9.10.12

 

Desde que dio comienzo el mediático escándalo de los Vatileaks he estado esperando que se publicara alguna barbaridad de esas que podrían hacer temblar los cimientos de la curia romana. La imagen de un mayordomo choriceando documentos del Papa es ciertamente novelesca, pero sospecho que Agatha Christie habría imaginado un guión mucho más sustancioso e incluso cruento.

A Paolo Gabriele le ha caído una leve pena de cárcel que con total seguridad no va a cumplir, ya que es bastante probable que el Papa le indulte. Por lo que vamos sabiendo, el italiano es un hombre que se encontró en un puesto para el que no estaba preparado, no tanto por que su responsabilidad fuera de magna importancia, sino por el tipo de relaciones personales que por la proximidad al Papa le tocó vivir.

Independientemente de lo que se piense sobra la posibilidad de que actuara solo o en compañía de otros, hay algo que resulta evidente. Quienes creían que el Vaticano es un antro de intrigas lúgrubes y de alto nivel han salido decepcionados. Que en esas esferas de la Iglesia hay también miserias humanas no debería extrañar a nadie. Pero por mucho revuelo mediático que se le haya dado, el Vatileaks ha resultado ser un Everest que ha parido un ratoncito raquítico. Es más, sé de algunas diócesis católicas en las que hay “movidas internas” más interesantes y periodísticamente sabrosas que lo que hemos sabido de las filtraciones debidas a Paoletto.

Y en caso se que se acabe por descubrir, fuera de toda duda, quiénes fueron sus instigadores -en caso de haberlos-, la cosa tampoco daría mucho más de sí. Que haya gente que quiera saber lo que le llega el Papa para tener información privilegiada de primera mano es poco compatible con el respeto hacia el Santo Padre y la propia Iglesia, pero cosas mucho más graves han ocurrido en otros tiempos en el Vaticano sin que la Iglesia se haya venido abajo. Si hace falta limpiar la curia de elementos indeseables, se limpia y santas pascuas.

Luis Fernando Pérez Bustamante