El presidente de CONFER, P. Elías Royón, recuerda en su mensaje de Navidad a los religiosos que “Dios que sale a nuestro encuentro y pide un nuevo estilo de acogida y acompañamiento”


 

El presidente de CONFER, el P. Elías Royón, sj, ha publicado su mensaje de Navidad. Lo reproducimos íntegramente a continuación.

Navidad 2012

María guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19)

Queridas hermanas, queridos hermanos:

1. Estamos terminando el Adviento; el tiempo que la liturgia ofrece para prepararnos a la celebración del misterio del Dios hecho hombre en Belén. Tiempo litúrgico que nos habla de la “espera” de una “presencia”; de una “presencia comenzada”. La presencia comenzada de Dios entre nosotros. Está ya presente pero de tal manera que debemos buscarlo para encontrarlo.

2. Desearía haceros llegar, como felicitación Navideña, una reflexión que hecha oración, en este año de la fe, nos ayude a “redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (PF 2). Os invito a imitar la actitud de María, la Madre: “guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). También María recorre un camino de fe. No comprende plenamente los misterios que está viviendo, pero los acoge con fe en su corazón. Belén nos supera continuamente con sus “llamadas” y nos exige un crecer en la fe.

3. Benedicto XVI nos definió a los religiosos con unas palabras que son un programa de vida: “buscadores de Dios”. Buscadores de señales de su presencia en este mundo tan nuestro y tan suyo. Buscadores de Dios, no para guardarlo celosamente en la intimidad, sino para compartir y proclamar su presencia; buscadores con otros en medio de las comunes dudas y las incertidumbres, convertidos en “señales” para otros de esas presencias “y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (PF 7). El ángel anuncia a los pastores que “velaban” en la noche, abiertos a la “llamada” de Dios a través de los signos de su presencia. Una noche cuya oscuridad estalla en claridad: “la gloria de Dios les envolvió en su luz”. Y con la luz el anuncio: “os ha nacido un Salvador…”; y unas señales para descubrirlo: un niño, unos pañales, un pesebre, una Virgen Madre…

4. Todas ellas son “señales” que arriesgan no ser entendidas ni acogidas. Necesitamos atrevernos al desconcierto de la humildad de Dios, a su silencio y a su sorpresa, más allá de lo que conocemos e imaginamos de Él. Entrar en el misterio de un Dios que nace en las afueras, en un pesebre, un Dios que se hace presente por amor, más allá de nuestros márgenes y de nuestros esquemas previsores y acomodados.

También nosotros, religiosos y religiosas, corremos el riesgo de no descubrirle. También nosotros, pastores en “vigilias”, buscadores de Dios en la noche y en la oscuridad de nuestro tiempo, a quienes se nos ha “instruido” en esos “signos” podemos pasar de largo sin identificar su presencia, sin que su luz ilumine nuestro corazón, sin sospechar que esos pañales, ese pesebre, ese niño… continúan presentes en las calles de nuestros pueblos y ciudades, y siguen pregonando su presencia: ahí está Dios. Ahí sigue naciendo Dios. Son señales que el mundo no puede entender, porque hay que hacerse pobres y sencillos pastores, ya que a ellos, solo a ellos, los predilectos de Dios, se les ha revelado el misterio (cfr Lc 10,21 ss). Ante el dolor y la angustia, la inseguridad y la desesperanza de tantos hermanos en nuestra sociedad, debemos continuar vigilantes, para descubrir en ellos la presencia del mismo Dios que sale a nuestro encuentro y nos pide un nuevo estilo de acogida y acompañamiento.

5. “El año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo” ( PF 6), que nace en Belén. Por eso, Belén es invitación a cambiar, el lugar más idóneo para acoger la gracia de la conversión. Pero de una conversión radical que nos haga capaces de entender la realidad y la historia como la entiende Dios. Buscar en Belén unos ojos nuevos, para mirar con la mirada de Dios al mundo al que ama infinitamente y al que nos envía para anunciarle su paz y su esperanza: “Y en la tierra paz a los hombres que Dios ama”. No es posible entender esta paz y esperanza sin contemplar Belén, sin calar el misterio de ese Niño que es el signo de la Encarnación de Dios en nuestro mundo y en nuestra historia.

Los pastores escucharon la “palabra” y se pusieron en camino a Belén. La fe en esa “palabra” les llevó a toda prisa a buscar la señal que se les había dado: un niño envuelto en pañales; y encontraron así la pobreza y la humillación de Dios. Pero los ojos de los pastores ven en esta pobreza y humillación al “Salvador, el Mesías, el Señor” que el ángel les había anunciado. Y se convierten en testigos de la presencia de Dios: “glorifican y alaban a Dios por lo que han visto y oído” (Lc 2,20). “La fe, en efecto,… se comunica como experiencia de gracia y gozo”. (PF 7)

6. Tenemos muy reciente nuestra Asamblea de CONFER, donde nos hemos preguntado cómo anunciar a Cristo como esperanza para nuestro mundo, en cuanto que los religiosos estamos llamados a ser signos de esperanza para la humanidad. En la pobreza y la humildad de Belén, donde nace el autor de la esperanza, encontraremos siempre la motivación última de que es posible esperar “contra toda esperanza” (Rom 8,18), de que es posible que de la pequeñez y la sencillez de Dios nazca la esperanza para el futuro del mundo. Pidamos para que en estas Navidades, a la Vida Religiosa se nos conceda la gracia de “volver a Belén” para que nuestras vidas se conviertan en testigos de esperanza, en anuncio de esperanza, dejándonos sorprender por la humildad y la pobreza de Dios que se hace Niño en Belén.

Elías Royón, S.J.

Presidente de CONFER.