Entrevista al obispo de San Sebastián en el Diario Vasco

Mons. Munilla: «A mayor radicalismo político aumenta el alejamiento de la fe»

 

En una entrevista concedida a Javier Guillenea para el Diario Vasco, el obispo de San Sebastián, Mons. José Ignacio Munilla responde a preguntas sobre su último libro, «Creo, pero aumenta mi fe», y sobre la realidad sociopolítica, económica y espiritual del País Vasco y el resto de España. El obispo asegura que «una convivencia sin valores espirituales comunes, es como una pared de ladrillos sin cemento». En relación a los escándalos habidos en la Iglesia, el prelado vasco afirma que «nuestra fe en Jesucristo sería demasiado débil si estuviese condicionada a la santidad de sus ministros».

28/10/12 8:55 AM


(Javier Guillenea/Diario Vasco) Una de las particularidades de 'Creo, pero aumenta mi fe', el nuevo libro del obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, es que se entiende a la primera. Es un texto donde el prelado responde a cuestiones que todos los católicos y no católicos nos hemos preguntado alguna vez. En esta entrevista, el obispo no elude preguntas que van más allá de sus páginas, como los últimos datos del paro y el alma de los trasplantados.

En el libro afirma: ‘sufrí un cierto choque por el contraste entre algunos de los postulados en los que había sido educado en el seminario y la indiferencia religiosa tan grande en medio de la cual ejercí el ministerio sacerdotal’. ¿Le ocurrió esto en Zumárraga, que fue su primer destino? ¿Le sigue ocurriendo hoy?

A lo que me refería con esa expresión es a que la doctrina cristiana afirma que todo ser humano tiene un deseo natural de Dios. (San Agustín lo dice con su famosa expresión: ‘Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti’). Pero claro, uno sale a la calle, y lo que observa a primera vista parece sugerir lo contrario. Son muchos los que pasan de Dios y no parece que le echen de menos… ¿Pero, no será que lo que se manifiesta en público no siempre coincide con la verdad del corazón humano?... Esa fue, es y sigue siendo mi experiencia: el hombre de nuestros días tiene hambre y sed de Dios –más aún, si cabe, que sus antepasados–, aunque con frecuencia no llegue a identificar el deseo de Dios que se esconde detrás de su búsqueda de felicidad y de plenitud.

¿El hecho de que la mitad de los jóvenes no crean en Dios significa que los sacerdotes no han sabido atraerlos a la fe?

La transmisión de la fe no depende exclusivamente de los sacerdotes, ya que la familia es clave en ello. A lo largo de nuestra vida podemos conocer a muchos párrocos y, como es de suponer, unos tendrán más acierto que otros. Pero los padres son para toda la vida. Es en la familia donde se juega la ‘batalla’ de la fe. Si bien es cierto que muchos padres católicos sufren al comprobar cómo el ambiente materialista y agnóstico puede ‘robar’ la fe de sus hijos; pero aun así, está claro que la evangelización de los jóvenes pasa por la evangelización de la familia.

Esta semana me contaba un sacerdote cómo unos hijos manifiestamente radicales y ateos, le habían agradecido profusamente que hubiese visitado a su padre en el hospital y que le hubiese administrado los sacramentos antes de morir. El párroco les sugirió si no sería ésta la oportunidad para replantearse la fe que su padre les había querido inculcar. En realidad, ¡era el padre el que continuaba transmitiendo la fe a los hijos, aún después de su muerte!

Habla en el libro de pueblos guipuzcoanos que ‘padecen una especial incidencia de secularización y alejamiento de la Iglesia’. Supongo que no querrá dar nombres, pero ¿qué ocurre en esos pueblos para que suceda eso?

Con muy pocas excepciones, comprobamos cómo a mayor radicalismo político, aumenta el alejamiento de la fe. Dostoievski dijo aquello de: ‘No hay ateos sino idólatras’. No cabe duda de que la política puede ser vivida como una idolatría, y de hecho tenemos que reconocer que tal cosa ha sucedido, y continúa sucediendo entre nosotros. Es posible que haya disminuido la intensidad de este fenómeno, pero sigue siendo una realidad en muchos lugares.

Usted escribe: ‘Se me enseñó a amar a la Iglesia por encima de las crisis eclesiales’ ¿Cuando lo escribió pensaba en los sectores de la Iglesia guipuzcoana críticos con usted?

En todos los tiempos se han ‘cocido habas’, no sólo en los actuales. Pero es importante destacar que la Iglesia es mucho más que la suma de sus miembros. O dicho de otra forma, la Iglesia está muy por encima de los miembros que la conformamos. Para mí uno de los milagros mayores es que la Iglesia, después de dos mil años, no solamente haya superado los ataques externos –que han sido muchos–, sino sobre todo, las crisis internas –que han sido aún más–.

Algunas personas dicen haber perdido la fe por un mal ejemplo que vieron en la Iglesia. A mí gracias a Dios, desde pequeño me han enseñado a no escandalizarme de los pecados de los demás. Nuestra fe en Jesucristo sería demasiado débil si estuviese condicionada a la santidad de sus ministros.

Da a entender que hay miembros de la Iglesia que no están ‘plenamente adheridos a la Sagrada Escritura y al Magisterio de la Iglesia’ ¿Esto ocurre en la diócesis de Gipuzkoa?

La crisis de subjetivismo y de relativismo en la adhesión a la Revelación tiene especial incidencia en Europa y en Norteamérica. Nosotros no somos ninguna excepción. Por otra parte, la tentación de reeditar el viejo ‘galicanismo’ es recurrente. Por ello, conviene recordar e insistir en que nosotros no somos la Iglesia ‘de’ Gipuzkoa, sino la Iglesia ‘en’ Gipuzkoa, que es muy distinto.

¿Hay sacerdotes que se han convertido en una especie de funcionarios de la Iglesia y han olvidado su misión como pastores?

Las tentaciones del sacerdote o del obispo en su ministerio no son muy distintas a las de un hombre o una mujer en su trabajo o en el seno de la familia. Todos tenemos el riesgo de dejar languidecer el ‘el amor primero’ y de acomodarnos a una situación de subsistencia. Pero, sin embargo, pienso que a pesar de las tentaciones, la perseverancia de tantos sacerdotes durante toda una vida, sería inexplicable si no hubiese habido una verdadera vocación y entrega ilusionada.

Sobre los pecados de la Iglesia escribe que ‘lo propio del espíritu católico es luchar a muerte contra el pecado, pero sin rasgarse las vestiduras por la existencia de pecadores’. ¿No teme que esta afirmación pueda entenderse como una forma de mostrar comprensión hacia los sacerdotes que han cometido delitos de pederastia?

Me parece que la expresión ‘luchar a muerte’ deja poco margen a las malas interpretaciones. Recuerdo que de jovencito solía ir a la prisión de Martutene, de la mano de las Conferencias de San Vicente de Paúl. En el pórtico de la cárcel estaba entonces grabada otra cita de San Agustín, que decía: ‘Odia el delito y ama al delincuente’. Alguno pensará que esa distinción es muy difícil por no decir imposible; pero «contra facta non valent argumenta» (‘contra los hechos no caben argumentos’) ya que el mismo Cristo nos ha enseñado a hacerlo.

El químico José María Mato, director general del CIC bioGUNE, ha dicho que ‘no se puede enseñar en el mismo colegio ciencia y religión’. ¿Está de acuerdo?

Me parece una expresión más propia del siglo XIX que del siglo XXI. Cuando la escuché me acordé de aquello de ‘temo al hombre de un solo libro’. Y esta expresión se nos podría aplicar a todos; también a quienes piensan que la vida solo es química. Estoy convencido de que uno de los motivos del descenso del nivel cultural en el sistema escolar, es el desequilibrio entre las ‘ciencias’ y las ‘letras’. Caemos en una gran pobreza intelectual y espiritual cuando las oponemos de modo excluyente: ambas se complementan y se enriquecen mutuamente.

¿Cuanto más nos acercamos a comprender el origen del Universo más nos alejamos de Dios?

Pues el caso es que el primer astrofísico que formuló la teoría del Big Bang como origen del Universo, fue un hombre de Dios: el sacerdote belga Georges Lemaître. Si a esto le añadimos que Copérnico fue un eclesiástico polaco, y que históricamente es incuestionable que los papas fueron grandes impulsores del estudio del cosmos, hasta el punto de fundar tres observatorios astronómicos… la verdad es que solamente la ignorancia o la mala voluntad pueden llevar a la contraposición entre la fe y la ciencia.

¿Optar por la religión supone optar por el catolicismo? Usted ha dicho (aunque no exactamente con estas palabras) que la religión católica es ‘la única fuente de salvación para la humanidad’ ¿Esto condena al infierno a los fieles de otras religiones?

En el libro he querido subrayar que existe un doble riesgo a este respecto: el del relativismo y el del fundamentalismo. El Concilio Vaticano II confesó con firmeza nuestra fe en que Jesucristo es el único salvador del mundo, al mismo tiempo que recordó que cada uno de nosotros seremos juzgados por la fidelidad con la que hayamos seguido a nuestra conciencia, o a lo que en ella hayamos percibido como verdad. Es decir, que la Iglesia Católica cree que habrá muchos creyentes de otras religiones que se salven, aunque en esta vida no hayan podido conocer que Cristo ha sido su salvador. Lo sabrán cuando se encuentren con Él.

Un candidato a senador en Estados Unidos ha dicho que ‘los embarazos tras una violación son voluntad de Dios’. ¿Qué opina de estas palabras?

¡Espero que no haya querido decir que la violación es voluntad de Dios! Lo que no será justo nunca es que al más débil le toque pagar por el pecado de los adultos. Y no olvidemos que en el aborto el más débil es el «nasciturus» (el que ha de nacer), pero en segundo lugar, lo es también la madre. Uno de los tabúes de nuestra cultura, que suele ser tapado sistemáticamente por tratarse de algo políticamente incorrecto, es el del sufrimiento que arrastra la mujer que ha abortado.

En su libro afirma que ‘las confrontaciones entre pueblos son una mera expresión de la desintegración interior de la persona’. ¿Esto puede aplicarse al País Vasco?

El problema es tan universal como autóctono. Cuando el hombre no está en paz consigo mismo, está en guerra con todos los que le rodean. Cuando nos divorciamos de nuestra conciencia, inexorablemente solemos buscar enemigos fuera, a los que achacar todos los males.

La convivencia en nuestro pueblo ha sido históricamente posible gracias en buena parte a una cultura inspirada en la fe cristiana. Cuando se pierde la fe inspiradora de la cultura, ¿cuál podrá ser el elemento integrador entre nosotros?: ¿La economía? ¿las ideologías políticas? ¿la raza? ¿el deporte?... ¡Lo veo muy difícil! Una convivencia sin valores espirituales comunes, es como una pared de ladrillos sin cemento.

Con respecto a los resultados de las elecciones al Parlamento Vasco, ¿qué le parece a usted más reseñable? ¿La división identitaria entre nacionalistas y constitucionalistas, o la ideológica entre derechas e izquierdas?

En mi opinión, las diferencias entre derechas e izquierdas son cada día más pequeñas. Al final, los matices entre unos y otros son mínimos. Cada vez más, los que se dicen de izquierdas ‘viven’ como si fuesen de derechas. Y, al revés, los que se dicen de derechas ‘piensan’ como si fuesen de izquierdas. De hecho el pensamiento único liberal se impone como lo políticamente correcto. Por el contrario, en nuestra sociedad la contraposición más virulenta se produce entre las adscripciones identitarias. Y sin embargo, lo sustancial debería ser el debate sobre el respeto a la ley natural, la potestad de la familia en la educación, el principio de subsidiariedad, la concepción del bien común, etc.

En el libro se pregunta si tiene sentido confesarse sin deseo de conversión. ¿Esto es aplicable a los presos de ETA que se alejan del terrorismo? ¿Cómo pueden demostrar que su contrición es perfecta?

En el libro he querido mostrar que el reto principal en el Sacramento de la Reconciliación no es tanto la manifestación de los propios pecados, cuanto el arrepentimiento sincero y el propósito de la enmienda. Cuando esto último tiene lugar, la confesión de los pecados, lejos de ser una dificultad o un obstáculo psicológico, se convierte casi en una necesidad y en una liberación. Y esto es aplicable para todo el mundo y para todo tipo de pecados, incluido el del terrorismo.

En su declaración ‘Ante la crisis, solidaridad’, la Conferencia Episcopal se ha referido a los trabajadores y a las autoridades. ¿No se echa de menos alguna mención a empresarios y banqueros?

Se trata de una declaración breve, a la que no se le puede pedir exhaustividad. Sin embargo, la Carta Pastoral de los Obispos del País Vasco y del Arzobispo de Pamplona sobre la crisis, que publicamos en 2011 bajo el título «Una economía al servicio de las personas», abordaba con bastante detenimiento esos aspectos a los que su pregunta se refiere.

¿Ante la crisis, la Iglesia debe apelar a la conciencia de los políticos o tiene que limitarse a pedir solidaridad, es decir, a ayudar a los pobres a través de Cáritas?

Las dos cosas. Una de las mayores contribuciones que hizo Benedicto XVI en su encíclica «Caritas in Veritate» fue la de conjugar los conceptos de justicia y de caridad. Ni puede existir una caridad sin justicia, ni tampoco una justicia sin caridad. Son dos dimensiones complementarias.

Recientemente estuve en Roma en un acto organizado en torno al proceso de beatificación del sacerdote Jose María Arizmendiarrieta, inspirador desde la doctrina social católica del movimiento cooperativista de Mondragón. Allí tuve ocasión de comentar que si algún día vemos a Arizmendiarrieta en los altares, tal y como hoy lo está la Beata Teresa de Calcuta, podremos mostrar gráficamente la complementariedad entre el ideal de la justicia y el la caridad.

D. Mario Iceta, su hermano obispo de Bilbao, ha declarado recientemente que la Iglesia tiene que poner el dedo en la llaga ante los desahucios por el impago de hipotecas…

Estamos viendo cómo los bancos continúan desalojando familias de sus hogares, al mismo tiempo que estas entidades financieras acumulan decenas de miles de pisos vacíos, que no son capaces de vender ni de alquilar. ¡Es algo inmoral, al mismo tiempo que absurdo!

Cáritas no tiene capacidad de dar respuesta a un reto de esas dimensiones, lo cual no quiere decir que no pueda hacer nada. Esperamos presentar antes de Navidades ayudas concretas a las familias que se han quedado en la calle, al mismo tiempo que reiteramos nuestra denuncia moral a los desahucios.

Supongo que estará usted enterado de la polémica suscitada por las declaraciones de Mariló Montero, contrarias a que los órganos de un delincuente se trasplanten a un inocente… ¿Qué opina de sus palabras: «No está científicamente demostrado que el alma no se transmita en un trasplante de órganos»?

Obviamente es un temor supersticioso. Decía Chesterton que: «Cuando se pierde la fe católica, no es que se deje de creer, es que se cree en cualquier cosa». Una de las características de nuestra cultura es la sustitución de la religión por una vaga espiritualidad, caracterizada por un sincretismo, una especie de «totum revolutum» de todo tipo de creencias –rencarnación, tarot, reiki, etc.–, que tienen mucho más de superstición que de fe.

La Diócesis anunció recientemente el inicio del Año de la Fe, en cuyo contexto ha escrito usted el libro que hoy comentamos, ‘Creo, pero aumenta mi fe’. ¿Cuáles son los próximos actos organizados?

En la Diócesis esperamos la visita de dos cardenales de la Iglesia Católica, que nos ayudarán a reflexionar sobre el Concilio Vaticano II, del que estamos celebrando los 50 años. El Arzobispo de la Habana (Cuba), Cardenal Ortega, estará con nosotros el 28 de noviembre. Y el Cardenal Sandoval, Arzobispo emérito de Guadalajara (Méjico), dará una conferencia el martes 4 de diciembre. Ambos encuentros tendrán lugar en la Catedral, a las 19:30 de la tarde.