26.12.12

¿Engañar a un posible seminarista?

A las 9:38 AM, por Jorge
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La entrada que hice hace unos días sobre la soledad del sacerdote ha traído cola. En comentarios, que los hubo, y en forma de correos privados a un servidor.

Los reproches, abundantes, han ido en dos direcciones. Por una parte los que quisieron descubrir en esa entrada una falta de espíritu sacerdotal en un servidor, cuando no una profunda crisis de fe y de ministerio. Pues no. Me temo que nada de eso. Porque servidor es alguien feliz de ser cura, encantado con su ministerio, que se lo pasa en grande como sacerdote y que agradece a Dios cada día el haber sido llamado al sacerdocio, y de forma especial hoy, que estoy celebrando mi treinta y tres aniversario de ordenación sacerdotal.

También aparecieron los que me recriminan el que diga estas cosa en público pensando que pudieran disuadir de responder a la vocación a algún joven que al leer lo de la soledad se echara para atrás en la respuesta al Señor.

¿Qué quieren, que mienta al chaval? ¿Qué le oculte las dificultades, que calle los problemas, que este joven llegue a la ordenación engañado y después de ella descubra que había otras cosas en las que no había reparado?

Cualquiera que lea mis posts tanto ahora en Infocatólica como los que llevo publicados en wordpress en los últimos seis o siete años sabe de mi ilusión, de lo feliz que me encuentro, de que para un servidor no hay nada más grande que ejercer su ministerio y vivir como sacerdote de Cristo. Pero eso no quita que haya momentos difíciles, soledades que en ocasiones se hacen duras, que la obediencia es un crisol donde forjarse cada día, que a veces la respuesta de la gente puede ser descorazonadora.

A un chaval que se esté planteando ser sacerdote le diré que si Dios le llama, no tenga miedo a decir sí, que será una aventura maravillosa, que será feliz, que le valdrá la pena. Pero también le diré que es un camino a la vez duro, sacrificado y poco reconocido por los hombres. Le hablaré del gozo de celebrar la Eucaristía, bautizar, perdonar los pecados, atender a los pobres, ayudar a la gente a encontrarse con Cristo. No me cansaré de hablarle del valor de una vida gastada por Cristo y por los demás. Pero también tendré palabras que hablen de dificultades, de abnegación, de incomprensiones. Y con ellas de unos compañeros curas que serán su cruz y su gloria.

La táctica de contar lo bueno y omitir lo malo no es de mi agrado. Me da igual en el sacerdocio, la vida religiosa, el matrimonio o las misiones. Sería falso de toda falsedad una descripción de las maravillas y el silencio ante el dolor.

Ser cura merece la pena. Lo digo hoy, en el mismo día en que hace treinta y tres años recibí la ordenación sacerdotal de manos de monseñor Nicolás Castellanos. Ser sacerdote es un camino de gozo y alegría, también de espinas y sacrificio. Pero un camino que merece la pena tomar si Dios llama a él.

Servidor, cura. Desde hace treinta y tres años. Feliz, muy feliz. Pero ser feliz no quita que no haya momentos de dificultad, que evidentemente vamos superando con la ayuda de Dios.