nuestra vida. Gracias por su atención.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.

© Librería Editorial Vaticana

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Homilia del papa Benedicto XVI en la misa de clausura del "Ratzinger Schülerkreis"
Finalizado el XXXVI encuentro anual
Homilia de Benedicto XVI en la misa de clausura del "Ratzinger Schülerkreis"

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Queridos hermanos y hermanas:

Resuenan aún profundamente en mi las palabras con las cuales, hace tres años, el cardenal Schönborn nos hizo la exégesis de este Evangelio: la misteriosa correlación entre lo intimo con lo externo, lo que rinde al hombre impuro, lo que lo contamina y lo que es puro. Hoy por ello no quiero hacer la exégesis del mismo Evangelio, o la haré de manera marginal. Probaré en cambio a decir unas palabras sobre las dos lecturas.

En el Deuteronomio encontramos “la alegría de la ley”. Ley no como un vínculo, como algo que nos quita la libertad, sino como un regalo, un don. Cuando los otros pueblos mirarán hacia este gran pueblo --así dice la lectura, así dice Moisés--, entonces dirán: ¡Qué pueblo sabio!

Admirarán la sabiduría de este pueblo, la equidad de la ley y la cercanía del Dios que está a su lado y que le responde cuando es llamado. Es esta la alegría humilde de Israel: recibir un don de Dios. Esto es diverso del triunfalismo, del orgullo, de lo que viene de si mismo: Israel no está orgulloso de la propia ley, como Roma podía serlo del derecho romano en cuanto un don hacia la humanidad, como Francia quizás con el “Código Napoleón”, como la Prusia del  'Preußisches Landrecht', etcétera, obras del derecho que reconocemos. Sino que Israel sabe: esta ley no la hizo ella misma, no es el fruto de su genialidad, es un don. Dios le ha mostrado qué cosa es el derecho.

Dios le ha dado sabiduría. La ley es sabiduría. Sabiduría es el arte de ser hombres, el arte de poder vivir bien y poder morir bien. Y se puede vivir y morir bien solamente cuando se ha recibido la verdad y cuando la verdad nos indica el camino. Ser agradecidos por el don que nosotros no hemos inventado, pero que nos fue dado como don y vivir en la sabiduría: aprender, gracias al don de Dios, a ser hombres de manera recta.

El Evangelio nos muestra entretanto que existe un peligro -como se dice hoy directamente en el inicio del párrafo del Deuteronomio: “No agregar, no quitar nada”. Nos enseña que con el pasar del tiempo, al don de Dios se añadieron aplicaciones, obras, costumbres humanas, que creciendo esconden lo que es propio de la sabiduría donada por Dios, al punto de volverse un verdadero vínculo que es necesario romper, o lleva a la presunción: ¡nosotros lo hemos inventado!

Ahora pasemos a nosotros, a la Iglesia. Según nuestra fe, de hecho, la Iglesia es Israel que se ha vuelto universal, en la cual todos se vuelven, a través del Señor, hijos de Abraham; Israel que se ha vuelto universal, en el que persiste el núcleo esencial de la ley, sin las contingencias del tiempo y del pueblo. Este núcleo es simplemente Cristo mismo, el amor de Dios por nosotros y nuestro amor hacia Él y por los hombres.

Él es la Torah viviente, es el don de Dios para nosotros, en el cual ahora recibimos todos la sabiduría de Dios. En el estar unidos en Cristo, en el “caminar juntos” en el “con-vivir” con Él, aprendemos nosotros mismos cómo ser hombres de la manera justa, recibimos la sabiduría que es verdad, sabemos vivir y morir, porque Él mismo es la vida y la verdad.

Conviene, por lo tanto a la Iglesia, como a Israel, estar llena de gratitud y de alegría. “¿Cuál es el pueblo que puede decir que Dios le está así de cerca? ¿Qué pueblo ha recibido este don?”. No lo hemos hecho nosotros, nos fue donado. Alegría y gratitud por el hecho que lo podemos conocer, que hemos recibido la sabiduría del vivir bien, que es lo que debería caracterizar al cristiano. De hecho en el cristianismo de los orígenes era así: el ser liberado de las tinieblas, de ir a ciegas, de estar en la ignorancia. ¿Qué soy? ¿Por qué existo?¿Cómo tengo que seguir adelante? El haberme vuelto libre, el estar en la luz, en la amplitud de la verdad. Esta era la conciencia fundamental.

Una gratitud que se irradiaba entorno y que  unía así a los hombres en la Iglesia de Jesucristo. Pero también en la Iglesia existe el mismo fenómeno: elementos humanos se añaden y conducen a la presunción, al así llamado triunfalismo, que se exalta a si mismo en vez de dar la alabanza a Dios; o al vínculo, que es necesario cortar, romper y triturar. ¿Qué debemos hacer? ¿Qué tendríamos que decir?

Pienso que nos encontramos justamente en esta fase en la cual vemos en la Iglesia solamente aquello que hacemos nosotros mismos y que nos arruina la alegría de la fe; que no creemos más y no osamos decir más: Él nos ha indicado quién es la verdad, qué es la verdad; nos ha mostrado lo que es el hombre, nos ha donado la justicia de la vida recta.

Nosotros estamos preocupados por alabarnos solamente a nosotros, y tememos vincularnos por reglamentos que serán un obstáculo en la libertad y en la novedad de la vida.

Si hoy leemos -por ejemplo-, en la Carta de Santiago: “Sois generados por medio de una palabra de verdad” ¿quién de nosotros podría alegrarse de la verdad que nos ha sido donada? Nos viene enseguida la pregunta: ¿Cómo se puede tener la verdad? ¡Esto es intolerancia!

La idea de verdad e intolerancia hoy están casi fusionadas entre ellas, y así no logramos creer de hecho en la verdad, o hablar de la verdad. Parece estar lejos, parece algo que es mejor no utilizar. Nadie puede decir: tengo la verdad -- esta es la objeción que hay--, y justamente nadie puede tener la verdad. ¡Es la verdad que nos posee, es algo viviente! Nosotros no somos sus poseedores, sino más bien estamos aferrados por ella. Solamente si nos dejamos guiar y mover por ella permanecemos en ella, solamente si somos, con ella y en ella, peregrinos de la verdad, entonces está en nosotros y para nosotros.

Pienso que tenenos que aprender nuevamente este “no tener la verdad”. Así como no podemos decir: 'mis hijos son una posesión mía', porque en realidad son un don y como don de Dios nos fueron dados para una tarea, así no podemos decir: 'tengo la verdad', sino más bien: la verdad vino hacia nosotros y nos impulsa. Tenemos que aprender a dejarnos mover por ella, hacernos conducir hacia ella. Y entonces brillará de nuevo: si ella misma nos conduce y nos compenetra.

Queridos amigos, pidamos al Señor que nos de este don. Santiago nos dice hoy en la lectura: no tienen que limitarse a escuchar la palabra, hay que ponerla en práctica.

Esta es una advertencia sobre la intelectualización de la fe y de la teología. Es un temor que tengo en este tiempo cuando leo tantas cosas inteligentes: que se transforme en un juego del intelecto en el cual “nos pasamos la pelota”, en el cual todo es solamente un mundo intelectual que no compenetra ni forma nuestra vida, y que por lo tanto no nos introduce en la verdad.

Creo que estas palabras de Santiago se dirigen justamente a nosotros en cuanto teólogos: no solamente escuchar, no solamente el intelecto. ¡Dejarse formar por la verdad, dejarse guiar por ella! Recemos al Señor para que nos suceda essto y que así la verdad sea potente, sobre nosotros, y que tome fuerza en el mundo a través de nosotros.

La Iglesia ha puesto la frase del Deuteronomio: “¿Dónde hay un pueblo en el que Dios esté así cercano como nuestro Dios está cerca de nosotros, cada vez que lo invocamos?”, en el centro del Oficio Divino del Corpus Domini, y le dio así un nuevo significado: ¿dónde hay un pueblo en el cual su Dios esté tan cerca como nuestro Dios lo está con nosotros?

 En la eucaristía esto se ha vuelto plena realidad. Claro que no es solamente un aspecto exterior: alguno puede estar cerca del tabernáculo y al mismo tiempo estar lejos del Dios viviente. ¡Lo que cuenta es la cercanía interior! Dios se puso tan cerca que Él mismo es un hombre: ¡esto nos debe desconcertar y sorprender siempre y cada vez! Él está tan cerca que es uno de nosotros. Conoce al ser humano, el “sabor” del ser humano, lo conoce desde adentro, lo ha probado con sus alegrías y con sus sufrimientos.

En cuanto hombre me está cerca, cerca “al alcance de mi voz” , tan cerca que me escucha y que puedo saber: Él me oye y me escucha, aún si no fuese como yo me lo imagino.

Dejémonos llenar nuevamente de esta alegría: ¿dónde hay un pueblo en el cual Dios esté tan cerca, como Dios lo está de nosotros? Tan cerca al punto de ser uno como nosotros, de tocarme desde adentro. Sí, de entrar dentro de mi en la Santa Eucaristía. Un pensamiento de por sí desconcertante.

Sobre este proceso, san Buenaventura ha utilizado una vez en sus oraciones de Comunión, una formula que impresiona, que casi asusta. Él dice: Señor mio ¿Cómo se te pudo ocurrir entrar en la sucia letrina de mi cuerpo? Sí, Él entra dentro de nuestra miseria, lo hace conscientemente y para compenetrarnos, para limpiarnos y para renovarnos, para que a través de nosotros, en nosotros, la verdad esté en el mundo y se realice la salvación.

Pidamos al Señor perdón por nuestra indiferencia, por nuestra miseria que nos hace pensar solamente a nosotros mismos, por nuestro egoísmo que no busca la verdad, pero que sigue la propia costumbre, y que muchas veces hace parecer al cristianismo solamente como un sistema de costumbres.

Pidámosle que entre, con poder, en nuestras almas, que se haga presente en nosotros y a través de nosotros, -y que así la alegría nazca también en nosotros: ¡Dios está aquí, y me ama, es nuestra salvación! Amén.

Traducción del original italiano por Sergio H. Mora

©Librería Editorial Vaticana

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Laicos corresponsables en la Iglesia y en la sociedad
Mensaje del santo padre al Foro Internacional de la Acción Católica
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 5 setiembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores el mensaje íntegro enviado por el papa Benedicto XVI a los participantes en la IV Asamblea Ordinaria del Foro Internacional de la Acción Católica, celebrado a fines de agosto en Iaşi, Rumanía (cf. www.zenit.org/article-42962?l=spanish).

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Al venerado hermano Monseñor Domenico Sigalini,
Consejero general del Foro internacional de Acción Católica

Con ocasión de la VI Asamblea ordinaria del Foro internacional de Acción Católica, deseo dirigirle un cordial saludo a usted y a todos los que participan en ese significativo encuentro, y de modo particular al coordinador del Secretariado, Emilio Inzaurraga, a los presidentes nacionales y a los consejeros. Saludo en especial al obispo de Iasi, monseñor Petru Gherghel, y a su diócesis, que acogen este encuentro eclesial durante el cual estáis llamados a reflexionar sobre la «corresponsabilidad eclesial y social».

Se trata de un tema de gran importancia para el laicado, que resulta muy oportuno en la inminencia del Año de la fe y de la Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización. La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad especialmente respecto al papel de los laicos en la Iglesia, que no se han de considerar como «colaboradores» del clero, sino como personas realmente «corresponsables» del ser y del actuar de la Iglesia. Es importante, por tanto, que se consolide un laicado maduro y comprometido, capaz de dar su contribución específica a la misión eclesial, en el respeto de los ministerios y de las tareas que cada uno tiene en la vida de la Iglesia y siempre en comunión cordial con los obisp os.

Al respecto, la constitución dogmática Lumen gentium define el estilo de las relaciones entre laicos y pastores con el adjetivo «familiar»: «De este trato familiar entre los laicos y los pastores se pueden esperar muchos bienes para la Iglesia; actuando así, en los laicos se desarrolla el sentido de la propia responsabilidad, se favorece el entusiasmo, y las fuerzas de los laicos se unen más fácilmente a la tarea de los pastores. Estos, ayudados por laicos competentes, pueden juzgar con mayor precisión y capacidad tanto las realidades espirituales como las temporales, de manera que toda la Iglesia, fortalecida por todos sus miembros, realice con mayor eficacia su misión para la vida del mundo» (n. 37).

Queridos amigos, es importante ahondar y vivir este espíritu de comunión profunda en la Iglesia, característica de los inicios de la comunidad cristiana, como lo atestigua el libro de los Hechos de los Apóstoles: «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (4, 32). Sentid como vuestro el compromiso de trabajar para la misión de la Iglesia: con la oración, con el estudio, con la participación en la vida eclesial, con una mirada atenta y positiva al mundo, en la búsqueda continua de los signos de los tiempos. No os canséis de afinar cada vez más, con un serio y diario esfuerzo formativo, los aspectos de vuestra peculiar vocación de fieles laicos, llamados a ser testigos valientes y creíbles en todos los ámbitos de la sociedad, para que el Evangelio sea luz que lleve esperanza a las situaciones problemáticas, de dificultad, de oscuridad, que los hombres de hoy encuentran a menudo en el camino de la vida.

Guiar al encuentro con Cristo, anunciando su mensaje de salvación con lenguajes y modos comprensibles a nuestro tiempo, caracterizado por procesos sociales y culturales en rápida transformación, es el gran desafío de la nueva evangelización. Os animo a proseguir con generosidad vuestro servicio a la Iglesia, viviendo plenamente vuestro carisma, que tiene como rasgo fundamental asumir el fin apostólico de la Iglesia en su globalidad, en equilibrio fecundo entre Iglesia universal e Iglesia local, y en espíritu de íntima unión con el Sucesor de Pedro y de activa corresponsabilidad con los pastores (cf. Apostolicam actuositatem, 20).

En esta fase de la historia, a la luz del Magisterio social de la Iglesia, trabajad también para ser cada vez más un laboratorio de «globalización de la solidaridad y de la caridad», para crecer, con toda la Iglesia, en la corresponsabilidad de ofrecer un futuro de esperanza a la humanidad, teniendo también la valentía de formular propuestas exigentes. Vuestras asociaciones de Acción Católica se glorían de una larga y fecunda historia, escrita por
valientes testigos de Cristo y del Evangelio, algunos de los cuales han sido reconocidos por la Iglesia como beatos y santos. Siguiendo su ejemplo, estáis llamados hoy a renovar el compromiso de caminar por la senda de la santidad, manteniendo una intensa vida de oración, favoreciendo y respetando itinerarios personales de fe y valorizando las riquezas de cada uno, con el acompañamiento de sacerdotes consiliarios y de responsables capaces de educar en la corresponsabilidad eclesial y social.

Que vuestra vida sea «transparente», guiada por el Evangelio e iluminada por el encuentro con Cristo, amado y seguido sin temor. Asumid y compartid los programas pastorales de las diócesis y de las parroquias, favoreciendo ocasiones de encuentro y de sincera colaboración
con los demás componentes de la comunidad eclesial, creando relaciones de estima y de comunión con los sacerdotes, con vistas a una comunidad viva, ministerial y misionera. Cultivad relaciones personales auténticas con todos, comenzando por la familia, y ofreced vuestra disponibilidad a la participación, en todos los niveles de la vida social, cultural y política, buscando siempre el bien común.

Con estos breves pensamientos, a la vez que os aseguro mi afectuoso recuerdo en la oración por vosotros, por vuestras familias y por vuestras asociaciones, de corazón envío a todos los participantes en la asamblea la bendición apostólica, que de buen grado extiendo a las personas con quienes os encontréis en vuestro apostolado diario.

Benedicto PP XVI

Castelgandolfo, 10 de agosto de 2012

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