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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 13 de octubre de 2012

Nueva Evangelización para la transmisión cristiana de la fe

Fe y cultura, piedad popular, santidad, atención a lo social
Se amplían los temas en el Sínodo de los Obispos

ESPECIAL 50 AÑOS DEL CONCILIO VATICANO II

El testimonio de un padre conciliar de 97 años
Obispo italiano Felice Leonardo recuerda los días del Vaticano II

AÑO DE LA FE

Mensaje a los sacerdotes
El cardenal Mauro Piacenza ofrece importante reflexión

Indulgencia plenaria para muchos en el Año de la fe
Desde ya se puede lucrar de los beneficios espirituales

Santa Sede

El 'aggiornamento' del beato Juan XXIII fue una intuición para llevar el "hoy" a Dios
Sentidas palabras del papa en audiencia con padres conciliares

Como en Emaús, al hombre de hoy le queda una pequeña llama de fe
Reflexión de Benedicto XVI durante ágape con los obispos

Ars Christiana

La Crucifixión de Pedro
Ante una pintura de Miguel Ángel en la Capilla Paulina vaticana


Nueva Evangelización para la transmisión cristiana de la fe


Fe y cultura, piedad popular, santidad, atención a lo social
Se amplían los temas en el Sínodo de los Obispos
Por Sergio H. Mora

CIUDAD DEL VATICANO, sábado 13 de octubre de 2012 (ZENIT.org).- Hoy sábado se realizó la Novena Congregación general del Sínodo de los Obispos, sobre el tema de la nueva evangelización para la transmisión de la fe.

"Durante los trabajos de la mañana, Benedicto XVI escuchó las 26 intervenciones y con su pluma realizó anotaciones al margen de los discursos", indicó el portavoz en idioma español José María Gil Tamayo, en una rueda de prensa para los periodistas que siguen el evento.

Añadió que además fueron elegidos los miembros de la comisión del sínodo para la información, que serán presididos por el arzobispo Claudio Maria Celli del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales y cuyo seceretario será el padre Federico Lombardi, SJ, director de la Sala de Prensa vaticana.

Comentó también que cada sesión del Sínodo se abre a las 9 de la mañana con una oración, a la que sigue la liturgia del día y una meditación que hoy fue realizada por el arzobispo de Quebec, Gerald Cipriano Lacroix. Cada sesión termina al mediodía con la oración del Ángelus. Por la tarde, la apertura y cierre de la sesión también son un momento de oración. 

Prosigue el diálogo entre los padres sinodales

"Empezar la nueva evangelización en dónde fue la primera", ha sido la invitación del patriarca latino de Jerusalén, Fouad Twal, o sea en Jerusalén, puesto que
la iniciativa de peregrinar significa ponerle geografía a la historia sagrada y se traduce en ayudar a los cristianos que viven allí y en esta zona del mundo.

"Un mayor espacio para la catequesis y que la misma profundice la relación entre fe y razón", es el pedido del patriarca de Venecia, Francesco Moraglia, no solo a nivel de estudiosos o en el mundo de la cultura, sino haciendo llegar esto a los fieles y creando una apropiada cultura.

Contrariamente, existe el riesgo de hacer pasar la cultura católica como un vestigio del pasado, e indicó en este sentido que el silencio del católico medio sobre la fe es notable. Pues se ha olvidado la dimensión razonada de la fe y en una dimensión hostil ellos se encuentran perdidos. En ese sentido, el arzobispo Moraglia pidió una 'pastoral de la cultura', que sea ordinaria, accesible, contrariamente a lo que gana el pensamiento actual, que se basa en una pura razón cientificista en la que Dios está ausente.

La religiosidad popular como un medio privilegiado para encontrar a Cristo y a su Iglesia, fue reivindicada por el arzobispo colombiano Octavio Ruiz Arenas, secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Un valor es el de la piedad popular, no solo por la riqueza de sus signos, sino también porque la mayoría de sus interpretaciones iluminan los interrogantes con una experiencia de fe.

Consideró que las devociones populares son un medio privilegiado para encontrar a Cristo y la fe a los alejados. Invitó entretanto, a fortificarla con una catequesis adecuada, para superar la superficialidad y también a relacionarla con la liturgia. Al tema se sumó el arzobispo de León, José Martín Ravago, que invitó a realizar una purificación de la piedad popular.

Modelo de comunidad, santidad y de atención social

El valor de la Doctrina social de la Iglesia en la nueva evangelización ha sido destacado por el obispo canadiense François Lapierre, quien subrayó cómo la crisis económica actual ha roto los vínculos entre los trabajadores y los otros sectores sociales, factor que debilita la convivencia democrática. La Iglesia no puede estar ausente de estos problemas y tiene la Doctrina social que ilumina sobre los mismos. Habló también de la inmigración y del necesario trabajo para evangelizar la misma.

Una Iglesia más sencilla, propuso el arzobispo de Atenas, Nikolaos Foskolos, precisando que en la Iglesia, en cuanto un organismo viviente, se han acumulado cosas inútiles. Por ello dijo que el Concilio Vaticano II ha realizado la renovación de la Iglesia dentro de la tradición. Esto ayudará a que esta no sea vista como una potencia occidental europea, y que a modelo de la primitiva, sea capaz de inculturarse en todos los países de la tierra.

"La movilidad que caracteriza la sociedad occidental secularizada, hace perder el sentido de comunidad", advirtió el obispo de Oporto, Manuel Clemente, lo que está conduciendo a un fuerte individualismo. Por ello propuso que la nueva evangelización retome el sentido comunitario.

"Una separación entre fe y vida" ha sido identificada por el sacerdote español Julián Carrón, presidente del movimiento Comunión y Liberación, pues no se piensa en aquella como el fundamento obvio de la vida. Invitó por ello a proponer la figura de Cristo que une fe y vida, a despertar el sentido de infinito, a encontrar y presentar a Cristo no solamente como una doctrina.

"Los santos como modelos de auténticos evangelizadores", fueron señalados por el arzobispo de San Pablo, el cardenal Odilo Pedro Scherer, como los más convincentes. Y puso como ejemplo a la Madre Teresa de Calcuta, en la que se ha reflejado el rostro de Dios, haciendo atractiva la fe cristiana a pueblos distantes y volviéndose ella misma una hija de la India.

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ESPECIAL 50 AÑOS DEL CONCILIO VATICANO II


El testimonio de un padre conciliar de 97 años
Obispo italiano Felice Leonardo recuerda los días del Vaticano II
Por Luca Marcolivio

ROMA, sábado 13 octubre 2012 (ZENIT.org) - Monseñor Felice Leonardo, es uno de los obispos italianos que participaron en el Concilio Vaticano II. Con 97 años de edad, el ahora obispo emérito de Cerreto Sannita-Telese-Santa Ágata de Goti, es el más anciano de los que asistieron el jueves a la celebración eucarística en San Pedro por los 50 años de la apertura del Concilio.

Antes de dirigirse a la Audiencia de ayer, y posterior almuerzo del papa con sus selectos invitados,  ZENIT conversó con este padre conciliar, quien nos manifestó con humildad de sentirse “honrado” por la entrevista. Así, monseñor Leonardo, más lúcido que nunca y lleno de ironía, nos hizo revivir en una conversación breve y agradable, momentos de su ilustre pasado.

¿Cuál fue su reacción cuando, en 1959, el hoy beato Juan XXIII anunció la convocatoria de un nuevo concilio?

- Monseñor Leonardo: La noticia de la convocatoria a un nuevo Concilio causó sensación porque el Concilio anterior --el Vaticano I--, se había celebrado 90 años antes (1869-70), por lo que ninguno de nosotros tenía experiencia alguna en este sentido.

En lo personal, ¿cómo vivió los años de las sesiones conciliares?

- Monseñor Leonardo: Yo tenía 47 años y era uno de los obispos más jóvenes. Acababa de terminar los estudios, pero eso no me exceptuaba de la reflexión continua y de la relación con los padres conciliares.Todas las tardes, con los otros obispos y los laicos comprometidos, se continuaba la discusión. Lo que se definía o se discutía en la mañana era sometido a una consideración posterior hasta la noche. Había discusión más allá del aula…

Hubo mucho diálogo…

- Monseñor Leonardo: Se pedía y se obtenía la palabra por escrito; llegado el propio turno, el obispo tenía a disposición de 3 a 5 minutos, para expresar fielmente lo que pensaba (en aquel tiempo no se perdían en palabras como hoy...). Se presentaba por escrito la propia intervención, y luego un comité especial revisaba lo que se había dicho y se comparaba con lo que se habría dicho después. En resumen, la discusión era una actividad continua. Cuando llegaba el día de la votación, si yo no tenía algo claro, ¡la noche anterior no podía conciliar el sueño! Además, en ninguna votación se llegaba a la unanimidad. El voto pasaba a la comisión, luego a los tres presidentes, y así sucesivamente.

¿Algún recuerdo en particular o curiosidad de esos tres años?

-Monseñor Leonardo: Se sabía que el Concilio no sería breve, así que nos preparamos para una larga estancia en Roma. Estábamos esparcidos por toda la ciudad: el conocimiento que ya teníamos nos ayudó para alojarnos. Por ejemplo, yo estaba en una institución de religiosas donde residían la mayoría de los sobrevivientes de la China; para mí fue útil conocer la realidad china de la voz de los que lo vivieron. De vez en cuando, sea a través de cartas o con nuestra presencia, volvíamos a nuestras diócesis. Cada semana comunicaba a la diócesis los hechos y las deliberaciones del Concilio.Y cada dos o tres semanas volvía a la diócesis, regresando a Roma con un conductor que, en tres años nunca aprendió el camino a mi alojamiento (risas)...

¿Cuál es la mayor enseñanza que recibió de su participación en el Concilio Vaticano II?

-Monseñor Leonardo: El Concilio nos ha enseñado a pensar y a no creernos "sabios", sino confrontarnos siempre. También he aprendido lo que significa el "diálogo": no es uno que habla y el otro que escucha, sino que todos escuchan y responden, expresando su asentimiento o disentimiento.

¿Cuánto cambió su vida pastoral por este acontecimiento? ¿Qué le puede enseñar a los más jóvenes?

-Monseñor Leonardo: Cambió mi actividad pastoral, mi actitud hacia el clero y los laicos, como la de todos los obispos y sacerdotes…, que han cambiado radicalmente. ¡Hoy en día, ustedes los laicos cuentan mucho más!

(Trad: JAVV)

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AÑO DE LA FE


Mensaje a los sacerdotes
El cardenal Mauro Piacenza ofrece importante reflexión
CIUDAD DEL VATICANO, sábado 13 octubre 2012 (ZENIT.org).- Con motivo del Año de la fe, convocado por el santo padre Benedicto XVI para la Iglesia universal, el cardenal Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero, dirigió un Mensaje a todos los presbíteros, que reproducimos a continuación.

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Mensaje a los Sacerdotes con ocasión de la inauguración del Año de la fe

Queridísimos Hermanos:

         el próximo 11 de octubre el Santo Padre Benedicto XVI, con una solemne concelebración, inaugurará el Año de la Fe, dedicado con ocasión del Cincuentenario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y del Vigésimo Aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. Se trata de dos eventos de extraordinaria importancia, que están íntimamente unidos: el Concilio, en efecto, es interpretado auténticamente por el Catecismo y este último es, realmente, el “Catecismo del Concilio” al que es necesario acudir siempre, para poner en práctica las auténticas reformas que el Espíritu Santo sugirió a la Iglesia y que los Padres conciliares señalaron con autoridad en los Textos de aquella noble reunión.

         Los sacerdotes, en toda circunstancia y cualquiera que sea el ministerio que les han confiado los respectivos Ordinarios, deben siempre considerarse “en cura de almas”, y es parte integrante de tal cura animarum, el ejercicio testimonial y doctrinal del Munus docendi.

          A cada uno de nosotros, queridos hermanos, se nos ha confiado la correcta hermenéutica de los Textos del Concilio Ecuménico Vaticano II, los cuales, a distancia de cincuenta años, mantienen su carácter profético pneumático y reclaman ser conocidos en la continuidad de la Tradición eclesial y en el anhelo de Reforma del que son eco y horizonte a la vez. El mejor modo, pues, de llevar a la práctica las enseñanzas conciliares es hacer conocer el Catecismo de la Iglesia Católica, instrumento seguro de referencia doctrinal y moral.

         La Congregación para el Clero quiere ofrecer mensualmente, en el Año de la Fe, algunas pautas de reflexión para la formación permanente, con el deseo de que, dándole prioridad a la fe y a las consecuencias existenciales del encuentro íntimo, personal y comunitario con el Resucitado, se pueda sostener el perenne redescubrimiento de lo que somos como sacerdotes y el consiguiente valor de nuestras acciones.

Es en el horizonte de la fe donde deben verse todos las acciones sacramentales del Sacerdote, el cual en la Iglesia y en nombre de Cristo Señor nuestro, se actúa la salvación ofrecida a todos los hombres. Sin este horizonte dilatado “hasta el Cielo”, está siempre latente el peligro de un funcionalismo mundanizante, que corre el riesgo de pretender afrontar con medios y criterios meramente humanos, los desafíos de nuestro tiempo.

El verdadero desafío, por el contrario, es el que Cristo Resucitado y su Cuerpo, que es la Iglesia, lanzan al mundo desde hace dos mil años: un desafío de amor, de verdad y de paz, de auténtica realización y de profunda y real humanización del mundo.

         Con el augurio de un intenso, apasionado y fecundo Año de la Fe, invoco de corazón, para cada uno, la protección de la Santísima siempre Virgen María, Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia, y bendigo de corazón a todos y a cada uno.

+ Cardenal Mauro Piacenza
Prefecto de la Congregación para el Clero

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Indulgencia plenaria para muchos en el Año de la fe
Desde ya se puede lucrar de los beneficios espirituales
Por José Antonio Varela Vidal

ROMA, sábado 13 octubre 2012 (ZENIT.org).- Como es sabido por todos, el santo padre Benedicto XVI inauguró ya el Año de la fe, el cual será un tiempo excepcional para estudiar, celebrar y hacer nuevos propósitos pastorales-misioneros. El calendario de actividades es amplio y el papa mismo se encontrará con los diversos sectores de la sociedad, del diálogo ecuménico y de la Iglesia católica que peregrina en el mundo.

Durante este periodo --que va del 11 de octubre de 2012 al 24 de noviembre de 2013--, los creyentes podrán adquirir una “Indulgencia plenaria” de la pena temporal que permanece de sus propios pecados, o hacerlo también a favor de los difuntos. Los enfermos pueden acceder a ella según disposiciones precisas dadas en el Decreto ad hoc de la Penitenciaría Apostólica, que es el ente vaticano encargado de regular la concesión y uso de las indulgencias en la Iglesia.

Como el objetivo es estimular en los creyentes un auténtico deseo de obtenerla, la Penitenciaría ha establecido disposiciones claras a este respecto (ver al final). A fin de explicar algunos conceptos de lo que es una indulgencia y los beneficios para quien esté en capacidad de lucrar de ella, ZENIT conversó con el padre Edward McNamara, LC, experto liturgista y catedrático de su especialidad en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma.

¿En qué le ayuda al católico ganar una indulgencia? ¿Todos necesitamos ganar una?
- Padre McNamara: Es de gran ayuda a todos ganar indulgencias, sea para uno mismo en vista del progreso en la amistad con Dios, sea como acto de caridad sobrenatural hacia las almas en el purgatorio.

¿Cuántas veces se pueden ganar las indulgencias durante el Año de la fe?
- Padre McNamara: La regla general para toda indulgencia plenaria es máximo una al día. El Decreto sobre las indulgencias para el Año de la fe prevé diversas posibilidades. Algunas están relacionadas a la visita de determinados lugares, otros a fechas específicas. La posibilidad de lucrar la indulgencia dependerá de condiciones locales. Por ejemplo, quien vive cerca de un templo designado por el obispo para beneficiarse de la indulgencia, podría ganarlo todos los días. Los que viven más lejos algunas veces al año.

¿Desde qué edad se puede ganar la indulgencia?
- Padre McNamara: Dado que la indulgencia implica la confesión, se puede obtener desde que el niño pueda confesarse, es decir la edad de la razón o alrededor de los siete años de edad.

¿Cómo pueden ganar la indulgencia los enfermos o discapacitados?
- Padre McNamara: El texto del Decreto indica que pueden ganar la indulgencia los fieles verdaderamente arrepentidos, que por graves motivos no puedan participar en las solemnes celebraciones ni acudir a los lugares designados. Esto incluye a los enfermos, ancianos, encarcelados y otros, quienes pueden participar de alguna celebración del santo padre o del obispo diocesano a través de los medios de comunicación. A esto debe añadirse el rezo del Padre Nuestro o el Credo, y ofrecer los sufrimientos de la propia vida a Dios.

Si se vuelve a caer en pecado mortal, ¿se pierde la indulgencia ganada?
- Padre McNamara: No, Dios no retira sus dones a pesar de nuestra debilidad. Pero no se puede ganar otra indulgencia hasta que no se haya vuelto al estado de gracia.

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¿Cómo obtener –o lucrar, la Indulgencia Plenaria por el Año de la fe?
(Tomado del Decreto de la Penitenciaría Apostólica)

A) Cada vez que participen al menos en tres momentos de predicación durante las sagradas Misiones, o al menos, en tres lecciones sobre los actos del Concilio Vaticano II y sobre los artículos del Catecismo de la Iglesia en cualquier iglesia o lugar idóneo;

B) Cada vez que visiten en peregrinación una basílica papal, una catacumba cristiana o un lugar sagrado designado por el Ordinario del lugar para el Año de la fe (por ejemplo basílicas menores, santuarios marianos o de los apóstoles y patronos) y participen allí en una ceremonia sacra o, al menos, se recojan durante un tiempo en meditación y concluyan con el rezo del Padre nuestro, la Profesión de fe en cualquier forma legítima, las invocaciones a la Virgen María y, según el caso, a los santos apóstoles o patronos.

C) Cada vez, en los días determinados por el Ordinario del lugar para el Año de la fe, que participen en cualquier lugar sagrado en una solemne celebración eucarística o en la liturgia de las horas, añadiendo la Profesión de fe en cualquier forma legítima.

D) Un día, elegido libremente, durante el Año de la fe, para visitar el baptisterio o cualquier otro lugar donde recibieron el sacramento del Bautismo, si renuevan las promesas bautismales de cualquier forma legítima.

Los obispos diocesanos o eparquiales y los que están equiparados a ellos por derecho, en los días oportunos o con ocasión de las celebraciones principales, podrán impartir la Bendición Papal con la Indulgencia plenaria a los fieles que la reciban devotamente.

(Traducción del latín por el Vatican Information Service)

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Santa Sede


El 'aggiornamento' del beato Juan XXIII fue una intuición para llevar el "hoy" a Dios
Sentidas palabras del papa en audiencia con padres conciliares
CIUDAD DEL VATICANO, sábado 13 octubre 2012 (ZENIT.org).-El santo padre recibió este viernes a los obispos que participaron en el Concilio Ecuménico Vaticano II y a los presidentes de las conferencias episcopales presentes en el Sínodo sobre la Nueva Evangelización, «en cuyos rostros --dijo textualmente--, veo a los centenares de Obispos, que en todas las regiones de la tierra están comprometidos en el anuncio del Evangelio y en el servicio a la Iglesia y al hombre, en obediencia al mandato recibido por Cristo».

El papa, que tomó parte en el Vaticano II como perito conciliar, dijo a los Padres venidos a Roma: “Son tantos los recuerdos que afloran a nuestra mente --y que cada uno tiene muy grabados en el corazón--, de aquel período tan vivaz, rico y fecundo que fue el Concilio; pero como no quiero prolongarme mucho (...) me gustaría recordar solamente cómo una palabra, lanzada por el beato Juan XXIII, casi de forma programática, retornaba continuamente en los trabajos conciliares: la palabra “aggiornamento”.

“Cincuenta años después de la apertura de aquella solemne asamblea de la Iglesia, alguien se preguntará si aquella expresión no haya sido, quizás desde el principio, completamente apropiada. Pienso que sobre la elección de las palabras se podría discutir durante horas y se encontrarían pareceres continuamente discordantes, pero estoy convencido de que la intuición que el beato Juan XXIII compendió con esta palabra fue y es todavía exacta.

El cristianismo no debe considerarse como “algo del pasado”, ni debe vivirse mirando perennemente “hacia atrás” porque Jesucristo es ayer, hoy y para la eternidad. El cristianismo está marcado por la presencia del Dios eterno, que entró en el tiempo y está presente en todo tiempo, porque todo tiempo brota de su potencia creadora, de su “hoy” eterno”.

“Por eso el cristianismo es siempre nuevo. No tenemos que considerarlo como un árbol completamente desarrollado partiendo del grano de mostaza evangélico que crece, da fruto y, un buen día, envejece y pierde su energía vital. El cristianismo es un árbol que, por así decir, (...) es siempre joven. Y esta actualidad, este “aggiornamento” no significa ruptura con la tradición, sino que expresa su vitalidad continua; no significa reducir la fe rebajándola a la moda de la época, al metro de lo que nos gusta o de lo que le gusta a la opinión pública; sino todo lo contrario: exactamente como hicieron los Padres conciliares tenemos que llevar el “hoy” que vivimos a la medida del evento cristiano; tenemos que llevar el “hoy” de nuestro tiempo al “hoy” de Dios”.

“El Concilio ha sido un tiempo de gracia en que el Espíritu Santo nos ha enseñado que la Iglesia, en su camino en la historia, debe hablar siempre a la humanidad contemporánea, pero esto puede ocurrir solo con la fuerza de los que tienen raíces profundas en Dios (...) y viven con pureza su fe; no ocurre merced a los que se adecuan al momento que pasa, a los que eligen el camino más cómodo. El Concilio lo tenía muy claro cuando en la constitución dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium” afirmaba que en la Iglesia todos están llamados a la santidad (...) la santidad muestra el rostro verdadero de la Iglesia”.

“La memoria del pasado-concluyó el Papa- es preciosa pero no se agota en sí misma. El Año de la fe que hemos empezado nos sugiere el mejor modo para recordar el Concilio y conmemorarlo: concentrarnos en el corazón de su mensaje que, por otra parte, no es otro que el mensaje de la fe en Cristo, único salvador del mundo, proclamada a la humanidad de nuestra época. Hoy también lo que es importante y esencial es llevar el rayo del amor de Dios al corazón y a la vida de cada hombre y cada mujer, y llevar a los hombres y mujeres de cualquier época y lugar a Dios”.

Con informaciones del Vatican Information Service y Radio Vaticano

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Como en Emaús, al hombre de hoy le queda una pequeña llama de fe
Reflexión de Benedicto XVI durante ágape con los obispos
CIUDAD DEL VATICANO, sábado 13 octubre 2012 (ZENIT.org).- Este viernes 12, el santo padre Benedicto XVI ofreció un almuerzo a los padres sinodales y demás participantes en la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, así como a los padres conciliares precedentemente recibidos en audiencia. En el ágape participaron el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I y su Gracia Rowan Douglas WILLIAMS, arzobispo de Canterbury y Primado de toda Inglaterra y de la Comunión Anglicana.

Al final de la comida, el Santo Padre les dirigió las siguientes palabras:

Santidad,
Su Gracia,
Queridos Hermanos:

Para empezar, desearía anunciar un poco de gracia, es decir, esta tarde empezaremos, no a las cuatro y media --me parece deshumano--, sino a las seis menos cuarto.

Es una bella tradición creada por el Beato Papa Juan Pablo II coronar el Sínodo con una comida común. Para mí es una gran alegría tener a mi derecha a Su Santidad el Patriarca Bartolomé, Patriarca Ecuménico de Constantinopla y al otro lado al Arzobispo Rowan Williams, de la Comunión Anglicana.

Para mí, esta comunión es un signo de que estamos en el camino hacia la unidad y que en el corazón vamos hacia adelante. El Señor nos ayudará a avanzar también exteriormente. Esta alegría, creo, nos da fuerza también en el mandato de la evangelización. Synodos significa «camino común», «estar en un camino común», y así la palabra synodos me recuerda el famoso camino del Señor con los dos discípulos de Emaús, que son un poco una imagen del mundo agnóstico de hoy. Jesús, su esperanza, había muerto; el mundo, vacío; parecía que realmente Dios no estaba o no se interesaba por nosotros.

Con esta desesperación en el corazón y, sin embargo, con una pequeña llama de fe, siguen adelante. El Señor camina misteriosamente con ellos y les ayuda a entender mejor el misterio de Dios, su presencia en la historia, su caminar silenciosamente con nosotros. Al final, en la cena, cuando ya las palabras del Señor y su escucha habían encendido el corazón e iluminado la mente, lo reconocen en la cena y por fin el corazón empieza a ver.

También en el Sínodo estamos juntos con nuestros contemporáneos en el camino. Oremos al Señor para que nos ilumine, para que encienda nuestro corazón a fin de que vea, para que ilumine nuestra mente; y oremos para que en la cena, en la comunión eucarística, estemos realmente abiertos para poder verlo y así encender también el mundo y dar su luz a este mundo nuestro.

En este sentido, la cena --así como el Señor ha tomado con frecuencia la comida y la cena como símbolo del Reino de Dios--, podría ser también para nosotros un símbolo del camino común y una ocasión para rezar al Señor a fin de que nos acompañe y nos ayude. Con este sentido recemos ahora la oración de agradecimiento...

¡Que tengan un buen descanso, nos vemos en el Aula del Sínodo! ¡Gracias!

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Ars Christiana


La Crucifixión de Pedro
Ante una pintura de Miguel Ángel en la Capilla Paulina vaticana
Por Hna. Agnese Scavetta, mdr*

ROMA, sábado 13 octubre 2012 (ZENIT.org).- Margherita Guarducci fue la arqueóloga que entre los años 1940 y 1950 guió la segunda campaña de excavaciones para el descubrimiento de la tumba de san Pedro en la Necrópolis Vaticana. A través de la comparación de varias fuentes historicas, llegó a la conclusión de que Pedro fue crucificado en el circo del Emperador Nerón en el Vaticano el 13 de octubre del año 64 d.C. Apoyándose en esta hipótesis, la estudiosa resalta que el 13 de octubre del año 64 d.C., transcurrían diez años del reino del emperador Nerón, y por tradición para celebrar tal aniversario, se ofrecían al pueblo espectaculos crueles, en los cuales asesinaban a los enemigos del imperio. Para el decenal de Nerón, probablemente fue derramada la sangre de los cristianos y de su jefe Pedro, crucificado con la cabeza hacia abajo.

La tradición festeja el nacimiento al cielo --dies natalis--, del apóstol Pedro junto con el apóstol Pablo el 29 de junio. Fue el día en el cual Roma, la ciudad pagana, festejaba a sus fundadores: los legendarios hermanos Rómulo y Remo.

Una obra eterna

A través de la visión de la pintura que representa la Crucifixión de Pedro, realizada por Miguel Ángel en la Capilla Paulina del Palacio Vaticano, tambien nosotros nos convertimos en testigos del dies natalis de Pedro.

En 1542 el papa Pablo III Farnese, encargó a Miguel Ángel Buonarroti de pintar las paredes de la Capilla Paulina, lugar de oración reservado todavía hoy al papa y a la familia pontifícia y, por esto considerada la capilla “parva” (pequeña) del pontífice. Esta se encuentra a pocos metros de la capilla Sixtina, la capilla “magna” (grande), reservada para las solemnes celebraciones pontifícias y de la elección del papa.

Pablo III, antes de ser elegido papa se llamaba Alessandro Farnese. Había sido un hombre poderoso y ambicioso, pero cuando subió al trono de Pedro se sintió “aferrado” de la gracia divina, y decidió de no anteponer sus intereses a los de Dios y de la Iglesia. Escogió el nombre del apóstol Pablo, primer perseguidor de los cristianos y después incansable servidor de Cristo.

El sumo pontífice Pablo III abrió el Concilio de Trento (1545-1563), mediante el cual se obtuvo una profunda renovación espiritual en la Iglesia, desgarrada por la inmoralidad y el protestantismo. En 1550, Miguel Ángel, ya anciano y enfermo, terminó después de ocho años de trabajo, sus dos últimas pinturas. Estas se encuentran de frente en las paredes laterales de la Capilla Paulina, la Conversión de san Pablo y la Crucifixión de san Pedro.

El primer papa está representado en el momento en el cual su cruz invertida se izó. Su mirada penetrante y terrible se esfuerza en buscar algo o alguno en la hora terrible de la muerte. En los ojos de las personas en torno a la cruz, se entrelazan miradas inquietas, pero también de profunda participación al evento, como aquella del hombre de la barba larga con los brazos cruzados, colocado en primer plano al lado derecho, que quizás se trata de un autorretrato de Miguel Ángel ya anciano.

Las figuras están colocadas en un espacio sin prospectivas; el artista para dar el sentido de profundidad, varía las medidas y proporciones, y algunas figuras son más marcadas, otras más esfumadas. A la derecha del crucificado, un hombre se inclina a tierra para medir la profundidad del pozo apenas excavado sobre la colina vaticana.

Miguel Ángel representa el cuerpo de Pedro, cargado de una gran fuerza interior, su mirada penetra en los ojos del espectador hasta el punto de escuchar su advertencia: “...Les hemos dado a conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad” (2P 1,16).

*Misioneras de la Divina Revelación

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