6.11.12

Hace 30 años, en la Plaza de Lima (Madrid)

A las 4:57 PM, por Juanjo Romero
Categorías : Familia

Misa de las Familias, Plaza de Lima, 2 de noviembre de 1982

¡Cómo pasa el tiempo!, perdonadme el lugar común. Por edad, muchos de los lectores de este blog no pueden imaginarse lo que fue el Primer Viaje Apostólico de Juan Pablo II a España (31 octubre - 9 noviembre de 1982). Un viaje largísimo, pospuesto por el atentado de 1981. Precedido de la doble visita obligada a Argentina y Reino Unido.

La sociedad española era otra. Acaba de ganar, arrasar, el Partido Socialista. Recorrió toda España. Yo era jovencito. Recuerdos personalísimos de esos días, no sabría cuál escoger. Los discursos, homilías y gestos del Beato son igual de actuales.

Como muestra, un trocito de la homilía de «la misa de las familias», de la Plaza de Lima, una de las mayores concentraciones de la historia de España (negritas e intertítulos míos):

Fidelidad y don

Estáis llamados a vivir ante los demás la plenitud interior de vuestra unión fiel y perseverante, aun en presencia de normas legales que puedan ir en otra dirección. Así contribuiréis al bien de la institución familiar; y daréis prueba –contra lo que alguno pueda pensar– de que el hombre y la mujer tienen la capacidad de donarse para siempre; sin que el verdadero concepto de libertad impida una donación voluntaria y perenne. Por esto mismo os repito lo que ya dije en la Exhortación Apostólica «Familiaris Consortio»: «Testimoniar el valor inestimable de la indisolubilidad y de la fidelidad matrimonial es uno de los deberes más preciosos y urgentes de las parejas cristianas de nuestro tiempo».

Apertura a la vida

Además, según el plan de Dios, el matrimonio es una comunidad de amor indisoluble ordenado a la vida como continuación y complemento de los mismos cónyuges. Existe una relación inquebrantable entre el amor conyugal y la transmisión de la vida, en virtud de la cual, como enseñó Pablo VI, «todo acto conyugal debe permanecer abierto a la transmisión de la vida». Por el contrario, –como escribí en la Exhortación Apostólica «Familiaris Consortio»– «al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal».

Defensa de la vida

Pero hay otro aspecto, aún más grave y fundamental, que se refiere al amor conyugal como fuente de la vida: hablo del respeto absoluto a la vida humana, que ninguna persona o institución, privada o pública, puede ignorar. Por ello, quien negara la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad.

¿Qué sentido tendría hablar de la dignidad del hombre, de sus derechos fundamentales, si no se protege a un inocente, o se llega incluso a facilitar los medios o servicios, privados o públicos, para destruir vidas humanas indefensas? ¡Queridos esposos! Cristo os ha confiado a su Espíritu para que no olvidéis sus palabras. En este sentido sus palabras son muy serias: «¡Ay de aquel que escandaliza a uno de estos pequeñuelos! … sus ángeles en el cielo contemplan siempre el rostro del Padre». El quiso ser reconocido, por primera vez, por un niño que vivía aún en el vientre de su madre, un niño que se alegró y saltó de gozo ante su presencia.

Estaba muy lejos del altar, con mis padres y mis hermanos, todavía me estremezco cuando paso por el lugar. No es fácil sustraerse a la sensación de que se prefiguraba el «combate» que tres décadas después aún continúa, que es antes que una acción social o política una correspondencia a la gracia de Dios, una respuesta a la vocación.

No deja de ser curioso que la sociedad actual se ‘escandalice’ por las familias abiertas a la vida (independientemente de los hijos que tengan). No dudo que es un signo de nuestro tiempo, y que las crisis y sus soluciones pasan por ahí.