23.11.12

Eppur si muove - ¿Es un cuento el infierno?

A las 12:23 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Eppur si muove

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Para propósito bueno y benéfico para nuestra fe el que consiste en no olvidar de Quien somos hijos y a Quien nos debemos. Si lo consideras de tal forma podrás decir, con franqueza, que eres semejanza de Dios.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Algún iluminado progre le ha dado por decir y sostener algo que, en sí mismo, puede que no haga daño a nosotros, los pequeños en la fe. Sin embargo, aún siendo pequeños y con mucho por aprender nos extraña que se digan según qué cosas.

Por ejemplo, tenemos como cierto, que el infierno existe como existe el cielo y el purgatorio. Sin embargo, algún iluminado progre sostiene y mantiene que eso del infierno eterno es, en realidad, un cuento. Vamos, que ni es cierto ni espera que lo sea.

Tiene poca gracia que el iluminado de marras sea, o al menos lo sostenga, que es católico. Y digo que tiene poca gracia porque difícilmente se puede sostener una cosa, que se es católico, y la contraria, que no existe el castigo eterno. Y, sin embargo, hay algún iluminado que cree que es posible estar en misa y repicando o que se puede tener el don de la ubicuidad filosófica.

Pues para tal católico, y para los que están de acuerdo con el mismo, demasiado acostumbrado a creerse sus “gracias” espirituales, va esto y lo que sigue. Está escrito en el Catecismo de la Iglesia Católica. En concreto en la Primera parte, referida a la Profesión de fe (o sea, El Credo que tanto desprecia este creyente), en la segunda sección referida a la profesión de la Fe cristiana y, dentro de la misma, corresponden estos números al Capítulo Tercero, relativo, precisamente, al Espíritu Santo y dentro de tal apartado el referido a la vida eterna.

Peca, quien dice que no existe el infierno eterno, contra la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Y, por si se le ha olvidado al creyente aquí traído, esto lo dijo Jesucristo (Mc 3,29):

“Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno”

Esto lo digo para que lo tenga en cuenta y no vaya escribiendo, por ejemplo, que nuestros pecados son limitados” como si se pudiera decir, por ejemplo, que el pecado contra el Espíritu Santo pues, a lo mejor, no es tan grave, que es limitado. Y no lo es porque lo dice bien claramente el Mesías, Hijo de Dios.

Pero vayamos, pues, a lo que dice el Catecismo en el lugar aquí citado:

1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn 3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno".

1034 Jesús habla con frecuencia de la “gehenna” y del “fuego que nunca se apaga” (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que “enviará a sus ángeles […] que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo” (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:” ¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!” (Mt 25, 41).

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno” (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran” (Mt 7, 13-14):

«Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde “habrá llanto y rechinar de dientes"» (LG 48).

1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que “quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión” (2 P 3, 9):

«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (Plegaria eucarística I o Canon Romano, 88: Misal Romano)

Las cosas están bastante claras. Esto es muy importante saberlo porque si lo desconocemos o, simplemente, nos manifestamos en contra de lo dicho por el Catecismo, estamos cayendo gravemente, y con toda seguridad, en una contravención de lo que se debe aceptar y cumplir de carácter grave. Y en este caso particular, en este, gravísimo.

Pero es que hay tantos ejemplos en los que se dice, de forma expresa que el infierno es eterno… Éste (Mt 25, 41), por ejemplo:

“Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles.

O también personas tan importantes en materia de fe católica como el P. Jorge Loring, dice, en su “Para salvarte” (99.1) esto otro:

“El infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. La existencia del infierno eterno es dogma de fe. Está definido en el Concilio IV de Letrán. Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la triste y lamentable realidad de la muerte eterna, llamada también infierno”.

Incluso hay muchos autores, aunque este creyente iluminado no los debe tener en cuenta, que reconocen que el infierno es eterno. Por ejemplo, San Alfonso María de Ligorio, en su “Preparación para la muerte”, consideración 27 que, no por casualidad titula “Eternidad del infierno”, dice esto:

“Si el infierno tuviese fin no sería infierno. La pena que dura poco, no es gran pena. Si a un enfermo se le saja un tumor o se le quema una llaga, no dejará de sentir vivísimo dolor; pero como este dolor se acaba en breve, no se le puede tener por tormento muy grave. Mas seria grandísima tribulación que al cortar o quemar continuara sin treguas semanas o meses. Cuando el dolor dura mucho, aunque sea muy leve, se hace insoportable. Y no ya los dolores, sino aun los placeres y diversiones duraderos en demasía, una comedia, un concierto continuados sin interrupción por muchas horas, nos ocasionarían insufrible tedio. ¿Y si durasen un mes, un año? ¿Qué sucederá, pues, en el infierno, donde no es música, ni comedia lo que siempre se oye, ni leve dolor lo que se padece, ni ligera herida o breve quemadura de candente hierro lo que atormenta, sino el conjunto de todos los males, de todos los dolores, no en tiempo limitado, sino por toda la eternidad? (Ap., 20, 10).

Esta duración eterna es de fe, no una mera opinión, sino verdad revelada por Dios en muchos lugares de la Escritura. «Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno. E irán éstos al suplicio eterno. Pagarán la pena de eterna perdición. Todos serán con fuego asolados» (1). Así como la sal conserva los manjares, el fuego del infierno atormenta a los condenados y al mismo tiempo sirve como de sal, conservándoles la vida. «Allí el fuego consume de tal modo—dice San Bernardo (Med., c. 3)—, que conserva siempre.”

Pues nada, que hay creyentes, como Jairo del Agua, que tienen por bueno que el infierno no puede ser eterno y que no y que no. A lo mejor es una forma, psicológicamente útil pero inútil desde el punto de vista de la verdad, de garantizarse sólo un tiempo limitado en tal estado espiritual cuando Dios quiera que quiera si es que quiere, claro.

Pero eterno, lo que se dice eterno, el infierno, lo es. Y el cielo también. Por eso haría mejor, el creyente aquí traído y muchos que tienen como bueno lo que dice y escribe, procurarse amontonar para el cielo y no, como parece, para este mundo.

Y es que, ¡qué gran verdad es esto!, no hay más ciego que el que no quiere ver.

Eleuterio Fernández Guzmán