16.10.12

 

Mons. Novell ha dicho hoy que «si Cataluña fuera un país independiente, afectaría a la Iglesia Católica catalana porque probablemente este país desearía tener relaciones diplomáticas con la Santa Sede, y probablemente la Santa Sede tendría que pensar la posibilidad de crear una Conferencia Episcopal propia de un país nuevo».

Ciertamente la Santa Sede podría hacer eso. Pero también podría hacer otras cosas. Por ejemplo, recordar a los obispos catalanes cuál fue la actitud del Papa Juan Pablo II, apoyado de forma unánime por los obispos italianos, cuando hubo una amenaza de secesión del norte de Italia. A Roma le bastaría con enviar una circular a los prelados catalanes con la siguiente cita del “Mensaje a los Obispos italianos sobre las responsabilidades de los católicos ante los desafíos del momento histórico actual” del 5 de enero de 1994. Dijo entonces el Papa (negritas mías):

7. «Si la situación actual exige la renovación social y política, a nosotros, los pastores, nos corresponde recordar con energía los presupuestos necesarios, que llevan a la renovación de las mentes y los corazones, y por tanto a la renovación cultural, moral y religiosa (cf. Veritatis splendor, 98). (…)

Me refiero especialmente a las tendencias corporativas y a los peligros de separatismo que, al parecer, están surgiendo en el país. A decir verdad, en Italia, desde hace mucho tiempo, existe cierta tensión entre el Norte, más bien rico, y el Sur, más pobre. Pero hoy en día esta tensión resulta más aguda. Sin embargo, es preciso superar decididamente las tendencias corporativas y los peligros de separatismo con una actitud honrada de amor al bien de la propia nación y con comportamientos de solidaridad renovada. Se trata de una solidaridad que debe vivirse no sólo dentro del país, sino también con respecto a toda Europa y al tercer mundo. El amor a la propia nación y la solidaridad con la humanidad entera no contradicen el vínculo del hombre con la región y con la comunidad local, en que ha nacido, y las obligaciones que tiene hacia ellas. La solidaridad, más bien, pasa a través de todas las comunidades en que el hombre vive: en primer lugar, la familia, la comunidad local y regional, la nación, el continente, la humanidad entera: la solidaridad las anima, vinculándolas entre sí según el principio de subsidiariedad, que atribuye a cada una de ellas el grado correcto de autonomía».

Dado que Italia es una nación cuya unificación es, históricamente hablando, cosa de anteayer, no estaría de mal que desde la Santa Sede se dijera que si la unidad de Italia es importante para el bien común de los italianos, tanto más lo será la unidad de España para los españoles.

Es más, dado que el Cardenal Camillo Ruini, siendo Vicario del Papa en la ciudad de Roma (1991-2008) y Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (1991-2007) dijo que «la unidad de Italia es indiscutible», no estaría de más que el Cardenal Antonio María Rouco Varela dijera exactamente lo mismo de la unidad de España. A menos, insisto, que pensemos que hay algúna razón arcana para creer que a la Iglesia le importa más la unidad de Italia que la de España, cosa que sería harto complicado de entender para muchos católicos españoles.

Si el Beato Juan Pablo II, Papa, pidió para España “unidad dentro de la maravillosa y variada diversidad de sus pueblos y ciudades“, en un discurso pronunciado el 3 de mayo del 2003 al inicio de su quinta visita apostólica a este país, no tendría nada de extraño que Benedicto XVI dijera algo parecido un día de estos. Y si de paso les pide a algunos obispos catalanes -no todos- que no sean instrumentos mediáticos al servicio del independentismo catalán, nos haría un favor a todos.

Luis Fernando Pérez Bustamante