12.09.12

Padre: me acuso de no soportar a mis padres

A las 8:48 AM, por Jorge
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Tengo que reconocer que cuando recién ordenado comencé a sentarme en el confesionario, una de las cosas que más me sorprendían era que la gente se acusara de dificultades y poca paciencia en el trato con sus padres mayores. Mis padres eran todavía jóvenes y para mí estar con ellos, poder pasar unos días en casa, era todo un privilegio. Es más, incluso en verano nos íbamos juntos unos días de vacaciones. Por eso mi sorpresa: ¿era posible que hubiera gente que tuviera dificultades para relacionarse con sus padres, que tuvieran incluso conflictos hasta el punto de decir que no soportaban a sus padres?

Han pasado los años. Falleció mi padre. Mi madre con noventa y tantos. Y hoy he de reconocer que comienzo a comprender eso que me decía la gente en confesión: ¡no es nada fácil la relación con las personas mayores!

La base del conflicto está en su propio deterioro. En la medida en que se sienten vulnerables, limitados, con achaques, sin fuerzas, aumenta la inseguridad. Y la misma inseguridad les hace ser no sólo exigentes, sino en ocasiones auténticos tiranos. Todo son problemas. Miedo a quedarse sin apoyo y ayuda, miedo a que falten recursos económicos, miedo a la soledad. Y ese miedo se convierte en exigencias de tal forma que pueden llegar incluso a la agresividad verbal y hasta física.

Supongo que habrá lectores en situaciones parecidas por edad de los padres o abuelos, por los suegros. En la medida en que empiezan a ser dependientes las cosas se complican y puede llegarse a momentos ciertamente muy duros.

He estado releyendo esta mañana algunas cosas del catecismo de la iglesia sobre el cuarto mandamiento, especialmente lo que hace referencia a las obligaciones de los hijos con los padres ancianos. Aquí lo copio, para que me ayude y nos ayude a comprender nuestras obligaciones como hijos en este momento en que los padres comienzan a tener necesidades especiales por su edad o sus achaques:

Catecismo de la Iglesia Católica.
2218 El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cf Mc 7, 10-12).
«El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre» (Si 3, 2-6).
«Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor […] Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre» (Si 3, 12-13.16).

A veces cuesta mucho. Que Jesús y María nos ayuden a no flaquear y a estar con nuestros padres también en estos momentos de vejez, cuando están incluso en lenguaje coloquial “inaguantables”, para que sepamos cómo estar con ellos, y cómo actuar para ayudarles a vivir mejor estos últimos años de su vida.