19.10.12

 

Como dice el refrán, “una imagen vale más que mil palabras". Y en la que acompaña a este post vemos al P. Raniero Cantalamessa, ofmcap, arrodillado al lado de un pastor protestante mientras éste realiza una oración, una bendición o algo parecido. El pastor impone su mano sobre el fraile capuchino.

La imagen la pudieron contemplar en directo los asistentes al encuentro celebrado por CRECES (Comunión Renovada de Evangélicos y Católicos en el Espíritu Santo), grupo ecuménico que sostiene una especie de declaración común de fe que puede leerse en su web.

No seré yo quien diga que no se deben producir encuentros ecuménicos entre católicos y protestantes evangélicos. Tenemos en común muchas cosas y es mejor que recemos juntos de vez en cuando a que nos sigamos tirando los trastos a la cabeza como en tiempos pasados. Pero siempre debe quedar claro, al menos para la parte católica, que por muy buena intención que tengamos, queda un largo trecho para que estamos todos en comunión plena. Una comunión que SOLO puede darse bajo el pastoreo del Vicario de Cristo y Sucesor de San Pedro, el Obispo de Roma.

Lo queramos o no, existen diferencias fundamentales entre católicos y protestantes. Los católicos no somos solafideístas, creemos que la fe sin obras está muerta, no salva. Los protestantes sí. Los católicos no somos iconoclastas. Los protestantes sí. Los católicos creemos en la comunión de los santos de la forma en que esa doctrina se desarrolló desde los primeros siglos. Los protestantes no. Los católicos veneramos a la Virgen María y los santos. Los protestantes no. Los católicos creemos en la sucesión apostólica. Los protestantes, en su inmensa mayoría no, y los que sí creen no tienen dicha sucesión en sus obispos. Los católicos creemos en todos los sacramentos y en su eficacia salvífica y santificadora. Los protestantes no, y además son incapaces de ponerse de acuerdo siquiera sobre el sacramento del bautismo.

Es más, los católicos tenemos una Biblia completa. Los protestantes quitaron libros de la Escritura a partir del siglo XVI, aunque las primeras versiones de biblias protestantes -p.e, la King James Version o la Biblia del Oso-, las incluían. Por si fuera poco, los católicos tenemos la Tradición como una de las fuentes de la Revelación, mientras que los protestantes son solaescrituristas. Y para más inri, los protestantes creen en el libre examen de la Escritura, con lo cual convierten la Palabra divina en opinión humana, y necesariamente sufren una insuperable división doctrinal y eclesial, mientras que los católicos aceptamos la autoridad del Magisterio de la Iglesia para interpretar la Biblia. De este modo recibimos realmente la Palabra de Dios y podemos mantenernos en la unidad de una misma fe.

Mucho me temo que todo este tipo de encuentros ecuménicos no servirán lo más mínimo para cambiar una sola de esas diferencias que nos separan. Nuestros ojos no van a ver a la mayoría de los protestantes -no digamos ya la totalidad- venerando a la Madre del Señor, pidiendo la intercesión de los santos, aceptando la transubstanciación, reconociendo al Papa como cabeza del colegio de obispos, etc. Y mientras no compartamos la misma fe, no habrá verdadera unidad. Puede que haya protestantes que se conviertan a la fe de la Iglesia de Cristo, que subsiste única y plenamente en la Iglesia Católica, pero no podemos tapar el sol con un dedo y decir que la unión real y efectiva está cercana. Que Cristo haya pedido la unión de todos los cristianos no supone que todos los cristianos vayan a estar unidos cuando Él vuelva. Al fin y al cabo, Dios quiere que todos se salven y no todos se salvan. Como católicos debemos hacer lo que esté en nuestra mano, y que el Señor nos conceda hacer, para lograr la unidad de los cristianos, pero dicha unidad tiene como destino final irrenunciable el regreso a Roma de todos los hermanos separados. No olvidemos que el decreto del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo se titula “Unitatis redintegratio".

En ese sentido, no creo que ayude mucho al objetivo de reunir a todos los cristianos en el rebaño de Pedro el ver como el predicador de la Casa del Papa se arrodilla ante un pastor que no profesa, ni de lejos, la fe católica y que la niega en cuestiones fundamentales. Dicha imagen resulta equívoca tanto para los católicos, que pueden creer que dicho pastor tiene una autoridad espiritual de la que carece, como para los protestantes, que verán en ello una especie de legitimación católica de su alejamiento de la Iglesia. Tampoco vería bien que ocurriera lo contrario, a menos que el pastor estuviera pidiendo ser acogido por nuestra Madre y Maestra.

Sinceramente, no me imagino a San Francisco de Sales arrodillándose ante un pastor calvinista. Ni a San Ignacio haciendo lo propio ante un pastor anglicano. Ni creo que el Beato Henry Newman se dejara imponer las manos por el Arzobispo de Canterbury una ver que ingresó en la Iglesia Católica.

Podemos arrodillarnos juntos para rezar. Pero un sacerdote católico no puede caer en la parafernalia pseudo-litúrgica del protestantismo evangélico, sobre todo si es pentecostal, que gusta mucho de este tipo de shows. Hace años vimos a todo un cardenal de la Iglesia caer en ese mismo error. Ahora lo vemos en un fraile que ocupa un lugar destacado ante el mismísimo Papa. Por buena que sea la intención, basta ya de cometer errores que no sirven sino para crear confusión.

Luis Fernando Pérez Bustamante