22.09.12

 

El anciano obispo san Ignacio de Antioquía iba a Roma camino del martirio. Según pasaba por diversas iglesias, tuvo la feliz idea de escribir pequeñas epístolas a los fieles que formaban parte de las mismas. Esto sucedía el año 107. El mártir había oído el evangelio de boca de los apóstoles. De ellos recibió la ordenación por imposición de manos. A una de esas comunidades, los trallianos, les escribió lo siguiente:

De la misma manera, que todos respeten a los diáconos como a Jesucristo, tal como deben respetar al obispo como tipo que es del Padre y a los presbíteros como concilio de Dios y como colegio de los apóstoles. Aparte de ellos no hay ni aun el nombre de iglesia.

Otro obispo anciano, esta vez el de Roma, recibió ayer a un grupo de obispos de Francia. Como cabeza del colegio de obispos, el Papa alabó “la generosidad de los laicos, llamados a participar en los oficios y servicios en la Iglesia” pero señaló la necesidad de vigilar que se respeten las diferencias entre el sacerdocio común de todos los fieles y el sacerdocio ministerial, que es el de aquellos que han sido ordenados al servicio de la comunidad. La escasez de sacerdotes no puede ser alegada como excusa para que los obispos no cumplan con esa tarea.

El Sínodo III de los Obispos (1971), que estudió “El ministerio sacerdotal”, enseñó que:

…el sacerdote, él mismo, hace sacramentalmente presente a Cristo, Salvador de todo el hombre, entre los hermanos, no sólo en su vida personal, sino también social. Es fiador tanto de la inicial proclamación del Evangelio paa congregar la Iglesia, como de la inecesante renovación de la Iglesia ya congregada. Faltando la presencia y la acción del ministerio, que se recibe por la imposición de manos acompañada de la oración, la Iglesia no puede estar plenamente segura de su fidelidad y de su visible continuidad.

Sin embargo, el cardenal y arzobispo de Viena, acaba de declarar que “debemos liberarnos de la imagen tradicional según la cual la Iglesia existe solo cuando está presente un sacerdote“. El cardenal está reorganizando su archidiócesis de manera que se reduzca el número de parroquias y haya comunidades que estén presididas por seglares. Obviamente serán supervisados y estarán bajo la autoridad de un párroco. Es decir, por lo que parece, las parroquias serán entidades más grandes con diversas iglesias -antiguas parroquias-, que estarán bajo la dirección de seglares.

Ni que decir tiene que un obispo puede reordenar sus parroquias como crea oportuno. El problema no está en que el cardenal haya hecho eso. El problema, y no pequeño, es que apele a la necesidad de liberarnos de lo que ha sido una enseñanza constante de la Iglesia desde sus inicios. A saber, que aunque sin la menor duda todos los bautizados somos Iglesia, no se puede hablar propiamente de Iglesia allá donde no haya sacerdotes. Porque ya puestos, se podría decir lo mismo de donde no hay obispos.

En otras palabras, no es lo que hace el cardenal lo que preocupa, sino la forma de explicar lo que hace y cuál es el trasfondo teológico de sus palabras y sus acciones. Solo falta que al frente de una de esas comunidades eclesiales (*) locales pusiera al homosexual que vive en pareja con otro.

Luis Fernando Pérez Bustamante

(*) Comunidades eclesiales es el término con el que la Iglesia se refiere a las diversas denominaciones protestantes.