17.10.12

Presentamos esta entrevista que el Cardenal Gianfranco Ravasi ha concedido a L’Osservatore Romano sobre el Motu proprio “Pulchritudinis fidei”, del Papa Benedicto XVI, por el cual son fusionados el Pontificio Consejo para la Cultura y la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia.

 

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Arte y fe, proyectos humanos y acción del Espíritu, misterio y signo se han entrelazado y fusionado inseparablemente en la historia: “Ecclesiae historiam esse quoque inseparabiliter culturae et artium historiam” (“la historia de la Iglesia es también, inseparablemente, historia de la cultura y del arte”) se lee en el Motu proprio Pulchritudinis fidei con el cual la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia es unida al Pontificio Consejo para la Cultura. Aprobado el pasado 30 de julio por Benedicto XVI y publicado en las “Acta Apostolicae Sedis” del 3 de agosto, el documento pontificio entrará en vigor el próximo 3 de noviembre. Hemos pedido al cardenal Gianfranco Ravasi que nos hable de los motivos y las consecuencias de esta fusión.

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La exigencia de una coordinación única ha crecido a lo largo de los años, se lee en el documento: ¿por qué?


 

 

Alguna nota histórica: Pío XI en 1924 creaba la Pontificia Comisión Central para el Arte Sacro en Italia, específicamente encargada del cuidado del patrimonio histórico-artístico de la Iglesia, pero con exclusiva competencia para el territorio italiano. Juan Pablo II, por su parte, con la Constitución Apostólica Pastor Bonus (28 de junio de 1988) la había transformado luego en la Pontificia Comisión para la Conservación del Patrimonio Artístico e Histórico de la Iglesia, vinculándola a la Congregación para el Clero. El mismo Pontífice la transforma sucesivamente en la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia con el Motu proprio Inde a pontificatus (25 de marzo de 1993). Juan Pablo II, unificando el Pontificio Consejo para la Cultura y el Pontificio Consejo para el Diálogo con los No Creyentes, subrayaba al mismo tiempo la exigencia de “una estrecha relación entre el trabajo de este Pontificia Consejo y la actividad a la que está llamada la Pontificia Comisión para la Conservación del Patrimonio Artístico e Histórico de la Iglesia”, desde entonces denominada Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia. En el mismo documento se dispone que la Comisión “no estará ya establecida en la Congregación para el Clero, sino que será autónoma, con un propio presidente que formará parte de los miembros del Pontificio Consejo para la Cultura, con el cual mantendrá contactos periódicos, para asegurar una sintonía de finalidades y una fecunda colaboración recíproca”.


 

La unificación de los dos organismos sella, de este modo, un camino de convergencia, implementado también en los ordenamientos de muchas naciones – es un uso difundido, en Italia y en el Consejo de Europa – hacia una visión cultural amplia y articulada en su organicidad y unidad, en el que también el extraordinario patrimonio histórico-artístico de la Iglesia, producido a lo largo de los siglos, con sus más específicas exigencias de tutela, conservación y valorización, recibe su más digna colocación en el ámbito de las actividades culturales promovidas por la Santa Sede.

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¿La Comisión se convertirá, por lo tanto, en un departamento dentro del Pontificio Consejo para la Cultura?


 

Sí, como Fe y arte, el Patio de los Gentiles, o el recientemente constituido dedicado al Deporte. También la Unesco hoy protege la “cultura inmaterial”; a la base del nuevo concepto de cultura no está ya la idea del siglo XVIII de una aristocracia intelectual, sino un concepto antropológico, la elaboración consciente de cada obra de la creatividad humana; el arco de las actividades no se puede seleccionar por fragmentos, se necesita una mirada de conjunto. Entre las áreas de competencia del departamento está obviamente también la colaboración con la Fundación para los Bienes y las Actividades Artísticas de la Iglesia.

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¿Las prioridades que están la agenda?


 

Debemos proceder a un análisis de la aplicación de los documentos ya publicados en la Iglesia universal en cuestión de bibliotecas, inventarios y catalogación, archivos y museos. Un gran artífice, en esto, ha sido el cardenal Francesco Marchisano, y de esto se ocupará de modo particular monseñor Carlos Moreira Azevedo, delegado del Pontificio Consejo para la Cultura.


 

Se necesitan modelos concretos y direcciones de método para ofrecer elementos de gestión cultural, que permitan encontrar recursos financieros, y para adaptar a una gradualidad realista y eficaz las orientaciones existentes según las posibilidades de las diversas iglesias. Los ejemplos de esto podrían ser muchísimos: pienso en el caso de Arequipa en Perú, donde se conservan millares de volúmenes provenientes de las bibliotecas de la orden de los recoletos, o en el patrimonio bibliotecario en riesgo de dispersión en el Salvador. Son bienes que son heridos inexorablemente por el ambiente climático y necesitan rápidas intervenciones de tutela. En esto la informática nos puede ayudar mucho, para hacer accesibles a todos, por ejemplo, los tesoros escondidos en una pequeña parroquia aislada en los Andes.


 

Después de la atención a la preservación de los bienes culturales, debemos desarrollar su valorización y su goce al servicio de la nueva evangelización y de la dimensión estética en el pensamiento contemporáneo. Es necesario evitar una impostación sólo conservadora de los bienes, es fundamental una fruición que genere gusto, que sea capaz de “lavar los ojos” a quien está acostumbrado a ver sólo cosas feas, edificios horrendos, imágenes banales.

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“La belleza sirve para entusiasmar en el trabajo, el trabajo para resurgir” escribía Juan Pablo II en la Carta a los artistas, citando un verso del poeta polaco Cyprian Norwid. ¿Qué piensa de esto?


 

El trabajo no falta. Arte y fe deben recordarse de nuevo que son hermanas y la Iglesia no debe olvidar la importancia del elemento simbólico en el anuncio de la fe, en el presente, para continuar haciendo aquello que siempre ha hecho en el pasado. Basta pensar en la explosión de belleza de las iglesias romanas, desde las más famosas hasta las más olvidadas, como Santa Bibiana, absorbida y casi vuelta invisible por las vías de la estación de Termini: ¿quién conoce sus bellísimas columnas y la estatua de Bernini en su interior?


 

Fruición y tutela, a largo plazo, están estrechamente vinculadas; en el fondo, se protege sólo lo que se ama, por lo tanto hacer conocer y apreciar es también el mejor modo para tutelar. Los dos tercios de una pinacoteca pueden ser leídos sólo si se conoce la Biblia; en un estatuto sienés del siglo XIV, los artistas hablan de sí mismos como de “predicadores por imágenes” con la tarea de mostrar los grandes misterios de la salvación a quien no podría conocerlos de otra manera. La Biblia es también una mina de narraciones sugestivas, de “versículos que valen más que una obra de Shakespeare”, como escribe George Steiner hablando de la noche de la pitonisa de Endor y la caída final de Saúl en el primer libro de Samuel (28, 7-25).


 

En la Bienal de Venecia trataremos de continuar haciendo aquello que la Iglesia ha hecho siempre: dialogar con los artistas, proponiéndoles en este caso dejarse inspirar por la poderosa narración del Génesis. Mucho deseo de ofender, en el arte contemporáneo, es el signo de una nostalgia violenta por lo divino. El Crucifijo es todavía percibido como un símbolo potentísimo en medio de tantas otras imágenes inertes a nivel de comunicación.

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¿Y la música sagrada?


 

 

Después del éxito del concurso sobre el Credo en la Sagra Musicale Umbra, al que han llegado más de doscientas partituras, quisiera seguir el consejo de Muti y de Chailly, recuperando el patrimonio del barroco italiano; como Porpora, por ejemplo: los Wiener Philarmoniker, después de un reciente concierto, se han asombrado de su música. El Stabat Mater, signo luminoso de un sentido religioso profundo, ha sido escrito por un muchachito (Pergolesi era jovencísimo cuando lo compuso).


 

Con la estructura del díptico podríamos recuperar un gran texto sagrado y musical conectándolo a algo contemporáneo, de modo que haya una mutua conexión entre pasado y presente. También los textos de muchas canciones de música pop están imbuidos de un anhelo espiritual muy fuerte; no por casualidad los muchachos gastan su dinero en la entrada de un concierto, porque sienten que la música exterioriza, hace aflorar a la superficie y expresa su búsqueda de significado sepultada u olvidada. Y el mismo drama personal de muchos artistas – por dar un ejemplo entre los muchos posibles, la muerte prematura de Amy Winehouse, de cuyos álbumes me ha hablado recientemente el nuncio en Guatemala – debe hacer reflexionar: nos hace comprender cuán concreto es en nuestra época el choque entre la esperanza y el deseo de vida y el aniquilamiento como consecuencia extrema y trágica del nihilismo.

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Fuente: Il Sismografo


 

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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