31.10.12

México: la compleja sucesión en Guadalajara

A las 12:40 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Iglesia en América

Nada sencilla ha resultado la sucesión en el mando de la Arquidiócesis mexicana de Guadalajara. No es para menos, sobre todo si se piensa en los 18 años de gobierno del cardenal Juan Sandoval Iñiguez, ahora arzobispo emérito. Todo cambio de pastor trae siempre consigo modificación de planes, traslado de personas. En este caso el contraste resulta más evidente por la diversidad de personalidades entre Sandoval y su sucesor, José Francisco Robles Ortega, anterior arzobispo de Monterrey.

Casi nueve meses pasaron desde que Robles asumió su puesto el 7 de febrero de 2012. Desde esa fecha existe una situación que en Guadalajara no había tenido lugar en años, conviven dos arzobispos: uno ya jubilado (pero que goza de buena salud) y el otro en activo. Y, por si esto fuese poco, se trata de dos cardenales. El 50 por ciento de los purpurados de México.

La circunstancia es nueva, aunque no para todos. Lo es para Sandoval Iñiguez que llegó al arzobispado por el trágico asesinato de su predecesor, Juan Jesús Posadas Ocampo, en 1993. Por ello a él no le tocó lidiar con el emérito. En cambio cuando Robles Ortega asumió la Arquidiócesis de Monterrey, sí vivía el antecesor, Adolfo Suárez Rivera.

En estos términos y por falta de antecedentes cercanos, la Arquidiócesis tapatía no cuenta con una casa para los arzobispos jubilados. Sólo existe la residencia de Tlaquepaque, que no está en una zona céntrica de la ciudad pero corresponde a la casa del pastor. En ella vivió y, aún reside, Sandoval. Eso le ha granjeado algunas críticas, sobre todo de quienes piensan que no quiso mudarse. Aunque, en realidad, Robles nunca se lo pidió. El nuevo arzobispo prefirió rentar una casa en una zona de más fácil acceso, a unas cuadras de Casa Jalisco, residencia del gobernador de ese Estado.

Uno de los asuntos más delicados de la sucesión en Guadalajara ha tenido que ver con el Santuario de los Mártires, una imponente construcción ubicada sobre el Cerro del Tesoro. Un proyecto con un inicio turbulento luego que el primer rector del templo firmase alegremente contratos a los cuales no pudo hacer frente. El asunto llegó incluso a los tribunales con demandas de por medio, que fueron atendidas en su momento. Por eso el nuevo arzobispo, poco después de haber tomado posesión, decidió ordenar la realización de una auditoría externa a la obra. Tres meses después llegó el resultado y quedó certificado que las cuentas están en regla.

Un capítulo aparte tiene que ver con los cambios en puestos clave. Por un lado el Papa ya aceptó la renuncia, presentada por motivos de edad, del obispo auxiliar Rafael Martínez Saiz y por otro, Robles decidió la sustitución del rector del seminario. Puesto fundamental considerando que esa casa de formación es la más prolífica de todo el mundo. Hace ya unos meses dejó el cargo Miguel Romano y asumió en su lugar el sacerdote José Guadalupe Miranda Martínez.

El nuevo rector era párroco de la céntrica Capilla del Jesús, historiador y teólogo, entre 1995 y 2001 trabajó en Roma como oficial de la Congregación para los Obispos. A estos nombramientos se sumó la selección del padre Francisco Ramírez como nuevo rector de la Universidad del Valle de Atemajac (Univa). Se trata de un directivo con experiencia ya que se desempeñaba como vicerrector de esa casa de estudios, tras su paso como rector del Pontificio Colegio Mexicano de Roma. A él le tocó tomar la estafeta dejada por Guillermo Alonzo Velasco, fallecido en mayo.

Serafines susurran.- Que justamente hablando del actual arzobispo de Guadalajara, José Francisco Robles Ortega, sorprendió y no gratamente en Roma, el escaso nivel del latín demostrado por el cardenal durante la misa de clausura del Sínodo de los Obispos el domingo último en la Basílica de San Pedro.

Le tocó concelebrar la Eucaristía con el pontífice en su calidad de presidente delegado de esa asamblea episcopal (que duró del 7 al 28 de octubre). Pero no brilló a la hora de leer su parte de las fórmulas en la lengua oficial de la Iglesia católica y ese fue el comentario los días posteriores en la Curia Romana.

Ese no fue el único episodio que sorprendió de su participación en el Sínodo. El jueves 18 de octubre el purpurado debió participar en una rueda de prensa en la oficina de información de la Santa Sede. Se trataba de un encuentro convocado por los mismos organizadores para referir sobre la “Relación posterior a la discusión”, un resumen de los trabajos de la asamblea de obispos hasta ese momento.

Según lo previsto los tres presidentes delegados estarían presentes, incluidos el obispo de Hong Kong, John Tong Hon, y el cardenal arzobispo de Kinshasa en la República Democrática del Congo, Laurent Monsengwo Pasinya. Además de ellos otros cuatro prelados tomarían la palabra. Por eso la expectativa de los periodistas era alta. Pero los mexicanos se quedaron con las ganas, porque Robles Ortega nunca llegó. En la sala de prensa estaban desconcertados, aún más porque le habían enviado un automóvil a buscarle. Tal fue la perplejidad que toda la conferencia se desarrolló con un espacio vacío, en el medio del presídium.

Quizás el cardenal no se sentía a gusto con la prensa. Porque también se le invitó a hablar con un grupo reducido de periodistas de lengua española durante los “briefing” cotidianos, breves encuentros para el intercambio de ideas. A estos se presentaron -en diferentes días- Carlos Aguiar Retes, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), así como los cardenales Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino de la Santa Sede.

Claro que el “faltazo” a la rueda del 18 no pasó desapercibido en Roma. Aunque en México algunos dieron por hecho la anunciada asistencia. Al menos en los últimos cuatro Sínodos ninguno de los expositores previstos saltó la cita. Quizás el arzobispo de Guadalajara tuvo un contratiempo ineludible. Puede ser, sólo que no avisó. Ni siquiera a los convocantes. Y hasta hoy nadie sabe dar razones de su misteriosa ausencia.