13.12.13

-¿La mula?
-Señor, la mula
está cansada y se duerme,
ya no puede dar al niño
un aliento que no tiene.

-¿La paja?
-Señor, la paja
bajo su cuerpo se extiende
como una pequeña cruz
dorada pero doliente.

-¿La Virgen?
-Señor, la Virgen
sigue llorando.

-¿La nieve?
-Sigue cayendo; hace frío
entre la mula y el buey.

-¿Y el niño?
-Señor, el niño
ya empieza a mortalecerse
y está temblando en la cuna
como el junco en la corriente.

-Todo está bien.
-Señor, pero…
-Todo está bien.

Lentamente
el ángel plegó sus alas
y volvió junto al pesebre.

Del Retablo de Navidad, de Luis Rosales (1940)(*)
…………………………

Hay situaciones en que para uno lo más fácil, lo primero que viene a la mente y al corazón, es buscar culpables, enojarnos e indignarnos, apelando a la Justicia, porque sobran las preguntas y faltan las palabras.

Una de esas situaciones, pienso que es la que atraviesan los frailes, hermanas y laicos de la Tercera Orden de los Franciscanos de la Inmaculada, junto a muchísimos fieles en el mundo católico, que con mayor o menor conocimiento de ellos, los hemos aprendido a apreciar profundamente, valorando el sinfín de gracias que por medio de ellos Nuestro Señor viene derramando en su Iglesia. Parece un sueño ver a este grupo de hombres y mujeres que viven la Regla original de San Francisco con una radicalidad asombrosa, conquistando asimismo numerosas almas jóvenes a su paso, sedientas de frescura, coherencia y abnegación sin límites. Ellos predican a un Cristo crucificado…y aman de verdad la Cruz, se vista ella de pobreza, de frío o de calor, de enfermedad, de humillaciones o de noches oscuras. Por sobre todo, en mí han hecho esta impresión: están perdidamente enamorados de la Cruz.

Saben que no hay piedra más preciosa, y que es la llave de oro de las almas, y del Cielo.
Aunque no conozcan a Pemán, una de las primeras verdades que imprimen en sus jóvenes -¡siempre alegres como un sol!- es

“porque con inmenso amor
Acaricias con dolor
a las almas que más quieres
Bendita sea Señor
la mano con que me hieres”.

Y el Señor les responde, porque El es fiel. Ellos descubrieron el Tesoro, y El se lo está prodigando a manos llenas.

No recuerdo qué santo era (¿san Vicente Ferrer o S. Luis María de Montfort?), que cuando un obispo que solía hacerle la vida imposible, le ponía una nueva “zancadilla”, él solía detener las voces que se levantaban indignadas, para advertirles: “una cosa es lo que quiere de mí mi obispo, y otra cosa es lo que Dios quiere de mí a través de él.

Y entonces me pregunto: ¿hay algo más importante en el mundo que buscar y tratar de que se cumpla la Voluntad de Dios?…¿Y hay algo más importante y perentorio, que rogar a El que nos conceda, sobre todo, sacerdotes y religiosas santos, que se abracen a Ella a toda costa?
Algunos me dirán que estoy contradiciéndome con otros artículos, y que aquí pregono el quietismo, pero no: estoy convencida de que en este caso, se impone con fuerza, una visión estrictamente sobrenatural de los hechos. Yo también creo que es muy “extraño” todo esto que les viene sucediendo, que suena, sí, a persecución, tratándolos como si fuesen religiosos desviados y relajados, cuando por otra parte las Forcades y Caram siguen bailando la Conga de la heterodoxia, y tantas congregaciones tienen escándalos “como pa’ hacer dulce” y seguimos esperando medidas ejemplares, encontrando sólo alegatos de paciencia.

Pero resulta que somos un Cuerpo, no un partido de fútbol con equipos diversos, sino con miembros diferentes, y Cristo, Cabeza de este cuerpo, no está distraído.

Es tiempo de Adviento, en que el Bautista nos habla de “preparar los caminos”, y todos queremos preparar los corazones con bonetes de Papá Noel, pero pocos están dispuestos a poner su cabeza sobre la bandeja para que Cristo reine.

¿No es acaso coherente que habiendo tantas almas en peligro -¡tantas!- para salvar todavía, urgentemente, se valga Nuestro Señor de las más fieles para ofrecerlas como Víctimas por aquellas otras, tan empedernidas? ¿Y no es lógico que elija para ello a las más puras, a las más conscientes y lúcidas para aceptar el holocausto necesario…? Parece oportuno recordar que el martirio es una gracia para toda la Iglesia -que siempre necesita abonar su santidad con purificaciones-, y no sólo puede ser cruento, sino incruento.

La verdad es que no terminamos de convencernos de que hay pecados que nos pertenecen a todos, sí, a todos, y que todos debemos “pagar el pato”, hacer penitencia. Justos por injustos, sobre todo, porque “esa es la lógica” que debe guiarnos si comprendemos de veras el significado de la Comunión de los Santos.

Por eso creo necesario advertir que en este momento, pese a todos nuestros “impulsos”, podemos sin querer estar haciéndole el juego al enemigo, maravillosamente, sacando la espada para herir a Falco, sin mirar un poco más allá. Como si renegásemos del dolor de parto, evitando que nazca una criatura. Pues tal parece que la Iglesia está hoy “pariendo santos” entre estos hijos suyos Franciscanos, de los cuales su fundador, el p. Stefano María Manelli, lleva la delantera como anciano, enfermo y ahora privado de confesar y celebrar Misa, nada menos. Si hasta nuestros cabellos están contados, ¿puede esto escapársele a Nuestro Padre del Cielo, si no fuese para nuestro mayor bien?…

Hay, sin duda, aquí, hilos que escapan a nuestra vista, y tal vez hasta al p. Volpi
, Comisario Apostólico designado para visitar esta Congregación, pero creemos que sería un grave error leer todo esto desde un punto de vista meramente humano o terrenal, como si viésemos una película de la mafia italiana. No le hacemos el menor bien a los padres y hermanas Franciscanos de la Inmaculada, y mucho menos a la Iglesia, por supuesto.

Uno de los patronos de la Congregación -junto a S.Francisco, Sta. Clara y el Sto. Padre Pío- es justamente San Maximiliano Kolbe, el “Caballero de la Inmaculada”, quien con lucidez responde a los masones -a quienes desenmascara en muchas ocasiones - en uno de sus escritos:

“Nosotros somos un ejército, cuyo “Comandante” os conoce uno a uno, ha observado y observa cada una de sus acciones escucha cada una de sus palabras, más aún… ni siquiera uno de vuestros pensamientos escapa a su atención. Decid vosotros mismos: en tales condiciones, ¿se puede hablar de secreto en los planes, de clandestinidad y de invisibilidad?: es la Inmaculada, el refugio de los pecadores, pero también la reveladora de la serpiente infernal. ¡Ella aplastará su cabeza!.

Ella es la misma que con inigualable ternura consuela a S. Juan Diego: “Pon esto en tu corazón, mi pequeño hijo: no temas. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No te encuentras bajo mi sombra, a mi cobijo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás tú en el pliegue de mi manto, en el cruce de mis brazos?… No te apene ni te inquiete cosa alguna”.

Por favor, supliquemos a Ella que reordene las cosas, y no cesemos de pedir fortaleza, fidelidad y lucidez en esta prueba para los Franciscanos de la Inmaculada.

(*) Luis Rosales Camacho (Granada, 31 de mayo de 1910 – Madrid, 24 de octubre de 1992) poeta y ensayista español de la generación de 1936. Miembro de la Real Academia Española y de la Hispanic Society of America desde 1962, obtuvo el Premio Cervantes en 1982 por el conjunto de su obra literaria.