21.12.12

 

La noticia, no por menos esperada -¿alguien de verdad esperaba otra cosa?- menos penosa, acaba de producirse. El Estado costarricense ha sido condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por haber prohibido la fecundación in vitro (FIV) hace 12 años. El fallo exige la reactivación de la práctica de esa técnica médica para lograr embarazos.

Leyendo la sentencia, uno se encuentra con argumentos como estos:

C.3.a) El estatus legal del embrión
247. Ha sido señalado que en el Caso Vo. Vs. Francia, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos indicó que la potencialidad del embrión y su capacidad para convertirse en una persona requiere de una protección en nombre de la dignidad humana, sin convertirlo en una “persona” con “derecho a la vida” (supra párr. 237).

248. Por su parte, el Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y la Dignidad del Ser Humano con respecto a la Aplicación de la Biología y Medicina (en adelante el “Convenio de Oviedo”), adoptado en el marco del Consejo de Europa,390 establece lo siguiente en su artículo 18:

Artículo 18. Experimentación con embriones in vitro:

1. Cuando la experimentación con embriones in vitro esté admitida por la ley, ésta deberá garantizar una protección adecuada del embrión.

La CIDH asume las tesis del tribunal europeo sobre los embriones humanos. A saber, que no son realmente personas humanas aunque han de protegerse en nombre de la dignidad humana. No me negarán ustedes que hay que ser retorcido para hablar de dignidad humana de algo de lo que se dice que no es un ser humano. Si el embrión es humano, entonces tendrá que ser protegido como cualquier otro ser humano. Y si no lo es, ¿qué más da lo que se haga con el mismo?

De hecho, ese tipo de argumentación atenta contra la dignidad humana. La misma se hace depender no de la naturaleza propia del ser humano sino de la consideración legal, siempre variante, que se dé al mismo. Sin embargo, somos seres humanos no por que una ley lo diga, sino porque forma parte de nuestra naturaleza. Todos, absolutamente todos hemos sido embriones -y fetos, y bebés, y niños, y etc- en algún momento de nuestra existencia. Y no eramos menos “nosotros” cuando fuimos concebidos que lo que somos ahora.

El fallo dictamina que:

336. En primer lugar y teniendo en cuenta lo señalado en la presente Sentencia, las autoridades pertinentes del Estado deberán adoptar las medidas apropiadas para que quede sin efecto con la mayor celeridad posible la prohibición de practicar la FIV y para que las personas que deseen hacer uso de dicha técnica de reproducción asistida puedan hacerlo sin encontrar impedimentos al ejercicio de los derechos que fueron encontrados vulnerados en la presente Sentencia (supra párr. 317). El Estado deberá informar en seis meses sobre las medidas adoptadas al respecto.

Al parecer el gobierno costarricense está obligado a acatar y cumplir dicha sentencia -al menos han dicho que piensan hacerlo-. Pero no creo que haya manera de impedir que Costa Rica proteja de verdad a los embriones humanos. En ese sentido, creo que debería implementarse una ley que admita la FIV con todas las restricciones posibles que quepan dentro de la sentencia. Al mismo tiempo, dentro de esa misma ley o mediante otra específica, debería aprobarse un estatuto de la dignidad del embrión humano que le garantice el derecho a la vida en los mismos términos que al resto de seres humanos ya nacidos. Ello debería llevar a prohibir expresamente la congelación de embriones, de manera que no haya manera de que ninguno quede sin ser depositado en el seno materno.

El CIDH puede obligar a Costa Rica a aceptar que los seres humanos sean concebidos en la probeta de un laboratorio pero no hay tribunal humano que tenga legitimidad alguna para forzar a un gobernante a ignorar el derecho a la vida. Y si algún tribunal, nacional o internacional, pretende tener esa autoridad, debe de ser condenado, denunciado, rechazado, despreciado e ignorado. La dignidad humana está muy por encima de la miseria moral de unos jueces que sirven a la cultura de la muerte.

Y, ya de paso, es hora de que la Iglesia vuelva a condenar expresamente a aquellos tribunales de “derechos humanos” que no hacen honor a su nombre y son más bien instrumentos de ataque al mayor de los derechos: el derecho a vivir desde la concepción hasta la muerte.

Luis Fernando Pérez Bustamante