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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 15 de septiembre de 2012

VIAJE APOSTÓLICO DEL PAPA AL LÍBANO

El papa invita a los jóvenes a no emigrar y forjar el futuro en el respeto de las religiones
Denunció la droga, el dinero, la pornografía, y el uso equivocado de internet como un refugio en un mundo paralelo

Dios quiere la paz, Dios nos confía la paz
Encuentro de Benedicto XVI con los líderes del país en el palacio presidencial de Baabda

La hoja de ruta que Benedicto XVI entregará mañana en Beirut
Un programa para consolidar la fe de los cristianos en Medio Oriente

Documentación

'La Iglesia necesita vuestro entusiasmo y creatividad'
Discurso de Benedicto XVI en su encuentro con los jóvenes en Bkerké

' No se puede consentir que el mal triunfe por la pasividad de los hombres de bien'
Discurso de Benedicto XVI en el palacio presidencial de Baabda

Aliviar los sufrimientos y sus causas para llegar a la paz
Síntesis de la Exhortación Apostólica postsinodal 'Ecclesia in Medio Oriente'


VIAJE APOSTÓLICO DEL PAPA AL LÍBANO


El papa invita a los jóvenes a no emigrar y forjar el futuro en el respeto de las religiones
Denunció la droga, el dinero, la pornografía, y el uso equivocado de internet como un refugio en un mundo paralelo
Por H. Sergio Mora

CIUDAD DEL VATICANO, sábado 15 septiembre 2012.- (ZENIT.org).-En un ambiente de alegría que contrastaba con las escenas de violencia en varias plazas del mundo que fueron transmitidas por la televisión, varios miles de jóvenes recibieron esta tarde a Benedicto XVI, coreando su nombre y agitando banderas de la Santa Sede, del Líbano y de los países de Medio Oriente a los que pertenecen. Entre ellos muchos seminaristas y vocaciones religiosas.

Benedicto XVI, procedente de la nunciatura apostólica en Harissa, llegó en el papamóvil al patriarcado maronita de Bekerké, en donde realizó con los jóvenes una Celebración de la Palabra.

Fue introducido por el patriarca de Antioquía de los Maronitas, Béchara Boutros Raï; por el presidente del Consejo para el apostolado de los laicos del Líbano, monseñor Georges Bou-Jaoudé, y por el vicepresidente del mismo Consejo, monseñor Elie Haddad, arzobispo de Saida de los Griego Melkitas.

Después de una entrega de dones, varios jóvenes contaron al papa y al público presente su testimonio, le siguió una coreografía y las lecturas proclamadas y cantadas.

El santo padre -visiblemente complacido- les recordó a los jóvenes el gran honor que significa vivir “en esta parte del mundo que ha visto el nacimiento de Jesús y el desarrollo del cristianismo” y les invitó a “ser testigos y mensajeros de la alegría de Cristo”.

“Conozco las dificultades que tenéis en la vida cotidiana -les dijo- debido a la falta de estabilidad y seguridad, al problema de encontrar trabajo o incluso al sentimiento de soledad y marginación”. Y les alentó a no emigrar con el desarraigo consecuente. “Sed los artífices -les dijo- del futuro de vuestro país, y cumplid con vuestro papel en la sociedad y en la Iglesia”.

Advirtió también de otro peligro, “el de las frustraciones que llevan a refugiarse en mundos paralelos, entre otros, el de las drogas de cualquier tipo, o el de la tristeza de la pornografía”.

Y alertó que si bien “las redes sociales, son interesantes, pueden llevar fácilmente a una dependencia y a la confusión entre lo real y lo virtual” y por ello les exhortó: “Buscad y vivid relaciones ricas de amistad verdadera y noble. Adoptad iniciativas que den sentido y raíces a vuestra existencia, luchando contra la superficialidad y el consumo fácil. También os acecha otra tentación, la del dinero, ese ídolo tirano que ciega hasta el punto de sofocar a la persona y su corazón”.

“Sed portadores del amor de Cristo” les invitó y por ello “Meditad la Palabra de Dios. Descubrid el interés y la actualidad del Evangelio. Orad. La oración, los sacramentos, son los medios seguros y eficaces para ser cristianos y vivir «arraigados y edificados en Cristo, afianzados en la fe»”.

“Resistid con valentía a aquello que la niega: el aborto, la violencia, el rechazo y desprecio del otro, la injusticia, la guerra. Así irradiaréis la paz en vuestro entorno”, les dijo.

“Cristo os invita a hacer como él, a acoger sin reservas al otro, aunque pertenezca a otra cultura, religión o país” y saludó “a los jóvenes musulmanes que están con nosotros esta noche” y les agradeció su presencia “que es tan importante”.

Reconoció que no es fácil perdonar, “pero el perdón de Dios da la fuerza de la conversión” y caminos de paz que abren el futuro.

“Vosotros sois, con los jóvenes cristianos, el futuro de este maravilloso País y de todo el Oriente Medio. Buscad construirlo juntos”, porque es necesario que todo el Oriente Medio, viéndoles, comprenda que los musulmanes y los cristianos, el Islam y el Cristianismo, pueden vivir juntos sin odios, respetando las creencias de cada uno, para construir juntos una sociedad libre y humana.

Y a los jóvenes de Siria que estaban presentes les alabó en su valentía y les recordó “que el Papa no os olvida” ni del luto de sus familias”

Y concluyó indicando a a María, “la Madre del Señor, Nuestra Señora del Líbano. Ella os protege y acompaña desde lo alto de la colina de Harissa, vela como madre por todos los libaneses y por tantos peregrinos que acuden de todas partes para encomendarle sus alegrías y sus penas”.

Se puede leer el texto completo del discurso de Benedicto XVI en:

http://www.zenit.org/article-43128?l=spanish

El video on demand puede ser visto en:

http://player.rv.va/vaticanplayer09.asp?language=es&visualizzazione=VaticanTic&Tic=VA_EQIYRTM5.

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Dios quiere la paz, Dios nos confía la paz
Encuentro de Benedicto XVI con los líderes del país en el palacio presidencial de Baabda
BEIRUT, sábado 15 septiembre 2012 (ZENIT.org).- En su encuentro con los miembros del gobierno, de las instituciones de la República del Líbano, el cuerpo diplomático, los responsables religiosos y los representantes del mundo de la cultura, que se inició a las 10,35 de la mañana, Benedicto XVI subrayó la palabra paz. Con ella abrió y cerró su discurso en el que la repitió al menos treinta veces .

En primer lugar, en dos momentos distintos, en el Salón de los Embajadores de palacio presidencial, Benedicto XVI se entrevistó con el presidente de la República, Michel Sleiman, y el jefe del gobierno Nabih Berri, con la asistencia de sus familiares.

El papa se reunió luego con los líderes de las comunidades musulmanas sunnita, chiíta, drusa y alahuita, en presencia del cardenal secretario de Estado Tarcisio Bertone, del patriarca di Antioquía de los Maronitas, Béchara Boutros Raï, del presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, cardenal Jean-Louis Tauran, y el nuncio apostólico en Líbano Gabriele Giordano Caccia.

Posteriormente el santo padre y las autoridades libanesas se trasladaron al jardín del palacio presidencial donde se produjo la plantación simbólica de un cedro del Líbano.

En el Salón 25 de Mayo, tras unas palabras del presidente Sleiman, Benedicto XVI pronunció su discurso.

Inició saludando con las mismas palabras de Jesús: “Mi paz os doy”. Y se refirió al acto simbólico tenido poco antes de plantar un cedro, el símbolo del país. Comparó las atenciones que necesita un arbolito recién plantado con las que necesitará el Líbano para fortalecerse: “pienso en vuestro país y su destino, en los libaneses y sus esperanzas, en todas las personas de esta región del mundo que parece conocer los dolores de un alumbramiento sin fin”.

Dijo que ha sido una región “elegida para que sirva de ejemplo, para que dé testimonio de cara al mundo de la posibilidad que tiene el hombre de vivir concretamente su deseo de paz y reconciliación”.

Explicó que para contruir y consolidar la paz “hay que volver incansablemente a los fundamentos del ser humano” de su dignidad y al primer lugar de humanización que es la familia, promoviendo una cultura de vida.

“La eficacia del compromiso por la paz depende de la concepción que el mundo tenga de la vida humana. Si queremos la paz, defendamos la vida. Esta lógica no solamente descalifica la guerra y los actos terroristas, sino también todo atentado contra la vida del ser humano, criatura querida por Dios”, dijo.

Recordó el pontífice que existen otros atentados a la vida humana como “el desempleo, la pobreza, la corrupción, las distintas adicciones, la explotación, el tráfico de todo tipo y el terrorismo”.

“Sólo una solidaridad efectiva constituye el antídoto a todo esto”, subrayó. “Hoy, las diferencias culturales, sociales, religiosas, deben llevar a vivir un tipo nuevo de fraternidad”. Son todas ellas premisas para encontrar el camino de la paz.

“Para abrir a las generaciones futuras un porvenir de paz, la primera tarea es la de educar en la paz, para construir una cultura de paz", afirmó. Una educación que debe “acompañar la maduración de la capacidad de tomar opciones libres y justas, que puedan ir a contracorriente de las opiniones dominantes, las modas, las ideologías políticas y religiosas”.

Y lanzó un desafío a los líderes reunidos en este encuentro: “Pensamientos de paz, palabras de paz y gestos de paz crean una atmósfera de respeto, de honestidad y cordialidad, donde las faltas y las ofensas pueden ser reconocidas con verdad para avanzar juntos hacia la reconciliación. Que los hombres de Estado y los responsables religiosos reflexionen sobre ello”.

Identificó a la causa de tanto dolor como sufre esta región en el mal, el demonio, que “no es una fuerza anónima” sino “pasa por la libertad humana”.

Por ello, llamó a la “conversión del corazón” sin la que las “liberaciones” humanas defraudan.

Llamó a tener “una mirada nueva y más libre” y a decir no a la venganza para salir de esta callejón sin salida en que esta sumida la región.

“Sólo entonces podrá crecer el buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la consideración sin conmiseración de unos por otros y el respeto de los derechos de cada uno”.

Recordó que “en el Líbano, el cristianismo y el Islam habitan el mismo espacio desde hace siglos. No es raro ver en la misma familia las dos religiones. Si en una misma familia es posible, ¿por qué no lo puede ser con respecto al conjunto de la sociedad?”.

Para llegar a un clima de diálogo hay que ser “conscientes de que existen valores comunes a todas las grandes culturas, porque están enraizadas en la naturaleza de la persona humana”.

Recordó que “la libertad religiosa es el derecho fundamental del que dependen muchos otros”. Explicó que la libertad religiosa tiene una dimensión social y política indispensable para la paz.

Todo lo dicho, aseguró Benedicto XVI, no puede quedar como el simple enunciado de ideas. “Pueden y deben ser vividas”, subrayó.

Y concluyó con un llamamiento a este país, el Líbano, que “está llamado, ahora más que nunca, a ser un ejemplo” y una invitación a políticos, diplomáticos, religiosos, hombres y mujeres del mundo de la cultura “a dar testimonio con valor en vuestro entorno, a tiempo y a destiempo, de que Dios quiere la paz, que Dios nos confía la paz”. Cerró su discurso con las mismas palabras de Jesús: “Mi paz os doy”.

Se puede leer el texto completo del discurso en este enlace:

http://www.zenit.org/article-43126?l=spanish.

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La hoja de ruta que Benedicto XVI entregará mañana en Beirut
Un programa para consolidar la fe de los cristianos en Medio Oriente
CIUDAD DEL VATICANO, sábado 15 septiembre 2012 (ZENIT.org).- La exhortación postsinodal que Benedicto XVI firmó ayer solemnemente y entregará mañana a la comunidad eclesial reunida en la celebración eucarística, momento cumbre de este viaje apostólico al Líbano, es una “hoja de ruta” para esta Iglesia en Medio Oriente que sufre numerosos desafíos.

La exhortación invita a la Iglesia católica en Medio Oriente a reavivar la comunión en su interior, mirando a los “fieles nativos” que pertenecen a las Iglesias orientales católicas 'sui iuris', y abriéndose al diálogo con judíos y musulmanes.

El Papa invita a no olvidarse de los cristianos que viven en Medio Oriente, quienes aportan una contribución “noble y auténtica” a la construcción del Cuerpo de Cristo.

Benedicto XVI después de describir la situación de violencia de Medio Oriente, subraya dramáticamente los muertos, las víctimas “de la ceguera humana”, los miedos y las humillaciones: “Parece que no existan frenos al crimen de Caín”. Sin entrar en los detalles la exhortación pontifica recuerda la posición de la Santa Sede sobre los diversos conflictos en la región y sobre el estatus de Jerusalén y de los lugares santos, que son ampliamente conocidos. En fin se hace un apelo a la conversión, a la paz --entendida no como simple ausencia de conflicto, sino como paz interior y relacionada con la justicia- a la superación de todas las distinciones de raza, sexo y procedencia, y a vivir el perdón en el ámbito privado y comunitario.

El papa trata en particular una serie de temas que afectan a la vida de los cristianos en Líbano: Vida cristiana y ecumenismo, el diálogo interreligioso, en su primera parte.

En la segunda afronta temas como: los patriarcas, obispos, sacerdotes y seminaristas, vida consagrada, laicos, familias, jóvenes y niños de estas comunidades eclesiales.

La tercera parte habla sobre: la palabra de Dios, alma y fuente de comunión y testimonio; liturgia y vida sacramental; la oración y peregrinaciones; evangelización y caridad como misión de la Iglesia y por último la catequesis y la formación cristiana.

El documento concluye con una petición solemne de Benedicto XVI, en nombre de Dios, a los responsables políticos y religiosos no sólo de aliviar los sufrimientos de quienes viven en Medio Oriente, sino también a eliminar las causas, haciendo todo lo posible para llegar a la paz.

Y exhorta a los fieles católicos a vivir la comunión entre ellos, dando vida al dinamismo pastoral. “La tibieza disgusta a Dios”, por lo tanto los cristianos en Medio Oriente, católicos y otros, den testimonio de Cristo, unidos con coraje. Se trata de un testimonio que no es fácil si bien es entusiasmante.

Se puede leer la síntesis del documento hecha pública por el Vaticano en: http://www.zenit.org/article-43124?l=spanish.

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Documentación


'La Iglesia necesita vuestro entusiasmo y creatividad'
Discurso de Benedicto XVI en su encuentro con los jóvenes en Bkerké
CIUDAD DEL VATICANO, sábado 15 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el texto del discurso pronunciado por Benedicto XVI durante su encuentro de esta tarde, con los jóvenes, en la Explanada frente al Patriarcado maronita de Bkerké.

*****

Beatitud, 
Hermanos Obispos, 
Señor Presidente,
queridos amigos:

«A vosotros gracia y paz abundantes por el conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor» (2 P 1,2). El pasaje de la carta de San Pedro que acabamos de escuchar expresa bien el gran deseo que llevo en el corazón desde hace mucho tiempo. Gracias por vuestra calurosa acogida, gracias de todo corazón por vuestra presencia tan numerosa esta tarde. Agradezco a Su Beatitud el Patriarca Bechara Boutros Raï sus palabras de bienvenida, a Mons. Georges Bou Jaoudé, Arzobispo de Trípoli y Presidente del Consejo para el apostolado de los laicos en el Líbano, y a Monseñor Elie Hadda, Arzobispo de Sidón de los Griegos melquitas y Vicepresidente de dicho Consejo, así como a los dos jóvenes que me han saludado en nombre de todos vosotros. سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy) (Jn 14,27), nos dice Jesucristo.

Queridos amigos, vosotros vivís hoy en esta parte del mundo que ha visto el nacimiento de Jesús y el desarrollo del cristianismo. Es un gran honor. Y es una llamada a la fidelidad, al amor por vuestra región, y especialmente a ser testigos y mensajeros de la alegría de Cristo, porque la fe transmitida por los Apóstoles lleva a la plena libertad y al gozo, como lo han mostrado tantos santos y beatos de este país. Su mensaje ilumina la Iglesia universal. Y puede seguir iluminando vuestras vidas. Entre los Apóstoles y los santos, muchos vivieron periodos difíciles, y su fe fue la fuente de su valor y de su testimonio. Que encontréis en su ejemplo e intercesión la inspiración y el apoyo que necesitáis.

Conozco las dificultades que tenéis en la vida cotidiana, debido a la falta de estabilidad y seguridad, al problema de encontrar trabajo o incluso al sentimiento de soledad y marginación. En un mundo en continuo movimiento, os enfrentáis a muchos y graves desafíos. Pero ni siquiera el desempleo y la precariedad deben incitaros a probar la «miel amarga» de la emigración, con el desarraigo y la separación en pos de un futuro incierto. Se trata de que vosotros seáis los artífices del futuro de vuestro país, y cumpláis con vuestro papel en la sociedad y en la Iglesia.

Tenéis un lugar privilegiado en mi corazón y en toda la Iglesia, porque la Iglesia es siempre joven. La Iglesia confía en vosotros. Cuenta con vosotros. Sed jóvenes en la Iglesia. Sed jóvenes con la Iglesia. La Iglesia necesita vuestro entusiasmo y creatividad. La juventud es el momento en el que se aspira a grandes ideales, y el periodo en que se estudia para prepararse a una profesión y a un porvenir. Esto es importante y exige su tiempo. Buscad lo que es hermoso y gozad en hacer el bien. Dad testimonio de la grandeza y la dignidad de vuestro cuerpo, que es «para el Señor» (1 Co 6,13b). Tened la delicadeza y la rectitud de los corazones puros. Como el beato Juan Pablo II, yo también os repito: «No tengáis miedo. Abrid las puertas de vuestro espíritu y vuestro corazón a Cristo». El encuentro con él «da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). En él encontraréis la fuerza y el valor para avanzar en el camino de vuestra vida, superando así las dificultades y aflicciones. En él encontraréis la fuente de la alegría. Cristo os dice: سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy). Aquí está la revolución que Cristo ha traído, la revolución del amor.

Las frustraciones que se presentan no os deben conducir a refugiaros en mundos paralelos como, entre otros, el de las drogas de cualquier tipo, o el de la tristeza de la pornografía. En cuanto a las redes sociales, son interesantes, pero pueden llevar fácilmente a una dependencia y a la confusión entre lo real y lo virtual. Buscad y vivid relaciones ricas de amistad verdadera y noble. Adoptad iniciativas que den sentido y raíces a vuestra existencia, luchando contra la superficialidad y el consumo fácil. También os acecha otra tentación, la del dinero, ese ídolo tirano que ciega hasta el punto de sofocar a la persona y su corazón. Los ejemplos que os rodean no siempre son los mejores. Muchos olvidan la afirmación de Cristo, cuando dice que no se puede servir a Dios y al dinero (cf. Lc16,13). Buscad buenos maestros, maestros espirituales, que sepan indicaros la senda de la madurez, dejando lo ilusorio, lo llamativo y la mentira.

Sed portadores del amor de Cristo. ¿Cómo? Volviendo sin reservas a Dios, su Padre, que es la medida de lo justo, lo verdadero y lo bueno. Meditad la Palabra de Dios. Descubrid el interés y la actualidad del Evangelio. Orad. La oración, los sacramentos, son los medios seguros y eficaces para ser cristianos y vivir «arraigados y edificados en Cristo, afianzados en la fe» (Col 2,7). El Año de la fe que está para comenzar será una ocasión para descubrir el tesoro de la fe recibida en el bautismo. Podéis profundizar en su contenido estudiando el Catecismo, para que vuestra fe sea viva y vivida. Entonces os haréis testigos del amor de Cristo para los demás. En él, todos los hombres son nuestros hermanos. La fraternidad universal inaugurada por él en la cruz reviste de una luz resplandeciente y exigente la revolución del amor. «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn13,35). En esto reside el testamento de Jesús y el signo del cristiano. Aquí está la verdadera revolución del amor.

Por tanto, Cristo os invita a hacer como él, a acoger sin reservas al otro, aunque pertenezca a otra cultura, religión o país. Hacerle sitio, respetarlo, ser bueno con él, nos hace siempre más ricos en humanidad y fuertes en la paz del Señor. Sé que muchos de vosotros participáis en diversas actividades promovidas por las parroquias, las escuelas, los movimientos o las asociaciones. Es hermoso trabajar con y para los demás. Vivir juntos momentos de amistad y alegría permite resistir a los gérmenes de división, que constantemente se han de combatir. La fraternidad es una anticipación del cielo. Y la vocación del discípulo de Cristo es ser «levadura» en la masa, como dice san Pablo: «Un poco de levadura hace fermentar toda la masa» (Ga 5,9). Sed los mensajeros del evangelio de la vida y de los valores de la vida. Resistid con valentía a aquello que la niega: el aborto, la violencia, el rechazo y desprecio del otro, la injusticia, la guerra. Así irradiaréis la paz en vuestro entorno. ¿Acaso no son a los «artífices de la paz» a quienes en definitiva más admiramos? ¿No es la paz ese bien precioso que toda la humanidad está buscando? Y, ¿no es un mundo de paz para nosotros y para los demás lo que deseamos en lo más profundo?سَلامي أُعطيكُم(Mi paz os doy), dice Jesús. Él no ha vencido el mal con otro mal, sino tomándolo sobre sí y aniquilándolo en la cruz mediante el amor vivido hasta el extremo. Descubrir de verdad el perdón y la misericordia de Dios, permite recomenzar siempre una nueva vida. No es fácil perdonar. Pero el perdón de Dios da la fuerza de la conversión y, a la vez, el gozo de perdonar. El perdón y la reconciliación son caminos de paz, y abren un futuro.

Queridos amigos, muchos de vosotros se preguntan ciertamente, de una forma más o menos consciente: ¿Qué espera Dios de mí? ¿Qué proyecto tiene para mí? ¿Querrá que anuncie al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? ¿Me llamará Cristo a seguirlo más de cerca? Acoged confiadamente estos interrogantes. Tomaos un tiempo para pensar en ello y buscar la luz. Responded a la invitación poniéndoos cada día a disposición de Aquel que os llama a ser amigos suyos. Tratad de seguir de corazón y con generosidad a Cristo, que nos ha redimido por amor y entregado su vida por todos nosotros. Descubriréis una alegría y una plenitud inimaginable. Responder a la llamada que Cristo dirige a cada uno: éste es el secreto de la verdadera paz.

Ayer firmé la Exhortación Apostólica Ecclesia in Medio Oriente. Esta carta, queridos jóvenes, está destinada también a vosotros, como a todo el Pueblo de Dios. Leedla con atención y meditadla para ponerla en práctica. Para que os ayude, os recuerdo las palabras de san Pablo a los corintios: «Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todo el mundo. Es evidente que sois carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3,2-3). También vosotros, queridos amigos, podéis ser una carta viva de Cristo. Esta carta no estará escrita con papel y lápiz. Será el testimonio de vuestra vida y de vuestra fe. Así, con ánimo y entusiasmo, haréis comprender a vuestro alrededor que Dios quiere la felicidad de todos sin distinción, y que los cristianos son sus servidores y testigos fieles.

Jóvenes libaneses, sois la esperanza y el futuro de vuestro país. Vosotros sois el Líbano, tierra de acogida, de convivencia, con una increíble capacidad de adaptación. Y, en estos momentos, no podemos olvidar a esos millones de personas que forman la diáspora libanesa, y que mantienen fuertes lazos con su país de origen. Jóvenes del Líbano, sed acogedores y abiertos, como Cristo os pide y como vuestro país os enseña.

Quiero saludar ahora a los jóvenes musulmanes que están con nosotros esta noche. Agradezco vuestra presencia que es tan importante. Vosotros sois, con los jóvenes cristianos, el futuro de este maravilloso País y de todo el Oriente Medio. Buscad construirlo juntos. Y cuando seáis adultos, continuad a vivir la concordia en la unidad con los cristianos. Porque la belleza del Líbano se encuentra en esta bella simbiosis. 

Es necesario que todo el Oriente Medio, viéndoles, comprenda que los musulmanes y los cristianos, el Islam y el Cristianismo, pueden vivir juntos sin odios, respetando las creencias de cada uno, para construir juntos una sociedad libre y humana.

He sabido además que están entre nosotros jóvenes venidos de Siria. Quiero deciros cuanto admiro vuestra valentía. Decid en vuestras casas, a vuestros familiares y amigos, que el Papa no os olvida. Decid en vuestro entorno que el Papa esta triste a causa de vuestros sufrimientos y lutos. Él no se olvida de Siria en sus oraciones y es una de sus preocupaciones. No se olvida de ninguno de los que sufren en Oriente Medio. Es el momento en que musulmanes y cristianos se unan para poner fin a la violencia y a la guerra.

Para terminar, volvámonos a María, la Madre del Señor, Nuestra Señora del Líbano. Ella os protege y acompaña desde lo alto de la colina de Harissa, vela como madre por todos los libaneses y por tantos peregrinos que acuden de todas partes para encomendarle sus alegrías y sus penas. Esta tarde, confiamos a la Virgen María y al Beato Juan Pablo II, que me precedió aquí, vuestras vidas, las de todos los jóvenes del Líbano y de los países de la región, especialmente de los que sufren la violencia o la soledad, de los que necesitan consuelo. Que Dios os bendiga a todos. Y ahora, todos juntos, la imploramos: «A salamou á-laïki ya Mariam...».

السّلامُ عَلَيكِ يا مَرْيَم... .

© Copyright 2012 - Libreria Editrice Vaticana

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' No se puede consentir que el mal triunfe por la pasividad de los hombres de bien'
Discurso de Benedicto XVI en el palacio presidencial de Baabda
CIUDAD DEL VATICANO, sábado 15 septiembre 2012 (ZENIT.org).- En su encuentro con los miembros del gobierno, de las instituciones de la República, el cuerpo diplomático, los responsables religiosos y los representantes del mundo de la cultura, Benedicto XVI pronunció el siguiente discurso este sábado en el Salón 25 de Mayo, del palacio presidencial de Baabda, en el curso de su viaje apostólico al Líbano.

*****

Señor Presidente de la República,
señoras y señores representantes de las autoridades parlamentarias, gubernamentales, institucionales y políticas del Líbano,
señoras y señores Jefes de misión diplomática,
Beatitudes, responsables religiosos,
queridos hermanos en el episcopado, 
señoras y señores, queridos amigos

سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy) (Jn 14,27). Con estas palabras de Cristo, deseo saludaros y agradeceros vuestra acogida y vuestra presencia. Señor Presidente, le agradezco no solamente sus cordiales palabras sino también por haber permitido este encuentro. Acabo de plantar con vosotros un cedro del Líbano, símbolo de vuestro hermoso país. Al ver este arbolito y las atenciones que necesitará para fortalecerse y llegar a extender majestuosamente sus ramas, pienso en vuestro país y su destino, en los libaneses y sus esperanzas, en todas las personas de esta región del mundo que parece conocer los dolores de un alumbramiento sin fin. He pedido a Dios que os bendiga, que bendiga al Líbano y a todos los habitantes de esta región que ha visto nacer grandes religiones y nobles culturas. ¿Por qué ha elegido Dios esta región? ¿Por qué vive en la turbulencia? Pienso que Dios la ha elegido para que sirva de ejemplo, para que dé testimonio de cara al mundo de la posibilidad que tiene el hombre de vivir concretamente su deseo de paz y reconciliación. Esta aspiración está inscrita desde siempre en el plan de Dios, que la ha grabado en el corazón del hombre. Me gustaría hablar con vosotros de la paz, pues Jesús ha dicho: سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy).

Un país es rico, ante todo, por las personas que viven en su seno. Su futuro depende de cada una de ellas y de su conjunto, y de su capacidad de comprometerse por la paz. Este compromiso sólo será posible en una sociedad unida. Sin embargo, la unidad no es uniformidad. La cohesión de la sociedad está asegurada por el respeto constante de la dignidad de cada persona y su participación responsable según sus capacidades, aportando lo mejor que tiene. Con el fin de asegurar el dinamismo necesario para construir y consolidar la paz, hay que volver incansablemente a los fundamentos del ser humano. La dignidad del hombre es inseparable del carácter sagrado de la vida que el Creador nos ha dado. En el designio de Dios, cada persona es única e irreemplazable. Viene al mundo en una familia, que es su primer lugar de humanización y, sobre todo, la primera que educa a la paz. Para construir la paz, nuestra atención debe dirigirse a la familia para facilitar su cometido, y apoyarla, promoviendo de este modo por doquier una cultura de la vida. La eficacia del compromiso por la paz depende de la concepción que el mundo tenga de la vida humana. Si queremos la paz, defendamos la vida. Esta lógica no solamente descalifica la guerra y los actos terroristas, sino también todo atentado contra la vida del ser humano, criatura querida por Dios. La indiferencia o la negación de lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre impide que se respete esta gramática que es la ley natural inscrita en el corazón humano (cf.Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2007, 3). La grandeza y la razón de ser de toda persona sólo se encuentra en Dios. Así, el reconocimiento incondicional de la dignidad de todo ser humano, de cada uno de nosotros, y la del carácter sagrado de la vida, comportan la responsabilidad de todos ante Dios. Por tanto, debemos unir nuestras fuerzas para desarrollar una sana antropología que integre la unidad de la persona. Sin ella, no será posible construir la paz verdadera.

Aún siendo más evidentes en los países que sufren conflictos armados –esas guerras llenas de vanidad y de horror-, los atentados contra la integridad y la vida de las personas existen también en otros países. El desempleo, la pobreza, la corrupción, las distintas adicciones, la explotación, el tráfico de todo tipo y el terrorismo comportan, además del sufrimiento inaceptable de los que son sus víctimas, un deterioro del potencial humano. La lógica económica y financiera quiere imponer sin cesar su yugo y hacer que prime el tener sobre el ser. Pero la pérdida de cada vida humana es una pérdida para la humanidad entera. Ésta es una gran familia de la que todos somos responsables. Ciertas ideologías, cuestionando directa o indirectamente, e incluso legalmente, el valor inalienable de toda persona y el fundamento natural de la familia, socavan las bases de la sociedad. Debemos ser conscientes de estos ataques contra la construcción y la armonía del vivir juntos. Sólo una solidaridad efectiva constituye el antídoto a todo esto. Solidaridad para rechazar lo que impide el respeto de todo ser humano, solidaridad para apoyar las políticas y las iniciativas que actúan para unir los pueblos de modo honesto y justo. Es grato ver los gestos de colaboración y verdadero diálogo que construyen una nueva manera de vivir juntos. Una mejor calidad de vida y de desarrollo integral sólo es posible compartiendo las riquezas y las competencias, respetando la identidad de cada uno. Pero un modo de vida como éste, compartido, sereno y dinámico, únicamente es posible confiando en el otro, quienquiera que sea. Hoy, las diferencias culturales, sociales, religiosas, deben llevar a vivir un tipo nuevo de fraternidad, donde lo que une es justamente el común sentido de la grandeza de toda persona, y el don que representa para ella misma, para los otros y para la humanidad. En esto se encuentra el camino de la paz. En ello reside el compromiso que se nos pide. Ahí está la orientación que debe presidir las opciones políticas y económicas, en cualquier nivel y a escala mundial.

Para abrir a las generaciones futuras un porvenir de paz, la primera tarea es la de educar en la paz, para construir una cultura de paz. La educación, en la familia o en la escuela, debe ser sobre todo la educación en los valores espirituales que dan a la transmisión del saber y de las tradiciones de una cultura su sentido y su fuerza. El espíritu humano tiene el sentido innato de la belleza, del bien y la verdad. Es el sello de lo divino, la marca de Dios en él. De esta aspiración universal se desprende una concepción moral sólida y justa, que pone siempre a la persona en el centro. Pero el hombre sólo puede convertirse al bien de manera libre, ya que «la dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa» (Gaudium et spes, 17). La tarea de la educación es la de acompañar la maduración de la capacidad de tomar opciones libres y justas, que puedan ir a contracorriente de las opiniones dominantes, las modas, las ideologías políticas y religiosas. Éste es el precio de la implantación de una cultura de la paz. Evidentemente, hay que desterrar la violencia verbal o física. Ésta es siempre un atentado contra la dignidad humana, tanto del culpable como de la víctima. Además, valorizando las obras pacíficas y su influjo en el bien común, se aumenta también el interés por la paz. Como atestigua la historia, tales gestas de paz tienen un papel considerable en la vida social, nacional e internacional. La educación en la paz formará así hombres y mujeres generosos y rectos, atentos a todos y, de modo particular, a las personas más débiles. Pensamientos de paz, palabras de paz y gestos de paz crean una atmósfera de respeto, de honestidad y cordialidad, donde las faltas y las ofensas pueden ser reconocidas con verdad para avanzar juntos hacia la reconciliación. Que los hombres de Estado y los responsables religiosos reflexionen sobre ello.

Debemos ser muy conscientes de que el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo de modo impersonal o determinista. El mal, el demonio, pasa por la libertad humana, por el uso de nuestra libertad. Busca un aliado, el hombre. El mal necesita de él para desarrollarse. Así, habiendo trasgredido el primer mandamiento, el amor de Dios, trata de pervertir el segundo, el amor al prójimo. Con él, el amor al prójimo desaparece en beneficio de la mentira y la envidia, del odio y la muerte. Pero es posible no dejarse vencer por el mal y vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21). Estamos llamados a esta conversión del corazón. Sin ella, las tan deseadas “liberaciones” humanas defraudan, puesto que se mueven en el reducido espacio que concede la estrechez del espíritu humano, su dureza, sus intolerancias, sus favoritismos, sus deseos de revancha y sus pulsiones de muerte. Se necesita la transformación profunda del espíritu y el corazón para encontrar una verdadera clarividencia e imparcialidad, el sentido profundo de la justicia y el del bien común. Una mirada nueva y más libre hará que sea posible analizar y poner en cuestión los sistemas humanos que llevan a un callejón sin salida, con la finalidad de avanzar, teniendo en cuenta el pasado, con sus efectos devastadores, para no volver a repetirlo. Esta conversión que se requiere es exaltante, pues abre nuevas posibilidades, al despertar los innumerables recursos que anidan en el corazón de tantos hombres y mujeres deseosos de vivir en paz y dispuestos a comprometerse por ella. Pero es particularmente exigente: hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar. Puesto que sólo el perdón ofrecido y recibido pone los fundamentos estables de la reconciliación y la paz para todos (cf. Rm 12,16b.18).

Sólo entonces podrá crecer el buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la consideración sin conmiseración de unos por otros y el respeto de los derechos de cada uno. En el Líbano, el cristianismo y el Islam habitan el mismo espacio desde hace siglos. No es raro ver en la misma familia las dos religiones. Si en una misma familia es posible, ¿por qué no lo puede ser con respecto al conjunto de la sociedad? Lo específico de Oriente Medio se encuentra en la mezcla de diversos componentes. Es cierto que se han combatido, desgraciadamente es así. Una sociedad plural sólo existe con el respeto recíproco, con el deseo de conocer al otro y del diálogo continuo. Este diálogo entre los hombres es posible únicamente siendo conscientes de que existen valores comunes a todas las grandes culturas, porque están enraizadas en la naturaleza de la persona humana. Estos valores que están como subyacentes, manifiestan los rasgos auténticos y característicos de la humanidad. Pertenecen a los derechos de todo ser humano. Con la afirmación de su existencia, las diferentes religiones ofrecen una aportación decisiva. No olvidemos que la libertad religiosa es el derecho fundamental del que dependen muchos otros. Profesar y vivir libremente la propia religión, sin poner en peligro su vida y su libertad, ha de ser posible para cualquiera. La pérdida o el debilitamiento de esta libertad priva a la persona del derecho sagrado a una vida íntegra en el plano espiritual. La así llamada tolerancia no elimina las discriminaciones, sino que a veces incluso las reafirma. Y sin la apertura a lo trascendente, que permite encontrar respuestas a los interrogantes de su corazón sobre el sentido de la vida y la manera de vivir moralmente, el hombre se hace incapaz de actuar con justicia y de comprometerse por la paz. La libertad religiosa tiene una dimensión social y política indispensable para la paz. Ella promueve una coexistencia y una vida armoniosa a causa del compromiso común al servicio de causas nobles y de la búsqueda de la verdad que no se impone por la violencia sino por «la fuerza de la misma verdad» (Dignitatis humanae, 1), la Verdad que está en Dios. Puesto que la creencia vivida lleva invariablemente al amor. La creencia auténtica no puede llevar a la muerte. El artífice de la paz es humilde y justo. Los creyentes tienen hoy, por tanto, un papel esencial, el de testimoniar la paz que viene de Dios y que es un don que se da a todos en la vida personal, familiar, social, política y económica (cf. Mt 5,9; Heb 12,14). No se puede consentir que el mal triunfe por la pasividad de los hombres de bien. Sería peor que no hacer nada.

Estas reflexiones sobre la paz, la sociedad, la dignidad de la persona, sobre los valores de la familia y la vida, sobre el diálogo y la solidaridad no pueden quedar como el simple enunciado de ideas. Pueden y deben ser vividas. Estamos en el Líbano y aquí es donde han de vivirse. El Líbano está llamado, ahora más que nunca, a ser un ejemplo. Políticos, diplomáticos, religiosos, hombres y mujeres del mundo de la cultura, os invito, pues, a dar testimonio con valor en vuestro entorno, a tiempo y a destiempo, de que Dios quiere la paz, que Dios nos confía la paz. سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy) (Jn 14,27), dice Cristo. Que Dios os bendiga. Gracias.

©Librería Editorial Vaticana

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Aliviar los sufrimientos y sus causas para llegar a la paz
Síntesis de la Exhortación Apostólica postsinodal 'Ecclesia in Medio Oriente'
CIUDAD DEL VATICANO, sábado 15 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Benedicto XVI pide de manera solemne “en nombre de Dios, a los responsables políticos y religiosos no sólo aliviar los sufrimientos de quienes viven en Medio Oriente, sino también a eliminar las causas, haciendo todo lo posible para llegar a la paz”, según revela la síntesis de la Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente que firmó ayer solemnemente en la catedral de San Pablo de Harissa y entregará mañana a la Iglesia reunida en Medio Oriente en la Santa Misa que celebrará en Beirut.

La Exhortación Apostólica post-sinodal “Ecclesia in Medio Oriente” (EMO) es el documento de Benedicto XVI que toma las 44 proposiciones finales del Sínodo especial para Medio Oriente que se realizó en el Vaticano del 10 al 26 de octubre de 2010, sobre el tema La Iglesia católica en el Medio Oriente: Comunión y Testimonio. “La multitud de aquellos que se hacían creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hech. 4,32). El texto está subdividido en tres partes, más una introducción y una conclusión.

He aquí la síntesis hecha pública por el Vaticano.

*****

INTRODUCCIÓN

La exhortación invita a la Iglesia católica en Medio Oriente a reavivar la comunión en su interior, mirando a los “fieles nativos” que pertenecen a las Iglesias orientales católicas 'sui iuris', y abriéndose al diálogo con judíos y musulmanes. Se trata de una comunión, de una unidad que es necesario alcanzar en la diversidad de contextos geográficos religiosos, culturales y sociopolíticos en Medio Oriente. Al mismo tiempo, ¨Benedicto XVI renovó el apelo a promover los ritos de las Iglesias orientales, patrimonio de toda la Iglesia de Cristo.

PRIMERA PARTE

-El contexto: Sobretodo, el Papa invita a no olvidarse de los cristianos que viven en Medio Oriente y que aportan una contribución “noble y auténtica” a la construcción del Cuerpo de Cristo. Después al describir la situación de la región y de los pueblos que allí viven, Benedicto XVI subraya dramáticamente los muertos, las víctimas “de la ceguera humana”, los miedos y las humillaciones: “Parece que no existan frenos al crimen de Caín”. Sin entrar en los detalles la EMO recuerda rápidamente que la posición de la Santa Sede sobre los diversos conflictos en la región y sobre el estatus de Jerusalén y de los lugares santos, son ampliamente conocidos. En fin se hace un apelo a la conversión, a la paz --entendida no como simple ausencia de conflicto, sino como paz interior y relacionada con la justicia- a la superación de todas las distinciones de raza, sexo y seto, y a vivir el perdón en el ámbito privado y comunitario.

-Vida cristiana y ecumenismo. Todo este capítulo es un apelo a la unidad ecuménica “que no es la uniformidad de las tradiciones y de las celebraciones”: en un contexto político difícil, inestable y actualmente incline a la violencia como el de Medio Oriente, de hecho la Iglesia se ha desarrollado de un modo realmente multiforme, presentando Iglesia de antigua tradición y comunidad eclesial más reciente. Se trata de un mosaico que requiere un esfuerzo notable para reforzar el testimonio cristiano. En línea con el Concilio Vaticano II, el papa invita al ecumenismo espiritual, a una comunión entendida no como confusión, sino como reconocimiento y respeto del otro. Al mismo tiempo la exhortación reitera la importancia del trabajo teológico de las diversas comisiones ecuménicas y comunidades eclesiales, para que -en línea con la doctrina de la Iglesia- hablen con una sola voz sobre las grandes cuestiones morales (familia, sexualidad, bioética, libertad, justicia y paz). Importante es también el ecumenismo diaconal, en ámbito caritativo y educativo.

Se hace también una lista de propuestas concretas para una pastoral ecuménica de conjunto: entre estas la aplicación de la apertura conciliar hacia una cierta 'comunicatio in sacris' (o sea la posibilidad para los cristianos de acceder a los sacramentos en una Iglesia diversa de la propia) para los sacramentos de la eucaristía y de la unción de los enfermos. El papa además se muestra seguro de la posibilidad de encontrar un acuerdo sobre una traducción común del Padre Nuestro en los idiomas locales de la región.

-El diálogo interreligioso. Recordando las relaciones históricas y espirituales que los cristianos tienen con judíos y musulmanes, la EMO reitera que el diálogo interreligioso -que es parte de la naturaleza y de la vocación universal de la Iglesia- no es tanto el dictado por consideraciones pragmáticas de orden político o social, sino que se basa sobre todo sobre los fundamentos teológicos de la fe: judíos, cristianos y musulmanes creen en un único Dios y por lo tanto el deseo es que puedan reconocer 'en el otro creyente' un hermano para amar y respetar, evitando de instrumentalizar la religión para conflictos 'injustificables para un verdadero creyente'. En particular respecto al diálogo cristiano-judío, el papa recuerda el patrimonio espiritual común, basado sobre la Biblia, que lleva a las “raíces judías del cristianismo”, al mismo tiempo invita a los cristianos a tomar conciencia del misterio de la Encarnación de Dios y condena las injustificables persecuciones del pasado.

Benedicto XVI cuando habla de los musulmanes emplea la palabra “estima” y se entristece del hecho que las diferencias doctrinarias hayan servido para justificar mutuamente en nombre de la religión las prácticas de intolerancia, discriminación, marginación y persecución. La exhortación evidencia también que la presencia de los cristianos en Medio Oriente no es nueva ni casual, sino histórica, pues tuvo una simbiosis particular con la cultura circundante y con judíos y musulmanes contribuyeron a la formación de una rica cultura en Medio Oriente.

Sobre los católicos en Medio Oriente, el texto evidencia el derecho y deber de participar en la vida civil y no como ciudadanos de clase B. El papa afirma que la libertad religiosa incluye la libertad de elegir la religión que se considera verdadera y de manifestar públicamente el propio credo y sus símbolos sin temer por su libertad personal. Por ello, la fuerza y las constricciones en materia religiosa no son admisibles. E invita a pasar de la tolerancia a la libertad religiosa, sin caer en el sincretismo, sino “una reconsideración de la relación antropológica con la religión y con Dios”.

-Dos nuevas realidades: La Ecclesia in Medio Oriente profundiza sobre la laicidad, sea en su forma extrema, el secularismo, que niega la expresión pública de la religión y que pretende que el Estado haga leyes sobre esto. Son teorías antiguas que no son exclusivamente occidentales y que no deben ser confundidas con el cristianismo. La sana laicidad en cambio implica colaboración entre política y religión, que le garantiza a la política no instrumentalizar la religión y a la religión de no cargarse de intereses políticos.

-El fundamentalismo religioso, que crece también por la manipulación o comprensión insuficiente de la religión, quiere tomar el poder, a veces con la violencia y con motivaciones políticas.

Por ello el Papa hace un apelo a todos los responsables de Medio Oriente para que busquen con su ejemplo y enseñanza, hacer lo posible para erradicar el fundamentalismo.

El santo padre afronta el éxodo de los cristianos, los cuales a veces se sienten sin esperanza y sufren los conflictos, muchas veces humillados a pesar de haber participado por muchos siglos a la construcción de sus países. El papa pide a los dirigentes políticos y religiosos que eviten medidas que lleven a un Medio Oriente monocromático que no refleje su realidad humana e histórica. Benedicto XVI invita también a los pastores de las Iglesias orientales y a los fieles en diáspora a estar en contacto con sus familias e Iglesias y a los pastores que acogen a los emigrantes a darles la posibilidad de celebrar siguiendo sus tradiciones.

-Los migrantes: el papa afronta una cuestión crucial, es decir la del éxoco de los cristianos (una verdadera hemorragia), los cuales se encuentran en una posición delicada, tal vez sin esperanza, y se resienten de las consecuencias negativas de los conflictos, sintiéndose a menudo humillados, a pesar de que hayan participado, a lo largo de los siglos, en la construcción de los respectivos países. Un Medio Oriente sin o con pocos cristianos no es ya Medio Oriente. Por esto el papa pide a los dirigentes políticos y a los resp religiosos que eviten políticas y estrategias que tiendan hacia un Medio Oriente monócromo que no refleja su realidad humana e histórica.

La exhortación enfrenta también el problema de las migraciones, muchas veces trabajadores católicos de rito latino que llegan de África y Extremo Oriente que sufren discriminación e injusticia e invita a los Gobiernos a respetar sus derechos.

Benedicto XVI invita luego a los pastores de las Iglesias Orientales católicas a ayudar a sus sacerdotes y a su fieles en la diáspora a permanecer en contacto con sus familias y sus Iglesias y exhorta a los pastores de las circunscripciones eclesiásticas que acogen a los católicos orientales a darles la posibilidad de celebrar según las propias tradiciones. El capítulo afronta también la cuestión de los trabajadores inmigrantes –a menudo católicos de rito latino- provenientes de África, de Extremo Oriente y del subcontinente indio, que experimentan demasiado a menudo situaciones de discriminación y de injusticia. Central, por tanto, el llamamiento a los gobiernos de los países de acogida para que respeten y defiendan los derechos de estos migrantes. Por último, el papa exhorta a los fieles --“nativos y nuevos llegados”- a vivir en comunión fraterna, en el respeto recíproco.

SEGUNDA PARTE

Partiendo del hecho de que la catolicidad prevé la comunión entre la Iglesia universal y las particulares, lo que permite la rica diversidad de ellas, la exhortación se dirige a las principales categorías que la constituyen

-Patriarcas: responsables de las Iglesias 'sui juris' en unión perfecta con el obispo de Roma, vuelven tangible la universalidad y unidad de la Iglesia. Y deben saber reforzar la unión y la solidaridad en el cuadro del Consejo de los Patriarcas católicos de Oriente, y de los sínodos patriarcales.

-Obispos: signo visible de la unidad en la diversidad e la Iglesia son los primeros enviados a todas las naciones para hacer discípulos.

Deben anunciar con coraje y defender la integridad y unidad de la fe. Son invitados también a una gestión transparente de los bienes temporales de la Iglesia.

El papa recuerda que los padres sinodales pidieron una revisión de las finanzas y de los bienes para evitar confusión entre los personales y los de la Iglesia. Deberán también vigilar para que los sacerdotes tengan el justo sustento.

Sobre los bienes de la Iglesia se debe atener a las normas canónicas y a las disposiciones pontificias.

Y exhorta a los obispos a ser pastores de todos los fieles cristianos sin tomar en consideración nacionalidad o proveniencia eclesial.

-Sacerdotes y seminaristas: La exhortación indica el deber de los sacerdotes de educar el Pueblo de Dios, y esto exige una transmisión profunda de la palabra de Dios, de la doctrina, tradición, y la renovación espiritual de los sacerdotes.

Considera el celibato como un don inestimable de Dios a la Iglesia, y también el ministerio de los sacerdotes casados, antigua tradición de la Iglesia oriental. Sacerdotes y seminaristas tiene que ofrecer un testimonio con coraje, con una conducta irreprensible, y abrirse a las diversidades culturales de sus Iglesias, diversidades y diálogo ecuménico e interreligioso.

-Vida consagrada: Recuerda que la vida monacal nació en Medio Oriente dando origen a varias Iglesias 'sui juris'. Más allá del estatuto canónico de sus congregaciones religiosas, los consagrados tienen que colaborar con el obispo en la actividad pastoral y misionera. Son invitaods a meditar y observar los preceptos evangélicos y a un retorno de la búsqueda de Dios.

-Laicos: Miembros del Cuerpo de Cristo gracias al bautismo y por lo tanto plenamente asociados a la misión de la Iglesia universal. Y el papa les confía la promoción en el ámbito temporal la buena gestión de los bienes públicos, la libertad religiosa y el respeto de la dignidad de cada uno. Son invitados también a ser audaces en la causa de Cristo y a superar las divisiones e interpretaciones subjetivas della vida cristiana.

-Familia: la institución fundada sobre el sacramento indisoluble del matrimonio entre hombre y mujer, la familia corre muchos peligros, como la tentación de seguir modelos contrarios al evangelio.

Por ello debe ser apoyada en sus problemas y debe conservar su identidad profunda para ser Iglesia doméstica que educa a la oración, fe, y vivero de vocaciones.

La exhortación dedica también un amplio espacio a la mujer en Medio Oriente, de la necesidad de igualdad con el hombre, a superar discriminaciones que ofenden también a Dios.

Y subraya que tienen que empeñarse en integrarlas en la vida pública y eclesial.

Y en las cuestiones matrimoniales la voz de la mujer tiene que ser par a la de hombre, con una aplicación más sana y justa en el ámbito del derecho, de manera que las diferencias jurídicas en cuestión matrimonial no llevan a nadie a la apostasía.

Además los cristianos de Medio Oriente tienen que poder aplicar el propio derecho sin restricciones.

-Jóvenes y niños: El papa les exhorta a no tener miedo o vergüenza por ser cristianos, a respetar a los otros creyentes, judíos y musulmanes, a cultivar siempre a través de la oración la verdadera amistad con Jesús.

Así podrán discernir entre los valores de la modernidad evitando el materialismo o el uso indiscriminados de las redes sociales que si usados indiscriminadamente pueden mutilar las verdaderas relaciones humanas.

Sobre los niños la exhortación invita a los padres y a los educadores, formadores e instituciones a reconocer el derecho de los niños desde su concepción.

TERCERA PARTE

La palabra de Dios, alma y fuente de comunión y testimonio.

Tras expresar reconocimiento por las escuelas exegéticas que contribuyeron a la formulación dogmática del misterio cristiano, en el IV y V siglo, la exhortación recomienda una verdadera pastoral bíblica, evitando prejuicios o ideas que causan polémicas inútiles o humillantes.

Por ello invita a proclamar un Año Bíblico, y si oportuna una Semana anual de la Biblia.

La presencia cristiana en los países bíblicos debe reencontrar la linfa originaria para tomar nuevo ímpetu.

Y el papa anima a desarrollar nuevas estructuras de comunicación y formación, no solamente técnicas sino también doctrinales y éticas.

-Liturgia y vida sacramental: Para los fieles de Medio Oriente la liturgia es el elemento esencial de la unidad espiritual y de la comunión.

La renovación de las celebraciones y textos litúrgicos si necesario, debe ser realizada en colaboración con las Iglesias que tienen las mismas tradiciones y también a preservar la importancia del bautismo.

Y el papa invita a un acuerdo ecuménico sobre el reconocimiento recíproco del bautismo entre la Iglesia católica y las Iglesias con las cuales existe un diálogo teológico, para restaurar así la plena comunión en la fe apostólica.

Invita también a una práctica más frecuente de la confesión y exhorta al promover iniciativas de paz incluso en medio a las persecuciones.

-La oración y peregrinaciones: La exhortación recuerda que la eficacia de la evangelización se funda sobre la oración, y que Medio Oriente es un lugar privilegiado para consolidar la propia fe y vivir una experiencia fundamentalmente espiritual.

Y pide que los fieles puedan acceder libremente, sin restricciones, a los Lugares Santos.

Considera esencial que el peregrinaje bíblico actual vuelva a sus motivaciones iniciales: un camino penitencial a la búsqueda de Dios.

-Evangelización y caridad: misión de la Iglesia. La exhortación subraya que la fe es una misión esencial de la Iglesia. Por ello el papa invita a la nueva evangelización, que en el contexto contemporáneo. El fiel refuerza su palabra cuando habla de Dios con coraje.

En particular en Medio Oriente la evangelización deberá tener en cuenta la dimensión ecuménica y la interreligiosa.

Sobre los movimientos y comunidades eclesiales el papa les invita a actuar en unión con el obispo del lugar y siguiendo sus directivas pastorales, teniendo en cuenta la historia, liturgia, espiritualidad y cultura local, sin confusión ni proselitismo.

La Iglesia en el Medio Oriente es invitada a renovar su espíritu misionero, en un contexto multicultural y plurirreligioso. Sobre la caridad, el documento invita a seguir el ejemplo de Cristo, que fue cercano a los más débiles. El papa saluda y anima a todas las personas que operan en centros de educación, institutos y universidades católicas del Medio Oriente. Y les invita a usar de estos instrumentos de cultura -que deben ser sostenidos por los responsables políticos- demostrando existe la posibilidad de vivir en el respeto y colaboración a través de la educación y la tolerancia.

-Catequesis y formación cristiana:

El documento pontificio anima a la lectura y a enseñar el catecismo de la Iglesia católica, y una iniciación concreta en la
Doctrina social de la Iglesia, como al sínodo y otros organismos episcopales a facilitarle a los fieles acercarse a la riqueza espiritual de los Padres de la Iglesia y a actualizar la enseñanza patrística.

CONCLUSIONES

Benedicto XVI pide de manera solemne en nombre de Dios, a los responsables políticos y religiosos no sólo de aliviar los sufrimientos de quienes viven en Medio Oriente, sino también a eliminar las causas, haciendo todo lo posible para llegar a la paz.

Y exhorta a los fieles católicos a vivir la comunión entre ellos, dando vida al dinamismo pastoral. “La tibieza disgusta a Dios” y por lo tanto los cristianos en Medio Oriente, católicos y otros, den testimonio de Cristo, unidos con coraje. Se trata de un testimonio que no es fácil si bien es entusiasmante.

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