1.11.12

 

No conozco la nueva teoría, pero pudiera ser que a servidor la teología de siempre se le haya quedado obsoleta y que el Catecismo haya sufrido alguna corrección fundamental que esté replanteando algunas cosas. Puede ser.

Pero a mí eso de que uno se muera, y que independientemente que sea católico, evangélico, budista, musulmán, animista, ateo reconocido, anti teo recalcitrante, adúltero, defraudador de hacienda, mata niños, genocida, blasfemo, asesino o violador se vaya derechito a cielo como que se me hace un poco fuerte, qué quieren que les diga.

Lo que servidor aprendió en el catecismo de niño y ayudando a misa en la parroquia desde los siete añitos, es la importancia de la oración, las buenas obras y sobre todo de la eucaristía por los difuntos, ya que ante la presencia de Dios todos necesitamos misericordia y los sufragios de los vivos son intercesión ante Dios para que acoja en su seno a los difuntos. Si estoy errado, agradezco se me diga.

Pues ahora no falla. Funeral que vas, difunto en el cielo. A partir de ahí pierden todo su sentido las oraciones por los difuntos, las indulgencias, las misas de réquiem. Ojo al parche que nos estamos cargando algo fundamental. Que una cosa es confiar en la misericordia de Dios, comprender que Dios nos puede llamar a la conversión hasta el último segundo de nuestra existencia, y otra muy distinta dar por supuesto que todos al cielo de cabeza hagas lo que hagas.

Hace tiempo que en los funerales empleo la expresión “nuestro hermano (o hermana, no se me molesten) está ahora en las manos de Dios”. Me parece que es una frase que a la vez expresa ternura, confianza y misericordia, mientras afirma que es Dios el juez de nuestra vida. Es una frase que nos lleva a pedir oraciones para que Dios tenga misericordia del hermano, perdone sus culpas y lo admita en su gloria. Pero si uno empieza afirmando que ya está en el cielo, ya es que no viene a cuento ni el funeral de cuerpo presente. Todo debería ser misa de gloria. Y para un servidor que no.

Y una anécdota final, que los españoles somos dados al humor negro, y más en estos días.

Falleció D. Jesús, párroco del pueblo durante muchos años. Y como es natural fue el señor obispo a oficiar el funeral en la parroquia. Pues bien, al obispo le dio por hablar del paraíso, y el paraíso para arriba, y el paraíso para abajo, y las maravillas del paraíso. La gente aguantándose la risa. Y dale. Hasta que les dijo que iban a rezar para que D. Jesús pudiera gozar eternamente en el paraíso. Fue imposible aguantar más. La gente es que casi literalmente se tiraba por los suelos y los sacerdotes concelebrantes no sabían ya como reprimir las carcajadas. Y es que el bueno del obispo no sabía que la casa de mala nota del pueblo se llamaba justo “El Paraíso”…