CARTA DEL OBISPO

La esperanza cristiana en Adviento

 

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SANTANDER | 02.12.2012


El  Adviento es tiempo de la alegre esperanza. En esta carta pastoral ofrezco dos perfiles de la esperanza cristiana.

Esperanza enraizada en Cristo. La esperanza cristiana es el estilo de vida de quienes se enfrentan a la realidad “enraizados y edificados en Jesucristo” (Col 2, 6). Esta es la consigna de San Pablo a las primeras comunidades cristianas: “Ya que habéis aceptado a Cristo Jesús como Señor, vivid como cristianos: enraizados en él, id construyéndoos sobre él; apoyados en la fe tal como os enseñaron, rebosando agradecimiento” (Col 2, 6).

Todo puede ir mal en nuestra vida personal y en la sociedad; se pueden desmoronar nuestras expectativas y seguridades; puede llegar la oscuridad, el dolor o la vejez. Lo importante es que el “hombre interior” que vive de la fe, no se desmorone: “Aunque nuestro exterior se vaya desmoronando, nuestro interior se renueva de día en día” (2 Cor 4, 16). La esperanza cristiana solo brota del Señor: “Mire cada cual cómo está construyendo. Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto: Jesucristo” (1 Cor 3, 10-11).

Esperanza paciente. La esperanza cristiana se traduce muchas veces en paciencia. Esta esperanza tan necesaria hoy, no es algo pasivo. La paciencia (hypomoné) de la que habla el Nuevo Testamento es aguante activo, entereza, perseverancia, resistencia activa, saber “plantar cara” a la adversidad. Precisamente es en la adversidad y en la prueba donde se ejercita la paciencia: “Nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por le Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5, 3-5). Se entiende así bien la exhortación de Hebreos: “No renunciéis a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa” (Hb 10, 35-36).

Esta llamada a la paciencia se ha de orientar en una doble dirección. En primer lugar, ha de ser escuchada por los impacientes, los que quieren el cumplimiento ya ahora, sin esperar más; los que no entienden la paciencia de Dios que, respetando la libertad del hombre, deja que la historia se desarrolle incluso contra sus planes; los que juzgan en lugar de anunciar el Evangelio; los que apremian en lugar de orar; los que condenan en lugar de ofrecer “el ministerio de la reconciliación” ( 2 Cor 5, 18); los que quieren separar ya el trigo de la cizaña en lugar de dejarlos crecer hasta el momento de la siega.

Pero ha de ser escuchada también por los resignados; los que están cansados por las decepciones, la inutilidad de los esfuerzos, la impermeabilidad del hombre moderno  al Evangelio.

 

+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander