El despertar de la Iglesia de Francia

 

Su oposición pública a la ley sobre el matrimonio homosexual encuentra consensos también entre los no católicos y los no creyentes. El arzobispo de París a la cabeza del nuevo curso. El experimento de la «minoría creativa»

07/12/12 2:16 PM


Nadie habría apostado por ello, pero después de decenios de invisibilidad y torpor, la Iglesia católica francesa ha vuelto con fuerza a la escena pública.

Era minoría y sigue siendo minoría, en un país donde menos del 5 por ciento de la población acude a la misa dominical y donde los bautizos de los niños son cada vez menos frecuentes.

Pero una cosa es rendirse y otra ser creativos. Y ser «minoría creativa» es el futuro que el mismo Papa Joseph Ratzinger ha otorgado al catolicismo en las regiones secularizadas. La Iglesia de Francia lo está poniendo a prueba.

El cambio ha tenido lugar de golpe. Un signo premonitorio fue, a mediados de agosto, la oración que el arzobispo de París, el cardenal André Vingt-Trois (en la fotografía), elevó a la Asunción: «Los niños y jóvenes deben dejar de ser objeto de los deseos y de los conflictos de los adultos para gozar plenamente del amor de un padre y de una madre». Las polémicas explotaron con furia, en una Francia encaminada hacia la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, con la posibilidad de adoptar.

Motivo de asombro fue también la defensa que el diario «Le Monde» hizo del arzobispo, con una nota firmada por un famoso crítico literario convertido al catolicismo, Patrick Kechichian. «L'Osservatore Romano» reprodujo el artículo en primera página.

La impresión fue, sin embargo, que todo se reducía a la iniciativa del cardenal y que tras él no caminaba nadie más.

Pero todo cambia en otoño. El 7 de noviembre el matrimonio homosexual obtiene el plácet del consejo de ministros. El cardenal Vingt-Trois expresa su protesta al presidente François Hollande, al primer ministro Jean-Marc Ayrault, a la ministro de justicia Christiane Taubira, y dice en público lo que les ha objetado en privado.

El arzobispo se toma en serio lo que le ha dicho la ministro, es decir, que «lo que está en juego es un reforma de la civilización», contestando que él también piensa lo mismo, que precisamente se trata de esto, de un cambio radical de la naturaleza del hombre, de los sexos, del generar. Y que por tanto no se puede huir de un «agravio» de este alcance, decidiendo todo al filo de una mayoría del 1 ó 2 por ciento.

A la ministro Taubira, que le dice: «Nosotros no tocamos la Biblia», el cardenal replica que tampoco él, que «es una cuestión que se refiere al hombre y esto basta».

La novedad, de hecho, está precisamente en esto. Contra la ley del matrimonio homosexual se moviliza una resistencia que no es confesional sino humanística, de hombre y mujeres con visiones del mundo muy distintas.

El sábado 17 de noviembre, en París y en una decena de ciudades, desfilan por las calles centenares de miles de personas. Tres personas inesperadas son las que promueven las marchas: la cronista mundana y directora de un periódico satírico conocida con el pseudónimo de Frigide Barjot, portavoz del «Collectif pour l'humanité durable»; la socialista Laurence Tcheng, de la asociación «La gauche pour le mariage républicaine», y Xavier Bongibault, ateo y homosexual, fundador de «Plus gay sans mariage».

De los tres, sólo la primera es católica. Ninguna asociación de la Iglesia enarbola sus pancartas. Los católicos simplemente se mezclan en la marcha. Pero la Iglesia oficial lo bendice todo. Esa misma mañana, en Roma, Benedicto XVI recomienda a unos cuarenta obispos de Francia en visita «ad limina» que «presten particular atención a los proyectos de ley civil que pueden atentar contra la tutela del matrimonio entre un hombre y una mujer».

Con la Iglesia y contra la «reforma de la civilización» se alinea también la filósofa feminista Sylviane Agacinski, mujer del ex primer ministro socialista (y protestante) Lionel Jospin.

El arzobispo de París ya no es un general sin ejército: también los obispos están de su parte. Lo han elegido presidente de la conferencia episcopal, algo que no había sucedido con su predecesor, Jean-Marie Lustiger, hombre del Papa Karol Wojtyla, pero siempre dejado solo.

A la Iglesia de Francia se la llamaba la «primogénita de la Iglesia» y como minoría creativa puede volver a serlo, aunque esté derrotada en el reino de este mundo.

 

Sandro Magister

Publicado originalmente en http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1350380?sp=y