ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 26 de octubre de 2012

Nueva Evangelización para la transmisión cristiana de la fe

''El Señor guía la historia con su Espíritu''
Presentado el Mensaje al Pueblo de Dios

La nueva evangelización exige cambiar estructuras y acercarse a la gente
En diálogo con el arzobispo de Panamá al finalizar el Sínodo

AÑO DE LA FE

Arte y Fe, la vía de la belleza
Presentado en preestreno mundial un documental de los Museos Vaticanos

En la escuela de san Pablo...

Descubrir la grandeza de Cristo nuestro Sumo Sacerdote, lleno de compasión (Tiempo ordinario 30º, ciclo B
Comentarios a la segunda lectura dominical

Comentario al Evangelio

Ciegos que ven y videntes ciegos
Comentario al evangelio del Domingo 30º del T.O./B

Documentación

Como la samaritana en el pozo
Mensaje al Pueblo de Dios


Nueva Evangelización para la transmisión cristiana de la fe


''El Señor guía la historia con su Espíritu''
Presentado el Mensaje al Pueblo de Dios
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 26 octubre 2012 (ZENIT.org).- El mensaje al Pueblo de Dios de la XIII asamblea sinodal fue presentado hoy en la sala de prensa de la Santa Sede por el cardenal arzobispo de Florencia Giuseppe Betori; el arzobispo de Montpellier Pierre-Marie Carré; y el arzobispo de Manila Luis Antonio Tagle, y moderado por el portavoz padre Federico Lombardi.

Un documento el presentado hoy del que se desprende “que el Señor guía la historia con su Espíritu y esto da serenidad a los creyentes delante de las nuevas problemáticas”, indicó el cardenal florentino. Un documento que es fruto del sínodo, si bien non el fruto final que será la exhortación apostólica realizada por el santo padre. Un texto que reconoce los problemas, los enfrenta y reconoce la vitalidad existente en la Iglesia.

Un documento que si bien es largo puede ser leído por todos, tomando los dos primeros puntos que son generales y seguido de los que le interesan a cada fiel de modo particular. “Por ejemplo un joven puede tomar el 1 y 2 y después pasar al punto 9.

Los desafíos planteados en el sínodo fueron con tono positivo, como oportunidad, con una intervención constante de los obispos, en la que se salió una “síntesis de comunión”. Y que cuanto más difícil era la situación analizada más alentadoras fueron las propuestas. Y ejemplificó: “Estamos preocupados por la juventud, debido a las amenazas del mundo actual, si bien al mismo tiempo les vemos [a los jóvenes] con mucha confianza”.

El cardenal indicó que respecto a las asambleas sinodales anteriores, el documento hoy presentado tiene una articulación que toma en cuenta los continentes, con sus condiciones y contextos culturales muy diversos.

El arzobispo de Manila indicó que las preocupaciones levantadas por los padres sinodales y los expertos fueron tomados en la redacción del documento con una forma mentis de apertura y con una universalidad del mensaje dada en el encuentro con el Señor. Un documento que en muchas partes representa a una Iglesia muy simple, pobre, que sufre los cambios que suceden en el mundo y al mismo tiempo comparte los sufrimientos de la sociedad.

Subrayó también una característica particular del texto, la de dirigirse a cada uno de los continentes: “Un punto muy alto, porque demuestra que la comunión se verifica dando espacio a la diversidad”.

Sobre la extensión del mensaje, el cardenal Betori explicó la dificultad de hacer uno corto, visto que el tema de la nueva evangelización tratado por la asamblea sinodal “no se limita a un aspecto sino a la Iglesia y su visión en cuanto tal”. Sobre la piedad popular, indicó que hay solamente una breve indicación pues si bien era un tema importante no prevalecía sobre el de la parroquia.

Sobre el diálogo interreligioso, monseñor Tagle indicó que el tema estuvo muy presente en el aula sinodal, si bien con configuraciones muy locales, por lo que considerando la variedad y diversidad no era posible abordarlo.

Las familias en situación irregular, fue otro tema sobre el que el cardenal Betone respondió. Indicó que el mensaje sigue las impostaciones dadas en el Encuentro Mundial de las Familias que se realizó en Milán y contó con la presencia del papa. Y subrayó la necesidad de estar cerca de estas familias, si bien es un trabajo de acogida más a nivel de las propias parroquias, manteniendo la disciplina sobre los sacramentos.

El cardenal de Florencia, siempre en las respuestas, recordó que el mensaje demuestra que la Iglesia está viva, que no acepta una visión catastrofista de su realidad, y que se vio esto también en las intervenciones de los auditores y expertos. “Hay gran consciencia de que la Iglesia está viva”, dijo.

El cardenal Carré retomó el tema indicando que si bien en Francia “nuestra Iglesia está sufriendo el cambio desde una época en la que había fuertes relaciones entre el evangelio y la sociedad, hacia un mundo en el cual no hay puntos de referencia claros, sentimos que no estamos solos, y mi Iglesia vive en la esperanza y en la confianza”.

“He sentido temor --añadió el arzobispo de Manila- sobre la disminución del número de los católicos practicantes, de parroquias cerradas, o del sentido religioso que decae. En Asia este sentido de la Iglesia es muy fuerte y mismo si estamos en minoría vemos la plenitud de la Iglesia y los testimonios”.

El arzobispo de Manila, interrogado sobre el papel de las comunidades extranjeras que inmigraron a países de nueva evangelización, recordó la existencia de un lado negativo en la inmigración, que es dejar a las familias y las raíces. Y el positivo es que estas comunidades dan muchas veces testimonio de fe en los países que les reciben.

¿Qué cambia mañana después del mensaje de los padres sinodales? “La finalidad del mensaje no es decir lo que haremos mañana, empezando porque faltan las preposiciones finales y la exhortación del papa --indicó el purpurado- sino alentar a la conversión”.

No hay un punto en el mensaje referido a quienes se han alejado, y esto por la multiplicidad de motivos, como la inercia, el abandono y los casos de contestación, mientas que el empuje no lleva a distinguir entre estas situaciones.

Salió además el tema de una Iglesia más humilde, a lo que el arzobispo Tagle indicó que se trata “no de una estrategia sino de una elección, en particular en esta época. Porque el amor dado no pide una contrapartida”.

La presencia de la mujer a través de la alusión a la samaritana, al hablar de la familia y de la vida consagrada, con un agradecimiento al trabajo de las mujeres en nuestra comunidad, fue subrayado, más la especificidad de la mujer que su igualdad, lo que hubiera llevado a revindicaciones. 

La editorialista de una revista especializada en mujeres, agradeció que se citara a la samaritana en el documento, a lo que el cardenal Betori indicó que fueron también citadas al hablar de la familia y de la vida consagrada, con un agradecimiento al trabajo que realizan en la comunidad cristiana. Precisó el arzobispo de Florencia que se ha subrayado más la especificidad de la mujer que su igualdad, lo que hubiera sido considerado como una revindicación.

Ver el texto completo del mensaje en: http://www.zenit.org/article-43455?l=spanish.

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La nueva evangelización exige cambiar estructuras y acercarse a la gente
En diálogo con el arzobispo de Panamá al finalizar el Sínodo
Por José Antonio Varela Vidal

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 26 octubre 2012 (ZENIT.org).- Para los asistentes al Sínodo, estos son días de conclusiones, cumplir con los pendientes, entregar los pedidos… También es tiempo de hacer maletas, visitar amigos, despedirse a pocos… Sin embargo, para la mayoría de los padres sinodales, auditores y asistentes fraternos de otras creencias, serán días para revisar lo recorrido, hacer balances, o quizás rezar en accion de gracias.

A fin de conversar sobre esta asamblea sinodal, que ha durado casi tres semanas y termina ya el domingo 28, ZENIT entrevistó a monseñor José Domingo Ulloa OSA, arzobispo de Panamá, quien se dispone también a presidir las celebraciones por los 500 años de la fundación de la primera diócesis en tierra firme, creada bajo la advocación de Santa María La Antigua.

En lo personal, ¿Cómo ha vivido este Sínodo?

--Arzobispo Ulloa: Esta experiencia ha sido un regalo de Dios. En primer lugar, por el contexto en que lo hemos celebrado: no podemos olvidar los cincuenta años del Concilio Vaticano II, los veinte años del Catecismo de la Iglesia Católica, y también por el hecho de que nuestra Iglesia latinoamericana viene de celebrar la Quinta Conferencia del Episcopado en Aparecida. Son elementos que nos ayudan a ir descubriendo que el Sínodo nos quiere llevar sobre esta nueva evangelización, tal como lo decía Juan Pablo II, nueva en el ardor, con la convicción de que tenemos que proclamar el evangelio de Jesús.

Hay quienes dicen que entraron con una actitud al Sínodo y ahora salen con otra, ¿Le pasó a usted lo mismo?

--Arzobispo Ulloa: Creo que venimos con ciertas expectativas al Sínodo, pero desde esa capacidad de escuchar al otro, vamos viendo la universalidad de la Iglesia y creo que eso es lo más enriquecedor. Aquí no se trata de defender posturas, sino de meternos en la piel del otro, para que desde allí el evangelio sea proclamado y anunciado. Creo que esto es lo más importante, y es lo que hemos visto a lo largo de estas semanas.

¿Qué otra cosa en particular?

--Arzobispo Ulloa: El Sínodo ha sido descubrir la grandeza de una Iglesia que es universal, y que no la podemos ver solo desde mi realidad, por muy importante que sea. Hay hermanos que la ven de otra forma o tienen otras necesidades, y allí está lo grande de la fraternidad episcopal; siempre con la presencia de Pedro entre nosotros que viene a confirmar esto que vamos viviendo. Y al final, por mucho que los hombres podamos traer ideas, creo y confío que es el Espíritu el que va hacer de este Sínodo lo que en expectativa todos estamos esperando.

Sí, hay mucha expectativa... Se habla de actitudes “nuevas”.

--Arzobispo Ulloa: La gran novedad y actitud es reiterar el compromiso y la responsabilidad que como obispos tenemos de asumir el reto de la nueva evangelización, viviendo de una manera nueva y diferente este ministerio que el Señor nos ha regalado. Y también el compromiso que tienen los presbíteros y los laicos, desde la conversión personal, la conversión pastoral y el cambio de estructuras. Creo que cuando hablamos de nueva evangelización, nos referimos a una nueva actitud por parte de los discípulos y misioneros, que se vea en nosotros al mismo Jesús.

Cuando hablamos de cambio de estructuras…, ¿qué se debe cambiar?

--Arzobispo Ulloa: Al hablar de estructuras, diré que tenemos que estar mucho más cercanos a las personas, esa es la primera estructura. Luego, las mismas formas de llevar la Buena nueva, el Catecismo. La estructura incluso de relacionarnos... Así como se vivía en las primeras comunidades, las estructuras como tal cambiarán en la medida que la gente diga “miren cuánto se aman”.

¿Cómo han sido recibidos los aportes de los obipos de América Latina en el Sínodo? ¿Han sido acogidos?

--Arzobispo Ulloa: Creo que sí. Sobre la forma en que estamos viviendo y desarrollando la Iglesia latinoamericana, su magisterio. Porque no podemos olvidar que el caminar de la Iglesia en América Latina es la puesta en marcha del Concilio Vaticano II, ya que inmediatamente surgió la Conferencia de Medellín, luego Puebla, Santo Domingo. Se ha acogido la novedad de esta Iglesia nueva, que con 500 años de evangelización, todavía nos da una frescura que se ha notado en el Aula Sinodal.

¿Cuál ha sido el aporte específico que ha traído de la Iglesia de Panamá?

--Arzobispo Ulloa: Hemos traído dos grandes aportes. Uno es la necesidad del trabajo con las familias. Es fundamental la familia como primera iglesia doméstica, tal como lo reafirma el beato Juan Pablo II. Y también el fortalecer el sacramento matrimonial, sin olvidarnos de las otras realidades que viven muchas familias en situaciones irregulares, sobretodo del problema de los divorciados vueltos a casar…, de que en medio de ese sufrimiento --como lo ha repetido el papa Benedicto XVI--, puedan sentirse acogidos en la Iglesia.

¿Y el segundo aporte?

--Arzobispo Ulloa: También hemos estado hablando del papel de la mujer en el caminar de la Iglesia, de la mujer laica y también la mujer religiosa. No podemos hablar de nueva evangelización sin hablar del aporte que la mujer ha realizado y está realizando dentro de nuestra Iglesia.

Hay otro contexto en este tiempo, que son los 500 años de la evangelización en Panamá, ¿verdad?

--Arzobispo Ulloa: Sí, tenemos el gran priviliegio de celebrar el proximo año, que el 9 de septiembre de 1513 se creó la primera diócesis en tierra firme en América, bajo la advocación de Santa Maria La Antigua. Y con estas fiestas se quiere retomar el caminar histórico, y mirar el pasado con gratitud. Panamá ha sido una Iglesia que ha caminado siempre en la espiritualidad, acompañando a nuestro pueblo y creo que es el gran aporte de la iglesia. Por eso creo que es el momento de decirlo, que el evangelio llegó a América de la mano de María.

Habla de una Iglesia mariana…

--Arzobispo Ulloa: Esta es la grandeza del continente latinoamericano, y esto es a la vez un compromiso. Porque es una Iglesia que debe ser como María, siempre servidora, atenta a las necesidades de los demás, como en Caná de Galilea. Creo que esa es la función de la Iglesia, el estar siempre preocupados de que no tienen vino, pero también de guiarlos a quien puede transformar el agua en vino que es su hijo Jesús: “Hagan lo que Él les dice”. Esa ha sido la hermosa misión de la Iglesia en Latinoamérica y en Panamá.

ZENIT cumple 15 años, ¿cuál sería su mensaje?

--Arzobispo Ulloa: Agradecer a Dios por este gran medio que nos ofrece, que nos pone siempre al día del acontecer de la Iglesia, y va reflejando este espíritu de comunión y universalidad. Y sobre todo, de la seguridad de la fe en el papa, quien es el que confirma la fe de cada uno de nosotros como punto de unidad.

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AÑO DE LA FE


Arte y Fe, la vía de la belleza
Presentado en preestreno mundial un documental de los Museos Vaticanos
Por Nieves San Martín

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 26 octubre 2012 (ZENIT.org).- Con motivo del Año de la Fe se presentó, este jueves, a las 18 horas, en el Aula Pablo VI, en el Vaticano, el filme documental "Arte e Fede. Via pulchritudinis", en la presencia de Benedicto XVI. El video --presentado en preestreno mundial- es una realización del estado de la Ciudad del Vaticano, que ha contado con la producción del embajador de la Orden de Malta Przemyslaw Jan Häuser.

El Aula Pablo VI del Vaticano, casi llena en su siete mil puestos, fue el escenario en el que este jueves se proyectó un video, editado por los Museos Vaticanos.

A la hora prevista, llegó Benedicto XVI, saludando al entusiasta público presente y se sentó, en el centro de la sala, rodeado de un buen número de obispos y cardenales, reconocibles por sus solideos de color púrpura o morado, excepto los elegantes tocados de las Iglesias orientales, en medio de una marea de personas vestidas de rigurosa etiqueta casi todas de negro, con algún detalle de color. Los hábitos de algunas religiosas daban una pincelada marrón, gris, azulada sobre el fondo de los vestidos oscuros de señoras y señores.

Tras la proyección del documental, Benedicto XVI dirigió unas palabras de saludo a los asistentes y dió las gracias a quienes intervinieron para que la realización del documental fuera posible.

"Al inicio del Año de la Fe, es una contribucion específica y cualificada --dijo el papa- y esto certifica también el abundante empeño a varios niveles".

"Como explícitamente subraya la parte final del filme --explicó el santo padre--, para muchas personas la visita a los Museos Vaticanos representa su viaje a Roma y el contacto mayor y a veces único con la Santa Sede".

"Por ello, es la ocasión privilegiada para conocer el mensaje cristiano", afirmando que "el patrimonio artístico vaticano es una especie de gran parábola mediante" la cual se puede anunciar el mensaje a todo honbre y mujer de toda parte del mundo.

No en vano, desde siempre un medio de aproximación a la divinidad ha sido la belleza de la naturaleza, del arte, de la literatura, de la música, de las obras del hombre como "creador", a imagen del Creador.

El documental de setenta minutos es un recorrido histórico y virtual por los kilómetros de salas que alberga este espacio expositivo, con la contribución del profesor e historiador Antonio Paolucci, director de los Museos Vaticanos, y con Pawel Pitera como director del filme.

Quien conduce al espectador por las espléndidas galerías vaticanas es Guido Cornini, curador del Departamento de Artes Decorativas de los Museos Vaticanos.

El filme es un recorrido por la historia de los Museos Vaticanos: cómo se formaron sus distintas colecciones, las sucesivas ampliaciones del espacio ocupado para albergar las colecciones, y el interés personal de cada pontífice-mecenas en salvar una parte de las creaciones del hombre y la historia de las Bellas Artes. Ya se sabe que la vía de la belleza, "Via pulchritudinis", es una de las vías indicadas por los teólogos para llegar a Dios. Junto con la verdad y la bondad.

En este caso, no hay punto en el mundo que --en tan poco espacio- reúna más belleza y más esfuerzo de los seres humanos por expresar lo inexpresable. Punto de encuentro de fe y razón, según explican las palabras del profesor Paolucci.

¿Por qué ciertos papas tuvieron tanto interés en conservar las obras-testimonio de la cultura clásica pagana griega? Porque es el producto del esfuerzo por plasmar la belleza humana, una belleza ideal, obviamente. Pero como la Iglesia cree en la belleza del ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios, todo aquello que expresa belleza evidencia un soplo del Espíritu Creador. Sin el mecenazgo de tantos pontífices, muchas de esas obras no se habrían encontrado o conservado.

Y desde el arte clásico, antes de seguir adelante, hay que echar primero un breve vistazo a la Capilla Sixtina para contemplar toda la fuerza del acto de la creación del ser humano, la belleza del Cristo en todo el esplendor de la carne resucitada, según Miguel Ángel; María que mira con misericordia y empatía lo que sucede abajo. Y cómo unos ascienden hacia la luz y otros se sumen en las tinieblas, en una onda de continuo movimiento...

De la Sixtina, a la que luego se torna, se sigue de nuevo el itinerario de los Museos Vaticanos. A través de la ingente cantidad de joyas del arte, se narra la historia de la Iglesia. La Sala de los Mapas ilustra tantas aventuras humanas que fueron apoyadas por la Santa Sede. En fin se podría seguir contando el contenido pero es mejor verlo.

La dirección del proyecto es de monseñor Paolo Nicolini, director administrativo de los Museos Vaticanos. El consultor general de comunicación, Arturo Mari (exfotógrafo papal); director de fotografía, Guido Cornini; consultores para la escenografía: Elizabeth Lev [colaboradora de ZENIT en su columna de Arte], sor Rebecca Nazzaro, Chiara Palazzini, Pawl Pitera.

El video tiene la posibilidad de escucharlo en francés, alemán, inglés y polaco--. Parece un poco extraño que la lengua española no aparezca en esta produción, probablemente tiene que ver con los mecenas del documental. No será extraño que pronto alguna editorial se ofrezca a hacer la versión en castellano o quizá ya están en ello, visto que esto no es un estreno sino un visionado previo, aprovechando la presencia en Roma en los padres sinodales. Este es un documental-documental, con una narración casi lineal. Hay en él poco de todas las posibilidades que permiten hoy las nuevas tecnologías.

La producción ejecutiva estuvo a cargo de TBA Group y Agora SA. El filme se pudo producir también por la colaboración de varios mecenas: KGHM Polska MiedżSA, PKP Cargo Logistics; y como contraparte: Eurolot.com.

Para más información: http://mv.vatican.va/.

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En la escuela de san Pablo...


Descubrir la grandeza de Cristo nuestro Sumo Sacerdote, lleno de compasión (Tiempo ordinario 30º, ciclo B
Comentarios a la segunda lectura dominical
ROMA, viernes 26 octubre 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna "En la escuela de san Pablo...", escrita por nuestro colaborador el padre Pedro Mendoza LC, ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 30º domingo del Tiempo ordinario.

*****

Pedro Mendoza LC

"Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec". Heb 5,1-6

Comentario

En el pasaje de la segunda lectura de este domingo el autor de la carta a los Hebreos nos ofrece la descripción del Sumo Sacerdote, señalando primero las cualidades y el oficio del Sumo Sacerdote terreno, y luego mostrando cómo Cristo tiene estas cualidades y este oficio. El autor de la carta a los Hebreos formula la definición de Sumo Sacerdote basándose en los datos del Antiguo Testamento, pero releyéndolos en la experiencia de Cristo: es a partir de Él, de cuanto ha hecho para eliminar el pecado y reconducir el hombre a Dios, que el autor relee el Antiguo Testamento y encuentra el sentido profundo de esta institución. En su definición destaca tres características esenciales del sacerdote: es elegido entre los hombres para cuidar sus relaciones con Dios (v.1a); hace ofrendas por los pecados y comparte la miseria humana (vv.1b-3); recibe directamente su investidura de Dios (v.4).

En primer lugar, es seleccionado de entre los hombres y por el bien de los hombres (v.1a). En la definición de sacerdote encaja ante todo su origen humano: "todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios..." (v.1a). El sacerdote no viene de otro mundo, sino que "es tomado" de entre los hombres, es uno de ellos y lleva en sí todo el espesor de la experiencia humana. La inmersión en la experiencia humana en el Antiguo Testamento era considerada como un límite y un obstáculo que el sacerdote tenía que superar para poder ponerse en contacto con la divinidad; aquí en cambio el ser hombre como todo los demás es visto como una condición indispensable para el sacerdocio. Con la humanidad del sacerdote va al mismo tiempo su estar de la parte de los hombres. Él es constituido "en favor de los hombres", es decir tiene que preocuparse de su bien; su campo de acción son "las cosas que conciernen a Dios": tiene que favorecer la justa relación de los hombres con Dios.

En segundo lugar, intercede con sus ofrendas y comparte la miseria humana (vv.1b-3). El empeño del sacerdote en favor de los hombres destaca su tarea principal: él es constituido "...para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo" (vv.1b-3). En el campo delicado e importante de las relaciones con Dios el sacerdote tiene que ofrecer "dones y sacrificios por los pecados". Se pone en primer plano el carácter expiatorio de los sacrificios ofrecidos a Dios. A pesar de su dignidad, el Sumo Sacerdote está circundado de "debilidad": justo por esto no puede no tener la connatural capacidad de "compasión hacia los ignorantes y extraviados" (v.2). La solidaridad de Cristo con la humanidad y su miseria es total, menos en el pecado. Su solidaridad se manifiesta en su encarnación, que comporta el escándalo de la muerte de cruz (cf. vv.7-10).

La tercera característica del sacerdocio es la llamada divina (v.4). Una nota que reclama también el Antiguo Testamento: "nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón" (v.4). En el concepto mismo de sacerdocio está incluida la idea de una mediación entre el hombre y Dios (cf. 5,1). Por ello es lógico que el mediador tiene que ser grato a Dios: mucho mejor por tanto si es Dios mismo quien lo elige y lo llama, como ocurrió en la elección de Aarón, hermano de Moisés, y de sus hijos (cf. Ex 28,1). La vocación de Aarón se extiende a todos los sacerdotes del Antiguo Testamento, quienes pueden ejercer este oficio en cuanto descendientes del que lo ha recibido en primer lugar.

Después de haber dado una definición de Sumo Sacerdote inspirada ya en el comportamiento de Cristo, el autor no tiene dificultad en mostrar cómo sólo en Él tal definición se aplica de modo pleno. En cuanto a la llamada divina, señala que, como Aarón, Cristo ha sido llamado también directamente por Dios al sacerdocio: "De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec" (vv.5-6). Para demostrar la vocación sacerdotal de Cristo el autor se apela a dos textos del Antiguo Testamento interpretados en clave mesiánica: Sal 2,7 y Sal 110,4. En realidad solamente el segundo habla del Mesías como "sacerdote", mientras que el primero se refiere sencillamente al Mesías como "Hijo de Dios". El autor ha juntado estos dos textos para hacerlos más probadores: Cristo en efecto es Sumo Sacerdote justamente en cuanto que es el Hijo de Dios (cf. 1,1-4), semejante en todo a los hombres sus hermanos (cf. 2,14-18). De esta lectura resulta que la vocación de Cristo nace de su misma identidad, reconocida y proclamada por Dios: en otras palabras, para Cristo el ser sacerdote deriva de lo que Él "es" realmente delante de Dios y de una misión que desde el principio le pertenece. El sacerdocio de Cristo, aunque se perfecciona en la oblación de la cruz, abraza de hecho toda su existencia terrena, comenzando desde el momento de su encarnación (cf. 10,5-7).

Aplicación

Descubrir la grandeza de Cristo nuestro Sumo Sacerdote, lleno de compasión.

La liturgia de la Palabra de este domingo nos invita a descubrir una característica distintiva del amor de Dios para con nosotros, su compasión. En el Evangelio vemos a Cristo que, ante los reclamos del ciego de nacimiento de Jericó, se compadece de él, lo cura de su ceguera y le da el don de la fe que salva. El profeta Jeremías, en la primera lectura, nos ofrece un discurso semejante: ahí es el Señor que, en su grande amor por su pueblo que sufre el destierro, promete el retorno a la patria y una vida próspera en ella. La carta a los Hebreos, por su parte, resalta, como una de las notas fundamentales de Cristo Sumo Sacerdote, la solidaridad y la capacidad suya de compadecerse por la humanidad.

La primera lectura, tomada del profeta Jeremías (31,7-9), nos recuerda cómo en el Antiguo Testamento Dios se muestra siempre solícito y disponible para escuchar las oraciones de su pueblo, incluso cuando es un pueblo pecador, que merece el castigo. Dios se muestra siempre compasivo y, después del castigo del exilio, conduce de nuevo a su pueblo a su patria. Sus promesas nunca caen en el olvido, las mantiene y lleva fielmente a cumplimiento, porque Él permanece siempre un "padre para Israel" y "Efraím es su primogénito" (31,9). A través de esas promesas de ayuda y de consolación para con su pueblo, señaladas por el profeta Jeremías, se expresa toda la bondad de Dios para con nosotros.

En el Evangelio de este domingo (Mc 10,46-52) resplandece esa compasión de Cristo para con los más necesitados. Aquel ciego de nacimiento de Jericó, que se encontraba en una situación sumamente penosa, de impotencia y de total dependencia de los demás, fue objeto de particular compasión por parte de Cristo, quien se cruzó por su camino. El ciego tiene una gran confianza en Cristo. Reconoce en Él al Hijo de David y, al mismo tiempo, ve en Él toda la compasión del Padre y toda la eficacia de la acción divina. Ante los ruego de ese ciego Cristo obra el milagro de la curación no sólo de su cuerpo sino también de su alma, pues infunde y ratifica en él la fe que salva.

En la segunda lectura, el autor de la carta a los Hebreos nos habla de esas notas distintivas del Sumo Sacerdote, por medio de las cuales elabora la definición del mismo (5,1-6). Todas ellas se encuentran realizadas en modo pleno en Cristo. Pone de particular relieve la característica de la solidaridad de Cristo y de su compasión por cada hombre para ayudarle a salir de su ignorancia y del error y conducirlo así a formar parte del grupo de sus seguidores y del nuevo pueblo de Dios.

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Comentario al Evangelio


Ciegos que ven y videntes ciegos
Comentario al evangelio del Domingo 30º del T.O./B
ROMA, viernes 26 octubre 2012 (ZENIT.org).-Ofrecemos el comentario al evangelio del próximo domingo de nuestro colaborador padre Jesús Álvarez, paulino.

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Por Jesús Álvarez, SSP

Llegaron a Jericó. Al salir Jesús de allí con sus discípulos y con bastante más gente, un limosnero ciego se encontraba a la orilla del camino. Se llamaba Bartimeo (hijo de Timeo). Al enterarse de que era Jesús de Nazaret el que pasaba, empezó a gritar:¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Varias personas trataban de hacerlo callar. Pero él gritaba con más fuerza: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo. Llamaron, pues, al ciego diciéndole: Vamos, levántate, que te está llamando. Y él, arrojando su manto, se puso en pie de un salto y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego respondió: Maestro, que vea. Entonces Jesús le dijo: Puedes irte; tu fe te ha salvado. Y al instante pudo ver y siguió a Jesús por el camino”. (Marcos 10, 46-52)

La ceguera en tiempos de Jesús --y también hoy en muchos casos--, condena a los pacientes a una vida dura, pobre y marginada. Y en los países pobres no tienen otra salida que mendigar o morir de hambre en la angustia de sus tinieblas.

Sin embargo, también se dan muchos casos de ciegos que saben aprovechar su deficiencia visual como ocasión para aumentar su visión mental y espiritual, e incluso ganarse la vida con su trabajo. En ese sentido me decía un amigo que en un accidente perdió la vista y a su esposa, el encanto de sus ojos: "Desde que estoy ciego, veo mucho mejor".

Como hay una ceguera física, así hay una ceguera mental por falta de formación, cultura, información, comunicación, inercia. Hay una ceguera espiritual, que consiste en el desconocimiento de Dios y del destino eterno de la vida: incapacidad para ver más allá de lo material e inmediato. Es la peor ceguera y miseria.

La multitud que seguía a Jesús iba buscando luz y sentido eterno para su vida.Sin embargo, entre los que entonces se juntaban con él y entre los que hoy aparentan seguir a Jesús, hay quienes ven la esperanza de su vida en lo destinado a perecer. El Hijo de Dios y su plan de salvación no entran en sus mezquinos planes egoístas. Asisten a celebraciones religiosas, y luego ignoran a Cristo vivo presente en la Eucaristía, en la Biblia, en la creación, en los que sufren y en la propia vida. Se “ciegan” ante el amor de Dios y el amor al prójimo, y por tanto se cierran a la salvación.

A casi nadie de los que acompañaban a Jesús le interesaba el horrible sufrimiento del pobre ciego. Solo Jesús sintió compasión e interés por él. ¿No sucede hoy lo mismo con tantos que se profesan cristianos, católicos, pero pasan indiferentes y cierran los ojos del rostro y del corazón ante el sufrimiento de multitud de hermanos? Incluso de hermanos con los conviven cada día. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Sólo quien se reconoce ciego y pobre, puede desear, pedir y recibir la curación de su ceguera. Creer en Jesús no es cuestión solo de palabras, doctrinas, ideas y rezos o ritos, sino fundamentalmente de hechos, de adhesión amorosa a Él allí donde se manifiesta: Eucaristía, Biblia, prójimo, naturaleza...

“¡Señor, que yo vea!”, tiene que ser también hoy el grito sincero de cada uno de nosotros. Supliquemos que se nos abran los ojos del rostro para contemplar y agradecer las maravillas de la creación, que es transparencia de Dios; y ante los que sufren, que son presencia del Crucificado.

Que se nos abran los ojos de la mente, para conocer la verdad que nos hace libres e hijos de Dios. Que se nos abran los ojos de la fe, para ver y vivir el sentido profundo y eterno de nuestra vida y podamos alcanzar el feliz destino eterno, ayudando a otros a conquistar ese mismo destino maravilloso.

“¡Señor Jesús, que yo vea!” Dame la fe que te permita curarme.

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Documentación


Como la samaritana en el pozo
Mensaje al Pueblo de Dios
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 26 octubre 2012 (ZENIT.org).- En la Vigésima Congregación General de hoy, viernes 26 de octubre de 2012, los Padres Sinodales aprobaron el Mensaje al Pueblo de Dios, como conclusión de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Publicamos a continuación el texto integral de la versión en español.

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Hermanos y hermanas:

“Gracia a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1, 7). Obispos de todo el mundo, invitados por el Obispo de Roma, el Papa Benedicto XVI, nos hemos reunido para reflexionar juntos sobre “la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” y, antes de volver a nuestras Iglesias particulares, queremos dirigirnos a todos vosotros, para animar y orientar el servicio al Evangelio en los diversos contextos en los que estamos llamados a dar hoy testimonio.

1. Como la samaritana en el pozo.
Nos dejamos iluminar por una página del Evangelio: el encuentro de Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42). No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaría, no se encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar significado pleno a la existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero conviene hacer discernimiento para evitar aguas contaminadas. Es urgente orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser ruinosas.
Como Jesús, en el pozo de Sicar, también la Iglesia siente el deber de sentarse junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo su Espíritu es el agua que da la vida verdadera y eterna. Sólo Jesús es capaz de leer hasta lo más profundo del corazón y desvelarnos nuestra verdad: “Me ha dicho todo lo que he hecho”, cuenta la mujer a sus vecinos. Esta palabra de anuncio - a la que se une la pregunta que abre a la fe: “¿Será Él el Cristo?” - muestra que quien ha recibido la vida nueva del encuentro con Jesús, a su vez no puede hacer menos que convertirse en anunciador de verdad y esperanza para con los demás. La pecadora convertida se convierte en mensajera de salvación y conduce a toda la ciudad hacia Jesús. De la acogida del testimonio la gente pasará después a la experiencia directa del encuentro: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.

2. Una nueva evangelización.
Conducir a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con Él, es una urgencia que aparece en todas las regiones, tanto las de antigua como las de reciente evangelización. En todos los lugares se siente la necesidad de reavivar una fe que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obstaculizan su enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y sus frutos coherentes. No se trata de comenzar todo de nuevo, sino – con el ánimo apostólico de Pablo, el cual afirma: “¡Ay de mí si non anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9,16) - de insertarse en el largo camino de proclamación del Evangelio que, desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el presente, ha recorrido la historia y ha edificado comunidades de creyentes por toda la tierra. Por pequeñas o grandes que sean, éstas son el fruto de la entrega de tantos misioneros y de no pocos mártires, de generaciones de testigos de Jesús, de los cuales guardamos una memoria agradecida.
Los cambios sociales, culturales, económicos, políticos y religiosos nos llaman, sin embargo, a algo nuevo: a vivir de un modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones” (Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM, Port-au-Prince 9 marzo 1983, n. 3) como dijo Juan Pablo II. Una evangelización dirigida, como nos ha recordado Benedicto XVI, “principalmente a las personas que, habiendo recibido el bautismo, se han alejado de la Iglesia viven sin referencia alguna a la vida cristiana [...], para favorecer en estas personas un nuevo encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que lleva consigo alegría y esperanza para la vida personal, familiar y social”. (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la solemne inauguración de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 7 octubre 2012)

3. El encuentro personal con Jesucristo en la Iglesia.
Antes de entrar en la cuestión sobre la forma que debe adoptar esta nueva evangelización, sentimos la exigencia de deciros, con profunda convicción, que la fe se decide, sobre todo, en la relación que establecemos con la persona de Jesús, que sale a nuestro encuentro. La obra de la nueva evangelización consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo. Os invitamos a todos a contemplar el rostro del Señor Jesucristo, a entrar en el misterio de su existencia, entregada por nosotros hasta la cruz, ratificada como don del Padre por su resurrección de entre los muertos y comunicada a nosotros mediante el Espíritu. En la persona de Jesús se revela el misterio de amor de Dios Padre por la entera familia humana. Él no ha querido dejarla a la deriva de su imposible autonomía, sino que la ha unido a si mismo por medio de una renovada alianza de amor.
La Iglesia es el espacio ofrecido por Cristo en la historia para poderlo encontrar, porque Él le ha entregado su Palabra, el bautismo que nos hace hijos de Dios, su Cuerpo y su Sangre, la gracia del perdón del pecado, sobre todo en el sacramento de la Reconciliación, la experiencia de una comunión que es reflejo mismo del misterio de la Santísima Trinidad y la fuerza del Espíritu que nos mueve a la caridad hacia los demás.
Hemos de constituir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en su casa, con experiencias concretas de comunión que, con la fuerza ardiente del amor, -“Mirad como se aman” (Tertulliano, Apologetico, 39, 7) – atraigan la mirada desencantada de la humanidad contemporánea. La belleza de la fe debe resplandecer, en particular, en la sagrada liturgia, sobre todo en la Eucaristía dominical. Justo en las celebraciones litúrgicas la Iglesia muestra su rostro de obra de Dios y hace visible, en las palabras y en los gestos, el significado del Evangelio. 
Es nuestra tarea hoy el hacer accesible esta experiencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los pozos a los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su encuentro con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida. De esto son responsables las comunidades cristianas y, en ellas, cada discípulo del Señor. Cada uno debe dar un testimonio insustituible para que el Evangelio pueda cruzarse con la existencia de tantas personas. Por eso, se nos exige la santidad de vida.

4. Las ocasiones del encuentro con Jesús y la escucha de la Escritura
Algunos preguntarán cómo llevar a cabo todo esto. No se trata de inventar nuevas estrategias, casi como si el Evangelio fuera un producto para poner en el mercado de las religiones sino descubrir los modos mediante los cuales, ante el encuentro con Jesús, las personas se han acercado a Él y por Él se han sentido llamadas y adaptarlos a las condiciones de nuestro tiempo. 
Recordamos, por ejemplo, cómo Pedro, Andrés, Santiago y Juan han sido llamados por Jesús en el contexto de su trabajo, cómo Zaqueo ha podido pasar de la simple curiosidad al calor de la mesa compartida con el Maestro, cómo el centurión pide la intervención del Señor ante la enfermedad de una persona cercana, como el ciego de nacimiento lo ha invocado como liberador de su propia marginación, como Marta y María han visto recompensada su hospitalidad con su propia presencia. Podemos continuar aún recorriendo las páginas de los Evangelios y encontrando tantos y tantos modos en los que la vida de las personas se ha abierto, desde diversas condiciones, a la presencia de Cristo. Y lo mismo podemos hacer con todo lo que la Escritura nos dice de la experiencia misionera de los apóstoles en la Iglesia naciente.
La lectura frecuente de la Sagrada Escritura, iluminada por la Tradición de la Iglesia que nos la entrega y la interpreta auténticamente, no sólo es un paso obligado para conocer el contenido mismo del Evangelio, esto es, la persona de Jesús en el contexto de la historia de la salvación, sino que, además, nos ayuda a hallar espacios nuevos de encuentro con Él, nuevas formas de acción verdaderamente evangélicas, enraizadas en las dimensiones fundamentales de la vida humana: la familia, el trabajo, la amistad, la pobreza y las pruebas de la vida, etc.

5. Evangelizarnos a nosotros mismos y disponernos a la conversión
Queremos resaltar que la nueva evangelización se refiere, en primer lugar, a nosotros mismos. En estos días, muchos obispos nos han recordado que, para poder evangelizar el mundo, la Iglesia debe, ante todo, ponerse a la escucha de la Palabra. La invitación a evangelizar se traduce en una llamada a la conversión.
Sentimos sinceramente el deber de convertirnos a la potencia de Cristo, que es capaz de hacer todas las cosas nuevas, sobre todo nuestras pobres personas. Hemos de reconocer con humildad que la miseria, las debilidades de los discípulos de Jesús, especialmente de sus ministros, hacen mella en la credibilidad de la misión. Somos plenamente conscientes, nosotros los Obispos los primeros, de no poder estar nunca a la altura de la llamada del Señor y del Evangelio que nos ha entregado para su anuncio a las gentes. Sabemos que hemos de reconocer humildemente nuestra debilidad ante las heridas de la historia y no dejamos de reconocer nuestros pecados personales. Estamos, además, convencidos de que la fuerza del Espíritu del Señor puede renovar su Iglesia y hacerla de nuevo esplendorosa si nos dejamos transformar por Él. Lo muestra la vida de los santos, cuya memoria y el relato de sus vidas son instrumentos privilegiados de la nueva evangelización.
Si esta renovación fuese confiada a nuestras fuerzas, habría serios motivos de duda, pero en la Iglesia la conversión y la evangelización no tienen como primeros actores a nosotros, pobres hombres, sino al mismo Espíritu del Señor. Aquí está nuestra fuerza y nuestra certeza, que el mal no tendrá jamás la última palabra, ni en la Iglesia ni en la historia: “No se turbe vuestro corazón y no tengáis miedo” (Jn 14, 27), ha dicho Jesús a sus discípulos.
La tarea de la nueva evangelización descansa sobre esta serena certeza. Nosotros confiamos en la inspiración y en la fuerza del Espíritu, que nos enseñará lo que debemos decir y lo que debemos hacer, aún en las circunstancias más difíciles. Es nuestro deber, por eso, vencer el miedo con la fe, el cansancio con la esperanza, la indiferencia con el amor.
6. Reconocer en el mundo de hoy nuevas oportunidades de evangelización
Este sereno coraje sostiene también nuestra mirada sobre el mundo contemporáneo. No nos sentimos atemorizados por las condiciones del tiempo en que vivimos. Nuestro mundo está lleno de contradicciones y de desafíos, pero sigue siendo creación de Dios, y aunque herido por el mal, siempre es objeto de su amor y terreno suyo, en el que puede ser resembrada la semilla de la Palabra para que vuelva a dar fruto. 
No hay lugar para el pesimismo en las mentes y en los corazones de aquellos que saben que su Señor ha vencido a la muerte y que su Espíritu actúa con fuerza en la historia. Con humildad, pero también con decisión - aquella que viene de la certeza de que la verdad siempre vence - nos acercamos a este mundo y queremos ver en él una invitación del Resucitado a ser testigos de su nombre. Nuestra Iglesia está viva y afronta los desafíos de la historia con la fortaleza de la fe y del testimonio de tantos hijos suyos. 
Sabemos que en el mundo debemos afrontar una batalla contra “los Principados y las Potencias” y “los espíritus del mal” (Ef 6,12). No ocultamos los problemas que tales desafíos suponen, pero no nos atemorizan. Esto lo señalamos especialmente ante los fenómenos de globalización, que deben ser para nosotros oportunidad para extender la presencia del Evangelio. También las migraciones - aún con el peso del sufrimiento que conllevan, y con las que queremos estar sinceramente cercanos, con la acogida propia de los hermanos - son ocasiones, como ha sucedido en el pasado, de difusión de la fe y de comunión en todas sus formas. La secularización y la crisis del primado de la política y del Estado piden a la Iglesia repensar su propia presencia en la sociedad, sin renunciar a ella. Las muchas y siempre nuevas formas de pobreza abren espacios inéditos al servicio de la caridad: la proclamación del Evangelio compromete a la Iglesia a estar al lado de los pobres y compartir con ellos sus sufrimientos, como lo hacía Jesús. También en las formas más ásperas de ateísmo y agnosticismo podemos reconocer, aún en modos contradictorios, no un vacío, sino una nostalgia, una espera que requiere una respuesta adecuada.
Frente a los interrogantes que las culturas dominantes plantean a la fe y a la Iglesia, renovamos nuestra fe en el Señor, ciertos de que también en estos contextos el Evangelio es portador de luz y capaz de sanar la debilidad del hombre. No somos nosotros quienes para conducir la obra de la evangelización, sino Dios. Como nos ha recordado el Papa: “La primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo introduciéndonos en esta iniciativa divina, sólo implorando esta iniciativa divina, podemos nosotros también llegar a ser –con él y en él- evangelizadores”. (Benedicto XVI, Meditación de la primera congregación general de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 8 octubre 2012)

7. Evangelización, familia y vida consagrada
Desde la primera evangelización la transmisión de la fe, en el transcurso de las generaciones, ha encontrado un lugar natural en la familia. En ella - con un rol muy significativo desarrollado por las mujeres, sin que con esto queramos disminuir la figura paterna y su responsabilidad - los signos de la fe, la comunicación de las primeras verdades, la educación en la oración, el testimonio de los frutos del amor, han sido infundidos en la vida de los niños y adolescentes en el contexto del cuidado que toda familia reserva al crecimiento de sus pequeños. A pesar de la diversidad de las situaciones geográficas, culturales y sociales, todos los obispos del Sínodo han confirmado este papel esencial de la familia en la transmisión de la fe. No se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa. 
No escondemos el hecho de que hoy la familia, que se constituye con el matrimonio de un hombre y una mujer que los hace “una sola carne” (Mt 19,6) abierta a la vida, está atravesada por todas partes por factores de crisis, rodeada de modelos de vida que la penalizan, olvidada de las políticas de la sociedad, de la cual es célula fundamental, no siempre respetada en sus ritmos ni sostenida en sus esfuerzos por las propias comunidades eclesiales. Precisamente por esto, nos vemos impulsados a afirmar que tenemos que desarrollar un especial cuidado por la familia y por su misión en la sociedad y en la Iglesia, creando itinerarios específicos de acompañamiento antes y después del matrimonio.en las formas más penosas de atey son un signo de esta fuente de vida plena para los hombres en la sociedad. Las muchas y siempr Queremos expresar nuestra gratitud a tantos esposos y familias cristianas que con su testimonio continúan mostrando al mundo una experiencia de comunión y de servicio que es semilla de una sociedad más fraterna y pacífica.
Nuestra reflexión se ha dirigido también a las situaciones familiares y de convivencia en las que no se muestra la imagen de unidad y de amor para toda la vida que el Señor nos ha enseñado. Hay parejas que conviven sin el vínculo sacramental del matrimonio; se extienden situaciones familiares irregulares construidas sobre el fracaso de matrimonios anteriores: acontecimientos dolorosos que repercuten incluso sobre la educación en la fe de los hijos. A todos ellos les queremos decir que el amor de Dios no abandona a nadie, que la Iglesia los ama y es una casa acogedora con todos, que siguen siendo miembros de la Iglesia, aunque no puedan recibir la absolución sacramental ni la Eucaristía. Que las comunidades católicas estén abiertas a acompañar a cuantos viven estas situaciones y favorezcan caminos de conversión y de reconciliación.
La vida familiar es el primer lugar en el cual el Evangelio se encuentra con la vida ordinaria y muestra su capacidad de transformar las condiciones fundamentales de la existencia en el horizonte del amor. Pero no menos importante es, para el testimonio de la Iglesia, mostrar como esta vida en el tiempo se abre a una plenitud que va más allá de la historia de los hombres y que conduce a la comunión eterna con Dios. Jesús no se presenta a la mujer samaritana simplemente como aquel que da la vida sino como el que da la “vida eterna” (Jn 4, 14). El don de Dios que la fe hace presente, no es simplemente la promesa de unas mejores condiciones de vida en este mundo, sino el anuncio de que el sentido último de nuestra vida va más allá de este mundo y se encuentra en aquella comunión plena con Dios que esperamos en el final de los tiempos. 
De este sentido de la vida humana más allá de lo terrenal son particulares testigos en la Iglesia y en el mundo cuantos el Señor ha llamado a la vida consagrada, una vida que, precisamente porque está dedicada totalmente a él, en el ejercicio de la pobreza, la castidad y la obediencia, es el signo de un mundo futuro que relativiza cualquier bien de este mundo. Que de la Asamblea del Sínodo de los Obispos llegue a estos hermanos y hermanas nuestros la gratitud por su fidelidad a la llamada del Señor y por la contribución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia, la exhortación a la esperanza en situaciones nada fáciles para ellos en estos tiempos de cambio y la invitación a reafirmarse como testigos y promotores de nueva evangelización en los varios ámbitos de la vida en que los carismas de cada instituto los sitúa. 

8. La comunidad eclesial y los diversos agentes de la evangelización
La obra de la evangelización no es labor exclusiva de alguien en la Iglesia sino del conjunto de las comunidades eclesiales, donde se tiene acceso a la plenitud de los instumentos del encuentro con Jesús: la Palabra, los sacramentos, la comunión fraterna, el servicio de la caridad, la misión.
En esta perspectiva emerge sobre todo el papel de la parroquia como presencia de la Iglesia en el territorio en el que viven los hombres, “fuente de la villa”, como le gustaba llamarla a Juan XXIII, en la que todos pueden beber encontrando la frescura del Evangelio. Su función permanece imprescindible, aunque las condiciones particulares pueden requerir una articulación en pequeñas comunidades o vínculos de colaboración en contextos más amplios. Sentimos, ahora, el deber de exhortar a nuestras parroquias a unir a la tradicional cura pastoral del Pueblo de Dios las nuevas formas de misión que requiere la nueva evangelización. Éstas, deben alcanzar también a las variadas formas de piedad popular.
En la parroquia continúa siendo decisivo el ministerio del sacerdote, padre y pastor de su pueblo. A todos los presbíteros, los obispos de esta Asamblea sinodal expresan gratitud y cercanía fraterna por su no fácil tarea y les invitamos a unirse cada vez más al presbiterio diocesano, a una vida espiritual cada vez más intensa y a una formación permanente que los haga capaces de afrontar los cambios sociales.
Junto a los sacerdotes reconocemos la presencia de los diáconos así como la acción pastoral de los catequistas y de tantas figuras ministeriales y de animación en el campo del anuncio y de la catequesis, de la vida litúrgica, del servicio caritativo, así como las diversas formas de participación y de corresponsabilidad de parte de los fieles, hombres y mujeres, cuya dedicación en los diversos servicios de nuestras comunidades no será nunca suficientemente reconocida. También a todos ellos les pedimos que orienten su presencia y su servicio en la Iglesia en la óptica de la nueva evangelización, cuidando su propia formación humana y cristiana, el conocimiento de la fe y la sensibilidad a los fenómenos culturales actuales. 
Mirando a los laicos, una palabra específica se dirige a las varias formas de asociación, antiguas y nuevas, junto con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Todas ellas son expresiones de la riqueza de los dones que el Espíritu entrega a la Iglesia. También a estas formas de vida y compromiso en la Iglesia expresamos nuestra gratitud, exhortándoles a la fidelidad al propio carisma y a la plena comunión eclesial, de modo especial en el ámbito de las Iglesias particulares.
Dar testimonio del Evangelio no es privilegio exclusivo de nadie. Reconocemos con gozo la presencia de tantos hombres y mujeres que con su vida son signos del Evangelio en medio del mundo. Lo reconocemos también en tantos de nuestros hermanos y hermanas cristianos con los cuales la unidad no es todavía perfecta, aunque han sido marcados con el bautismo del Señor y son sus anunciadores. En estos días nos ha conmovido la experiencia de escuchar las voces de tantos responsables de Iglesias y Comunidades eclesiales que nos han dado testimonio de su sed de Cristo y de su dedicación al anuncio del Evangelio, convencidos también ellos de que el mundo tiene necesidad de una nueva evangelización. Estamos agradecidos al Señor por esta unidad en la exigencia de la misión.

9. Para que los jóvenes puedan encontrarse con Cristo
Nos sentimos cercanos a los jóvenes de un modo muy especial, porque son parte relevante del presente y del futuro de la humanidad y de la Iglesia. La mirada de los obispos hacia ellos es todo menos pesimista. Preocupada, sí, pero no pesimista. Preocupada porque justo sobre ellos vienen a confluir los embates más agresivos de estos tiempos; no pesimista, sin embargo, sobre todo porque, lo resaltamos, el amor de Cristo es quien mueve lo profundo de la historia y además, porque descubrimos en nuestros jóvenes aspiraciones profundas de autenticidad, de verdad, de libertad, de generosidad, de las cuales estamos convencidos que sólo Cristo puede ser respuesta capaz de saciarlos.
Queremos ayudarles en su búsqueda e invitamos a nuestras comunidades a que, sin reservas, entren en una dinámica de escucha, de diálogo y de propuestas valientes ante la difícil condición juvenil. Para aprovechar y no apagar la potencia de su entusiasmo. Y para sostener en su favor la justa batalla contra los lugares comunes y las especulaciones interesadas de las fuerzas de este mundo, esforzadas en disipar sus energías y a agotarlas en su propio interés, suprimiendo en ellos cualquier memoria agradecida por el pasado y cualquier planteamiento serio por el futuro. 
La nueva evangelización tiene un campo particularmente árduo pero al mismo tiempo apasionante en el mundo de los jóvenes, como muestran no pocas experiencias, desde las más multitudinarias como las Jornadas Mundiales de la Juventud, a aquellas más escondidas pero no menos importantes, como las numerosas y diversas experiencias de espiritualidad, servicio y misión. A los jóvenes les reconocemos un rol activo en la obra de la evangelización, sobre todo en su ambientes.

10. El Evangelio en diálogo con la cultura y la experiencia humana y con las religiones.
La nueva evangelización tiene su centro en Cristo y en la atención a la persona humana, para hacer posible el encuentro con él. Pero su horizonte es tan ancho como el mundo y no se cierra a ninguna experiencia del hombre. Eso significa que ella cultiva, con particular atención, el diálogo con las culturas, con la confianza de poder encontrar en todas ellas las “semillas del Verbo” de las que hablaban los Santos Padres. En particular, la nueva evangelización tiene necesidad de una renovada alianza entre fe y razón, con la convicción de que la fe tiene recursos suficientes para acoger los frutos de una sana razón abierta a la trascendencia y tiene, al mismo tiempo, la fuerza de sanar los límites y las contradicciones en las que la razón puede tropezar. La fe no deja de contemplar los lacerantes interrogantes que supone la presencia del mal en la vida y la historia de los hombres, encontrando la luz de su esperanza en la Pascua de Cristo.
El encuentro entre fe y razón nutre el esfuerzo de la comunidad cristiana en el mundo de la educación y la cultura. Un lugar especial en este campo lo ocupan las instituciones educativas y de investigación: escuelas y universidades. Donde se desarrolla el conocimiento sobre el hombre y se da una acción educativa, la Iglesia se ve impulsada a testimoniar su propia experiencia y a contribuir a una formación integral de la persona. En este ámbito merecen una atención especial las escuelas y universidades católicas, en las que la apertura a la trascendencia, propia de todo itinerario cultural sincero y educativo, debe completarse con caminos de encuentro con la persona de Jesucristo y de su Iglesia. Vaya la gratitud de los obispos a todos los que, en condiciones muchas veces difíciles, desempeñan esta tarea.
La evangelización exige que se preste gran atención al mundo de la comunicaciones sociales, que son un camino, especialmente en el caso de los nuevos medios, en el que se cruzan tantas vidas, tantos interrogantes y tantas expectativas. Son el lugar donde en muchas ocasiones se forman las conciencias y se muestran los hechos de la propia vida y deben ser una oportunidad nueva para llegar al corazón de los hombres.
Un particular ámbito de encuentro entre fe y razón se da hoy en el diálogo con el conocimiento científico. Éste, por otro lado, no se encuentra lejos de la fe, siendo manifestación de aquel principio espiritual que Dios ha puesto en sus criaturas y que les permite comprender las estructuras racionales que se encuentran en la base de la creación. Cuando la ciencia y la técnica no presumen de encerrar la concepción del hombre y del mundo en un árido materialismo se convierten, entonces, en un precioso aliado para el desarrollo de la humanización de la vida. También a los responsables de esta delicada tarea se dirige nuestro agradecimiento.
Queremos, además, agradecer su esfuerzo a los hombres y mujeres que se dedican a otra expresión del genio humano: el arte en sus varias formas, desde las más antiguas a las más recientes. En sus obras, en cuanto tienden a dar forma a la tensión del hombre hacia la belleza, reconocemos un modo particularmente significativo de expresión de la espiritualidad. Estamos especialmente agradecidos cuando sus bellas creaciones nos ayudan a hacer evidente la belleza del rostro de Dios y de sus criaturas. La vía de la belleza es un camino particularmente eficaz de la nueva evangelización.
Más allá del arte, toda obra del hombre es un espacio en el que, mediante el trabajo, él se hace cooperador de la creación divina. Al mundo de la economía y del trabajo queremos recordar como de la luz del Evangelio surgen algunas llamadas urgentes: liberar el trabajo de aquellas condiciones que no pocas veces lo transforman en un peso insoportable con una perspectiva incierta, amenazada por el desempleo, especialmente entre los jóvenes, poner a la persona humana en el centro del desarrollo económico y pensar este mismo desarrollo como una ocasión de crecimiento de la humanidad en justicia y unidad. El hombre, a través del trabajo con el que transforma el mundo, está llamado a salvaguardar el rostro que Dios ha querido dar a su creación, también por responsabilidad hacia las generaciones venideras.
El Evangelio ilumina también las situaciones de sufrimiento en la enfermedad. En ellas, los cristianos están llamados a mostrar la cercanía de la Iglesia para con los enfermos y discapacitados y con los que con profesionalidad y humanidad trabajan por su salud.
Un ámbito en el que la luz de Evangelio puede y debe iluminar los pasos de la humanidad es el de la vida política, a la cual se le pide un compromiso de cuidado desinteresado y transparente por el bien común, desde el respeto total a la dignidad de la persona humana desde su concepción hasta su fin natural, de la familia fundada sobre el matrimonio de un hombre y una mujer, de la libertad educativa, en la promoción de la libertad religiosa, en la eliminación de las injusticias, las desigualdades, las discriminaciones, la violencia, el racismo, el hambre y la guerra. A los políticos cristianos que viven el precepto de la caridad se les pide un testimonio claro y transparente en el ejercicio de sus responsabilidades.
El diálogo de la Iglesia tiene su natural destinatario, finalmente, en los seguidores de las religiones. Si evangelizamos es porque estamos convencidos de la verdad de Cristo, y no porque estemos contra nadie. El Evangelio de Jesús es paz y alegría y sus discípulos se alegran de reconocer cuanto de bueno y verdadero el espíritu religioso humano ha sabido descubrir en el mundo creado por Dios y ha expresado en las diferentes religiones.
El diálogo con los creyentes de las diversas religiones quiere ser una contribución a la paz, rechaza todo fundamentalismo y denuncia cualquier violencia que se produce contra los creyentes y las graves violaciones de los derechos humanos. Las Iglesias de todo el mundo son cercanas desde la oración y la fraternidad a los hermanos que sufren y piden a quienes tienen en sus manos los destinos de los pueblos que salvaguarden el derecho de todos a la libre elección, confesión y testimonio de la propia fe.

11. En el año de la fe, la memoria del Concilio Vaticano II y la referencia al Catecismo de la Iglesia Católica.
En el camino abierto por la nueva evangelización podremos sentirnos a veces como en un desierto, en medio de peligros y privados de referencias. El Santo Padre Benedicto XVI, en la homilía de la Misa de apertura del Año de la fe, ha hablado de una “«desertificación» espiritual” que ha avanzado en estos últimos decenios, pero él mismo nos ha dado fuerza afirmando que “a partir de esta experiencia de desierto, de este vacío, podemos nuevamente descubrir la alegría del creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se descubre el valor de aquello que es esencial para vivir” (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la apertura del Año de la fe, Roma 11 octubre 2012). En el desierto, como la mujer la samaritana, se va en busca de agua y de un pozo del que sacarla: ¡dichoso el que en él encuentra a Cristo!
Agradecemos al Santo Padre por el don del Año de la fe, preciosa entrada en el itinerario de la nueva evangelización. Le damos las gracias también por haber unido este Año a la memoria gozosa por los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, cuyo magisterio fundamental para nuestro tiempo se refleja en el Catecismo de la Iglesia Católica, repropuesto, a los veinte años de su publicación, como referencia segura de la fe. Son aniversarios importantes que nos permiten reafirmar nuestra plena adhesión a las enseñanzas del Concilio y nuestro convencido esfuerzo en continuar su puesta en marcha.

12. Contemplando el misterio y cercanos a los pobres
En esta óptica queremos indicar a todos los fieles dos expresiones de la vida de la fe que nos parecen de especial relevancia para incluirlas en la nueva evangelización. 
El primero está constituído por el don y la experiencia de la contemplación. Sólo desde una mirada adorante al misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo desde la profundidad de un silencio que se pone como seno que acoge la única Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble para el mundo. Sólo este silencio orante puede impedir que la palabra de la salvación se confunda en el mundo con los ruidos que lo invaden.Vuelve de nuevo a nuestros labios la palabra de agradecimiento, ahora dirigida a cuantos, hombres y mujeres, dedican su vida, en los monasterios y conventos, a la oración contemplativa. Necesitamos que momentos de contemplación se entrecrucen con la vida ordinaria de la gente. Lugares del espíritu y del territorio que son una llamada hacia Dios; santuarios interiores y templos de piedra que son cruce obligado por el flujo de experiencias que en ellos se suceden y en los cuales todos podemos sentirnos acogidos, incluso aquellos que no saben todavía lo que buscan.
El otro símbolo de autenticidad de la nueva evangelización tiene el rostro del pobre. Estar cercano a quien está al borde del camino de la vida no es sólo ejercicio de solidaridad, sino ante todo un hecho espiritual. Porque en el rostro del pobre resplandece el mismo rostro de Cristo: “Todo aquello que habéis hecho por uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt. 34 25, 40). 
A los pobres les reconocemos un lugar privilegiado en nuestras comunidades, un puesto que no excluye a nadie, pero que quiere ser un reflejo de como Jesús se ha unido a ellos. La presencia de los pobres en nuestras comunidades es misteriosamente potente: cambia a las personas más que un discurso, enseña fidelidad, hace entender la fragilidad de la vida, exige oración; en definitiva, conduce a Cristo.
El gesto de la caridad, al mismo tiempo, debe ser acompañado por el compromiso con la justicia, con una llamada que se realiza a todos, ricos y pobres. Por eso es necesaria la introducción de la doctrina social de la Iglesia en los itinerarios de la nueva evangelización y cuidar la formación de los cristianos que trabajan al servicio de la convivencia humana desde la vida social y política.

13. Una palabra a las Iglesias de las diversas regiones del mundo.
La mirada de los obispos reunidos en Asamblea sinodal abraza a todas las comunidades eclesiales presentes en todo el mundo. Una mirada de unidad, porque única es la llamada al encuentro con Cristo, pero sin olvidar la diversidad.
Una consideración particular, llena de afecto y gratitud, reservamos los obispos reunidos en el Sínodo a vosotros, cristianos de las Iglesias Orientales Católicas, herederos de la primera difusión del Evangelio, experiencia custodiada por vosotros con amor y fidelidad y a vosotros, cristianos presentes en el Este de Europa. Hoy el Evangelio se os repropone como nueva evangelización a través de la vida litúrgica, la catequesis, la oración familiar diaria, el ayuno, la solidaridad entre las familias, la participación de los laicos en la vida de la comunidad y al diálogo con la sociedad. En no pocos lugares vuestras Iglesias son sometidas a prueba y tribulaciones que dan testimonio de vuestra participación en la cruz de Cristo; algunos fieles están obligados a emigrar y, manteniendo viva la pertenencia a sus propias comunidades de origen, pueden contribuir a la tarea pastoral y a la obra de la evangelización en los países de acogida. El Señor continue bendiciendo vuestra fidelidad y que sobre vuestro futuro brillen horizontes de firme confesión y práctica de la fe en condiciones de paz y de libertad religiosa.
Nos dirigimos a vosotros, hombres y mujeres, que vivís en los países de África y resaltamos inenuestra gratitud por el testimonio que ofrecéis del Evangelio muchas veces en situaciones humanas muy difíciles. Os exhortamos a relanzar la evangelización recibida en tiempos aún recientes, a edificaros como Iglesia “familia de Dios”, a reforzar la identidad de la familia y a sostener la labor de los sacerdotes y catequistas, especialmente en las pequeñas comunidades cristianas. Afirmamos, por otra parte, la exigencia de desarrollar el encuentro del Evangelio con las antiguas y nuevas culturas. Dirigimos una llamada de atención al mundo de la política y a los gobiernos de los diversos países africanos para que, con la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se promuevan los derechos humanos fundamentales y el continente sea liberados de la violencia y los conflictos que lo atormentan.
Los obispos de la Asamblea sinodal os invitan a los cristianos de Norteamérica a responder con gozo a la llamada de la nueva evangelización, mientras admiramos como en vuestra joven historia vuestras comunidades cristianas han dado frutos generosos de fe, caridad y misión. También conviene reconocer que muchas de las expresiones de la cultura de vuestra sociedad están lejos del Evangelio. Se hace, pues, necesario una invitación a la conversión, de la que nace un compromiso que no os coloca fuera de vuestra cultura, sino que os llama a ofrecer a todos la luz de la fe y la fuerza de la vida. Mientras acogéis en vuestras generosas tierras a nueva población de inmigrantes y refugiados, estad dispuestos a abrir las puertas de vuestras casas a la fe. Fieles a los compromisos adquiridos en la Asamblea sinodal para América, sed solidarios con la América Latina en la permanente tarea de evangelización de vuestro continente.
El mismo sentimiento de gratitud dirige la Asamblea del Sínodo a las Iglesia de América Latina y el Caribe. Nos llama la atención en particular cómo se han desarrollado a través de los siglos en vuestro países formas de piedad popular fuertemente enraizadas en los corazones de tantos de vosotros, formas de servicio en la caridad y de diálogo con las culturas. Ahora, frente a los desafíos del presente, sobre todo la pobreza y la violencia, la Iglesia en Latinoamérica y en el Caribe es exhortada a vivir en un estado permanente de misión, anunciando el Evangelio con esperanza y alegría, formando comunidades de verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo, mostrando con vuestro testimonio como el Evangelio es fuente de una sociedad justa y fraterna. También el pluralismo religioso interroga a vuestras Iglesias y les exige un renovado anuncio del Evangelio.
También a vosotros, cristianos de Asia sentimos la necesidad de dirigiros una palabra de fortalecimiento y exhortación. Vuestra presencia, a pesar de ser una pequeña minoría en el continente en el que viven casi dos tercios de la población mundial, es una semilla profunda, confiada a la fuerza del Espíritu, que crece en el diálogo con las diversas culturas, con las antiguas religiones y con tantos pobres. Aunque a veces está situada al margen de la vida social y en diversos lugares incluso perseguida, la Iglesia de Asia, con su fe fuerte, es una presencia preciosa del Evangelio de Cristo que anuncia justicia, vida y armonía. Cristianos de Asia, sentid la cercanía fraterna de los cristianos de los demás países del mundo, los cuales no pueden olvidar que en vuestro continente, en la Tierra Santa, nació, vivió, murió y resucitó el mismo Jesús.
Una palabra de reconocimiento y de esperanza queremos dirigir los obispos a las Iglesias del continente europeo, hoy en parte marcado por una fuerte secularización, a veces agresiva, y todavía hoy herido por los largos decenios de gobiernos marcados por ideologías enemigas de Dios y del hombre. Reconocemos vuestro pasado y también vuestro presente, en el cual el Evangelio ha creado en Europa certezas y experiencias de fe concretas y decisivas para la evangelización del mundo entero, muchas veces rebosantes de santidad: riqueza del pensamiento teológico, variedad de expresiones carismáticas, formas variadas al servicio de la caridad con los pobres, profundas experiencias contemplativas, creación de una cultura humanística que ha contribuido a dar rostro a la dignidad de la persona y a la construcción del bien común. Las dificultades del presentes no os pueden dejar abatidos, queridos cristianos europeos: éstas os deben desafiar a un anuncio más gozoso y vivo de Cristo y de su Evangelio de vida.
Los obispos de la Asamblea sinodal saludan, finalmente, a los pueblos de Oceanía, que viven bajo la protección de la Cruz del Sur, y les damos gracias por el testimonio del Evangelio de Jesús. Nuestra plegaria por vosotros es para que, como la mujer samaritana en el pozo, también vosotros sintáis viva la sed de una vida nueva y podáis escuchar la Palabra de Jesús que dice: “¡Si conocieras el don de Dios!” (Jn 4, 10). Comprometeos a predicar el Evangelio y a dar a conocer a Jesús en el mundo de hoy. Os exhortamos a encontrarlo en vuestra vida cotidiana, a escucharle y a descubrir, mediante la oración y la meditación, la gracia de poder decir: “Sabemos que este es verdaderamente el salvador del mundo” (Jn 4, 42).

14. La estrella de María ilumina el desierto
A punto de finalizar esta experiencia de comunión entre los obispos de todo el mundo y de colaboración con el ministerio del Sucesor de Pedro, sentimos resonar en nosotros el mandato de Jesús a sus apóstoles: “Id y haced discípulos de todos los pueblo [...]. Sabed que yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). La misión de la Iglesia no se dirige a un territorio en concreto, sino que sale al encuentro de la pliegues más oscuros del corazón de nuestros contemporáneos, para llevarlos al encuentro con Jesús, el Viviente que se hace presente en nuestras comunidades.
Esta presencia llena de gozo nuestros corazones. Agradecidos por el don recibido de él en estos días le dirigimos nuestro canto de alabanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor [...] Ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46.49). Las palabras de María son también las nuestras: el Señor ha hecho realmente grandes cosas a través de los siglos por su Iglesia en los diversos rincones del mundo y nosotros lo alabamos, con la certeza de que no dejará de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros días y sostenernos en el camino de la nueva evangelización.
La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: el don del Espíritu Santo, la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace florecer el desierto y como en la noche en el desierto las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, la Estrella de la nueva evangelización a quien, confiados, nos encomendamos.

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