8.11.12

 

Ante todo gracias a tantos que habéis querido dejar vuestro saber y sentir ante este interrogante que ayer os dejaba.

Creo que a todos nos hace bien. Dar razón de lo que creemos y por qué creemos es un ejercicio que nos ayuda a profundizar en el don de la fe, y nos hace reflexionar sobre cómo vivirlo.

Hoy me toca hacer mi aportación personal según lo prometido. Y me atrevo a decir algunas cosas posiblemente mucho más desde el corazón que de los libros. Ahí va.

1. Lo primero sería afirmar que no es fácil expresar la relación personal con Dios revelado en Cristo. Dios es todo, yo soy nada. Dios creador, yo criatura. Dios todopoderoso, yo insignificante. Dios eterno, yo muy limitado. Por eso creo que ante el misterio de Dios el hombre sólo puede situarse desde la confianza, la humildad, la adoración. Sus razonamientos siempre serán muy limitados.

2. Normal que puedan surgir dudas. ¿Mi fe es real, es costumbre, es suficientemente fuerte? ¡Quién lo sabe! Podría suceder que gozando de una fe consolidada esté pasando por momentos oscuros, todos los santos los tuvieron, y más que una falta de fe se trate de momentos de tentación. Recuerdo ahora a la beata Teresa de Calcuta y esas largas temporadas negras en que ella dudaba de tantas cosas.

3. Creo que el primer signo de fe es el deseo ardiente de tenerla. Cada vez que alguien me dice que daría cualquier cosa por tener fe, le contesto que ya ha empezado a tenerla.

4. Fe es también deseo de vivir en conformidad con el evangelio según nos lo ha transmitido la Iglesia. Hay un viejo “dicho” de los más clásicos maestros de espiritualidad según el cual si quieres tener fe, vive como si ya la tuvieras.

5. La fe se vive con matices que dependen incluso de la personalidad de cada uno. Hay personas que necesitan más componentes de tipo sensible. Los hay que buscan cada día el portento extraordinario, que se dan. Hay otros mucho más sobrios, más de fe desnuda, que se sienten incómodos ante manifestaciones más espectaculares. Como existen católicos que gozan en las grandes misas cantadas mientras que otros buscan la casi soledad de la primera misa en la madrugada. Son formas de vivencia y expresión de una misma fe.

6. La fe es don de Dios, pero eso no significa que sea algo ajeno a la razón. Contemplar la creación ya nos lleva a inclinarnos ante el don de Dios. Contemplar la vida de los creyentes nos enseña que merece la pena fiarse de Dios, abandonarse en Cristo, amar a la Iglesia como lo hicieron San Agustín o Santa Teresa, San Lorenzo o los mártires españoles del siglo XX, San Francisco de Asís, San Isidro Labrador o san Tarsicio. O como lo hicieron los abuelos, el sacerdote aquél de la parroquia, esa hermanita del hospital o mi vecina, esa de misa diaria y que siempre tenía algo para los pobres.

7. Fe es contemplar los frutos del evangelio en la historia de la humanidad. Evidentemente sin renegar de los errores de los cristianos, pero reconociendo sin lugar a dudas el regalo de cultura, de forma de vida, de respeto a los derechos de las personas. De hecho, y para algunos será casualidad, hoy los países más respetuosos con los derechos humanos son sin duda los países de tradición cristiana. La caridad abierta a todos de la Iglesia hoy ya no la discute nadie.

Cosas que a uno se le ocurren en una mañana lluviosa en Madrid y después de leer las aportaciones de todos. Feliz mañana.