8.11.12

Comunión y Liberación, tiempo de purificarse

A las 1:52 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Movimientos Católicos

Nació en 1954 en Milán, norte de Italia. Lo fundó un activo sacerdote llamado Luigi Giussani, partiendo de sus clases en el liceo clásico “Berchet”. Con sus alumnos organizó la “Gioventù Studentesca” (Juventud estudiantil). El primer núcleo creció arrastrado por el carisma de aquel peculiar cura. Después vino el Concilio Vaticano II, que revolucionó el rol de los laicos en la Iglesia. Y el grupo pasó a llamarse Comunión y liberación (CL). Cinco décadas más tarde, se convirtió en el más importante movimiento católico de Italia y uno de los cinco con mayor capacidad de convocatoria en el mundo. Pero hoy afronta un tsunami interno, una crisis que ha obligado a sus miembros a reflexionar seriamente sobre la necesaria purificación.

Sus detractores en Italia los llaman “la lobby de Dios”, por su capacidad de insertarse en el mundo político, empresarial y cultural. Pero, según sus miembros, esa habilidad es su principal fuerza para hacer el bien. Al fin y al cabo ese fue siempre el pensamiento de Giussani: formar líderes cristianos capaces de incidir en todos los campos de la sociedad, para llevar allí un pensamiento que haga la diferencia. El fundador nunca fue partidario de una religión exclusivamente de sacristías, sino todo lo contrario. Estaba seguro que lo mejor para el catolicismo “de a pie” era entrar en un diálogo y en un debate con el mundo, sin complejos.

El modelo tuvo tanto éxito que forjó a personajes importantes de la política italiana. El más famoso es Roberto Formigoni. Hasta hace poco presidente de la Región Lombardía, una de las zonas más ricas del norte de Italia. Aunque mantiene su puesto nominalmente, debió presentar su renuncia tras ser formalmente investigado en un proceso por supuesta corrupción. Pero, antes de él, otros personajes de Comunión y Liberación se vieron envueltos en un alud judicial. Algunos cayeron encarcelados.

Formigoni es un consagrado de los Memores Domini, una comunidad surgida en el seno del movimiento cuyos miembros hacen promesas (que no votos, exclusividad de los religiosos verdaderos) de castidad, pobreza y obediencia. Contrastan con este compromiso las fotos del presidente lombardo transcurriendo vacaciones en lugares paradisíacos de las Antillas, publicadas por la prensa y que dieron lugar –en parte- a la denuncia en su contra.

En realidad todo parece circunscribirse al tráfico de influencias. Aunque Formigoni lo niega y sostiene su inocencia. Como lo hizo en los 11 procesos a los cuales ha sido sometido durante su carrera política. En la mayoría de los cuales salió exonerado. Por otra parte y no por nada lleva 17 años como gobernador de Lombardía, siendo tres veces reelecto gracias a una voluntad popular expresada en las urnas.

Es cierto, Italia padece una anomalía sistemática. La justicia está copada por una histórica izquierda anticlerical. Y ha sido instrumentalizada políticamente. No sólo contra Berlusconi, de por sí un personaje impresentable. Sino también contra otros. Y también contra CL. Pero eso es harina de otro saco. Aquí resulta pertinente reflexionar sobre el momento difícil que vive este movimiento católico.

De esta crisis está consciente Julián Carrón, presidente de la Fraternidad Comunión y Liberación que, paradójicamente, no es un italiano sino un español. Amigo íntimo de Giussani, él mismo lo llamó a su lado. Quizás previendo la necesidad de mantener al movimiento –hoy presente en 70 países- ajeno a las dinámicas italianas, incluso de estas dificultades judiciales. Lo cierto es que, cuando el fundador falleció en 2005, se convirtió en su sucesor.

En los últimos meses y para atajar el impacto interno del escándalo vinculado a Formigoni, Carrón debió intervenir públicamente. Y aclaró varios puntos. Lo hizo sin candidez y con precisión. Primero con una entrevista a Aldo Cazzullo publicado en el diario Corriere della Sera (16.01.2012). En la misma reconoció que, quizás, algunas personas han usado al movimiento.

Y agregó: “La Iglesia llama constantemente a un ideal; cada uno lo vive según su propia libertad y responsabilidad. Por eso nosotros no intervenimos en ningún documento o acción de aquellos que tienen responsabilidad política. No existen candidatos de CL, no existen políticos de CL. Cuanto antes quede esto claro, mejor”.

El 1 de mayo escribió una carta al director de La Repubblica, el más crítico diario italiano del movimiento. En la misma escribió palabras casi sorprendentes: “El encuentro con don Giussani significó para nosotros la posibilidad de descubrir el cristianismo como una realidad tan atractiva como deseable. Por esto es una gran humillación constatar que, a veces, para nosotros no bastó la fascinación del inicio para liberarnos de la tentación de un éxito puramente humano. Nuestra presunción de pensar que aquella fascinación inicial bastase por sí misma, sin empeñarse en un verdadero seguimiento de él, ha llevado a consecuencias que nos llenan de consternación”.

“Pedimos perdón si hemos provocado daño a la memoria de don Giussani con nuestra superficialidad y falta de seguimiento. Corresponderá a los jueces determinar si algunos errores cometidos por algunos constituyan también delitos. Por otra parte, cada uno podrá juzgar si, entre tantos errores, logramos dar alguna contribución al bien común”, apuntó.

Apenas hace unos días, justo antes que el programa de investigación periodística Report de la Rai dedicase un programa al caso Formigoni, Carrón volvió nuevamente sobre el tema. Lo hizo con una carta dirigida a todo el movimiento tras su participación en el Sínodo de los Obispos. He aquí el pasaje más importante:

“En estos tiempos, ante lo que está sucediendo en nuestro movimiento, recuerdo con frecuencia la experiencia del pueblo de Israel. Ojalá no tengamos que pasar por lo que le sucedió: tras negarse a escuchar los llamamientos de los profetas, el pueblo fue llevado al exilio. Sólo entonces, cuando se vio despojado de todo, comprendió dónde se hallaba su verdadera consistencia. Israel se hizo humilde y se convirtió en una presencia capaz de dar testimonio de su Señor, libre de cualquier pretensión hegemónica de identificar su seguridad con una posesión y con un éxito mundano. Dios purificó a Su pueblo a través de esa dura circunstancia – el exilio – y lo hizo resplandecer en medio de todos”. Lo dicho. Para el movimiento de Giussani es tiempo de purificación. Dolorosa pero necesaria.