20.10.12

¿Corrección fraterna versus transparencia?

A las 4:08 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : El Vaticano

Una asamblea del Sínodo de los Obispos es, por naturaleza, un tanto caótica. Más de 200 obispos de todo el mundo se reúnen durante tres semanas en El Vaticano para debatir sobre un tema específico, elegido por el Papa. Los primeros 10 días cada uno pronuncia un discurso de apenas cinco minutos ante el pleno. Y habla de lo que Dios le da a entender. Aunque todos deberían ceñirse al tópico de la reunión, no siempre lo hacen. Surgen entonces las contribuciones más diversas. Este 2012 no ha sido la excepción.

Desde el pasado 7 de octubre unos 262 “padres sinodales” discuten sobre la llamada “nueva evangelización” en un nuevo encuentro del Sínodo. En pocas palabras cómo puede la Iglesia católica afrontar la crisis de fe que se vive en el mundo contemporáneo. Esta semana concluyeron las intervenciones individuales de los obispos. Después de haber leído decenas y decenas de páginas de discursos, uno puede caer en la tentación de concluir que estas asambleas no sirven para nada, o sirven para muy poco.

Prácticamente el 60 por ciento de las contribuciones dicen cosas ya sabidas. O comparten los mismos análisis sobre la realidad que escuchamos hasta el cansancio en las ya magistrales conferencias pronunciadas por Benedicto XVI. Algunos obispos toman la tribuna más como el presídium de una lección de teología básica, o de catequesis. Todo para concluir que la nueva evangelización requiere de congruencia, de fidelidad y, en última instancia, de santidad. Nada nuevo bajo el sol.

Más allá de las aportaciones poco útiles, diversos padres han puesto sobre la mesa problemas importantes como, por ejemplo, qué puede hacer la Iglesia por las familias (concretamente y no tanto de la boca para afuera). Se ha hablado de la crisis de las parroquias, de la insatisfacción de muchos fieles que viven situaciones irregulares (divorciados y vueltos a casar), de la poca eficacia de la formación al matrimonio y de la ignorancia de los católicos sobre sus preceptos de fe.

Lo interesante del Sínodo está por venir. Porque tanto debate debe dar como resultado una lista de 50 “proposiciones”: propuestas concretas que la reunión hará al Papa para que sean recogidas en una futura “exhortación apostólica post-sinodal”. El elenco será compuesto esta semana y se votará el próximo sábado 27 de octubre, un día antes de la clausura formal de la asamblea.

Una de las exigencias más sentidas de los hijos de la Iglesia en este mundo moderno es la congruencia. La falta de esa virtud duele mucho, sobre todo cuando la poca coherencia deriva en lastimosos escándalos. En el pasado, una errada cultura del silencio provocó el enquistamiento del mal en vastas zonas del mismo cuerpo eclesiástico, con nefastas consecuencias.

Todo esto viene a cuento porque una de las intervenciones en el Sínodo se refirió específicamente a ese tema. Un mensaje cuyo contenido pareció tener poco vínculo directo con la nueva evangelización pero, en realidad, sí debería abrir un debate urgente. ¿Corrección fraterna o transparencia? ¿Medicina evangélica o justicia a secas? ¿Qué debe ocurrir a quienes, dentro de la Iglesia, se manchan de corrupción administrativa, moral, intelectual? ¿Debe imperar el “buenismo” o la mano dura? ¿Cuál sería el justo medio? ¿Sería aceptable dar un paso atrás y volver al tiempo en el cual todos, absolutamente todos, los “trapitos” se lavaban en la casa del obispo o del mismo Papa? ¿Debe existir siempre la presunción de honestidad para todos en la Iglesia? ¿O más vale dejar que se imponga la cultura del “sospechosismo”? ¿El escándalo es que la corrupción tenga lugar o que los periodistas la hagan pública? ¿Si no es conocido por la opinión pública, el escándalo no existe?

Compartimos entonces el mensaje al Sínodo del cardenal Giuseppe Versaldi, presidente de la Prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa Sede. El purpurado no leyó su discurso ante el pleno y prefirió entregarlo sólo escrito. Por algo será.

Como Cristo ha enseñado, el anuncio del Evangelio debe ser siempre acompañado por la credibilidad de aquel que lo anuncia, poniendo en práctica el mensaje que proclama. Eso corresponde también al modo con el cual la Iglesia usa los bienes temporales necesarios para su misión espiritual. Tres observaciones a propósito de la actualidad de este tema.

1) Existe una real dificultad a encontrar el justo equilibrio entre las prioritarias exigencias del fin espiritual y las técnicas con las cuales los bienes materiales son tratados por las administraciones eclesiásticas en cuanto estas técnicas son dictadas por el mundo y en ocasiones pueden estar en contraste con el fin religioso. Como consecuencia pueden existir errores de parte de aquellos que administran los bienes eclesiásticos hacia los cuales debe valer en la Iglesia la presunción de buena intención y de honestidad, hasta la demostración de lo contrario, antes que la fácil acusación de interés y de poder personal propia de los denigradores de la Iglesia.

2) En los casos de posible mala administración de los bienes eclesiales como terapia debe valer la medicina evangélica de la corrección fraterna. Antes de la denuncia a las autoridades debe valer el diálogo personal para dar la posibilidad de una revisión y una reparación. Transparencia no significa automáticamente publicación del mal que lleva al escándalo. Sólo si no existe conversión, se debe recurrir a la autoridad competente a la cual compete la tarea de verificar las acusaciones sin que estas sean ya consideradas como prueba de mal gobierno.

3) Se necesita que la Iglesia comunique mejor cómo son usados los bienes en su posesión que están al servicio de la evangelización y de la promoción humana en todo el mundo. No se trata de exhibir el bien que se hace, sino de dar testimonio de la gran caridad presente en la Iglesia que debe resplandecer como luz que ilumina el mundo.