23.10.12

El Papa reafirma y clarifica la Dignitatis Humanae

A las 1:56 AM, por José Miguel Arráiz
Categorías : Concilio Vaticano II

 

Recientemente en la edición especial del L’Osservatore Romano fue publicado un texto del papa Benedicto XVI sobre el Concilio Vaticano II, cuya traducción la tenemos disponible en la Buhardilla de Jerónimo.

En dicho texto el Papa reafirma lo que ya había explicado en su discurso a los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la curia romana del 22 de diciembre del 2005. Aquella ocasión sostenía que el Concilio Vaticano II había reconocido y hecho suyo, con el decreto sobre la libertad religiosa, un principio esencial del Estado moderno, al mismo tiempo que recogió de nuevo el patrimonio más profundo de la Iglesia, en plena sintonía con la enseñanza de Jesús mismo, así como con la Iglesia de los mártires de todos los tiempos.

Más adelante el papa recordaba que los mártires de la Iglesia primitiva murieron por su fe en el Dios que se había revelado en Jesucristo, y precisamente así murieron también por la libertad de conciencia y por la libertad de profesar la propia fe, una profesión que ningún Estado puede imponer, sino que sólo puede hacerse propia con la gracia de Dios, en libertad de conciencia.

El texto era particularmente importante porque allí el Papa reconocía que la Iglesia en este punto había revisado y corregido algunas decisiones históricas, pero que “en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad”. No se trataba por tanto de una discontinuidad en los principios, pero para darse cuenta había que hacer las debidas distinciones entre las situaciones históricas concretas y sus exigencias.

El texto de ahora continúa la misma línea de clarificación explicando que la doctrina de la tolerancia, así como había sido elaborada en los detalles por Pío XII, no parecía ya suficiente frente al desarrollo del pensamiento filosófico y del modo de concebirse el Estado moderno. A este respecto comenta el Papa:

“Inesperadamente, el encuentro con los grandes temas de la edad moderna no tuvo lugar en la gran Constitución pastoral, sino más bien en dos documentos menores, cuya importancia se ha visto sólo poco a poco con la recepción del concilio. Se trata, en primer lugar, de la Declaración sobre la libertad religiosa, pedida y preparada con gran solicitud sobre todo por el episcopado americano. La doctrina de la tolerancia, así como había sido elaborada en los detalles por Pío XII, no parecía ya suficiente frente al desarrollo del pensamiento filosófico y del modo de concebirse el Estado moderno. Se trataba de la libertad de elegir y de practicar la religión, como también de la libertad de cambiarla, como derechos fundamentales a la libertad del hombre. De sus razones más íntimas, una tal concepción no podía ser extraña a la fe cristiana, que había entrado en el mundo con la pretensión de que el Estado no podía decidir la verdad y no podía exigir ningún tipo de culto. La fe cristiana reivindicaba la libertad de la convicción religiosa y de su práctica en el culto, sin violar con esto el derecho del Estado en su propio ordenamiento: los cristianos rezaban por el emperador, pero no lo adoraban. Desde este punto de vista se puede afirmar que el cristianismo, con su nacimiento, ha traído al mundo el principio de la libertad de religión. Sin embargo, la interpretación de este derecho a la libertad en el contexto del pensamiento moderno era todavía difícil, ya que podía parecer que la versión moderna de la libertad de religión presuponía la inaccesibilidad de la verdad para el hombre y que, por lo tanto, moviese la religión desde su fundamento a la esfera de lo subjetivo. Ha sido ciertamente providencial que, trece años después de la conclusión del concilio, el Papa Juan Pablo II haya llegado desde un país en que la libertad de religión era contestada por el marxismo, es decir, a partir de una particular forma de filosofía estatal moderna. El Papa provenía casi de una situación que se asemejaba a aquella de la Iglesia antigua, de modo que se volvió nuevamente visible la íntima ordenación de la fe al tema de la libertad, sobre todo la libertad de religión y de culto.”

Las clarificaciones del Papa respecto a la correcta interpretación del Concilio Vaticano II siempre son de agradecer, más cuando se trata de uno de los puntos en que los sectores tradicionalistas (lefebvrianos, filo-lefebvrianos y sedevacantistas) han opuesto más objeciones, porque aunque la gran mayoría no ceda un milímetro, servirán para que aquellos católicos atentos a la enseñanza del Magisterio puedan comprender cuál es la interpretación auténtica de los documentos conciliares, sobre todo ahora que estamos en el año de la fe.

Por cierto, ya esta semana está disponible en audio la segunda lección del Curso Para Conocer el Concilio Vaticano II. Puedes escucharlas en audio AQUI.