14.10.12

 

(Dedicado a mi amigo Emilio, con el que he compartido un magnífico viaje por Armenia y a quien le ha comenzado a picar la cosa de empezar un blog)

Le comentaba un servidor a Emilio, cura de Zaragoza, el título del blog: “De profesión, cura” y le decía que muchas personas no comprenden eso de que ser cura fuera una profesión, que si no debería ser más bien una vocación que otra cosa.

Su respuesta es que ser cura no es sólo una profesión, sino que si algún problema tenemos, es que deberíamos ser más profesionales.

Tiene toda la razón. Los curas tendemos a ser un tanto anárquicos. En palabras más comunes, que hacemos lo que nos viene en gana. No se comprendería jamás que un empleado faltara a una reunión de empresa, pero si un cura no acude a las reuniones normales no pasa nada. A nadie medio sensato se le pasaría por la cabeza actuar abiertamente en contra de las directrices de su empresa, pero un cura no tiene problema en predicar y hacer lo que a él buenamente se le ocurra simplemente porque sí. También tengo la impresión de que en ocasiones no nos tomamos a la gente en serio: seguimos pensando que la parroquia es nuestro cortijo y a la vez que hablamos de servir al pueblo de Dios acabamos haciendo lo que buenamente nos viene en gana.

Sí. Estoy completamente de acuerdo con Emilio. Aunque pueda haber gente a la que le chirríe el tema, necesitamos ser más profesionales. Y en eso coloco varias cosas:

- Estar al día en la formación, como todo buen profesional. Como hacen un médico, un abogado, un profesor, un economista. Uno no puede andar por la vida con lo que aprendió en el seminario en los años 70.

- Cuidar del despacho, de los temas administrativos, del templo y lo locales parroquiales, de la economía, de forma que los recursos se empleen en el trabajo pastoral y en el servicio a los pobres y se haga de forma austera y eficaz.

- Asistir a las reuniones de arciprestazgo, vicaría, diocesanas. Colaborar en ellas, mantener un espíritu de servicio y apoyo a las decisiones tomadas.

- Ser respetuoso con las directrices y normas de sus superiores, es decir, de la iglesia, del obispo, del papa.

- Cuidar de nuestra gente como aquellos a los que he de servir, respetando sus derechos, su vida, sabiendo que tienen derecho a ser atendidos y ayudados como manda la iglesia, no como se le ocurra a su párroco.

- Ofrecer servicios con horarios estables: despacho, misas, confesiones, visitas a enfermos, formación…

- Ser muy cuidadosos en predicar la doctrina de la Iglesia, la moral de la Iglesia. En celebrar como pide la Iglesia.

- Hacer realidad ese deseo de servir a todos y de forma especial ser padres de los pobres.

Y posiblemente más cosas que a todos se nos ocurran.

Eso sí, y todo esto, como consecuencia de una profesionalidad que se vive desde la vocación, la llamada, la entrega a Cristo y a la Iglesia. Una profesión vivida como vocación. Pero profesionales. Muy profesionales.