18.10.12

 

Estoy enamorado de don Camilo, el peculiar cura de pueblo italiano creado por Guareschi, y que me parece un cura de una vez. Porque don Camilo es más tierno de lo que parece, hombre de oración profunda, un cura muy cura, que celebra, enseña, se preocupa por los pobres, sabe cuidar de su iglesia, de la fe y de la gente, y sabe hacer que le respeten y se respeten las cosas de Dios.

En el pueblo de don Camilo, como sabemos todos sus lectores, gobiernan desde hace años “los rojos”, con el alcalde Peppone a la cabeza. Rojos a la italiana, es decir, antivaticanistas y anticlericales, como debe ser, pero que siempre han mostrado un profundo respeto por el cura don Camilo, respeto al que ayudan las manos del cura, como palas, unos brazos de descargador de muelle, y unos rumores –verdad que nunca confirmados del todo- que hablan de un par de ametralladoras guardadas en algún lugar. Fruslerías, pero que ayudan al entendimiento entre las personas quizá por eso de que el miedo guarda la viña.

Don Camilo es hermano, y sabe que ha de ser hermano de todos. Por eso cuando reparte comida no se olvida de la familia del Flaco, uno de los duros de Peppone, ni tiene dudas a la hora de sacudir a los ricos del pueblo por su avaricia en el sermón si lo cree necesario. Hermano, pero nunca primo, nunca bobo, nunca melindres. Hacer el primo nada de nada.

Los católicos, los españoles de forma especial, tenemos la mala costumbre de olvidarnos de ser hermanos y hacer frecuentemente el primo. Y así nos va. Hermano es el que trata de practicar con sus semejantes las obras de misericordia, entre las que está por ejemplo “enseñar al que no sabe”, que puede requerir de métodos diversos. Don Camilo decía que todos tenemos ideas buenas en la cabeza, aunque a veces un tanto desordenadas. Y que suelen bastar un par de sopapos bien dados para volver a colocarlas en su sitio.

El asalto ayer al colegio de los salesianos de Mérida es fruto de un ambiente anticlerical del que curiosamente hablaba un servidor hace un par de días, pero también de un hacer el primo como Iglesia que nos está llevando a que nunca pasa nada. Es bonito eso de perdonar, y la otra mejilla, y tener paciencia, y todas esas cosas. Pero con eso la gente no aprende. Efectivamente te perdono, pero como además de perdonarte no quiero que lo vuelvas a hacer, una buena denuncia en los juzgados, y si la ley no hace nada, a lo mejor las manazas de don Camilo tienen algo que aportar.

Imaginen que el asalto se hubiera producido en una parroquia, la de don Camilo por ejemplo. Imaginen que en ese preciso instante don Camilo está sacando brillo a un enorme candelabro de bronce. Imaginen que el candelabro, evidentemente fascista, toma vida propia y comienza a sacudir estopa a esos mozalbetes que van por ahí gritando eso tan simpático de “dónde están los curas que los vamos a quemar”. Pues posiblemente no vuelvan a dar la lata al menos en esa parroquia. Eso sí, gritarán “curas fascistas” y esas cosas tan delicadas que suelen corear. Además los “rojos” del pueblo vocearán sus consignas anticlericales. Pero no pasarán de ahí porque se dice que don Camilo en la torre guarda dos ametralladoras y cuando hay algo así escondido en la torre es mejor andarse con cuidado.

Miedo me da lo de Mérida. Mucho miedo. Porque si siguen las cosas así pudiera ocurrir que a los curas nos dé por comprar candelabros de bronce y limpiarlos con frecuencia. Y un candelabro de bronce en manos de un cura cabreado o un laico harto es mucho candelabro.

Jorge: ojo, que estás haciendo apología de la violencia. ¿Yo? ¡Qué va! Son cosas de la tierra de don Camilo, que a veces calienta las cabezas.

P.D. Los diferentes libros de Guareschi con don Camilo de protagonista se pueden descargar en este enlace poniendo en buscar guareschi don camilo. Si conocen la obra, merece la pena que la relean. Si no la conocen… no se arrepentirán.