1.12.13

Me retiro a los cuarteles de invierno

A las 10:13 AM, por Jorge
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El fin de semana está siendo muy intenso. Estamos embarcados en plena campaña del kilo y mañana se inaugura el economato. Esto quiere decir que el día hoy se presenta calentito: seguir en el centro comercial al menos hasta las dos de la tarde, transportar en coches particulares hasta la parroquia todo lo recogido, y la tarde para colocar, poner precios, y dejar todo como un jaspe. Mi compañero y yo, naturalmente, misas y confesiones toda la mañana.

Mañana… mañana otra locura.

Aprovechando esta vorágine y la bendición del economato, estoy diciendo a los voluntarios que servidor se retira a los cuarteles de invierno en lo que toca a Cáritas. Es decir, que el proyecto queda en sus manos, que yo estoy ahí apoyando, echando una mano, dando la cara y lo que sea menester, pero que la coordinación y el funcionamiento es cosa de ellos. Hasta ahora he ido por delante, me ha tocado tirar del carro, animar, poner en marcha, moverme, moverlos… Ya está todo listo. Desde mañana… servidor se retira a un segundo plano.

Yo no soy un trabajador social. Soy un sacerdote, y de vez en cuando, cuando el trabajo de Cáritas me puede y siento que me arrastra (es un trabajo muy gratificante aunque tremendamente duro en ocasiones), releo las palabras del capítulo 8 del libro de los Hechos de los apóstoles: “Los doce convocaron a todos los discípulos y le dijeron: - No es justo que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a la mesa; por tanto, hermanos, designad a siete hombres de los vuestro, respetados, dotados de Espíritu y de prudencia, y los encargaremos de esa tarea. Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra”.

Pues eso. Me da pánico que los sacerdotes acabemos convertidos en meros trabajadores sociales que decimos misa de vez en cuando. Nosotros somos dispensadores de los misterios de Dios, y nuestra tarea fundamental está en la predicación y la celebración de los sacramentos, de donde brotará la auténtica comunidad eclesial.

Sin embargo la tentación de dedicarnos a otras cosas más reconocidas socialmente y de más lustre ante el mundo nos asalta. Nadie nos elevará un monumento por celebrar misa cada día para ese grupito fiel, por las horas de confesionario, por los ratos con los niños hablando del amor de Dios. Jamás saldemos en los “papeles” por las horas de despacho abierto, la visita a los enfermos, los ratos de oración, el trabajo con los jóvenes, la formación de los adultos o las horas dedicadas en el templo a preparar cualquier celebración. No será noticia un sacerdote que prepara y celebra con su mejor buena voluntad bautizos, bodas, comuniones y funerales aunque a veces no sea sencillo. Pero es lo que tenemos que hacer.

Mañana bendición del economato parroquial que, como es natural, será una pequeña noticia en medios especialmente de información religiosa. Pues vale, no está mal que se sepa que la Iglesia hace estas cosas. A partir de ahí, a trabajar en silencio.

El mundo jamás lo comprenderá. Un sacerdote que celebra, confiesa, enseña, y que además lo hace según le pide la Iglesia no es noticia, es algo muy aburrido. Para salir en los medios tienes dos caminos: o ponerte la doctrina por montera y hacer alguna barbaridad, y entonces aparecerás en la sección “esperpentos y frikis”, o bien dedicarte a tareas sociales de relumbrón aunque sean de escasa eficacia. Un cura abrazado a un pobre siempre es imagen amable que además sirve de arma arrojadiza: esto es un cura y no esos que no hacen otra cosa que celebrar misa, confesar y hablar de cosas desagradables como el pecado.

Vuelvo al libro de los Hechos: No es justo que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a la mesa.

Oiga D. Jorge, ¿y entonces a usted no le preocupan los pobres? Pues mire, tanto que ya ve en la parroquia cómo funcionamos: más de cuarenta voluntarios en Cáritas que llevan adelante el programa de empleo, con más de setecientos usuarios atendidos, el centro de mayores, con veinte usuarios, y ahora el economato que a corto plazo atenderá a cien familias. Pero eso es tarea de esos nuevos “diáconos” que dan su vida por el servicio.

Mi labor es apoyar, estar con ellos, animar y ser el “consiliario”, cuidar su vida espiritual y su testimonio. Pero pobre de mí si yo fuera simplemente un trabajador social más.